CAPÍTULO XV
DOS VELAS
Cuando yo era estudiante solía pasar de vez en cuando unas semanas de vacaciones en un pueblo polaco llamado Zakopane, en los Cárpatos; en verano disfrutaba de sus bosques, sol y tranquilidad; en invierno, de las delicias del esquí. Hoy Zakopane vuelve a ser lugar muy frecuentado por esquiadores. No muy lejos de él se halla el pueblecito de Rabka y en él vivía un niño judío llamado Sammy Rosenbaum. Oí el nombre de Sammy Rosenbaum por primera vez una mañana de septiembre de 1965, cuando una señora, llamada Rawicz, de Rabka, vino a verme a mi oficina de Viena, ya que yo buscaba testigos que pudieran declarar en el proceso por crímenes nazis cometidos en Rabka que iba a tener lugar en Alemania.
La señora Rawicz no había tenido mucha relación con Sammy Rosenbaum, pero me dijo que había sido un «niño frágil, de cara pálida y delgada, grandes, ojos oscuros y que parecía mayor de lo que era, como tantos niños que aprenden demasiado temprano lo que es la vida y no tienen costumbre de reírse mucho». En 1939, cuando los alemanes entraron en Rabka a principios de la campaña polaca, Sammy tenía nueve años, y fue en aquellos días que la vida para los judíos pasó a convertirse en pesadilla. Hasta entonces su vida había sido bastante normal, si normal puede llamarse la de un judío pobre en Polonia. El padre de Sammy era un sastre de poca monta que trabajaba muchas horas y ganaba poco dinero; así, que gentes como los Rosenbaum eran caza fácil para las autoridades y la temporada de esta clase de caza duraba en Polonia doce meses al año.
La familia vivía en una vieja casa oscura que constaba de dos tristes habitaciones y una pequeña cocina; pero eran felices y muy religiosos. Sammy aprendió pronto a rezar sus plegarias y todos los viernes por la noche iba con su padre a la sinagoga después de haber encendido en casa los candelabros, mientras su madre y su hermana Paula, tres años mayor que Sammy, se quedaban en el hogar preparando la cena.
Aquella placidez quedó relegada a sólo un recuerdo en cuanto los alemanes ocuparon Polonia. En 1940 los SS instalaron en los bosques de los alrededores de Rabka lo que llamaron «escuela de policía», establecida en los que habían sido barracones del ejército polaco. No era una escuela corriente, sino un centro de entreno para futuros cuadros de asesinos de la SS. Allí tenía lugar la primera fase de la escuela de exterminio y las ejecuciones eran llevadas a cabo por pelotones de la SS que disparaban contra sus víctimas, a veces contra cincuenta, un centenar, o quizá contra ciento cincuenta personas diarias. Los hombres de la SS eran endurecidos en Rabka para que no se derrumbaran tras unas pocas semanas de servicio y tenían que hacerse insensibles a la sangre, a los gritos de agonía de mujeres y niños, debiendo realizar el trabajo con el mínimo ruido y la máxima eficacia: Führerbefehl (orden del Führer).
Un Untersturmführer de la SS, Wilhelm Rosenbaum, de Hamburgo fue nombrado comandante en jefe de la escuela. Rosenbaum era un auténtico SS, cínico, brutal, convencido de su «misión», que se paseaba siempre con un látigo.
—Cuando le veíamos en el pueblo, nos entraba un miedo tan grande que nos escondíamos en el primer portal —recordaba la mujer de Rabka.
A principios de 1942, el SS Rosenbaum ordenó que todos los judíos de la localidad se presentaran en la escuela de Rabka para «inscribirse». Los judíos ya sabían lo que ello significaba: los enfermos y los ancianos serían asesinados inmediatamente; los demás tendrían que trabajar para la SS o la Wehrmacht, dondequiera que fueran enviados.
Hacia el final de la inscripción, el Führer de la SS Rosenbaum apareció en la clase acompañado de sus dos ayudantes, Oder y Proch. (Ambos se contaron entre mis primeros «clientes» de posguerra. Conocí a Proch en 1947, en Blomberg-Mondsee, pueblo cercano a Salzburgo, y fue sentenciado a seis años de cárcel. Oder, también austríaco, fue arrestado en la gran finca de Linz que él había «requisado» al dueño, un judío; fue posteriormente puesto en libertad por los americanos y ahora es un próspero hombre de negocios de Linz. El Führer de la SS Rosenbaum desapareció después de la guerra, pero siguió casi encabezando mi lista particular de «reclamados por la justicia».)
