Eres
la más hermosa de todas las mujeres;
pura,
santa, divina, toda llena de rosas.
Perfumas
días, tardes, noches y amaneceres
y
en paz guardas mi vida sobre todas las cosas.
Madre
que en los eriales haces brotar las flores
por
tu querer sublime y el poder celestial,
¡no
dejes que Dios vea los pálidos colores
que
delatan mi alma cuando me roza el mal! Te
venero. Dichosas las fúlgidas estrellas
que
iluminan el cielo de tu sencillo manto.
¡Si
yo pudiera un día brillar como una de ellas
para
alumbrar tu imagen con celo santo!
Bendito
sea el ángel que sostiene la luna
sobre
la que reposan tus delicados pies.
Un
rayo de tu cuerpo debió alumbrar mi cuna
porque
te siento madre dondequiera que estés. Virgen
de Guadalupe, a tus plantas me postro
humilde,
suplicando tu santa intercesión.
¡Cuánto
me gustaría ver grabado mi rostro
sobre
la blanca tilma de tu gran corazón!
Jorge Antonio Doré* |