CAPITULO XXI

¿DONDE ESTA BORMANN?

El paradero de Martin Bormann sigue siendo el mayor misterio nazi por resolver. El principal lugarteniente de Hitler ha sido el que ha dado pie a más rumores y leyendas y ha hecho correr más tinta impresa de todos los jefes nazis. La pregunta: «¿Ha muerto Bormann?», siempre es buen asunto para la portada de una revista alemana de gran tirada. Ningún otro nazi famoso ha sido declarado muerto y luego tantas veces resucitado. Unos testigos declararon que fue enterrado en mayo de 1945 en la sección moabita de los terrenos de la Feria de Berlín, tras escapar de la Cancillería de Hitler, pero en 1964, la policía del Berlín Occidental hizo excavaciones en aquella zona y no lo encontró.

Hace varios años, se dijo que había sido enterrado en Asunción, Paraguay, y la exhumación de la tumba en cuestión puso en evidencia que el cuerpo enterrado era el de un ciudadano paraguayo llamado Hormoncilla. Después de la guerra, se dijo que Bormann había sido visto en España, en un monasterio italiano, en Moscú, en el Tirol, en Australia y en muchos países sudamericanos. En 1947 se dijo que estaba en Egipto, en 1950 en Sudáfrica Occidental, al año siguiente en Chile, en 1952 en España. En una ocasión un reportaje describía cómo había escapado de Alemania atravesando los Alpes. También se aseguró que había sido llevado en un submarino alemán, desde Kiel a la Tierra del Fuego, el poblado más al sur del mundo. En octubre de 1965, la agencia de prensa italiana ANSA recibió una información de un tal Pascuale Donazio «prominente personalidad del régimen facista», de que Bormann vivía en la jungla del Brasil de Mato Grosso. Desgraciadamente las historias sensacionalistas sobre Bormann siempre resultaban puros fuegos de artificio: tras un momento de resplandor, volvía a quedar todo completamente a oscuras. Nadie ha podido reclamar la recompensa de 100.000 marcos (25.000 dólares), que el minis­terio fiscal de Frankfurt am Main prometió por cualquier información que lleve a la captura de Martin Bormann.

Sólo empecé a interesarme por el «misterio Bormann» después del juicio de Eichmann y por comenzar tan tarde tuve la ventaja de tener a mi disposición la experiencia acumulada de todos aquellos que ha­bían trabajado en el caso Bormann: la policía, eminentes juristas, historiadores, criminalistas.

¿Qué es lo que hace el «misterio Bormann» tan fascinante? Se le conoce mucho mejor hoy que cuando estaba en el poder junto a otros personajes con más color: Goering, Goebbels, Himmler. Muchísimas personas no habían oído en el Tercer Reich hablar de él, y muchas ni siquiera sabían el aspecto que tenía. Tras las huida de Rudolf Hess a Inglaterra en 1941, Bormann se convirtió en el lugarteniente de Hitler y fue más poderoso que ningún otro jefe nazi.

Me he pasado varias horas estudiando las fotografías del enigmá­tico Bormann, hombre macizo, rechoncho, de cuello de toro y un indes­criptible rostro impasible, extrañamente vacío, más bien brutal. Discu­tiendo la leyenda de Bormann con Fritz Bauer de Frankfurt, que actuó de fiscal en el juicio de Auschwitz, éste llamó a Bormann «típico Bierkopf» (cabeza de cerveza). Bormann tiene la Dutzendgesicht (cara adocenada) que se ve en muchas Brautstaberln de Baviera donde los hombres se sientan a beber cerveza y a discutir de política y donde los argumentos se defienden, con mucha frecuencia, más por el tono de voz que por el peso de los mismos.

Josef Wulf, historiador judío, llama a Bormann «la sombra de Hitler», queriendo decir con ello que Bormann fue el pasivo e omnis­ciente alter ego del Führer. Creo que los nazis que llamaban a Bor­mann «Espíritu del Mal de Hitler», se acercaban más a la verdad pues fue la cabeza de la enorme y bien tramada red de la organización del Partido Nazi. Por debajo del Führer había 19 Reichleiter y un pel­daño más bajo, 41 Gauleiter. (Había 40 Gaue, en que hacia 1941 repre­sentaba a los Auslandsdetitschen, a los alemanes del extranjero.) Por debajo de los Gauleiter había 808 Kreisleiter y en un estadio mucho más inferior, 28.376 Ortsgruppenleiter que tenían a su cargo ciudades enteras o ciertas partes de las ciudades grandes. Había 89.378 Zellenleiter (la palabra «célula» es equívoca ya que una célula del NSDAP podía consistir en cuatro, seis o hasta ocho distritos de una ciudad). El estadio más inferior lo componían varios centenares de miles de Blockleiter, cada uno de ellos un pequeño dios para aquellos que vivían en su vecindad.

Tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, cuando Hitler se dejó fascinar por problemas de estrategia mayor, Martin Bormann fue puesto al frente del aparato del Partido, como Reichsleiter de Alemania, secretario de Hitler, jefe de la «Cancillería del Partido del Führer». Todas las órdenes de «alto secreto» iban a parar a su despacho, órdenes relativas a la aniquilación de judíos y otras razas «inferiores», a la persecución de la Iglesia, asesinatos eutanásicos en masa en ins­titutos y campos de concentración. Bormann decidía quién podía ver a Hitler y mantenía a raya a aquellas personas que pudieran ejercer una influencia moderadora sobre Hitler. Gran cantidad de órdenes firmadas por Hitler, llevaban el sello del cerebro de Bormann. En el juicio de Nuremberg, Goering admitió que muchos documentos con la firma de Hitler, eran pensados y redactados por Bormann.

Bormann fue el típico jefe de Partido Nazi, inflexible e inhumano. Nacido en 1900 en Halberstadt, empezó su carrera política cuando tenía dieciocho años, y después de perdida la Primera Guerra Mundial se alistó en el Freikorps Rossbach, uno de los grupos fascistas que se oponían a la República de Weimar. Convicto de asesinato, estuvo en la cárcel. Luego fue condecorado por Hitler con la Blutorden (orden de sangre) por sus actividades clandestinas. Por el año 1928 era ya un oficial a sueldo del Partido, un ayudante de Hess. Bormann se casó con Gerda Buch, hija del que había de convertirse en juez del supremo del Partido Nazi. Los Bormann tuvieron varios hijos, y, en un tiempo, Bormann pensó en introducir en Alemania la poligamia legal cuando la guerra hubiera acabado. Él es el autor del decreto que hubiera obligado a todo SS a tener tres esposas. Con su mente computadora calculó las enormes pérdidas de hombres alemanes durante la guerra y el excedente de mujeres en la Alemania de la posguerra: la poligamia le pareció el único método de recuperar las pérdidas en veinte o treinta años. Todos los establecimientos nazis para la procreación for­zosa de arios reconocidos, dejaron sentir la influencia de los primeros conceptos de Bormann.

En las cartas dirigidas a su esposa, desarrollaba su teoría, que ella aprobaba incondicionalmente, y Bormann le contaba todos los asuntos que tenía con sus varias amantes. «Las cartas de Bormann» fueron publicadas en Londres en 1954. El 21 de enero de 1944, Bormann escribía a su esposa acerca de su última «conquista» una mujer que él llamaba M. (que ha sido recientemente identificada como Manja Behrens, una actriz que en la actualidad actúa en la Alemania Oriental):

«Te imaginaste que M. sería una muchacha excepcional. No, preciosa, no es una muchacha excepcional, lo que ocurre es que yo soy un Kerl (pillo) increíble. Me enamoré locamente de ella... y la tomé a pesar de sus protestas, ya conoces mi tenacidad contra la que M. no pudo defenderse mucho tiempo. Ahora es mía y yo me siento doble y felizmente casado. M. sufre terribles tormentos de conciencia por tu causa. Lo cual es una tontería, La conseguí gracias a mi poder de persua­sión...»

A lo que Frau Bormann contestaba el 24 de enero de 1944:

«Tendrás que procurar que M. tenga un hijo dentro de un año y al año siguiente yo tenga otro para que así siempre tengas una esposa en condiciones (die auf dem Damm ist). Luego reuniremos todos los niños en la casa del lago y viviremos todos juntos. La mujer que no esté embarazada siempre podrá ir a verte al Obersalzberg o a Berlín para estar contigo».

