1. La
figura de María a través de San Marcos
Comenzamos
por Marcos, el más breve y, casi con seguridad, el más antiguo de los cuatro
evangelios. El que recoge, muy probablemente, las catequesis y predicaciones de
San Pedro, o sea, el evangelio según lo proclamaba Pedro.
Acerca
de María, este evangelio de Marcos es una parquedad extrema, comparable –por
la ausencia de referencias- al gran silencio marial neo-testamentario. Marcos
comienza su evangelio presentando la figura de san Juan Bautista, y casi
inmediatamente a un Jesús ya adulto que llega a bautizarse en el Jordán. Nada
de relatos de la infancia, que –como vemos en Mateo y Lucas- se prestan a
decirnos algo de la Madre. Nada comparable a dos grandes escenas marianas del
evangelio de San Juan: las bodas de Caná y el Calvario.
1.
Dos
textos: Mc 3, 31-35; 6, 1-3
Lo
que dice Marcos acerca de María se agota en dos brevísimos pasajes, ambos
situados en la primera parte de su evangelio. Y en esos pasajes ni siquiera se
advierte la impronta personal del narrador. Este mantiene una fría objetividad
de cronista y nos reporta lo que terceras personas dicen de María. Y si nos
detenemos a analizar el texto, encontramos que esas terceras personas son incrédulas,
enemigos de Jesús, que por supuesto no se ocupan de su madre con benevolencia,
sino desde su hostilidad y descreimiento. Para ellos se agrega, como contrapunto
y refutación, es testimonio de Jesús mismo acerca de María.
Leamos los pasajes. El primero
en Mc 3, 31-35
“Vinieron
su madre y sus hermanos y, quedándose
fuera, le mandaron llamar.
Se
había sentado gente a su alrededor y le dicen:
-Mira,
tu madre y tus hermanos y te buscan
allí fuera.
El
replicó :
-¿Quién
es mi madre y mis hermanos?
Y
mirando en torno, a los que se habían sentado a su alrededor, dijo:
-Aquí
tienes a mi madre y mis hermanos.
El
que haga voluntad de Dios, ése es
mi hermano, mi hermana y mi madre”.
-¿De dónde le viene esto? ¿Y qué sabiduría es
ésta que se le ha dado? ¿Y tales milagros hechos por sus
manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de
Santiago y José y Judas y Simón?
¿Y no están sus hermanos aquí con nosotros?
Y se escandalizaron de él”.
2. El contexto del evangelio
Pero
tratemos de comprender mejor el sentido de estos episodios colocándonos en la
óptica del relato de Marcos. Toda la primera parte de su evangelio, hasta el
capítulo octavo, versículos 27-30 (la confesión de Pedro), nos muestra a Jesús
que obra maravillas y portentos, que despierta la admiración del pueblo, que
deslumbra con su poder sobrehumano. Es decir, nos muestra la revelación progresiva y
creciente de Jesús. Y al mismo tiempo nos muestra la absoluta y general comprensión del verdadero carácter de su
persona y su misión. Jesús se revela, pero nadie entiende su revelación. No
la entiende el pueblo, no la entienden sus discípulos, no la entienden los
escribas, no la entienden sus familiares. No la entienden los que se
niegan a creer en él y con los que se enfrenta en polémicas y a los que
les habla en parábolas.
De
esta incomprensión de los incrédulos no hay que admirarse. Pero sí de que
tampoco lo comprendan ni entiendan sus propios discípulos. En la privilegiada
confesión de la fe de Pedro, con la que culmina la primera parte del evangelio,
se entrevé al mismo tiempo un abismo de ignorancia y de resistencia al aspecto
doloroso de la identidad de Jesús Mesías.
Nada más comenzar la carrera de Jesús
con un sábado en Cafarnaúm, con su enseñanza en la sinagoga y con numerosas
curaciones de enfermos y expulsiones de demonios, en cuanto han empezado a
seguirle sus primeros discípulos y se ha encendido el fervor popular, ya
apuntan la oposición y las críticas: Jesús cura en sábado, come con
pecadores; sus discípulos no ayunan y arrancan espigas en sábado. Y ya desde
el comienzo del capítulo tercer, los fariseos se confabulan con los herodianos
para ver cómo eliminarlo. Pero ello se hace difícil, porque una muchedumbre
sigue a Jesús. Este elige de entre ella a sus numerosos discípulos. Uno de los
primeros pasos de la confabulación se advierte en 3, 20-21. Jesús vuelve a su
tierra. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que ni siquiera podían
comer.
