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MEDITACIONES
SOBRE LOS DOS
ÚLTIMOS MISTERIOS
GLORIOSOS DEL ROSARIO Y EN ELLOS
SOBRE EL ROSARIO EN
CUANTO TAL
EXTRAÍDAS
DE
ARCO
IRIS DE PAZ
Por el M. R. P. Presentado, y Siervo de Dios,
FRAY PEDRO DE SANTA MARÍA Y ULLOA,
Varón
Apostólico, del Orden de Predicadores, Hijo ordinario
del Religiosísimo Convento de San Esteban de Salamanca, y
prohijado en el Real Convento de San Pablo de Sevilla.*
CON LICENCIA.
A |
17. Considera cómo, prosiguiendo nuestra Soberana Emperatriz con sus misericordias en los quince Reinos de su Dominio, dice: «Por cuanto es justo que todos los que me sirven en los quince Reinos de la Misericordia la consigan; y porque en las dos palabras que se siguen en mi Salutación, Dominus tecum, publican a voces que el Señor está conmigo, engrandeciendo mi alma y llenándola de gracia y gloria; a estas dos palabras vinculo dos grandes misericordias: la libertad de hijos de Dios, y juntamente les prometo que estarán conmigo en la Gloria, según aquella petición de mi Hijo: “Quiero, Padre, que en donde Yo estoy, allí esté el que me sirve”22.» Y, diciendo esto, usando del poder y de la sabiduría, desterró de sus quince Reinos la miserable esclavitud de Satanás que reinaba en los pecadores; y en su lugar hizo que reinase la santa libertad que gozan los hijos de Dios. Levantó asimismo el destierro con que la divina Justicia castigaba a los miserables desterrados hijos de Eva y los traía peregrinos por ese mundo, y en lugar suyo hizo que en sus quince Reinos se abriesen las puertas de la Patria celestial, para que no olviden a ella todos los que por ellos buscan la misericordia. ¿Ves, Cristiano, cómo de los quince Misterios del Santísimo Rosario está desterrada la miserable esclavitud del demonio, a quien se sujeta el pecador? Mira: si quieres ser libre y dejar esta esclavitud, pásate a estos quince Misterios, que son quince Reinos libres y exentos de ese maldito Tirano, por cuanto la que es Reina de las misericordias lo destierra de sus dominios, como tan poderosa. Atiende a lo que dice la Divina Majestad por Isaías23, hablando de María Sacratísima y de los Reinos de su Dominio, como dice San Alberto Magno24: «Los trabajadores de Egipto, los negociantes de Etiopía y los de Sabá, Varones sublimes, se pasarán a tu Dominio y serán tus Vasallos, caminarán en pos de ti y pasando de virtud en virtud no pararán hasta que vean al Dios de los Dioses en el Monte Sión25. Por los que trabajan en Egipto, has de entender los esclavos del mundo que —como dijo Jeremías26— trabajan por la vanidad y se fatigan; por la maldad trabajan y sudan en Egipto, que quiere decir tinieblas y tristezas; porque el mundo al que sirven y las cosas mundanas por las que sudan los ciegan para que no vean la miserable esclavitud en que viven. ¿Quién piensas que cegó a Tobías? El estiércol de las Golondrinas27. Y qué piensas que es ese estiércol —dice San Pablo28—, sino los bienes temporales y las vanidades del mundo? Éstas ciegan a los que las aman y, ciegos, los sujeta el demonio, como les sucedió a los Galaaditas29, a quienes, ofreciéndose por siervos y tributarios de Naás, Rey de los Amonitas, él les respondió que sí; pero que entendiesen que les había de arrancar los ojos derechos y dejarlos hechos el oprobio de Israel. Esto mismo hace el demonio a los que se le rinden y sujetan. Los Negociantes de Etiopía son los avarientos y lascivos, denegridos con el calor de la concupiscencia y con el fuego de la lascivia. Más blancos que la nieve, más lustrosos que la leche, más rubicundos que el marfil antiguo y más bellos que el zafiro eran los Nazareos hijos de Sión30: diéronse a los deleites, abrazáronse con el estiércol, y quedaron más negros que los carbones, y tan desfigurados, que eran desconocidos en las calles de Jerusalén31. Sujetándose a los dos Tiranos Asmodeo32 y Mamón33, y sirviéndolos, perdieron toda su hermosura y se volvieron negros como esclavos. Los de Sabá son los soberbios e iracundos, sobre quienes reina Lucifer. De todas estas esclavitudes y miserias se libran los que se pasan al Reino y Dominio de nuestra Emperatriz Soberana y, recibidos en sus quince Reinos, le pagan el tributo de los quince Misterios del Santísimo Rosario; se hacen blancos y sublimes, cobran la antigua libertad y hermosura, siguen sus pisadas y las de su Santísimo Hijo, piensan en sus caminos y, caminando de virtud en virtud, por último llegan a ver al Dios de Israel en el Monte Sión, que es la Bienaventuranza y la última de nuestras felicidades. Mira, pues, pecador: si quieres gozar de esta libertad, si quieres avecindarte en aquella soberana Ciudad, y si te parece bien, deja estos Tiranos y ponte a servir a esta Reina Madre: deja ese destierro y acógete al Reino de las misericordias; procura ser fiel vasallo, sirve a su Reina, y las conseguirás por junto.»