En la clase de Rabka, el Führer de la SS Rosenbaum repasó los nombres de los judíos.
—De pronto dio un fuerte latigazo sobre la mesa —me contó la mujer de Rabka—. Todos retrocedimos como si el látigo nos hubiera alcanzado y el SS Rosenbaum gritó: «¿Qué es eso? ¿Rosenbaum? ¡¡Judíos!! ¿Cómo se atreverán esos verdammte Juden a llevar mi buen nombre alemán? Bueno, ya me ocuparé de ello».
Quizás al Führer de la SS Rosenbaum le sorprendiera descubrir que su buen nombre alemán se considera generalmente de origen judío, aunque, claro está, haya Rosenbaum que no lo sean.
Arrojó la lista sobre la mesa y se fue. Desde aquel día todos supieron en Rabka que a los Rosenbaum los matarían: era sólo cuestión de tiempo, puesto que en otros lugares habían arrestado y ejecutado a personas por llamarse «Rosenberg», o porque siendo judíos su nombre de pila era Adolf o Hermann.
Por entonces, sobre la escuela de policía de Rabka corrían aterradores rumores de que tenían lugar ejecuciones de práctica en un calvero del bosque. Allí, los estudiantes de la SS pasaban sus exámenes de asesinato, mientras el Führer de la SS Rosenbaum y sus lugartenientes observaban con ojo clínico las reacciones de los estudiantes. Los blancos vivientes que se utilizaban en aquellos exámanes eran judíos y polacos capturados por la Gestapo, Si un estudiante vacilaba lo sacaban del pelotón de ejecución y lo enviaban a una posición avanzada del frente.
La señora Rawicz sabía muy bien de lo que hablaba, porque después de su «inscripción» fue enviada a los barracones de la «escuela de policía» como criada.
—Cuando los SS volvían del claro aquél del bosque yo tenía que limpiarles las botas, que siempre venían cubiertas de sangre.
Era un viernes por la mañana de junio de 1942. Los testigos oculares, dos de los cuales viven ahora en Israel, no pueden recordar la fecha exacta, pero sí saben que era un viernes. Uno de los testigos estaba trabajando en la casa que daba al otro lado del patio de la escuela y pudo ver lo que sucedía: dos SS escoltaban «al judío Rosenbaum», a su mujer y a su hija de quince años, Paula; detrás de ellos, iba el Führer SS Rosenbaum.
—La mujer y la muchacha fueron llevadas a un rincón del patio, y oí disparos de allí —dijo el testigo bajo juramento—. Luego vi cómo el SS Rosenbaum empezaba a dar latigazos a nuestro Rosenbaum, gritándole: «¡Tú, cochino judío, voy a enseñarte ahora mismo a llevar mi apellido alemán!». El SS se sacó el revólver y disparó contra Rosenbaum, el sastre, dos o tres veces. No pude contar los disparos, tan horrorizado estaba.
Los SS habían ido a buscar a los Rosenbaum en una camioneta y hallaron a Rosenbaum, su mujer y su hija sentados a la mesa, comiendo. Sammy estaba en la gran cantera de piedra de la cercana Zakryty, donde había sido enviado como trabajador forzado, al cumplir los doce años, pues todos los hombres judíos tenían que trabajar y Sammy ahora estaba clasificado como hombre; aunque débil, mal alimentado, no podía hacer mucho más que elegir piedras y poner las pequeñas en un camión.
Los SS enviaron a un policía judío desarmado a la cantera a buscar a Sammy, hecho que nada tenía de extraordinario porque con frecuencia enviaban policías judíos cuando andaban demasiado ocupados con el examen en la «escuela de policía» y fue el mismo policía quien contó luego a la; mujer judía que cuidaba de la limpieza de la escuela, exactamente lo ocurrido. Se había ido a Zakryty en un pequeño carro tirado por un caballo y al llegar detuvo el caballo e hizo una seña a Sammy Rosenbaum con la mano. Todos los trabajadores judíos y los dos SS que los custodiaban en la cantera pararon de trabajar pendientes de lo que ocurría. Sammy puso la piedrecita que tenía en las manos en un camión y echó a andar hacia el carro. Sammy sabía lo que iba a suceder.
