CAPÍTULO X

PRIMERO, LOS NEGOCIOS

Aquella noche de diciembre de 1946, esperaba con impaciencia la llegada de un correo especial de Bratislava porque habiendo empezado ya a coleccionar material contra Adolf Eichmann y su plana mayor ocurría que, en Bratislava, capital de Eslovaquia, Dieter Wisliceny, uno de los más allegados colaboradores de Eichmann y recien­temente sentenciado a la última pena, había redactado en la celda de muerte la lista de los miembros del departamento de Eichmann y referido varios detalles concernientes a su antiguo jefe. Wisliceny pretendía saber dónde Eichmann se ocultaba y era aquella lista la que el correo tenía que traerme. En cada una de las grandes ciudades de todos los países ocupados por Alemania, había sido destacada una alta jerarquía bajo el mando de Eichmann, entre los que se contaban Rolf y Hans Guenther en Praga; Dannecker en París; Alois Brunner en Atenas; Siedl y Burger en Theresienstadt; Hunsche en Budapest; Antón Brunner en Viena; Eric Rajakowitsch en La Haya; y Wisliceny en Bratislava.

Tracé unas líneas que unieran en un mapa de Europa las ciudades con los respectivos nombres y resultó un cuerpo de araña gigante del que Eichmann era la cabeza. La tela de araña había sido destruida pero muchos de los hombres que habían formado sus extremos, habían escapado y estaban aún en libertad.

El lugarteniente de Eichmann Rolf Guenther, había probablemente muerto; su hermano, Hans Guenther, había desaparecido; Siedl, Dan­necker y Anton Brunner no se contaban tampoco entre los vivos; Alois Brunner continuaba en Damasco, Burger estaba escondido en algún lugar de Alemania. Pero uno de los nombres de la lista, el del doctor Erich Rajakowitsch, no decía nada y no le presté atención. Había criminales de más importancia por atrapar. Sin embargo, el nombre de Rajakowitsch volvió a aparecer repetidamente en los docu­mentos que leí en los meses subsiguientes aunque su cometido exacto en la organización de Eichmann no quedaba claro, pues originariamente se trataba de un abogado de Viena, que representaba a acomodados clientes judíos que, con gran complaciencia suya, no volvieron. A eso se reducía mi información, pero luego averigüé que se había unido a la SS, pasando a las órdenes de Eichmann, prestado servicio en el Este, y desaparecido. Algunos decían que probablemente había muerto, pero otros afirmaban que Rajakowitsch era un tipo muy listo que probable­mente se escondería bajo nombre falso en un lugar seguro: un campo de internamiento aliado. Ciertas personas se apresuraban a decir qua nunca habían oído hablar de él y si yo hubiera tenido más experiencia en aquellos primeros tiempos, hubiera comprendido que todas aquellas personas sabían muy bien dónde Rajakowitsch vivía.

Pacientemente fui recogiendo más datos. Erich Rajakowitsch había nacido en 1905 en Trieste (que por entonces formaba parte de la monarquía de Habsburgo) y era hijo de un profesor de segunda ense­ñanza. A sus dieciocho años se fue a Graz, tierra abonada para tantos nazis, donde estudió leyes. En 1934 se casó con Anna María Rintelen, hija de Anton Rintelen, embajador austríaco en Roma bajo el régimen Dollfuss y uno de los más notorios nazis ilegales en Austria. Posterior­mente Rajakowitsch se trasladó a Viena, en busca de más verdes pastos, abrió su bufete y tras la invasión de Hitler se alistó en el Partido con el carnet número 6.330.373, no un número bajo exactamente, pero Herr Doktor Rajakowitsch ganó pronto en celo lo que le faltaba en priori­dad. Del fichero personal de Rajakowitsch es la entrada siguiente hecha en el año 1939:

«El candidato a la SS Rajakowitsch actúa como consejero legal de la Agencia Central de emigración judía en Viena, así como en Praga y en Berlín. En el desempeño de tales funciones cumple con todas las exigencias y realiza su trabajo con volun­tad, rapidez y eficacia. Durante una Einsatz (acción) de cuatro semanas en Polonia, demostró su poder de adaptación a toda clase de situaciones. Personalmente denota tener una clara concepción de la vida, su apariencia es enérgica y ha dado pruebas de irreprochable conducta nacionalsocialista. Su carácter le recomienda sin duda para la promoción de Führer de la SS.

(Firmado)             

Eichmann

SS-Hauptstuf».

