LSD.
Caminaba
plácido entre el miedo y la noche, intacto, profundo, frágil,
dispuesto a que la
muerte
me llevase consigo. El dolor de mis piernas había cesado. Mi
cabeza zambullida en millones de pensamientos locos, hacía que
mi corazón latiera con fuerza,
mis brazos temblaban, todo mi cuerpo temblaba, mi alma callada
no encontraba consuelo en este nuevo mundo.
Mientras
más pensaba, más rápido caminaba, y cuando algo me detenía
en el camino lograba sentir mi corazón gritando con desesperación,
y yo ahí parado.
Observe
los árboles, casi sin hojas por el otoño, el suelo mojado,
debido a la lluvia de la tarde, mi mirada perdida por no saber
como actuar, mis pasos calmos ya sin saber que la muerte acudiría
a mí.
Pantalón
marrón, camisa blanca chaleco negro, zapatos de gamuza azul y
gorro de pana. Mi vestimenta era ridícula al igual que mis
pensamientos. Seguí caminando, dejé de pensar.
Los
temblores de mi cuerpo eran cada vez mayores, sin prisa
caminaba, con lentitud respiraba. Un intenso dolor colmó mi
pecho. Cerré los ojos, vi como todo giraba, sentía que volaba,
quizás lo imaginaba.
Dolió,
si que dolió. Me retorcí, me puse en cuclillas dejando caer mi
gorro de pana sobre el suelo, presione mis manos contra el
pecho. Caí al
suelo, sentí mojarse mis detestables pantalones marrones, ahora
sucios y fríos. Recordé a mi madre y me dejé estar.
El
cielo caía sobre mí, ya no era azul, era gris, y giraba,
giraba, me sentí dentro de, y el dolor ya no estaba, mi mundo
no giraba, y desde ese territorio gris yo te gritaba.
NB
|