2. La figura de
María a través de San Mateo
El origen del
Mesías
1.
De Marcos a Mateo
Marcos, cuya imagen de María ya hemos contemplado, escribió su
evangelio para la comunidad cristiana de Roma; y lo hizo atendiendo
especialmente a explicar un hecho del que sin duda pedían explicación los judíos
de la diáspora romana a los misioneros cristianos: ¿Cómo es posible que,
siendo Jesús el Hijo de Dios y Mesías, no fuera reconocido, sino rechazado y
condenado a muerte por los jefes de la nación palestina?
Todo el
evangelio de Marcos muestra, por un lado, la revelación de Jesús como Mesías,
como Cristo o como Ungido (estos tres términos significan exactamente lo
mismo); y por otro lado, muestra el progresivo descreimiento de muchos, la
incomprensión, incluso por parte de sus fieles, respecto del carácter
sufriente de su mesianidad. La escueta presentación que Marcos nos hace de María
–ya lo vimos- es un engranaje en esta perspectiva marcana. Muestra una de las
formas que asumió el rechazo y la oposición de los dirigentes palestinos hacia
Jesús y cómo involucraron en su campaña de difamación y hostigamiento la
condición humilde y el origen galileo de su parentela.
Ante este
ataque Jesús responde –sin arredrarse- a quienes le pedían un signo
genealógico, confrontándolo con la necesidad de creer sin pedir signos, y
dando un testimonio –velado para los incrédulos, pero elocuente para quienes
creían en él- a favor de su madre y sus discípulos.
Mateo, de cuya
imagen de María nos ocuparemos ahora, no ignora la visión de Marcos, sino que
la retoma en el cuerpo de su evangelio (Mt 12, 46-50; 13, 53-57), como también
lo hará san Lucas en el suyo (Lc 8, 19-21; 4, 22). No hay necesidad de volver
aquí sobre esos pasajes, que son copia casi textual de Marcos o de una fuente
preexistente y en los que Mateo introduce sólo algún ligero retoque. Vamos a
ocuparnos más bien de los que Mateo agrega a la figura de María como rasgos de
su cosecha. Ellos son una explicitación de
lo que estaba implícito en Marcos.
2.
María
Virgen y esposa de José
Mateo enriquece la figura de María respecto de la imagen de Marcos
explicitando dos rasgos de la Madre del Mesías: 1) María es Virgen; 2) María
es esposa de José, hijo de David.
Ambos rasgos los explicita Mateo no por satisfacer curiosidades, sino por
lo que ellos significan en el marco de su presentación teológica del
misterioso origen del Mesías.
Que María es Vírgen es un rasgo mariano que está en íntima conexión
con la filiación y origen divino del
Mesías. Este nace de María sin mediación del hombre y por obra del Espíritu
Santo, nos dice Mateo.
Que María
sea esposa de José, hijo de David, es
un rasgo mariano que está a su vez en íntima conexión con la filiación davídica
y el carácter humano del Mesías.
Hijo de Dios por el misterio de la virginidad de su Madre, e Hijo
de David por el no menos misterioso matrimonio con José, hijo de David.
3.
El origen
humano – divino del Mesías.
Hijo de David,
hecho hijo de mujer.
Es larga la galería de pintores
cristianos que nos presenta a la Madre con el Niño. Esa larga galería,
nos parece Mateo el precursor y pionero. Y sin embargo el texto más antiguo que
poseemos de Jesús y su Madre es muy probablemente de san Pablo.
La adusta parquedad mariológica de Pablo merece aquí, aunque sea
lateralmente y de paso, el homenaje de nuestra atención. Hacia el año 51 de
nuestra era, o sea unos veinte años antes de la fecha probable de composición
del evangelio de Mateo, les escribe Pablo a los Gálatas:
“Pero al
llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, hecho hijo de mujer,
puesto bajo la ley para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que
recibiéramos la filiación adoptiva” (Gál 4, 4-5).
Y entre diez y doce años más tarde, entre el 61-63 de nuestra era,
escribe el mismo Pablo desde su primera cautividad a los fieles de Roma:
“Pablo,
siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de
Dios, (evangelio) que había ya prometido por medio de sus profetas en las
Sagradas Escrituras, acerca de su Hijo (de Dios) nacido del linaje de David según
la carne, constituido Hijo de Dios con poder…(Rom 1, 1-3).
Estos dos textos de Pablo nos
muestran la presencia en el estado más primitivo de la tradición, de tres
elementos esenciales que vamos a encontrar en los pasajes marianos de Mateo.