“Se
enteraron sus parientes y fueron a dominarlo, porque (les) decían: ‘Está
fuera de sí’”.
3. La oposición al Mesías
El primer
paso de la confabulación contra Jesús consiste en declararlo loco y en
interesar a los parientes para dominar a un consanguíneo que podría implicarlo
en sus locuras y traerles problemas. Que este método intimidatorio de los
parientes –que fue usado contra Jesús y los suyos- era un método usual, nos
lo demuestra el episodio del ciego de nacimiento, en el evangelio según san
Juan, a cuyos padres llamaron a declarar ante el tribunal (9, 18-23).
Habiendo oído que Jesús estaba fuera
de sí, y movidos quizás por temores y veladas amenazas, los parientes de Jesús
acuden a dominarlo. Arrastran a su
madre a cuyas instancias esperan que Jesús no pueda resistir. Entre tanto,
Marcos registra el crescendo de las acusaciones contra Jesús. Jesús es más
que un loco. Es un endemoniado: “Está poseído por un espíritu inmundo”
(3, 22).
En medio de esta tormenta, de
hostilidad por un lado y de entusiasmo popular por otro, es cuando relata Marcos
con laconismo de cronista:
“Llegan su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le envían a
llamar”.
Se trata de
arreglar un problema familiar. Los humildes aldeanos galileos no quieren
discutir de teologías. Por la humildad, por modestias o por prudencia campesina
–porque
la falta de letras no es sinónimo de tontería-,
no entran. (Según Lucas, no entran simplemente porque la muchedumbre les impide
acercarse).
El odiado doctor está rodeado de una audiencia entusiasta que siente
arder el corazón con su palabra, “porque les enseñaba como quien tiene
autoridad y no como los escriba”, ha registrado Marcos (1, 22). Algún malévolo
infiltrado entre al audiencia se complace en anunciar en voz alta a Jesús:
“¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas
están fuera y te buscan”.
Es a Jesús a quien lo dice, pero indirectamente a su auditorio: “Ved
de qué familia viene vuestro doctor”. Marcos registra más adelante, en el
capítulo sexto que esta malévola cizaña ha prendido: “¿No es éste el
carpintero, el hijo de María, y no conocemos a toda su parentela?”. Y se
escandalizaban de él.
La humildad de María y de los
parientes de Jesús es esgrimida para humillarlo, para empequeñecerlo delante
de su auditorio: ¡Qué candidato a Rey Mesías! ¡Qué candidato a doctor y
salvador! He aquí la parentela del profeta. Es el mismo argumento que nos
relata también san Juan:
“Pero los judíos murmuraban de él, porque había
dicho:
‘Yo soy el pan que ha bajado del cielo’.
Y decían:
‘¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre
y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del Cielo?’” (6,
42).
Y registra además san Juan que muchos de sus discípulos se apartaron de
él con aquella ocasión:
“Es duro
este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?” (Jn. 6, 61).
“Y ni
siquiera sus parientes creían en él” (Jn. 7, 5).
“Y los
judíos asombrados decían: ‘¿cómo entiende de letras sin haber
estudiado?’” (Jn. 7,15).
Marcos nos hace oír a los que hablan
de María, la madre de Jesús, desde su profunda hostilidad al Hijo. Hay en sus
palabras un subrayar los humildes orígenes humanos de Jesús, que es tácita
negación de su origen y calidad divina.
Así como habrá un Ecce homo! que escarnece a
Jesús en su pasión, hay aquí un adelanto del mismo, que envuelve a María en
el mismo insulto de desprecio –Ecce mulier, ecce Mater eius- (He aquí a la mujer, ven quién es su madre…).
4. El testimonio de Jesús
A este lanzazo polémico, oculto en el comedimiento de
aquellos que le anuncian la presencia de los suyos allí afuera, responde el
contrapunto también polémico de Jesús:
“¿Quién
es mi madre y mis hermanos?”.