La verdadera base del «misterio Bormann» no es la cuestión de dónde esté escondido ahora; la clave del misterio es si Bormann logró o no sobrevivir la noche del 1 de mayo de 1945, después, de haber salido de la Cancillería del Reich y de haber sido visto sin duda alguna, por diversos testigos. Bormann era uno de los nazis del pequeño grupo que, tras la llegada del ejército rojo a Berlín, escapó de la Führerbunkert refugio personal de Hitler contra ataques aéreos situado debajo de la Cancillería. De los altos jefes nazis, sólo Bormann y Goebbels se hallaban allí después del suicidio de Hitler el 30 de abril de 1945. Goebbels anunció que él no iba a sobrevivir al Tercer Reich y se suicidó, matando antes a su mujer y a sus hijos. Bormann tenía una ampolla con ácido prúsico pero decidió intentar salvar la vida y ordenó al general Krebs, último jefe de la Wehrmacht, que fuera a las líneas rusas y ofreciera la capitulación de la Cancillería del Reich a cambio de un salvoconducto para los que se rindieran. El mariscal Vassily Chuikov exigió rendición sin condiciones.

Bormann intentó entonces escapar rompiendo la cadena de tanques que formaban un cerco alrededor de la Cancillería y lo comunicó por radio al Gran Almirante Doenitz que se hallaba en Schleswig Holstein y que había sido nombrado Reichprasident por Hitler. A las cuatro y media de la tarde del primero de mayo, todos los que se hallaban aún en el refugio recibieron la orden de prepararse. El comentarista radiofónico Hans Fritzsche, que se hallaba en el vecino Minis­terio de Propaganda, consideró el plan «una locura» y amenazó con ir a los rusos y ofrecer la capitulación de todo el distrito del gobierno pero Bormann le ordenó que no lo hiciera aunque, presionado por Fritzsche, prometió dar órdenes a la Werwolf (grupos de guerrilleros que se habían formado para seguir luchando tras la derrota) de que se abstuvieran de posterior acción. Fritzsche y el secretario de Estado Naumann, salieron al jardín de la Cancillería donde Bormann llegó un minuto después. Según el testimonio de Naumann, Bormann llevaba uniforme gris de campaña con la insignia de general de la SS y dio orden a varios jefes de la SS de disolver la organización Werwolf.

A las diez de la noche, los defensores empezaron a salir del refu­gio. Bormann iba en un pequeño grupo formado por Naumann, el jefe de las Juventudes del Reich Arthur Axmann, el chófer de Hitler, Kempka y el médico del Führer Stumpfegger. Por la estación de tren de la Friedrichstrasse, llegaron al puente de Weidendammer sobre el río Stree: al otro lado del puente, estaban los tanques rusos. El plan de Borman era intentar romper el cerco de aquellos tanques mediante tanques alemanes y vehículos blindados.

El chófer Kempka declaró ante el tribunal de Nuremberg:

«Los tanques alemanes empezaron a avanzar por el puente tras el tanque que los guiaba. Bormann iba a pie junto al primer tanque y este tanque fue alcanzado supongo que por un Panzerfaust arrojado desde una ventana. Tras la explosión allí donde había estado Bormann, había una llamarada».

Posteriormente el Reichsjugendführer Axmann declaró:

«El tanque alemán Tiger que llevaba un cargamento de mu­nición voló, y la terrible presión del aire me derribó al suelo. Instintivamente busqué refugio en el hueco causado por una bomba, donde había varios hombres: Bormann, el médico de Hitler, Stumpfegger, Naumann, el ayuda de Goebbels Schwaegermann y mi ayudante Weltzin. Todos habíamos resultado ilesos y discutimos cómo salir de Berlín».

Regresaron a la estación de Friedrichstrasse, treparon por el male­cón, cruzaron el vecino puente del tren sobre el Spree y siguieron las vías hasta casi llegar a la estación de Lehrter, ya ocupada por tropas rusas. Según Axmann, Bormann y los demás bajaron del malecón a la calle donde se encontraron con algunos soldados rusos. Bormann y los demás se habían arrancado las insignias. Los rusos, quizá creyendo que aquellos hombres pertenecían a la Volkssturm (cuerpo de defensa formado presurosamente a base de civiles y muy poco eficaz) les ofrecieron cigarrillos y no les prestaron atención. Luego, prosigue Axmann:

«Bormann y Stumpfegger abandonaron nuestro grupo y se fueron rápidamente hacia la Invalidenstrasse. El resto de nosotros les siguió después. En Invalidenstrasse había gran tiroteo y cuando casi habíamos cruzado el puente por las vías de la estación de Lehrter, vimos dos hombres en el suelo; nos arrodillamos junto a ellos, para ver si podíamos socorrerlos y vimos que eran Martin Bormann y el Dr. Stumpfegger. No cabe error posible porque se les veía la cara y estaban boca arriba con brazos y piernas extendidos. Toqué a Bormann y no se movió. Me incliné sobre él y comprobé que no respiraba. No vi ni heridas ni sangre. El tiroteo proseguía, nosotros teníamos que seguir...»