El primero: lo
que se dice de Jesucristo se presenta como sucedido según las Escrituras, como
cumpliendo las Escrituras, como la realización de lo predicho por los profetas
que hablaron en nombre de Dios e ilustrados por el Espíritu.
El segundo elemento
es la doble
fijación de Jesús, Hijo de Dios y al mismo tiempo hijo de David.
Pablo ve en Jesús dos filiaciones. Una filiación espiritual, por la cual es
Hijo de Dios por obra del Espíritu que nos permite clamar ¡Abba!, o sea,
Padre. Y una filiación según la carne por la cual es hijo de David. Y notemos
–tercer
elemento
a tener en cuenta- que no especifica el cómo de dicha descendencia davídica
diciéndonos: “engendrado por José” o “nacido de varón”, sino diciéndonos:
“hecho hijo de
mujer”. *
He aquí los elementos constitutivos de uno de los problemas al que va a
responder Mateo en su evangelio.
Es el mismo problema del origen del Mesías que se agita en los textos de
Marcos que ya vimos. Pero no ya planteado en términos de objeción en boca de
los enemigos, sino en términos de
respuesta a la objeción. Respuesta que se inspira, sin duda, en la que el mismo
Jesús había dado en los tiempos de su carne mortal y que los tres sinópticos
nos narra en sus evangelios (Mt 22, 41ss. y paralelos).
“Estando
reunidos los fariseos le propuso Jesús esta cuestión: ‘¿Qué pensáis
acerca del Mesías? ¿De quién es Hijo?’.
Dícenle:
‘De David’.
Replicó:
‘Pues ¿cómo David, movido por el Espíritu le llama Señor, cuando dice:
Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus
enemigos debajo de tus pies? (Sal 110, 1). Si, pues David le llama Señor, cómo
puede ser Hijo suyo?’.
Nadie
es capaz de contestarle nada; desde ese día ninguno se atrevió a preguntarle más”.
Ya Jesús había alertado, por lo tanto, a sus oyentes contra el peligro
de juzgarlo exclusivamente según
la carne. No es que rechazara el origen davídico del Mesías,
pero señalaba que ese origen davídico encerraba un misterio, y que el misterio
de la personalidad del Mesías no se explicaba exclusivamente por su ascendencia
davídica, sino por una raíz que lo hacía superior a su antepasado según la
carne y que habría espacio, en el misterio de su origen, a la intervención
divina, pues, “Señor” era título reservado a Dios.
Y en esta filiación doble y compleja del Mesías, es en la convergencia
de estos dos títulos (Hijo de Dios e hijo de David) donde Mateo ve enclavado el
misterio de María.
4.
La
revelación de la virginidad de María
Al finalizar su genealogía de Jesús,
Mateo nos dice: Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús,
llamado Cristo. La fórmula es ya intrigante. A lo largo de toda la genealogía
con la que comienza su evangelio, Mateo ha hablado empleando el verbo engendrar:
Abraham engendró
a
Isaac, Isaac engendró
a Jacob. Y cuando, contra lo usual en la genealogías hebreas, nombra a una
madre, dice: Judá engendró de Tamar
a
Fares; David engendró de la que fue mujer de Urías a Salomón… Jacob engendró a José,
el esposo de María.
José es el último de los “engendrados”. De Jesús ya no se dice que haya sido engendrado
por José de María,
sino que José
es el esposo de María de la cual nació Jesús.
Se abre, pues, para cualquier lector judío avezado en el estilo genealógico,
un interrogante al que Mateo va a dar respuesta versículos más abajo:
“El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: Su
madre, María, estaba desposada con José y,
antes de empezar a convivir ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu
Santo”.
He aquí la revelación de la virginidad de María. Nos asombra la sobriedad casi frialdad de Mateo
al referirse a este portento. No hay ningún énfasis, ninguna consideración
encomiosa ni apologética, ninguna apreciación que exceda el mero anunciado del
hecho. Mateo está más preocupado por su significación teológica que por su
rareza, más preocupado por el problema de interpretación que plantea al justo
José que el que puede plantear a todas las generaciones humanas después de él.
¿Qué significa –teológicamente hablando- la maternidad virginal de
María?
A Mateo no le interesa dar aquí argumentos que la hagan creíble o
aceptable. Y no pensemos que sus contemporáneos fueran más crédulos que los
nuestros ni más proclives a aceptar sin chistar este misterio de la madre
virgen. Hemos visto las dificultades que levantaban contra un Jesús reputado
hijo carnal de José y María. Imaginemos las que podían levantar contra
alguien que se presentara –o fuera presentado- con la pretensión de ser Hijo
de Madre Virgen, de haber sido engendrado sin participación de varón y por
obra directa de Dios en el seno de su madre.