18. Considera cómo prosigue nuestra Soberana Emperatriz con la misericordia en sus quince Reinos, y dice: «Quince amplísimos Reinos de mi misericordia son los quince Misterios de mi Salterio y Rosario; y así es fuerza que consigan grandes y amplísimas misericordias los que con ellos me sirven y repetidas veces me alaban con aquellas palabras Benedicta tu in mulieribus, aclamándome singularmente Bendita entre todas las mujeres, Bendita en mis pensamientos, Bendita en mis palabras, y Bendita en mis obras: ellos serán libres del mal pensar, del mal decir y del mal obrar, y serán llenos de buenos pensamientos y deseos, de bendiciones y buenas obras.» Y diciendo esto, usando del dominio de Reina y Madre de Misericordia, desterró de sus quince Reinos la pereza, la ociosidad y acidia con sus plagas de imaginaciones, palabras y obras malas, las cuales reinaban en el mundo, y con ellas castigaba la Divina Justicia a los pecadores; y en lugar suyo hizo que reinasen el fervor, la diligencia y devoción, acompañadas de buenos pensamientos, buenas palabras y buenas obras. ¿Qué más quieres, ni qué más puedes desear en esta vida, Cristiano? “Escogido he el camino de la verdad; tengo siempre presentes vuestros juicios34, Señor —decía el Santo Rey David— corrí gozoso por el camino de vuestros Mandamientos, cuando Vos ensanchasteis mi corazón”35.¿Y cuál es el camino de la verdad, sino el que anduvo Cristo nuestro Salvador, Eterna Verdad, que procedido del Padre, vino al mundo por la admirable Encarnación, dejó el mundo por la dolorosa Pasión, y volvió al Padre por la gloriosa Resurrección y Ascensión? Ves ahí el camino de la verdad, los Misterios del Santísimo Rosario. A ese camino se acogió David con la oración y consideración, y en él se ensanchaba el corazón por el amor y devoción y, lleno de fervor, corría a la observancia de los Mandamientos de Dios. *Ea, Cristiano, sacude de ti el ocio y descanso pernicioso de la pereza, y éntrate por ese camino que anduvo tu Salvador para darte ejemplo y animarte a que sigas sus pisadas. Piensa y considera sus pasos; contempla y medita sus obras, que así te llenarás de santos deseos y buenos pensamientos; y, como al Santo Rey David se le inflamaba el corazón meditando, esto mismo te sucederá a ti, que, inflamado en amor, te ejercitarás en las virtudes, como él mismo, que ponía por delante la eternidad de gloria y la eternidad de penas. Pasaba las noches meditando, ejercitábase en las virtudes, procuraba la pureza barriendo los rincones del corazón, y luego quedaba tan lleno de confianza, que ni temía tribulaciones, trabajos, ni enemigos; porque la misericordia los alejaba y apartaba de él. Ves al el Reino de las misericordias de María Sacratísima. Ves ahí cómo el alma vive en él, se llena de buenas obras, palabras y pensamientos, y cómo por la misericordia se ve libre del demonio, de sus tentaciones y lazos.