La Agencia de emigración judía vienesa se convirtió, bajo Eichmann, en modelo de las mismas en toda Europa. Ubicada en el Palacio Rothschild, en la calle Prinz Eugen, Eichmann y Rajakowitsch se daban con frecuencia cita en las mismas habitaciones en que el do­mingo 13 de marzo de 1938, el barón Luis de Rothschild, jefe de la Casa Rothschild, había sido arrestado por seis hombres con casco de acero a quienes se les dijo que aguardasen a que el señor barón hubiera acabado su pausada comida y aguardaron porque el protocolo nazi no había previsto tal eventualidad. El barón fue llevado a una celda de la cárcel de Viena y luego internado en la casa de la Gestapo «Monopol». Los nazis pidieron por su rescate veinte millones de dólares, el más alto de la Historia. Recibieron menos.

En octubre de 1939 Rajakowitsch se presentó voluntario para la SS y fue enviado a Nisko, Polonia, donde, por iniciativa de Eichmann se instaló el primer campo de concentración. Reinhard Heydrich fue partidario del plan de concentrar a los judíos antes de enviarlos a cam­pos de exterminio. Según el sumario del proceso,

«A los judíos se les dijo que el Führer les había prometido nuevos hogares. No había casas en Nisko pero a los judíos se les permitió construir algunas. Corría la voz que los pozos de aquella zona estaban contaminados, pero si de verdad querían agua, ya se las arreglarían para tenerla. Aproximadamente a una cuarta parte de los judíos que llegaron con el primer transporte, se les ordenó que siguieran a pie hacia el Este. Los que intentaban volverse atrás, eran fusilados».

Hacia 1940 Rajakowitsch era ya una rueda de las grandes en la orga­nización de Eichmann, uno de los instigadores del llamado «Plan Madagascar», para la deportación de todos los judíos de Europa a la isla de Madagascar que los alemanes esperaban obtener de Francia mediante Tratado de paz con la derrotada Francia. El «Plan Madagascar contenía por primera vez la siniestra frase «solución final del problema judío».

Durante un tiempo Eichmann estuvo muy interesado en el proyecto y Rajakowitsch se convirtió oficialmente en el «especialista en Ma­dagascar» del Referat IV B 4. En cierta ocasión acompañó a Eich­mann en una visita al Instituto Tropical de Hamburgo donde estudiaron el clima y las condiciones de vida de la isla. El proyecto fue posterior­mente desechado, cuando resultó que no se iba a concluir ningún Tratado de paz con Francia.

En abril de 1941, el doctor Rajakowitsch fue nombrado Obersturmführer y enviado por Reinhard Heydrich a Holanda para esta­blecer otra Agencia de emigración judía, «que deberá ser el modelo para la solución del problema judío en todos los estados de Europa». La solución, según el sumario del fiscal, «no era más que una expolia­ción económica camuflada, de los judíos en Holanda. Se fundó un llamado Vermögensverwaltungsund Rentenanstalt (Administración de la Propiedad y Pensiones) y el Herr Doktor se convirtió en uno de sus directores. Después de la expulsión de todos los judíos de Holanda, Rajakowitsch se presentó voluntario para la Waffen de la SS en 1943, siguió un curso «para oficiales alemanes» en Bad Tolz, Baviera, y fue enviado al frente del Este.

Durante el proceso de Eichmann en Jerusalén, el nombre de Raja­kowitsch volvió a aparecer. Hablando de sus actividades en los Países Bajos, Eichmann dijo:

—Cuando hablé con Rajakowitsch en los Países Bajos en 1955 hace cinco años... me confirmó algunos detalles de la operación...

Así, que Rajakowitsch estaba vivo en 1955, y se hallaba, y quizá se hallara aún, en la Argentina donde había mantenido estrecha relación con Eichmann. A medida que el proceso iba avanzando, la participa­ción de Rajakowitsch en la organización de Eichmann fue aclarándose. Por los documentos sobre el exterminio de judíos en Holanda, era evidente que Rajakowitsch debía encabezar mi lista. El texto de la acusación contra Rajakowitsch que fue finalmente publicado en Viena en julio de 1964 explicaba el porqué:

«El 1 de octubre de 1941 había 140.000 judíos registrados en la Holanda ocupada, de los que posteriormente unos cientos se suicidaron, otros murieron en campos de concentración en Holanda y aproximadamente 110.000 fueron deportados a Polonia, después de julio de 1942, donde fueron asesinados. Con la liberación sólo 5.000 judíos regresaron a los Países Bajos. En 1941, el Standartenführer Dr. Wilhelm Harster fue nombrado Subkommissar del problema judío y su oficina en La Haya ordenó la deportación que empezó schlägastig (brus­camente) en julio de 1942. Entre la oficina del Referat IV B 4 de Berlín y su filial en La Haya se intercambiaron muchas visitas personales y Eichmann en persona iba a Holanda a discutir todas las cuestiones importantes. El 28 de agosto de 1941, Harster promulgó un decreto secreto por el que se creaba el «Sonder-Referat Juden» (SRJ) que significaba «Departamento Especial Judíos, cuyo objetivo era la «Solución final del problema judío».