5.
La
genealogía
Entenderemos mejor por dónde va el
interés de Mateo en la concepción virginal de Jesús y su adopción por José
tomando a María por esposa; nos explicaremos mejor por qué Mateo engarza esta
gema en el contexto – tan poco elocuente para nosotros- de una genealogía, si
nos detenemos un poco a considerar qué función cumplía este género literario
genealógico en el contexto vital del pueblo judío en tiempos de Jesús.
En tiempos de Jesús, la genealogía de una persona y una familia tenía
suma importancia jurídica e implicaba consecuencias en la vida social y
religiosa. No era, como hoy entre nosotros, un asunto de curiosidad histórica o
de elegancia, o de mera satisfacción de la vanidad.
Una genealogía se custodiaba como un título familiar. Posición social,
origen racial y religioso dependían de ella.
Sólo formaban parte del verdadero Israel la familia que conservaban la pureza de origen del
pueblo elegido tal como lo habían establecido después del exilio, la reforma
religiosa de Esdras.
Todas las dignidades, todos los puestos de confianza, los cargos públicos
importantes, estaban reservados a los israelitas puros. La pureza había que demostrarla y
el Sanedrín contaba con un tribunal encargado de validar las genealogías e
investigar los orígenes de los aspirantes a los cargos.
El principal de todos los privilegios que reportaba una genalogía pura
se situaba en el domino estrictamente religioso.
Gracias
a la pureza de origen el israelita participaba de los méritos de sus
antepasados. En primer lugar, todo israelita participaba en virtud de ser hijo
de Abraham, de los méritos del Patriarca y de las promesas que Dios le hiciera
a Abraham. Todos los israelitas –por ejemplo- tenían derecho a ser oídos en
su oración, protegidos en los peligros, asistidos en la guerra, perdonados de
sus pecados, salvados de la Gehena y admitidos a participar del Reino de Dios.
Literalmente: el Reino de Dios se adquiría por herencia. Jesús impugna enérgicamente
esta creencia.
“Dis puede suscitar de las piedras hijos de
Abraham” (Lc 3, 8).
“Los publicanos y prostitutas los precederán en el
Reino de los Cielos” (Mt 21, 31).
Porque, según Jesús, el título que da derecho al Reino no es la pureza
genealógica de la raza ni la sangre, sino la fe (Jn 3, 3ss.; 8, 3ss.).
6.
Hijo
de David
Pero además, y en segundo lugar,
la pureza de una línea genealógica daba al descendiente participación en los
méritos particulares de sus antepasados propios.
Un descendiente de David, por ejemplo, participaba de los méritos de
David y era especialmente acreedor a las promesas divinas hechas a David.
Por eso, cuando Mateo comienza su evangelio ocupándose del origen genealógico
del Mesías comienza por un punto candente para todo judío de su época: el
origen davídico del Mesías.
Según la convicción común y corriente de los contemporáneos de Jesús,
fundada con razón en la Escritura, el Mesías sería un descendiente de David.
En la Palestina de los tiempos de Jesús había, además de los hijos de Leví,
otros grupos familiares o clanes que llevaban nombres de los ilustres
antepasados de los que descendían. Existía todo un clan de los descendientes
de David –uno de los cuales era José-, que debía ser muy numeroso no solo en
Belén, ciudad de origen de David, sino también en Jerusalén y en toda
Palestina.
No es exagerado calcular en número de los hijos de David, como cifra
baja, en unos mil o dos mil. Ser hijo de David era, pues, llevar un apellido
corriente que no necesariamente le daba al portador demasiado brillo ni gloria.
Y si comparamos el título Hijo
de David con uno de nuestros apellidos equivaldría a la frecuencia de
nuestros Pérez, González y Rodríguez.
Los parientes cercanos de Jesús aparecen en el evangelio como un grupo
numeroso, y parece que fueron un grupo importante de la comunidad primitiva de
Jerusalén, quizás cerca de un centenar.
Entre los hijos de David había, sin duda, familias pobres y familias
acomodadas. Habría, sin duda también, miembros de la aristocracia de Jerusalén.
Y la pretensión y lustre mesiánico de Jesús, su éxito y el fervor popular
que despertaba su persona, no habrá dejado de levantar ronchas y envidias entre
los hijos de David más acomodados e ilustrados, puesto que vendría a frustrar
espectativas de elección divina de más de alguna madre davídica orgullosa de
sus hijos dotados de más títulos, relaciones y letras que el pariente galileo.