Hay otros testigos, algunos que han prestado declaración muchas veces y en las últimas declaraciones niegan detalles descritos anterior­mente. El testimonio de los testigos difiere también en varios aspectos pues el jefe de pilotos de Hitler, Bauer, jura que Bormann llevaba uniforme pardo sin insignia, y casco de acero y Naumann jura que Bormann llevaba uniforme gris y gorra de SS, de campaña.

Estudiando estos testimonios y su valoración por especialistas (criminólogos, historiadores, militares), llegué a la conclusión que tal valoración no tomaba en consideración un detalle que a mí me parecía de la mayor importancia: en semejante situación, cuando es cuestión de vida o muerte, cada hombre está solo. Mientras andaban juntos bajo las balas rusas, el Reichsleiter Bormann y el chófer de Hitler no estaban ya separados por un abismo de categorías ni rangos sino que sólo eran dos hombres aterrados, tratando de salvar la vida. En tales momentos, ningún hombre se fija demasiado en el que tiene al lado, ni trata de tomar perfectas notas mentales para una futura declaración. En la oscuridad es seguro que aquellos hombres no se preo­cupaban de observar a quien tuvieran a su derecha o a su izquierda: intentaban sobrevivir, no observar.

Luego existe la confusión del Diario de Bormann, pues no cabe duda que es su Diario auténtico. Ahora se halla en Moscú pero existe una copia en los archivos de las autoridades de la Alemania Oriental y las dos últimas líneas del Diario son:

30.4. Adolf Hitler X, Eva B. X

1.5. Ausbruchsversuch (intento de romper el cerco)

Hay quien dice que el Diario fue hallado en el suelo; otros, que fue hallado en el bolsillo del abrigo de un muerto. Se supone que aquel hombre muerto tenía que ser Bormann, porque si el diario es autén­tico, también el cuerpo había de ser el de Bormann. Pero yo podría mencionar una docena de casos en los que cabecillas nazis pusieron su documentación en bolsillos de hombres muertos, con la esperanza que ello probase que ellos, los cabecillas, habían muerto.

Hay otro punto psicológico importante: los altos jefes nazis a quie­nes pregunté por Bormann están convencidos que vive. La opinión compartida es: «Siempre fue zorro viejo, el hombre capaz de triunfar incluso de la muerte». Eichmann estaba convencido  que Bormann vivía, en una fecha tan reciente como la de 1960. Eichmann mismo lo dijo a los agentes de policía en Israel y un diplomático prominente, una de mis fuentes de información más dignas de crédito, me dice que, existe en España cierta «Fundación Bormann» que financia actividades neonazis y fascistas.

Las historias más o menos sensaciónalistas publicadas sobre la fuga de Bormann, empiezan en el tiempo en que se supone salió de Alemania, invierno de 1945. Un tal Peter Frank Kubiansky, que fue posteriormente arrestado en Innsbruck, admitió que el 12 de diciem­bre de 1945 había llevado a Martin Bormann desde Reichenhall, Baviera, a Salzburgo, pasando luego a Innsbruck y Nauders.

—Yo no sabía que aquel hombre era Bormann —dijo Kubiansky—. Lucía un pequeño bigote y su aspecto era más que vulgar.

Kubiansky asegura que el hombre tenía documentación italiana que le sacó una organización del Vaticano dirigida por Monseñor Heinemann, Via dell’Anima 4, Roma. Heinemann, al parecer, dio a Ku­biansky la dirección de Josef Wolf, que vivía cerca del castillo Labers, Merano, Italia, «adonde encaminé a Bormann».

«En realidad —declaró Kubiansky— vi cómo Monseñor Heinemann vestía a Bormann con hábito de jesuita y vi también cómo «ese hábito» tomaba en Genova un barco rumbo a la Ar­gentina... Tenía un pasaporte falso y un pasaporte de la Cruz Roja. Sé muy bien que Bormann vive en el Perú bajo el nombre de José Pérez y tíene una casa de exportación-importación que lleva el nombre de soltera de la actual esposa de Bormann. La primera mujer de Bormann murió en Italia en 1945»

El informe de Kubiansky carece de consistencia por poco que se analice. La policía de Innsbruck añadió como comentario: «Al parecer, se trata de uno de esos Sensations-Journalist (periodistas sensacionalistas)».