»El doctor Rajakowitsch estaba al mando del SRJ.

«El doctor Rajakowitsch resulta cómplice de asesinato según los artículos 5, 15 y 136 del Código Criminal Austríaco y ha de imponérsele una pena de acuerdo con el artículo 136.»

Según el articulo 136, la pena es la de cadena perpetua.

El 1 de octubre de 1961, pocos meses después del proceso Eich­mann, me puse una vez más a trabajar en mi Centro de Documentación de Viena y mi primer caso iba a ser el del Dr. Erich Rajakowitsch. Presenté al ministerio público de Viena todos los hechos descubiertos durante el proceso Eichmann así como todos los documentos concer­nientes a las actividades de Erich en los Países Bajos. El ministerio público de Viena estudió el material y lo consideró lo suficientemente importante como para iniciar una encuesta preliminar, publicando una nueva orden de arresto contra el Dr. Erich Rajakowitsch, «paradero desconocido».

¿Dónde podría estar? Casi automáticamente pensé en Sudamérica: Eichmann había estado allí y otros seguían todavía allí pero cabía también la posibilidad de que hubiera pasado a España, Italia, Alema­nia o Austria.

Empecé la investigación haciendo cautelosas indagaciones entre los antiguos conocidos de Rajakowitsch dentro de su misma profesión: abogados, jueces, funcionarios del Palacio de Justicia. Al igual que otros destacados abogados vieneses, se había encargado de la adminis­tración de los bienes de antiguos clientes judíos que no habían regre­sado. Algunos abogados trataron de hallar los herederos de aquellos clientes y otros no. Al parecer, Rajakowitsch no había hecho ningún esfuerzo en tal sentido.

Durante el invierno de 1961, a medida que más información iba llegando a mi oficina, pude ir trazando la carrera de aquel formidable abogado que después de la capitulación había estado por breve tiempo en un campo de prisioneros de guerra americano del que luego escapó, pasando un tiempo escondido en Estiria en casa de su primera mujer (se había divorciado de ella en 1944) la que posteriormente casó con un antiguo Gauhauptmann de la NS[1]  de Estiria, el Profesor Arnim Dadieu (hoy tiene a su cargo el Instituto Alemán de Investigación Rocket en Stuttgart, el Forschunginstitut für Phisik der Strahlentriebe).

Los ingleses buscaron a Rajakowitsch pero no lo encontraron a pesar de que vivía en Graz, capital de Estiria o sea en el mismo corazón de la zona británica. En 1947 se trasladó a Trieste, su ciudad natal, invirtiendo grandes fondos en la firma Enneri & Co. («Importación, Exportación, Representaciones, Encargos»). Dirección cablegráfica: RAJARICO.

Los años 1951 y 1952, Rajakowitsch los pasó en Sudamérica, visitando varios países y con idea de instalarse allí; pero, sin embargo, regresó a Europa. Descubrí que en Austria había sido publicada una orden de arresto ya anteriormente, en 1952, por sus actividades de «arianización», pero no obstante, Rajakowitsch había estado varias veces en Austria en los años cincuenta, sin preocuparle un posible arresto y no le faltaba razón pues el caso fue sobreseído por un tribunal de Graz «por falta de pruebas». Así, que, legalmente, era hombre libre otra vez. El 22 de agosto de 1953 cambió el nombre de Rajakowitsch por el de Raja, fue ganando importancia en la dirección de la Enneri & Co. y trasladó la central de Trieste a Viale Bianca Maria 31, Milán, capital comercial y bancaria de Italia. Las oficinas de Trieste se con­virtieron en una sucursal de la firma. Raja tomó un elegante piso en el Corso Concordia 8, de Milán, pero mantuvo su nacionalidad austríaca. (En una fecha en que la orden de arresto a nombre de Rajakowitsch estaba en vigor, el Consulado General Austríaco en Trieste le había suministrado un pasaporte válido a nombre de Raja. El acortamiento del nombre, bien pudo ser un truco.)

La Enneri & Co. resultó ser una empresa muy interesante. Fundada después de la guerra por Conrado Enneri de Istria y Emil Félix de Austria, la firma se especializó en negociar con los países de tras el Telón de Acero, valiéndose de un tal Raoul Janiti, de Trieste, que había sido objeto de investigaciones por los italianos como sospechoso de haber pasado de contrabando mercancías al ámbito comunista. Una de las secretarias de la firma era la signora Giuliana Tendella, que se convirtió en la segunda esposa de Raja en 1957. Enneri & Co pronto llevó a cabo excelentes negocios con la Unión Soviética, Po­lonia, Checoslovaquia, Hungría y Alemania oriental y el doctor Raja hizo varios viajes a Moscú, Praga, Varsovia, Poznan y Berlín Oriental donde el antiguo Obersturmführer era hospitalariamente acogido por la burocracia comunista.