La afirmación de Mateo del origen davídico merece toda fe. Que no sea
un invención tardía del Nuevo Testamento para fundamentar el origen mesiánico
de Jesús haciéndolo descendiente de David, nos lo muestra el testimonio unánime
de todo el nuevo testamento y el de otras fuentes históricas. Eusebio registra
en su Historia
Eclesiástica el
testimonio de Hegesipo, que escribe hacia el 180 de nuestra era, recogiendo una
tradición palestina, cómo los nietos de Judas, hermano del Señor, fueron
denunciados a Domiciano como descendientes de David y reconocieron en el
transcurso del interrogatorio dicho origen davídico.
Igualmente Simón, primo del Señor y sucesor sucesor de Santiago en el
gobierno de la comunidad de Jerusalén, fue denunciado como hijo de David y de
sangre mesiánica, y por eso crucificado. Julio el Africano confirma que los
parientes de Jesús se gloriaban de su origen davídico a todo lo cual se suma
que ni los más encarnizados adversarios de Jesús ponen en duda su origen davídico,
lo que hubiera sido un poderoso argumento contra él de haberlo podido alegar
ante el pueblo.
Para Mateo, todo hubiera sido a primera vista más sencillo si hubiera
podido presentar a Jesús como engendrado por José, a semejanza de todos sus
antepasados. En realidad, el origen virginal de Jesús le complica las cosas. No
sólo introduce un elemento inverosímil en su relato, una verdadera piedra de
escándalo para muchos, sino que complica la evidencia del origen davídico de
Jesús al transponerlo del plano físico al de los vínculos legales de la
adopción.
¿Qué significado teológico encerraba el título Hijo de David –de suyo tan vulgar- aplicado al
Mesías? ¿Y cómo lo entiende Mateo como título aplicable a Jesús?
El evangelio de Mateo se abre con las palabras: Libro de la Historia de Jesús el Ungido, Hijo
de David, Hijo de Abrahám.
Mateo parte de los títulos mesiánicos más comunes y recibidos para
mostrar en qué medida son falsos y en qué medida son verdaderos; para mostrar
que no son ellos los que nos ilustran a cerca de la identidad del Mesías, sino
que son el Mesías –Jesús- y su vida lo que nos enseñan su verdadero
sentido.
Como Hijo de David, Jesús es portador de las promesas hechas a David para
Israel. Como
Hijo de Abrahám, trae la promesa a todos los pueblos. Como Hijo de David es rey, pero un rey rechazado por
su pueblo y perseguido a muerte desde su cuna, pues ya Herodes siente amenazado
su poder por su mera existencia y ordena para matarlo el degüello de los
inocentes. No son los sabios de su pueblo, sino los de los paganos, venidos de
oriente, los que preguntan por el rey de los judíos y le traen presentes y
regalos. Como Hijo de David, también le corresponde nacer en Belén, pero su
origen es ignorado, pues luego es conocido como galileo nazareno.
El sentido que tiene este reconocimiento inicial de los dos títulos (Hijo
de David, Hijo de Abrahám) lo explicita ya el final de la genealogía: Hijo de María
(por obra del Espíritu Santo), esposa de José.
María y José al culminar la lista genealógica arrojan sobre ella una
luz que la transfigura. Esta genealogía misma encierran en su humildad carnal
el testimonio perpetuo de la libre iniciativa divina, que ha de brillar
deslumbrante al término de ella. Porque Abrahám en su comienzo absoluto,
puesto por una elección gratuita de Dios. Porque este hombre se perpetúa en
una mujer estéril. Porque la primogenitura no la tiene Ismael, sino Isaac, y más
tarde no es Esaú, sino Jacob, quien la hereda, contra lo que hubiera
correspondido según la carne; y lo mismo pasa con Judá que
hereda en lugar del primogénito, y con David, que es el menor de los hermanos.
En la larga lista se cobijan justos, pero también grandes pecadores a quienes
se enorgullecían de la pureza de su origen davídico, o pensaran el origen davídico
del Mesías en orgullosos términos de pureza racial, no podía dejarles de
llamar la atención que en la genealogía que introdujera Mateo, contra lo
habitual en nombre de cuatro mujeres, todas ellas extranjeras y ajenas no sólo
a la estirpe sino a la nación Judía: Tamar, cananea, que disfrazándose de
prostituta arranca a su suegro la descendencia que correspondía a su marido
muerto, según la ley del levirato, y que sus parientes le negaban. Rajab,
otra cananea, gracias a la cual los judíos pueden entrar en Jericó en tiempos
de Josué, y que, según las tradiciones rabínicas extra bíblicas, fue madre
de Booz, que a su vez, de Rut –extranjera también y nada menos de la odiada región
moabita- engendró a Obed, abuelo de David. Bat-Seba, por fin, la adúltera
presumiblemente hitita como su marido Urías, general de David, a quien este
pecaminosamente hace morir en combate para arrebatarle a su mujer, la cual fue
luego nada menos que madre de Salomón, hijo de la promesa.
