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VIERNES DESPUÉS DEL DOMINGO DE PASIÓN
FUENTE DE AMOR Y MAR DE DOLOR
Padre W. Grossouw
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El Cardenal Newman escribe a propósito de la decimotercera estación, cuando el cadáver de Jesús es bajado de la cruz y colocado en los brazos de su Madre: "He aquí de nuevo tu santuario, oh Madre virginal: porque ya no tiene el mundo que ver nada con Él. Se va de ti, para realizar la obra de su Padre. Lo ha hecho ya y ha sufrido. Satán y los hombres perversos no poseen ya ningún derecho sobre Él. Demasiado tiempo ha estado en sus manos, Satanás le llevó consigo a un alto monte, los hombres le llevaron a la cruz. Desde su temprana juventud no había descansado en tus brazos, oh Madre de Dios; mas ahora tienes derecho sobre Él, ahora que el mundo ha ejecutado sus perversos designios. Tú eres la privilegiada, la bendita entre todos, la Madre predilecta del Altísimo. Nos alegramos de tan grandioso misterio. Jesús estuvo oculto en tu seno, mecido en tu regazo, alimentado a tus pechos, descansando en tus brazos. Y ahora que está muerto, es colocado en tu regazo. Madre virginal de Dios, ruega por nosotros." Esto fue el coronamiento de sus dolores. Ésta fue la espada que atravesó su Corazón. Tenemos una Madre que sabe bien lo que es padecer. No lo olvidemos jamás. Y jamás, en el aturdimiento que produce un dolor vehemente, hemos de pensar que nuestra cruz sea más pesada de lo que fue la suya. "No tenemos un Pontífice incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino bien probado en todo a semejanza nuestra, excluido el pecado" (Hebr. 4, 15). María, mucho más íntimamente unida que nosotros con Jesús en la obra de la redención, siguió también en esto a Él. La alegría de su maternidad divina la hubo de comprar a precio carísimo de sufrimientos inefables. Nadie como ella penetró en el misterio de la cruz, tan profundamente. Durante el ministerio público de Jesús permaneció entre bastidores. Pero ahora que El padece y muere, ahí está de pie junto a la cruz, con toda la firmeza y fidelidad de que sólo una madre es capaz. No le abandona ni le deja solo en el momento de la ignominia. Como su amor a Jesús era el mayor que cabe en un ser humano, también su dolor por Él y su martirio por nuestros pecados fueron los más violentos, únicamente superados por los que sufrió el Corazón divino. ĄMadre de los dolores y auxilio indefectible de los cristianos!, alcánzanos por tu amorosa intercesión y por los méritos de tus dolores la luz que precisa nuestro espíritu para penetrar el misterio de la cruz. Acrecienta nuestra fe, a fin de que podamos ver el sufrimiento con los ojos de Jesús. No permitas que vacile nuestra confianza, cuando las tinieblas y la desesperación amenacen adueńarse de nosotros. Danos firmeza, cuando la desesperanza pugne por penetrar en nuestra alma. Alcánzanos generosidad y perseverancia en el amor, para que resignados y aun gozosos suframos por Él y por la gloria del Padre y la salvación de las almas. ĄQue tu pensamiento, Madre celestial, nos conforte y preserve nuestro corazón de la desazón interior y el desaliento!
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