Al parecer, Raja amasó una buena fortuna comerciando con los antiguos enemigos de la Alemania de Hitler y los participantes en aquellos negocios parecían no tener escrúpulos políticos. Raja era espe­cialmente popular entre los antiguos Kameraden de la SS de la Alemania Oriental que se habían convertido en leales miembros del Par­tido Comunista. Llegó a ser el representante general de las existencias de hierro, grafito y lignito de las Repúblicas Socialistas. La Enneri & Co. importaba en Italia hierro, grafito, lignito y también madera y cristal, exportaba motores de barcos a Alemania Oriental y suministros médi­cos a Hungría. Los negocios antes que nada.

Raja estaba en buena relación con los directores de varias indus­trias del acero italianas y llegó a interesarse mucho por los procesos de fabricación de conductos de petróleo sin costura que los soviets necesitaban en gran manera para sus instalaciones. La prensa italiana informó posteriormente que los Servicios de Inteligencia italianos tenían en observación las actividades de Raja, ya que podía haber una posible conexión entre varios casos de espionaje industrial en Italia y la exportación de mercancías estratégicas prohibidas. Pescar en aguas revueltas proporcionaba bonitas ganancias. En la época de su arresto se dijo de Raja que era millonario en dólares, que poseía una bellísima mansión, Villa Anita, ea Melida, cerca de Lugano, Suiza.

Escribí al doctor Louis de Jong, director del Instituto Estatal Ho­landés de Documentación de Guerra de Amsterdam, diciéndole que conocía la dirección actual de Rajakowitsch y pidiéndole material so­bre las actividades de éste en los Países Bajos. El doctor de Jong designó a uno de sus principales ayudantes, el historiador B. A. Sijes, para que recogiera datos y formara un fichero sobre la participación de Rajakowitsch en la «Solución final del problema judío» en Holanda. En marzo de 1962 entregué al fiscal de Viena un dossier completo sobre las actividades de Rajakowitsch en Holanda, que abarcaba del año 1938 al 1944.

Casualmente, mucha de la información sobre Rajakowitsch (excep­to la de sus actividades en Holanda) procedió de un banco de Viena y no fue difícil conseguirla, pues me limité a presentarme como un hombre de negocios que estaba interesado en conocer el crédito de la firma Enneri & Co. El banco hizo un buen trabajo, informándome hasta del número de matrícula del coche de Rajakowitsch, de qué personas trabajaban para él en su oficina y en su casa, las firmas con que estaba en relación y otros detalles. Los bancos pueden resultar instituciones útiles.

Hallé pruebas de que Rajakowitsch había venido trasladándose a Viena con frecuencia, hasta que fue extendida la segunda orden de arresto en 1961, pero a partir de esta fecha se mantuvo alejado de Viena. En marzo de 1962 fui a Milán a discutir el caso con las autoridades italianas. Cuando pasé mi información sobre Rajakowitsch al coronel Manaro en el Palacio de Justicia, movió la cabeza con asombro:

—¿Cómo ha averiguado usted todas esas cosas? ¿Cuántos agentes tiene trabajando para usted en Italia?

—Coronel —le dije fingiendo sorpresa—, a usted no le gustaría revelar secretos profesionales, ¿verdad?

Conocí al general de los carabinieri en Milán, quien me preguntó:

—¿Así, que usted es el hombre que se escondía tras el caso Eíchmann?

Asentí. El general me preguntó de nuevo:

—Dígame:  ¿dónde tiene su barco? ¿O su avión particular?

Tuve que asegurarle que no iba a raptar a Rajakowitsch.

Los italianos veían con simpatía mi trabajo, pero decían que ellos no podían arrestar a Rajakowitsch por no ser ciudadano italiano, ni haber hecho daño a ningún ciudadano italiano, ya que sus actividades tuvieron lugar fuera de Italia. Una delegación de varias organizaciones judías trató de intervenir cerca del ministro de Justicia en Roma. El ministro estudió el caso y dijo que podía extender una orden de arresto para extradición contra Raja-Rajakowitsch si el embajador austríaco lo requería por vía oficial. Lo que quería decir que el embajador de Austria tenía que esperar a recibir instrucciones del Ministerio de Asun­tos Exteriores de Viena, quien a su vez tendría que pedir la interven­ción del Ministerio de Justicia.

Penetrando en los oscuros laberintos de la burocracia austríaca, fui al Ministerio de Justicia de Viena, tratando de descubrir quién tenía a su cargo el caso (cosa nada fácil) y si la persona en cuestión querría pedirle al Ministerio de Justicia italiano, a través de los canales diplomáticos apropiados, la extradición del doctor Erich Raja.