El niño miró al policía judío y le preguntó:
—¿Dónde están ellos? ¿Dónde están padre, mi madre y Paula? ¿Dónde?
El policía no contestó. Se limitó a hacer un gesto con la cabeza que Sammy interpretó en seguida.
—Los han matado —hablaba en voz baja—: Hacía tiempo que yo sabía que nos iban a matar, sólo porque nos llamamos Rosenbaum.
El policía tragó saliva, pero Sammy no pareció notarlo.
—Ahora vienes por mí.
Hablaba en tono normal, sin emoción alguna en la voz. Subió al carro y se sentó junto al policía judío.
El policía no podía ni contestar, pues había esperado que el muchacho lloraría, que quizás intentaría escapar. Durante todo el camino, mientras se dirigía a Zakryty, se preguntaba cómo prevenir al muchacho, hacerle desaparecer en el bosque, donde la Resistencia Polaca pudiera luego ayudarle. Ahora era ya demasiado tarde y los dos guardas de la SS les estaban vigilando con los fusiles en la mano.
El policía contó al muchacho lo sucedido aquella mañana. Sammy le pidió que le dejara pasar un momento por su casa y, cuando llegaron a ella, bajó del carro y entró en la habitación, dejando la puerta abierta. Estuvo un momento contemplando la mesa con las tazas del desayuno todavía con té; miró el reloj: eran las tres y media, y su padre, su madre y Paula estaban ya enterrados, sin que nadie hubiera encendido ni siquiera una vela por ellos. Despacio, pausadamente, Sammy despejó la mesa y puso los candelabros sobre ella.
—Podía ver a Sammy desde fuera —relató después el policía a la mujer.— Se puso la gorra y empezó a encender los candelabros: dos para su padre, dos para su madre, dos para su hermana. Y empezó a rezar. Le vi mover los labios. Rezó el kaddish por ellos.
Kaddish es la plegaria por los muertos; Rosenbaum padre había siempre rezado el kaddish en memoria de sus padres fallecidos y Sammy había aprendido de él la plegaria. Ahora era él el único hombre de la familia. Sin moverse contemplaba las seis velas. El policía, desde fuera, vio que Sammy movía lentamente la cabeza como si de repente se hubiera acordado de algo. Luego Sammy colocó otras dos velas sobre la mesa, tomó una cerilla, las encendió y se puso otra vez a rezar.
—El niño sabía que él estaba ya muerto —contó el policía después—. Así, que encendió las velas y rezó el kaddish para sí mismo también.
Después Sammy salió, dejando la puerta abierta, y con tranquilidad se sentó en el carro, junto al policía, que estaba llorando. El niño no lloró. El policía se limpió las lágrimas con el revés de la mano y tiró de las riendas, pero no pudo evitar que las lágrimas siguieran cayendo. El niño, sin decir palabra, tocó cariñosamente el brazo del hombre como si quisiera consolarle, perdonarle por llevarlo. Llegaron hasta el claro del bosque. El Führer Rosenbaum y sus «estudiantes» estaban aguardando al niño.
—¡A buena hora!; —dijo el SS.
Dije a la mujer de Rabka que había tenido conocimiento de la «escuela de policía» de la SS desde 1946, que varios años atrás había entregado a las autoridades de Hamburgo todos los hechos y testimonios del caso contra el SS Wilhelm Rosenbaum y que ahora tendríamos un testigo de un caso más.
Ella me preguntó:
—¿Dónde está ahora el SS Rosenbaum?
—Wilhelm Rosenbaum fue arrestado en 1964 y se halla ahora en una cárcel de Hamburgo, pendiente de juicio.
Suspiró:
—¿De qué servirá? Todos están muertos, y el asesino con vida. —Firmó la declaración jurada y añadió:— Es absurdo.
No hay ninguna tumba que lleve el nombre de Sammy Rosenbaum. Nadie sabría de él si la mujer aquélla de Rabka no hubiera venido a mi despacho. Pero yo no dejaré nunca de encender dos velas por él cada año por junio y rezar el kaddish por él.