“Y mirando en torno a los que
estaban sentados a su alrededor (Mateo precisa
el lugar paralelo que son sus discípulos), dice:
‘Estos son mi madre y mis hermanos’”.
Frecuentemente Jesús habla en los
evangelios de sus discípulos como de sus hermanos, o de “estos hermanos míos
mas pequeños”, o simplemente de “los pequeños”. Se trata de aquellos que
oyen a Jesús con fe aunque no lo entiendan perfectamente. Se trata de los que
no se le oponen, sino de los que le siguen y le escuchan. Esta es la familia de
Jesús, porque es la familia del Padre. (Cuyo vínculo familiar no es la sangre,
sino la Nueva Alianza en la Sangre de Jesús, o sea, la fe en él).
Como explicita san Juan: “A los que
creen en su nombre les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn. 1,
12).
Por eso remata Jesús con una explicación
de por qué son esos sus auténticos familiares:
“Quien
cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
O en la versión de Lucas:
“El que
oye la palabra de Dios y la guarda, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”
(Lc. 8, 21).
La
misteriosa (y quizás para muchos no muy evidentes) ecuación entre “cumplir
la voluntad de Dios” o “escuchar su Palabra y cumplirlas”, y creer en
Jesucristo, nos la revela explícitamente san Juan en su primera carta:
“Guardamos
sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento (y lo que
le agrada): que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos
a otros, tal como nos lo mandó” (1ª Jn 3, 22-23).
Hacer la voluntad
del Padre no es doblegarse a un oscuro querer, sino complacerse en hacer lo que
a Dios le complace; es regocijarse en el regocijo de Dios. Y si nos pregunta en
qué se deleita y regocija nuestro Dios, que como Ser omnipotente puede parecer
muy difícil de contentar, sabemos qué responder porque ese Ser inaccesible nos
ha revelado qué es lo que le regocija:
“Este es
mi Hijo, a quien amo y en quien me complazco: escuchádle…” (Mt
17, 1-8; Mc 9, 7; Lc 9, 35).
Nuestro Dios se revela como el Padre que ama a su Hijo
Jesucristo, y se deleita en él, y no pide otra cosa de nosotros sino que lo
escuchemos llenos de fe y lo sigamos como discípulos.
Entendemos quizás ahora por qué Lucas
traduce el “cumplir la voluntad de Dios”, de que hablan Mateo y Marcos, con
una frase equivalente: Escuchar
su Palabra (que es escuchar a
su Hijo) y guardarla (que es
seguirlo como discípulo).
Y similar identificación de la
voluntad de Dios con la Palabra de Jesús nos ofrece un texto del evangelio de
Juan:
“Mi
doctrina no es mía, sino del que me ha enviado, y el que quiera cumplir su
voluntad verá si mi doctrina es de Dios o hablo yo por mi cuenta” (Jn 7,
16-17).
Parientes de Jesús son, pues, lo que
por creer en él entran en la corriente del vínculo de complacencia que une al
Padre con el Hijo y al Hijo con el Padre.
Por eso, su respuesta a los que lo
envuelven a él y a su madre en un mismo rechazo y vilipendio es una seria
advertencia. Equivale a distanciarse de ellos y negarle cualquier otra
posibilidad de entrar en comunión con Dios que no sea a través de la fe en él.
Pero esta palabra de Jesús tiene dos
filos. Y el segundo filo es el de una alabanza, el de una declaración de
Alianza de parentesco (el único real y más fuerte que el de sangre) entre el
creyente y él. Y en la medida en que María mereció ser su Madre por haber creído
es éste el más valioso testimonio que podía ofrecernos Marcos a cerca de María.
El testimonio
de Jesús a cerca de la razón última y única por la cual María pudo llegar a
ser su Madre: la fe en él.
5. María Madre de Jesús por la fe
María
no estuvo unida a Jesús solo ni primariamente por un vínculo de sangre. Para
que ese vínculo de sangre pudiera llegar a tener lugar, tuvo que haber
previamente un vínculo que Jesús estima como mucho más importante.