Parecía un asunto muy claro, pero todo lo que obtuve fueron evasivas. Me dijeron que «estaba pendiente de investigación», que no habían llegado a «conclusiones definitivas» En lugar de una acción no burocrática, me enfrentaba con la evasión burocrática; de modo que los mecanismos de la justicia austríaca, que nunca destacaron por su rapidez, parecían en este caso especialmente lentos. El Procurador General me dijo que estaba muy ocupado y que además pensaba mar­char en seguida, en cuanto comenzaran las vacaciones de Pascua.

—Herr Generalanwalt —le dije—, le deseo muy felices vacaciones de Pascua. En cuanto a Herr Doktor Raja, las felices Pascuas voy a proporcionárselas yo.

No había más que un camino para salir de aquel callejón sin salida legal: llevar el caso ante el mayor foro posible. La tarde del 8 de abril de 1963 llamé a Dino Frescobaldi, corresponsal en Viena del Corriere della Sera y le conté la historia.

Dos horas después, el editor del Corriere de Milán enviaba un pe­riodista a casa del dottore Raja. El reportero fue recibido por el hijo del propio Rajakowitsch, que le preguntó de qué se trataba. El perio­dista contestó que iban a publicar un gran reportaje sobre el dottore Raja y que le gustaría tener una entrevista con él. El muchacho le pidió aguardara un instante; se fue a hablar con su padre, volvió, y le dijo:

—Mi padre pasará por su oficina mañana por la mañana.

El reportero regresó al periódico y, desde luego, el editor del Corriere admitió posteriormente haber cometido una equivocación po­niendo a Raja sobre aviso. A medianoche, la historia fue cablegrafiada y corría por toda Italia. Al día siguiente, el doctor Raja pasó por su banco a primera hora, en el momento de abrir. Posteriormente oí ru­mores de que había retirado cerca de cien millones de liras. Al salir del banco subió a su Fiat rojo cupé 2000, lo puso en marcha y desa­pareció.

Para entonces el doctor Raja se había convertido en un artículo de primera plana en toda Europa. Muchos periódicos publicaban su fotografía, la de un hombre rubio de cara blanda y alargada, amplia frente y ojos brillantes que parecían mirar al lector con cierta ex­presión irónica. Un reportero del Corriere me telefoneó para decirme que Raja había cruzado la frontera italosuiza en Chiasso. Dirigí un cable a la United Press de Zurich pidiéndole notificara a la policía suiza la llegada de Raja a Suiza. Los suizos fueron a buscarle a su casa de Melida, pero no le hallaron allí. A la mañana siguiente la policía de Lugano fue informada por una camarera de un hotel local que había visto la fotografía en el Corriere della Sera, y que el doctor Raja, a su parecer, se hospedaba en el hotel.

La policía suiza hizo saber a Raja que le consideraba un «extran­jero indeseable», le pidió que abandonara el país inmediatamente; así, que Raja volvió a Chiasso, donde los guardias italianos de la frontera no levantaron la barrera cuando el Fiat rojo llegó, sino que anunciaron al dottore que su presencia allí era de lo más intempestiva. Durante los días que siguieron eran tres los países lindantes con Suiza que le negaron la entrada a Raja: Italia, Francia y Alemania. En cuanto al cuarto, Austria, le esperaba una orden de arresto. No, las perspectivas no tenían nada de halagüeñas para el abogado millonario.

Durante cierto tiempo, diferentes personas en distintos lugares me fueron informando de haber visto al escurridizo doctor Raja. Pero cuan­do verificábamos su paradero se había marchado ya. Era, como decía un periódico italiano, la moderna versión del aria de Rossini, «Fígaro aquí, Fígaro allá». En Lugano declaró a la policía suiza que pensaba irse a Viena «para demandar a Wiesenthal».

Por fin Raja fue a ver a su abogado de Zürich e hizo comparecer asimismo a su abogado vienes, un tal doctor Dostal. Este último acon­sejó a Raja que se fuera a Austria a enfrentarse con la «orquesta». A través de la United Press llegó a Viena la noticia, procedente de Zürich; que el doctor Raja iba a tomar el siguiente avión en el aeropuerto de Kloten con destino a Viena.

Periodistas, equipos de televisión, personal de las emisoras de radio y agentes se precipitaron al aeropuerto de Schwechat. La historia de Raja se había convertido en la sensación europea. Se hacían apuestas sobre si se presentaría en Viena para entregarse o si trataría de escapar, posiblemente a Sudamérica. Me uní al «comité de recepción» en el aeropuerto de Viena cuando el Caravelle de la Swissair tomaba tierra. El avión llegó por fin, pero Raja no estaba entre los pasajeros. Se hi­cieron varias llamadas telefónicas frenéticas: Raja había subido al Ca­ravelle en Zürich, pero en Munich, durante una corta parada, había desaparecido.