19. Considera, pues dice más nuestra Reina: Que porque saludándola, la tratan con aquella palabra Benedicta tu in mulieribus, que es lo mismo que decirle que sola nuestra Reina de todas las mujeres es la única por antonomasia, la favorecida de Dios, la benigna y amable, por eso ella desterrará de los confines de sus Reinos el rigor y la severidad de la Divina Justicia, y con su piedad y benignidad se pondrá de por medio, y no permitirá que llegue a sus devotos. Ya parece que estaba cansado de herir y maltratar a los pecadores el Señor, y se quejaba diciendo: «No hay quien se levante en la tierra y detenga el brazo de mi Justicia; todos están postrados y caídos: anduve buscando entre ellos, si hallaba uno que se pusiese como muro fuerte entre mi Justicia y los pecadores, para que no acabase de destruirlos; y no lo hallé»36. Mas, ¿qué habíais de hallar, Soberana Majestad, en mundo de tantas miserias, que todo estaba hecho un Hospital de enfermos, llagados desde la cabeza hasta los pies? Enfermó la cabeza, y corrió por el cuerpo a los miembros la enfermedad, y los postró de calidad que no hay alguno que se pueda tener en pie. ¿Pues quién se ha de poner como muro fuerte entre vuestra Justicia y flaco pecador? ¿Quien ha de tener tanto valor y fuerzas que pueda detener el golpe de vuestro brazo, cuando ninguno se puede tener en pie? Nadie entre todas las puras criaturas sino aquella que nunca cayó, ni enfermó, ni a ella llegó el contagio ni la dolencia común del Linaje Humano: María Soberana, preservada con vuestra Omnipotencia. Esta Gran Señora aun no había venido al mundo, y por eso padecían sin remedio los miserables pecadores. Vino al mundo, y para que con su venida respirasen los hombres, dice: «Yo soy aquel Muro37 que deseaba la Divina Misericordia.» Muro es nuestra Reina, que defiende y ampara a sus devotos; y Muro tan fuerte, que ni puede ser minado ni contrastado ni asaltado, por más que hagan los enemigos. No puede ser trasminado, porque no está fundado ni sobre arena ni sobre tierra; que nunca hizo asiento su amor en cosas vanas, mudables ni terrenas, sino sobre justicia y santidad, sobre altos montes de la eternidad, que son los Serafines y Querubines. No puede ser combatido ni contrastado, porque el Altísimo con su poder la fundó y fortaleció; y así en el mayor combate y conflicto que jamás se vio en el mundo estaba firme y constante junto a la Cruz. No puede ser asaltado ni escalado, porque su grandeza y altura es tan eminente, que llega al mismo Trono de Dios, y así viene a ser de todas maneras inexpugnable. Dile, pues, con la Iglesia nuestra Madre al Señor: «¡Cercadnos, Señor, con vuestro inexpugnable Muro38; que ahí estaremos seguros de nuestros enemigos!» Como un alto Muro se puso el mar, cogiendo por un lado y otro al Pueblo de Dios, que en medio de sus olas caminaba en seco por el profundo; y ese mismo mar que para ellos fue muro de defensa, fue para los Egipcios total ruina: guardó al Pueblo de Dios, y sepultó en los abismos a Faraón. Mar es María Sacratísima, y Mar inmenso de gracias para sus devotos, Mar de vida, dulzura y misericordias; y para los enemigos que los persiguen, Mar de penas y amarguras. Para sus devotos es Mar y Muro, Mar de gracias y Muro de defensas; y para quienes los persiguen, es Mar de amarguras y confusiones que, cayendo sobre ellos, los precipita en los abismos. Ves aquí, devoto Cristiano, el Muro que deseaba la Divina Misericordia para con él resistir a los rigores de la Justicia. ¡Oh bienaventurados aquellos que viven dentro de ese Muro; y miserables aquellos que viven fuera de él! |
* Barcelona. Por Tomás Piferrer, Impresor del Rey nuestro Señor, Plaza del Ángel, Año 1775.
22 Jn. 17, 24.
23 Is. 45, 14.
24 De Laudibus Virginis Mariæ, lib. 2. cap. 1.
25 Is. 45, 14.
26 Jer. 2, 5.
27 Tob. 2, 11.
28 Filip. 3, 8.
29 1 Sam. 11, 1.
30 Lam. 4, 7.
31 Lam. 4, 8.
32 Tob. 3, 8.
33 Mt. 6, 24.
34 Salmo 118, 30.
35 Salmo 118, 32.
36 Ez. 22, 30.
37 Cant. 8, 10.
38 «Muro tuo inexpugnabili circumcinge nos, Domine, et armis tuæ potentiæ protege nos semper.» Antífona de vísperas del sábado anterior al tercer domingo de noviembre.