Pero
todo esto Marco no lo explicita. Ni el Señor lo explicitó sin duda en aquella
ocasión. Es por otros caminos por donde hemos llegado a comprender lo que hay
implícito en el velado testimonio de Jesús que Marcos nos relata. Que María
creyó en Jesús antes
de que Jesús fuera Jesús. Y que solo porque el verbo encontró en ella esa fe
pudo encarnarse.
Es
así como el silencio mariano de Marcos da paso a la elocuencia mariana de Jesús
mismo. Una elocuencia que lleva la firma de la autenticidad en su mismo estilo
enigmático, velado, parabólico, el estilo de Jesús en todas sus polémicas.
Un lenguaje que es revelación para el creyente y ocultamiento para el incrédulo.
Y
quiero terminar –para confirmar lo dicho- iluminando este primer retrato de
María, según Marcos, con una luz que tomaré prestada del evangelio de Lucas,
pero en la casi absoluta certeza de que no se debe sólo a su pluma, sino a la
misma antiquísima tradición pre-evangelista en que se apoya Marcos. Me
complace considerarlo como un incidente ocurrido en la misma ocasión que Marcos
nos relata, cómo lo sugiere su engarce en un contexto similarísimo. En medio
de las acusaciones de que está endemoniado, y estando Jesús ocupado en
defenderse,
“Alzó
la voz una mujer del pueblo y dijo:
‘Dichoso
el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron’.
Pero él
dijo: ‘Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan’”.
(Lc 11, 27-28).
Creo que Lucas ha querido explicitar
directamente, al insertar este episodio en su evangelio, lo que no queda a su
gusto suficientemente explícito en el relato de Marcos: que las palabras de Jesús,
en respuesta a los que le anunciaban la presencia de los suyos, encerraban un
testimonio acerca de María.
Conclusión
La figura de María según Marcos es,
como nos lo puede mostrar su comparación con los pasajes paralelos de Mateo y
Lucas, la figura más primitiva que podemos rastrear a través de los escritos
del Nuevo Testamento. Es la imagen de la tradición pre-evangélica y se remonta
a Jesús mismo.
Es una figura a penas esbozada, pero
clara en sus rasgos esenciales. Rasgos que, como veremos, desarrollaran y
explicitarán los demás evangelistas, limitándose solo a mostrar lo que ya
estaba implícito en esta figura de María, madre ignorada de un Mesías
ignorado. Madre vituperada del que es vituperado. Pero, para Jesús, bien
aventurada por haber creído en él. Madre por la fe más que por su sangre.
Y ya desde el principio, y desde el
testimonio mismo de Jesús: Madre del Mesías, presentada en explícita relación,
de parentesco con los que creen en Jesús, como Madre de sus discípulos, que es
decir, de su Iglesia.
1.-
Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura
La
Constitución Dei Verbum del
concilio Vaticano II enseña que para interpretar adecuadamente la Sagrada
Escritura, es muy importante determinar el género literario. Por eso se ha de
tener muy en cuenta cuál es el género literario de los Evangelios. Y esto
conviene tenerlo en cuenta para evaluar la evidencia evangélica sobre María.
Dice la Dei Verbum:
"Habiendo
hablado Dios en la Sagrada Escritura por medio de hombres y a la manera humana,
para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que El quiso
comunicarnos, debe investigar con atención qué pretendieron expresar realmente
los hagiógrafos [= escritores inspirados por Dios] y plugo a Dios [= quiso
Dios] manifestar con las palabras de ellos."
[El Principio o
Ley del Texto]
"Para
descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas,
los géneros literarios.
I.
Pues la verdad se presenta y se
enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos
o poéticos, o en otros géneros literarios. El intérprete indagará lo que el
autor sagrado intenta decir y dice, según su tiempo y su cultura, por medio de
los géneros literarios propios de su época. Para comprender exactamente lo que
el autor quiere afirmar en sus escritos, hay que tener muy en cuenta los modos
de pensar, de expresarse, de narrar que se usaban en tiempo del escritor, y
también las expresiones que entonces se solían emplear más en la conversación
ordinaria".