Regresé a mi despacho, donde recibí una llamada urgente de un alto oficial de la policía de Munich:

—Necesitamos su ayuda, Herr Wiesenthal. ¿Dónde está Raja? He­mos puesto todas nuestras fuerzas en acción. El Ministro del Interior está furioso. Tenemos que apoderarnos de Raja, o la prensa se apode­rará de nosotros.

Les pedí que vigilaran la frontera de cruce con Baviera y le sugerí que repasaran cuidadosamente el historial del antiguo jefe de Raja en Holanda, el ex Brigadeführer de la SS doctor Wilhelm Harster.

Contestó:

—Me temo que ello va a poner al Ministro del Interior más furioso todavía, porque Harster es en la actualidad un Oberregierungsrat en el Ministerio del Interior de Munich.

Di el historial de Harster al corresponsal en Viena de la Deutsche Presse Agentur. Veinticuatro horas después la prensa alemana publica­ba que el ex Brigadeführer de la SS Harster había sido suspendido de su cargo. En enero de 1966 fue arrestado.

El caso Harster creó un escándalo político en Munich. El 25 de junio de 1943, Wilhelm Harster, general de división de la policía de seguridad alemana y de la SD de Holanda, había informado al Reichkommissar Seyss-Inquart de Hitler, que «100.000 judíos habían sido deportados de la nación... Sólo en el domingo 20 de junio, durante una especial acción en Amsterdam, 5.500 judíos fueron apresados en veinticuatro horas».

Después que Harster hubo sido arrestado, se descubrió que miembros de todos los partidos dirigentes bávaros (SSU o Unión Socialcristiana, SPD o Partido Socialista, FDP o Partido Liberal y BP o Partido bávaro) se contaban entre sus superiores en el Ministerio del Interior, donde él tuvo un importante cargo desde 1956. Harster había declarado públicamente:

—Mis superiores conocían perfectamente mi historial.

Por lo menos cinco importantes oficiales del Ministerio habían pro­puesto al antiguo Führer de la SS para un alto puesto en el Ministe­rio, firmando su admisión el mismo ministro, quien posteriormente de­claró :

—Supongo que alguien intentó «hacer ciertos manejos» sin tenerme al corriente.

Algunos de los oficiales implicados pretendían no poder recordar lo ocurrido. El proceso contra el antiguo jefe de Raja está en prepa­ración.

Mientras la policía de Baviera buscaba afanosamente a Raja, fui a ver al Procurador General del Ministerio austríaco de Justicia, que acababa de regresar de sus vacaciones de Pascua. Le pregunté si pensaba arrestar a Raja.

El Procurador General se mostró muy evasivo, alegando que ello dependía de si el material contra Raja era «estimado suficiente». Se había extendido una orden de arresto, pero «por ahora sólo una en­cuesta preliminar» había sido planeada y nada podía hacerse sin cono­cer los resultados.

Herr Hofrat —le dije—, es ahora la Pascua Hebrea y llevo mi libro de rezos porque pienso ir a la sinagoga a orar por los difuntos. Con su permiso: ¿qué le parece si rezara aquí, en su despacho, por los 110.000 judíos de Holanda muertos?

—¿Qué quiere usted que haga? —dijo, al parecer muy molesto.

—Quiero justicia. Usted ya ha visto el material contra Raja y sabe perfectamente que debería ser arrestado.

—¿Y si luego resulta que se le declara inocente?

—En este momento, el mundo entero tiene puestos los ojos en us­ted, en espera de que emprenda una acción. Sinceramente, creo que sería mejor para el prestigio de Austria que Raja fuese arrestado, aunque fuese puesto en libertad más tarde, antes que permitirle se pasee con despreocupación, burlándose de la justicia austríaca.

Saludé al Herr Hofrat y me marché. Al día siguiente Raja llegó en coche procedente de Munich. No había sido detenido en la frontera austríaca, a pesar de que figuraba en la lista de reclamados por la jus­ticia y tanto la policía alemana como la austríaca le andaba buscando. Entró como hombre en pleno goce de su libertad en el Palacio de Jus­ticia de Viena, donde un juez le esperaba.

Más tarde, aquella misma mañana, volví a hablar con el Procurador General, que me dijo que Raja estaba sometido a un interrogatorio.

—¿Y...?

—Creo que están a punto de arrestarlo. Vaya y eche un vistazo.

Atravesé el corredor del Palacio de Justicia. Dos policías aguardaban junto a la puerta del despacho del juez que le interrogaba para arres­tar a Raja en el momento de salir.

