EL PODER DEL SANTO ROSARIO
HIROSHIMA: 6 DE AGOSTO DE 1945
El Japón, cuenta con 130 millones de habitantes, de los que tan sólo 450.000 son católicos, es decir, uno por cada 300. En lo que se refiere a la Fe, la historia de los cristianos japoneses es dolorosa. Hubo una persecución provocada por los príncipes paganos, que duró tres siglos. El cristianismo fue casi aniquilado. Los historiadores dicen que “en cada ciudad japonesa corrió sangre de mártires.” Durante la segunda guerra mundial, dos terribles bombas atómicas fueron lanzadas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. En 1945 el 70% de los católicos vivían en Nagasaki. Era “la ciudad católica del Japón”. Es muy significativo que una de las ciudades arrasadas por la bomba atómica haya sido precisamente esa. Cuanto más se comprende el sentido del valor corredentor del sufrimiento de los inocentes, más se comprende cómo Dios lo ha permitido en la historia del Japón. A las 2:45 , un bombardero B-29 despegó de la isla de Tinian para lanzar la bomba atómica en Japón. En medio de la noche, a las 2.45 del 6 de agosto de 1945, un bombardero B-29 despegó de la isla de Tinian llevando la bomba atómica que debía lanzar sobre Japón. La bomba estalló a las 8:15 en la ciudad de Hiroshima, que fue la primera urbe del mundo diezmada por uno de esos terribles artefactos. Quedó arrasada en casi toda su extensión. Unos 12 kilómetros a la redonda de la ciudad fueron destruidos y se contabilizaron 130 mil víctimas, entre las cuales murieron 80 mil. La Santísima. Virgen, Reina del Rosario, protegió milagrosamente a la pequeña comunidad de ocho padres jesuitas, que vivían en la casa parroquial, distante solamente ocho cuadras o manzanas del centro de la explosión. Sólo se conservan cuatro nombres de los mismos: Padres Hugo Lassalle, Wilhelm Kleinsorge[1], Cieslik y Hubert Schiffer, que en ese momento tenía 30 años y trabajaba allí, en la parroquia de la Asunción de María. La que sigue es la historia del Padre Hubert Schiffer tal como figura en el relato del Padre Paul Ruge: "Me encontré con el Padre Schiffer al final de la década del 70 en el aeropuerto Tri-City de Saginaw (Michigan), cuando él se dirigía al Triduo/Novena del Ejército Azul para dar una charla. En aquella ocasión me tocó hacer de chofer del Padre y fue entonces que me contó su vida, especialmente lo de la explosión atómica en Hiroshima. En la mañana del 6 de agosto de 1945 él acababa de terminar la Misa cuando entró en la rectoría y se sentó a la mesa para desayunar. Apenas había cortado el pomelo y hundido la cuchara en él, cuando se vio inmerso en un brillante resplandor de luz. Lo primero que pensó, fue que se trataba de una explosión en el puerto (era un puerto importante donde los submarinos japoneses se reabastecían de combustible). Entonces, en las propias palabras del Padre Schiffer: "de inmediato una terrorífica explosión llenó el aire con la fuerza devastadora de un trueno. Una fuerza invisible me levantó de la silla, me lanzó por el aire, me sacudió, me golpeó, me arremolinó haciéndome dar vueltas y vueltas como si fuese una hoja en una ráfaga de otoño. A mi alrededor había solamente una luz cegadora. Después vino una gran oscuridad, silencio, nada. Me encontré boca abajo, sobre una viga de madera hecha pedazos. La sangre me corría por la cara. No vi ni oí nada. Creí que estaba muerto. Luego oí mi propia voz. Eso fue impresionante, ¡me hizo comprender que aún estaba vivo y empecé a darme cuenta de que había ocurrido una terrible catástrofe! Durante todo un día, mis compañeros y yo estuvimos metidos en aquel infierno de fuego, de humo y de radiaciones, hasta que nos encontraron y nos socorrieron. Todos estábamos heridos, pero por gracia de Dios hemos sobrevivido.” Nadie ha podido explicar con lógica humana, por qué estos padres jesuitas fueron los únicos que sobrevivieron en un radio de 1.500 metros. Para todos los expertos sigue siendo un misterio, el que ninguno de ellos haya quedado contaminado por la radiación atómica, y cómo fue que su casa, la casa parroquial, haya seguido en pie, mientras todas las demás casas circundantes fueron barridas y quemadas. Del mismo modo, ninguno de los 200 médicos norteamericanos y japoneses que, según lo que ellos mismos han declarado, examinaron al Padre Schiffer, hallaron explicación de por qué, a 33 años de la explosión, el Padre no sufría ninguna consecuencia de la misma y seguía viviendo con buena salud. Perplejos, han obtenido siempre la misma respuesta a sus muchas preguntas: “Como misioneros vivimos en el Japón el mensaje de Nuestra Señora de Fátima, por lo que todos los días rezábamos el Rosario.”
Este es el mensaje lleno de esperanza, de Hiroshima: ¡la
oración del Rosario
es más fuerte que la bomba atómica! Actualmente, en el centro de
la ciudad
reconstruida de Hiroshima, se halla una iglesia dedicada a la
Santísima Virgen.
Los 15 vitrales muestran los 15 misterios del Rosario, que en esta
iglesia se reza día y noche. (Todo esto coincide
con lo ocurrido tras el bombardeo de Nagasaki, donde Maximiliano Kolbe había
establecido un convento franciscano el cual tampoco sufrió daño alguno por estar
protegido especialmente por la Madre de Dios. Allí también los frailes rezaban
diariamente el Rosario y tampoco sufrieron los efectos de la bomba.)
El poder del
Rosario es inmenso: ¡No dejemos de rezarlo todos los días!
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