¿Dónde queda lugar para el orgullo racial, para gloriarse en la pureza
de la sangre o en los méritos de los antepasados? No están escritas en el
linaje del Mesías, en cuanto provienen de David, ni la impoluta pureza de la
sangre ni la justicia sin mancha. Más bien, por el contrario, si el Mesías se
debe a sus antepasados, se debe también a los extranjeros y a los pecadores, y
también los extranjeros y pecadores tienen títulos de parentesco que alegar
sobre el Mesías.
Mateo se complace en señalar así la verdadera lógica genealógica
inscrita en la historia del linaje dadvídico del Mesías y en contradecir con
ella el orgullo carnal y el culto del linaje.
Aquellas mujeres extranjeras, a las cuales se debió la perpetuación del
linaje de David, son prefiguración de María: ajena también al linaje de David
según la carne, despreciable por los que se gloriaban en sus genealogías.
Pero, aunque eternamente extranjera al linaje de mujeres que conciben por
obra de varón, es la madre del nuevo linaje de hombres que nace de Dios por la
fe.
7.
Hijo
de David e Hijo de Dios
María Virgen y María esposa de
José no son rasgos que se yuxtaponen, sino que se articulan y dan lugar a una
explicación teológica: iluminan cómo debe entenderse el título mesiánico
Hijo de David. La pertenencia del Mesías al linaje de David no se anuda a través
de un vínculo de sangre, pues José, hijo de David, no tiene parte física en
su concepción. La pertenencia del Mesías a la casa de David se anuda a través
de una Alianza. Una alianza matrimonial. Pero una alianza matrimonial que no se
explica tampoco por mera decisión o elección humana, sino por dos
consentimientos de fe a la voluntad divina y, por lo tanto, a la vez que alianza
matrimonial entre dos criaturas, es alianza de fe entre dos criaturas y Dios.
El Mesías no es Hijo
de David por voluntad ni por obra de varón
ni por genealogía, sino que entra en la genealogía
en virtud de un asentimiento de fe que da José, hijo de David, a lo que se le revela como
operado por Dios en María.
El Mesías no es Hijo
de Dios por voluntad ni obra de varón, sino en virtud de un
asentimiento de fe que da María
a la obra del Espíritu en ella.
Para que el Mesías, Hijo de Dios e Hijo de David, 1) viniera al mundo y
2) entrara en la descendencia davídica, se necesitaron, pues, dos asentimientos
de fe: el de María y el de José. Ambos fundan el verdadero Israel, la
verdadera descendencia de Abraham, que nace, se propaga y perpetúa no por los
medios de la generación humana, sino por la fe.
Mateo subraya que la filiación davídica de Jesús-Mesías no es signo
genealógico que pueda ser leído, rectamente comprendido ni interpretado al
margen de la fe. No es un signo que Dios haya dado en el campo de la generación
humana, accediendo a la carnalidad de los judíos que pedían signos para creer.
Parece más bien antisigno, porque, en la realidad, el Mesías existió
anterior e independientemente a su incorporación en el linaje de David
a través del matrimonio de su Madre con un varón de ese linaje.
Los hechos, que Mateo no elude, más bien contradicen los modos concretos
de la expectación mesiánica judía.
Mateo da muestras de un coraje y una honestidad intelectual muy grandes
cuando acomete la tarea de exponer estos hechos (aunque increíbles) sin
endulzarlos ni camuflarlos, en la confianza de que ellos manifiestan una
coherencia tal con el Antiguo Testamento que no podrán menos de mover a
reconocerlos –si se perfora la costra superficial de su apariencia- como
signos de credibilidad.
De ahí su recurso al Antiguo Testamento, en paralelo continuo con los
hechos, mostrando cómo no son las profecías las que condenan al Jesús Mesías,
sino que es la vida real y concreta del Jesús-Mesías la que arroja luz sobre
el contenido profético del Antiguo Testamento y la que amplía la extensión de
su sentido profético a regiones insospechadas para los carriles vulgares de la
teología judía de su tiempo.
* Tanto para justificar la
traducción “hecho hijo de mujer”, en vez de “nacido de mujer”, como
para comprender el sentido mesiánico de la alusión
a la madre, véase el artículo de José M. Bover, sj, Un
texto de san Pablo
(Gál 4, 45)
interpretado por san Ireneo (Estudios Eclesiásticos 17, 1943, pp. 145-181), cuya
traducción del pasaje de Gálatas hemos adoptado.