A últimas horas de la tarde del 23 de abril, poco después del arresto de Raja en Viena, un representante del Instituto de Comercio Interkammer de la Alemania Oriental, fue enviado para retirar de las vitrinas de la Interkammer en la Feria de Muestras de Milán, varios artículos pertenecientes a la firma Enneri & Co. También fue retirada una fotografía de Raja entre las de directivos de la Interkammer y altos miembros de la representación comercial soviética en Roma. Era de notar que el Partido comunista en Italia, que había anterior­mente llamado a Raja «asesino de Ana Frank» y «secuaz de Eichmann», se mantuviera claramente callado respecto a su arresto. Según la prensa no comunista, las autoridades italianas estaban investigando la posible colaboración existente entre el ex SS Raja y el Partido Comunista de Italia. Algunos periódicos italianos publicaron que la Enneri & Co. había pagado comisiones al Partido de sus operaciones con el Este.

Nikolai Svetailov, miembro de la representación comercial sovié­tica en Roma, que había tenido frecuentes tratos comerciales con Raja, fue llamado a Moscú. Los periódicos dijeron que en Moscú, Raja había sido amigo íntimo de Valentin Khrabrov, alto oficial rela­cionado con la coordinación de la investigación científica. Algunas personas recordaron que Raja estaba en amistosos términos con el segundo marido de su primera esposa, el profesor Arnim Dadieu, del Instituto de Investigación Rocket de Stuttgart.

El periódico romano Il Tempo publicaba el 1 de agosto de 1963:

«Los comunistas italianos están profundamente consternados por la investigación que se lleva a cabo sobre el antiguo ayudan­te de Eichmann, Rajakowitsch, que terminada la guerra se con­virtió en agente soviético y estuvo en estrecho contacto con los altos mandos del Partido Comunista Italiano, especialmente con los expertos en comercio exterior. Dicen que sólo le aceptaron después que los camaradas de la representación comercial so­viética en Roma avalaron a Raja, calificándolo de «buen pa­triota y amigo sincero de la República Democrática Alemana y del Partido comunista.»

El juicio contra Rajakowitsch tuvo lugar en Viena en abril de 1965. Se hizo constar en el sumario que el acusado se comportó con abierta y manifiesta altivez (aquella «apariencia enérgica» que a su amigo Eichmann le gustaba). Se mostró muy seguro de sí, se negó a contestar a las preguntas y varias veces causó visible preocupación a sus aboga­dos defensores, llegando en una ocasión a decir que sus ingresos mensuales eran aproximadamente diez veces mayores que los de cual­quier miembro de aquel jurado. En otra ocasión ridiculizó al fiscal y ofendió al juez. El jurado le declaró culpable. El tribunal le senten­ció a dos años y medio de cárcel.

En octubre de 1965, el doctor Raja fue puesto en libertad a la ca­llada. Ahora vive en Austria y ha sido bien aconsejado de no moverse del país, pues los holandeses todavía tienen en vigor la orden de arresto y si Raja intentara alguna vez salir de Austria, los holandeses pedirían su extradición y le llevarían ante un tribunal holandés. Raja parece satisfecho llevando la vida de un acomodado abogado y hom­bre de negocios retirado. Para él fueron siempre «primero los nego­cios» y ciertos negocios siempre rinden. Su hijo, Klaus, dirige la firma Enneri & Co.

Después del arresto de Erich Raja, me invitaron a dar una conferencia en Amsterdam en la reunión de antiguos miembros de la Resistencia Holandesa. Raja había sido famoso en Holanda y el caso había provocado muchos comentarios.

Una mañana, al día siguiente de la conferencia, recibí la lla­mada de una mujer holandesa que me dijo se hallaba en aquel momento en el vestíbulo del hotel y preguntaba si podía verme un minuto. Bajé y me encontré con una mujer de edad, de pelo gris y ojos gris-azules llenos de ternura. Me contó que había asistido a la reunión y que oyéndome hablar, el pasado volvió a su memoria. Después de pasarse la noche en blanco habló con su marido y decidieron que ella fuese a verme. Empezó por decir que eran gente «vulgar», que su marido era capataz en una fac­toría muy grande, que cuatro de sus cinco hijos vivían y que todos tenían buenos empleos.