[Principio o
Ley del Contexto]
"Y
como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla en el mismo Espíritu
con que se escribió, para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay
que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la
Sagrada Escritura teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la
analogía de la fe. Es deber de los exegetas trabajar según estas reglas para
entender y exponer totalmente el sentido de la Sagrada Escritura, para que, con
un estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia. Porque todo lo que se
refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura está sometido en última
instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de conservar
y de interpretar la palabra de Dios" (Vat.II: Constitución Dei Verbum
[=DV], Nº 12).
2.-
¿A qué género literario pertenece el Evangelio de Marcos?
De estos principios de interpretación de la
Escritura, se sigue la importancia de interpretar el evangelio según San
Marcos, tratando de ubicar su género literario. Advirtiendo de antemano que lo
que decimos de este evangelio, vale, mutatis mutandis, para los demás.
Podemos comenzar diciendo que
el Evangelio según san Marcos es: "una presentación creyente de la vida
de Jesús, interpretada en confrontación con las Sagradas. Escrituras, de
manera que la vida de Jesús las ilumina y es iluminada a su vez por ellas,
mostrando sus correspondencias".
El evangelio según san Marcos tiene pues valor histórico,
porque reporta hechos. Tiene valor biográfico
porque relata dichos y hechos de Jesús. Pero es más que una crónica histórica
y más que una mera biografía. Porque además del relato de hechos, como pueden
hacerlo las crónicas, y de la narración de la vida de una persona, como lo
hacen las biografías, el evangelio según san Marcos viene de la fe y apunta a
despertar la fe.
Por eso el Evangelio según san Marcos
incluye un alegato acerca de la identidad de Jesús, de quién es Jesús. Ese
alegato argumenta desde las Sagradas Escrituras, alegando que en Jesús se
cumplen las Promesas del Antiguo Testamento.
3.-
Historia interpretada
Prosiguiendo en el intento de comprender el
género literario al que pertenece el evangelio según san Marcos, podríamos
decir que es:
narración
de hechos
e interpretación
de los mismos
a
la luz de las Sagradas Escrituras
desde
la fe
para
suscitar la fe.
Podríamos llamarle por lo tanto historia
teológica, o historia creyente, o historia predicada, o historia kerygmática,
o quizás, lo más ajustado sea definirlo como historia profética, puesto que los profetas comunican una
interpretación religiosa de los acontecimientos: el sentido que tienen según
Dios.
El género literario del evangelio según
san Marcos tiene pues dos aspectos que lo caracterizan: a) historia, y b)
interpretación de fe
Ambos aspectos están enlazados de tal
manera que se sirven el uno al otro sin traicionarse ni anularse: la
interpretación no falsea la verdad histórica, y la historia corrobora la
interpretación. Los hechos narrados iluminan la Escritura y la Escritura
ilumina los hechos.
Veamos algo acerca de cada uno de esos dos
aspectos:
3.1.-
El valor histórico del Evangelio
En la Constitución Dei Verbum, la Iglesia
afirma, una vez más, el carácter histórico de los Evangelios:
I.
"La santa Madre Iglesia firme
y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya
historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de
Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para salvación de
ellos, hasta el día en que fue levantado al cielo
(Cfr. Hech. 1,1-2). Los Apóstoles ciertamente después de la ascensión
del Señor predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella
crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos
gloriosos de Cristo, y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados
escribieron los cuatro Evangelios, escogiendo
algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando
otras, o explicándolas atendiendo a
la condición de las Iglesias, usando por fin la forma de la predicación, de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús.
Escribieron pues, sacándolo ya de su propia memoria o recuerdos, ya del
testimonio de quienes 'desde el principio fueron testigos oculares y ministros
de la palabra' para que conozcamos 'la verdad' [asfaleia=certeza] de las
palabras que nos enseñan (Cfr. Lc 1,2-4)" (DV Nº 19).
Los Evangelios tienen, pues, valor histórico
en lo que narran acerca de la historia de Jesús, aunque no por eso pertenezcan
al género literario histórico.
El Papa Juan Pablo II, volvió a
recordarnos, su valor histórico: "aún siendo documentos de fe, no son
menos atendibles, en el conjunto de sus relatos, como testimonios históricos"
que las fuentes históricas profanas (Tertio
Milennio Adveniente, N 5).
La Constitución. Dei
Verbum llama "historicidad" de los evangelios a su contenido de
verdad histórica, a la verdad del relato de hechos y dichos de Jesús.
