

Nueva seccion de FLOGS
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HOMENAJE
La idea de esta seccion es hacer un pequeño homenaje a los chicos que hoy no estan mas con nosotros, colocando el nombre de cada uno, una foto y un resumen de su vida, sus pasiones, sus disgustos, etc...los que tengan historias que contar, cartas, fotos, etc, por favor enviar todo al mail de la pagina y lo subimos lo mas rapido posible...Muchas Gracias.
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 Mujer de Hugo y Ariel su hijo
HUGO ZAMUDIO, 26 años.
Pan y rock and roll. "Si crece La Trifulca crece toda la familia Zamudio", decía siempre Hugo, "Choi" para los amigos, el mayor de seis hermanos. En La Trifulca tocaba el bajo y desde que habían grabado el demo "Salir de gira" sentía que su deseo estaba más cerca. La plata para vivir venía de otro lado. Era facturero en la panadería "La reina de las flores", de Lomas del Mirador, un oficio que "el viejo" les enseñó a todos. De ahí sacaba 600 pesos por mes y 250 iban derecho a pagar la cuota de la casa de González Catán: dos cuartos, una cocina y un patiecito que compartía con Myriam y el hijo de ambos, Arielito, de 4. Era fanático de Los Redondos pero aquel 30 le regalaron una entrada para Callejeros y no era cuestión de ser sectarios.

LAUTARO BLANCO, 13 años.
Exigente, adorable. Siempre tenía la última palabra: si lo dejaban hablar convencía a cualquiera. Dudaba poco, quizá muy poco. Así, con esa determinación, decidió que quería ser arquero. Jugó para la Asociación Atlética Primera Junta, Sportivo Barracas y el club Los Pibes, y lo seleccionaron para jugar en Boca. Pero no se bancó el trato frío y riguroso que le daban. Porque, para exigente, nadie como él: pocas cosas lo lastimaban más que perder, a cualquier cosa, ante cualquiera. Una vez cambió la camiseta de Boca por la de Vélez, encandilado por la campaña de Carlos Bianchi. "Pero después me pidió permiso para volver a ser de Boca, que había empezado a ganar todo", recuerda Carlos, su papá. Lauti acababa de terminar el primer año de la secundaria, y como desde chiquito le gustaba el rock —su máximo ídolo era León Gieco— había logrado que sus viejos lo acompañaran a muchos recitales, junto a sus hermanos Mailín, Martín y Malena, y a sus primos. "Comprobamos que en los shows hay una onda de mucha hermandad", advierte mamá Mercedes. Con Andrés, Droopy y Guido hicieron una gran bandera para llevar a Cromañón. También trabajó Mailín, que con 16 años hoy pelea por su vida en el Hospital Italiano.

JUAN PABLO ALEGRE, 20 años.
Ella igual lo espera. Pelusa consiguió cobijo hace dos años, en los fondos de una panadería de Villa Diamante, en Remedios de Escalada. Movía la cola cuando se le acercaba la sombra finita de Juan Pablo, porque sabía que era hora de la caricia y la mamadera. El siempre le dedicaba un rato, aunque tuviera que armar todas las medialunas del día. En la panadería "Antonella" trabajaba toda la familia Alegre. Marcos al timón, Silvia como sostén y los cuatro hijos como auxilio. Juan Pablo acomodaba la masa de las facturas, las masas secas y las galletitas. "Che, Gorda, hacete unos mates", y ahí iba la mamá. "Papi, quedate durmiendo un rato más, yo te saco el pan", y el hombre aprovechaba. Juan Pablo se hacía tiempo para ensayar con el grupo Los Condenados. Era la voz. Con una guitarra estaba cuando le sacaron la foto que, tiempo después, guiaría su búsqueda por los hospitales. Sus cuatro amigos se salvaron. Lo vieron entrar a la nube negra del boliche para salvar gente. Pelusa, la perra, todavía lo espera. Olfatea su ropa, se acuesta en sus sábanas. Por momentos, para las orejas. Presiente que es la sombra finita. Pero la caricia no llega.

LEONARDO SCHPAK, 23 años.
Un oso bueno. No tenía tanto tiempo libre Leo. Es que estudiaba muchísimo, porque su sueño era recibirse lo antes posible de contador público. Así que, cuando no estaba en la facultad o preparando materias, trabajaba en la oficina familiar como uno de esos compañeros irreemplazables, fieles, siempre presentes. Bueno, buenazo. Y también desprolijo, gigante, como un oso, le decía su hermana: un oso hincha, jodón, con un corazón tan enorme como él. Leo necesitaba más tiempo para estar en todas partes. Y para dedicarse a dos de sus pasiones vitales: Racing y Callejeros. La primera, peligrosa a los ojos de su papá, que presumía intuitiva pero equivocadamente que era ahí donde podía esconderse la muerte. La segunda era la música Callejera, donde el tiempo se le terminó en una noche que prometía lo mejor: la música que le gustaba y hasta una compañera que iba a sumarle más emoción a la salida. Así que volvió apurado de la oficina, a cambiarse. Le dio un beso a su mamá, y también a su papá, que sólo volvió a verlo cuando lo mejor que tenía, ese corazón enorme, ya no latía.