—Nunca poseímos mucho, pero siempre nos gustó compar­tirlo con los demás, con los que tenían todavía menos. Cuando leímos allá por 1920 que había una organización en Holanda que se encargaba de traer niños austríacos a pasar unos meses entre nosotros, nos inscribimos inmediatamente. Mi marido decía que había siempre bastante comida para toda la familia y que uno más no iba a notarse. Pocas semanas después fui a la esta­ción a esperar la llegada de los niños. Llegó el tren y los niños bajaron, cada uno con su nombre en un cartoncito colgando del cuello, con aspecto asustado y hambriento. «Nuestro» niño era un pequeñín llamado Hansi, de cara pálida y ojos muy grandes. Hansi tenía seis años y no había sabido nunca lo que era una verdadera comida; era muy tímido, pero pronto hizo amistad con nuestros hijos y aprendió a comer. El primer día sólo se quedó mirando con los ojos abiertos toda aquella leche, mante­quilla, huevos, carne y verduras, porque en su vida había visto tanta comida junta.

Hansi aumentó de peso rápidamente y cuando, dos meses después, se fue de Amsterdam tenía el aspecto de cualquiel niño normal de su edad. Durante los años siguientes volvió con frecuen­cia ; le trataban como a su sexto hijo y Hansi a su vez les llamaba «mis queridos tíos holandeses». Escribía montones de cartas y al llegar Navidad y su cumpleaños le enviaban regalos de Holanda. Un día recibieron una participación de boda y con ella termina­ron los mensajes. Al año siguiente estalló la guerra y se pregun­taban qué le habría ocurrido a Hansi que, como muchacho sano, debía de estar en el ejército.

Una mañana de abril de 1942, llamaron a la puerta.

—Yo estaba sola en casa y al abrir y encontrarme con un hombre con el uniforme negro de la SS, lancé un grito, pues pocos días antes algunos de aquellos SS habían aparecido en nuestra limpia y tranquila calle, llevándose a algunos de nuestros vecinos, a los que eran judíos. Fue algo terrible que no me había logrado quitar de la cabeza.

Le preguntó al SS:

—¿Qué desea usted?

El hombre rió:

—Tiita, ¿ya no me conoces? Soy yo, Hansi.

¡Hansi! Con el uniforme negro y aquella terrible señal en el cuello. ¿Estaría entre los SS que se llevaron a nuestros vecinos judíos? De todo Amsterdam habían secuestrado personas en los últimos días.

—¿Qué te pasa, tiita? —dijo, queriendo entrar.

Ella le cerró el paso. Algo en su interior se lo dictó.

—No pude impedirlo, señor Wiesenthal. Le dije: «Yo ya no soy tía tuya y en mi casa no entrarás con ese uniforme. ¡Vete!» Y le cerró la puerta de un portazo. Mi corazón latía con fuerza. ¡Cuántas veces había soñado con volver a ver a Hansi!; Pero nunca me hubiera imaginado que lo vería con­vertido en un SS.

»Le observé desde la ventana y vi que se había quedado frente a nuestra casa. Luego se encogió de hombros, escupió y se fue con sus botas negras. Yo no resisto el ruido de esas botas que en Amsterdam presagian asesinos.

» Pocas semanas después recibí una carta de él, muy corta y muy distinta de las que nuestro Hansi solía escribir. Decía que era de lamentar que los holandeses no comprendieran los nuevos tiempos, que el Führer tenía ideas gloriosas y... ¡Oh! ¿Qué más da? Mi marido rompió la carta a pedazos.

Como de mutuo acuerdo, no volvieron a mencionar jamás el nombre Hansi. Un día de 1946 recibieron una carta de una mujer cuya letra no conocían y que decía ser la viuda de Hansi, pues éste había muerto en acción de guerra en Rusia. Añadía que estaba sola con sus dos hijos, que las cosas se habían puesto muy mal en Viena y había poco que comer y que los niños pasaban hambre.

—Era la vieja historia que volvía a empezar. Mostré la carta a mi marido. Como no puede quedarse uno impasible cuando hay niños que pasan hambre, decidimos enviarle paque­tes de comida; pero, tenerlos en casa, desde luego no. Habían ocurrido demasiadas cosas, ninguno de nuestros vecinos judíos había vuelto y conocíamos muchos más que habían muerto... Nosotros habíamos alimentado a aquellos niños austríacos en Holanda, para que se hicieran fuertes y sanos. Y ellos habían vuelto convertidos en SS cometiendo toda aquella serie de atrocidades.

Permaneció un rato callada y luego añadió:

—Hay algo más que debo decirle. Uno de mis hijos estuvo en la Resistencia Holandesa y él tampoco volvió.

Se levantó, añadiendo:

—Quisiera saber... Es por eso por lo que vine, porque usted debe de tener una lista de aquella gente... y... quisiera saber qué fue lo que hizo Hansi.

Me dio su dirección y se despidió. Me quedé preguntán­dome qué habría hecho aquel Hansi y recordando: «Nosotros los alimentamos y ellos volvieron convertidos en SS...»

Un año después encontré su nombre en cierta lista que no era exactamente una lista de honor. Pero a la mujer de Holanda no se lo dije jamás.




[1] 1    Ver Apéndice.