Los evangelios mismos dan por supuesta esa
verdad histórica y no tratan de convencernos de la verdad de los hechos que
narran, sino de otra cosa: de su sentido o significado divino, religioso, salvífico.
El que no les cree en lo primero ¡cómo podría creerles en lo segundo? Y si su
interpretación no reposara sobre hechos ¿qué fe podrían pedir para su
interpretación?
La narración evangélica está destinada a
suscitar, en los oyentes, la fe en Jesús; a convencerlos del sentido salvador
de la historia de Jesús que ellos proclaman. Veamos ahora cómo es la mirada de
fe que los evangelistas echan sobre esa historia.
3.2.-
Interpretación profética de los hechos
La interpretación evangélica, refleja una convicción de fe acerca de
las Promesas de Dios en la Antigua Alianza y de su cumplimiento en Cristo. Y
dicha interpretación se basa en esa convicción.
Esto pertenece a la esencia del género
literario evangelio. Y por eso los
evangelios son un género particular de historia, diverso de los géneros históricos
profanos o seculares. Por algo son, para los creyentes, Sagrada Escritura.
En cuanto argumentan la realización de las
Promesas hechas por Dios en el Antiguo Testamento, los Evangelios tienen su raíz
en dicho Antiguo Testamento. No se entenderían sin él. Enraizados en las
antiguas profecías, proclaman, proféticamente, que ha llegado su cumplimiento.
Los evangelios son, como vemos:
proclamación
de
una interpretación
profética
de
la historia
¿Qué clase de relación ven los Evangelios
entre el Antiguo Testamento, sus promesas y profecías por un lado y la Historia
Evangélica o Nuevo Testamento por el otro?
Esa relación, el Concilio Vaticano II, la
explica en estos términos:
"La
economía del Antiguo Testamento estaba ordenada sobre todo, a preparar,
anunciar proféticamente (cfr. Lc. 24,44; Jn. 5,39; 1 Pe 1,10), y significar con
diversas figuras (Cfr. 1 Cor 10,11), la venida de Cristo redentor universal y la
del Reino Mesiánico" (DV Nº 15).
"Dios, inspirador y
autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo
Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el Nuevo,
porque aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre (Cfr. Lc. 22,30; 1
Cor 11,25) no obstante los libros del Antiguo Testamento, recibidos íntegramente
en la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena singificación
en el Nuevo Testamento (Cfr. Mt 5,17; Lc. 24,27; Rm 16,25-24; 2 Cor 3,14-16),
ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo". (DV Nº 16).
Aplicando lo que venimos diciendo al
evangelio según san Marcos, podemos concluir que: es por un lado un libro que
pertenece al género histórico, porque narra fielmente hechos sucedidos. Pero
por otro lado es la narración de un creyente que ve e interpreta los hechos a
la luz de la Sagrada Escritura y que interpreta la Sagrada Escritura a la luz de
los Hechos. Es por un lado historia profética, y por otro lado interpretación
profética de la historia.
4.-
El género literario llamado Pésher
El procedimiento de interpretar
hechos a partir de la Escritura y de interpretar la Escritura a partir de
hechos, o aplicándola a hechos, es un procedimiento bíblico anterior a los
evangelios. Y no sólo se encuentran ejemplos de él en los libros proféticos,
como Isaías o Daniel, sino que también es común en la literatura judía
extrabíblica, particularmente en la de Qunram.
Los comentarios qunrámicos de los libros
proféticos se llaman "pesharim" (plural de pesher) lo mismo que las
interpretaciones de sueños que hace el profeta Daniel. Así como Daniel revela
el sentido profundo de los símbolos vistos en sueños, el autor del pésher
trata de revelar el sentido oculto y misterioso de los textos proféticos,
atribuyéndoles un valor simbólico o alegórico que se esfuerza en develar,
interpretándolos como alusiones proféticas a hechos del momento o que se
espera que ocurran.
El género literario evangélico puede
entenderse como un tipo de pésher o interpretación, consistente en mostrar las
correspodencias entre la Vida de Jesús y las SS.Escrituras. (Por Pésher
ver Gn 40,8.12.18; Dn 2,4.5.6.9)