FLORENCIA LAURA DIEZ, 18 años.
La actriz que reía. En el ensayo se tentaban. Drácula enfilaba hacia el cuello de Lucy, para convertirla en vampira. Pero el papel de Lucy le había tocado a Florencia, cuyo promedio era de una risa por minuto, una broma por suspiro, una palabrota por oración. Drácula, Mina y Lucy terminaban a las carcajadas. Así y todo, llegaron a punto al estreno que ofrecieron a los vecinos de Colegiales. Aplausos, orgullo de los padres y unos pesitos de recaudación para los scouts del grupo Conto Paen.
Florencia soñaba con ser actriz, maquillarse frente a espejos enormes, vestirse con brillos o harapos, ver su nombre en las candilejas, hacer reír, hacer llorar.
Completó la nocturna con más voluntad que promedio y en diciembre se recibió de perito mercantil, un renglón formal de un currículum que apuntaba para otro lado.
Trabajó en una multinacional de hamburguesas, pero no le gustaron las sonrisas artificiales. Se sintió desvalorizada. El 10 de noviembre murió su abuelo, de 86 años, y su ánimo trastabilló: "Me quiero ir con él", le dijo a Liliana, la mamá.
El jueves 30 fue al recital de Ojos Locos, la banda que tocó antes que Callejeros. Le encantó, pero se quedó un rato más.
PATRICIA GONZALEZ, 21 años.
Esa luchadora del alma. Le decían Pato o Patito y su nombre quedará para siempre en el comedor de la asamblea popular de San Telmo, donde ponía sus manos cada vez que podía, donde terminaron despidiendo a su cuerpo entero. Pato trabajaba en República Cromañón desde diciembre del 2003. Le pagaban 30 pesos por una noche de limpiar baños, levantar cajas de cerveza, barrer pisos después de la función o lo que hiciera falta. Se había criado en San Telmo, con su familia, hasta los ocho años y luego con sus vecinos Lidia y El Ruso, a los que adoraba como padres adoptivos. No pudo terminar el colegio y ya desde chica se las tuvo que rebuscar. Lo último fue un puesto en una feria de antigüedades, pero lo que conseguía un domingo se le acababa el lunes o el martes. Ahora vivía en un departamento de Almagro con Ana, su amiga del alma, inseparables. Juntas llevaban años buscando un crédito para poner una empresita de mensajería o un cibercafé. Era su sueño. Algo para tener un sueldito fijo, para no tener que meterse en la oscura Cromañón los fines de semana. A Patito no le gustaba su trabajo, pero lo hacía siempre con esa sonrisa, con la fe de los creyentes. Creía en Dios, Patito. Creía en la paz de un cielo protector.

Mariana LIZ De Olivera, 17 años.
Culta, responsable y solidaria. Dice Mariana, su mamá: "Era terriblemente alegre, solidaria, independiente." Alegre: "Una vez, a los siete años, se metió con las amigas en el taller de mi papá y jugaron a la comida con las herramientas. Terminaron comiendo soda cáustica… Era el payaso de todas las fiestas familiares". Solidaria: para ayudar a sus amigos más pobres vendía cosméticos, ropa y dulces; en encendidas cartas les aconsejaba valorar el sacrificio que sus padres hacen por ellos. Se había anotado para estudiar Relaciones Laborales, porque en La Matanza a los dos años obtenía un título intermedio que le permitía salir a trabajar: su papá está desempleado y a su mamá le acaban de curar un cáncer. Camila, su hermanita de ocho años, la seguía como a un profeta. Juntos vivían en un barrio muy humilde, con nombre de ofensa: Villa Escaso, en González Catán. "Ella quería irse a vivir sola, porque yo no pude sacarla de acá", se lamenta Mariana. Liz era fanática de Les Luthiers, y le gustaba mucho el buen cine: perdida por Chaplin, vio mil veces la copia de "Tiempos Modernos" que le habían regalado. Y claro, amaba el rock de La Renga y Callejeros. "Yo la admiraba mucho, y se lo decía. Pensaba: ¡adónde llegará a los 30 años!"
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