Dejando aparte esas afirmaciones dudosas, parece que sí hay ciertos hechos auténticos mucho más interesantes:

Item: Gracias a la ayuda de un amigo suizo, leí el testimonio de una mujer que está completamente segura de haber visto en 1956 a Martin Bormann en un autobús de Sao Paulo, Brasil. (Su informe fue cuidadosamente verificado por las autoridades alemanas). Aquella mujer había conocido a Bormann personalmente en Berlín y había hablado con él varias veces en la Cancillería del Reich. Al terminar la guerra, fue a vivir a Lausana. En 1956 fue a Sao Paulo a visitar a su hija y yendo sentada en un autobús, al levantar la vista, vio con gran sor­presa a Martin Bormann:

—Me dirigí a él en alemán: «¡Herr Bonnann! ¿Usted aquí?». Quedó atónito, se levantó sin decir palabra, fue a la puerta y bajó del autobús antes que llegara a la parada e inmediatamente desapareció.

Item: En mayo de 1962 uno de mis colaboradores se puso en con­tacto con Frau Paula Riegler, en otro tiempo ama de llaves de la casa de Bormann de Pullach, Baviera, que se quedó con Frau Gerda Bormann hasta la muerte de ésta ocurrida en 1945, en Merano. Cuando Frau Riegler fue interrogada por mi hombre, no admitió que aún estu­viera en contacto con Bormann, pero sí que estaba convencida de que todavía vivía... en 1962. Dijo a mi ayudante que la antigua secre­taria de Bormann. Else Kruger, se había casado con un granjero de Austria pero que no conocía el nombre de casada de Else Kruger ni su dirección. De Zürich recibí obra información sobre Else Kruger, que decía que mantenía importantes contactos con Sudamérica.

Item: En 1962, recibí la visita de un periodista italiano, Luciano Doddoli de Milán, que trabaja para el periódico Espresso. En 1960 estaba Doddoli en Chile haciendo un reportaje para varios periódicos italianos sobre el gran terremoto y allí encontró al profesor Enrique Bello que daba clase de arte en la Universidad de Santiago de Chile[1]. El profesor Bello buscaba a unos parientes suyos desaparecidos du­rante el terremoto. Era poco después de la captura de Adolf Eichmann.

Doddoli y Bello se pusieron a hablar de antiguos cabecillas nazis de los que se decía se ocultaban bajo nombres falsos en Valdivia, al sur de Chile. El profesor Bello dijo a Doddoli que conocía a una mujer que «había vivido con Bormann de 1943 a 1951». Preparó a Dod­doli una entrevista con la mujer, que dijo llamarse «Keller» y trabajar para una firma comercial germano-chilena. Doddoli no descubrió hecho alguno acerca de Bormann, pero Frau Keller dijo a Doddoli que «quizás un día pudiera hablar del asunto». El profesor Bello, a su vez, dijo que creía que «podía ser cuestión de dinero».

Item: En el curso de mi búsqueda del doctor Josef Mengele, recibí una carta dirigida a «Wiesenthal, Viena» procedente de Puerto Príncipe, Haití, en la que el señor Johny Sommer, un alemán que se había pasado los últimos años en Sudamérica, me decía haber tenido un nigth-club llamado «Ali Baba» en Asunción, Paraguay, que vendió en 1963 y que en la actualidad era propietario del Roxy Bar en Puerto Príncipe. Mantuvimos correspondencia a propósito de Mengele y en mayo de 1964 me envió una fotografía de grupo tomada durante la guerra, en la que aparecía Hitler y su plana mayor, en total unas veinticinco personas. No había nombres pero uno de los individuos venía señalado con una flecha y el señor Sommer escribía: «Este hom­bre, llamado Bauer, venía con frecuencia en 1961 a mi club nocturno de Asunción con ese cierto Mengele. A veces el doctor Jung venía también con ellos y muchas veces iban de pesca juntos al río Obto, de Paraná». Esta información me fue posteriormente confirmada por otros testigos de Asunción. El hombre marcado con la flecha es Bormann y la familia Jung son ricos terratenientes del Paraguay.

Noté, en todos los informes sobre Bormann, una patente laguna. O bien tratan de los dramáticos acontecimientos de la funesta noche del primero de mayo de 1945 o bien de la reaparición de Bormann en otoño de 1945, en que varias personas informaron haberle visto. ¿Cómo pasó Bormann el tiempo transcurrido desde el primero de mayo hasta finales de otoño y qué estuvo haciendo?

El 6 de mayo de 1963 aparecí en el programa de televisión alemán «Panorama» de Hamburgo y entre otras cosas mencioné el caso Martin Bormann y dije que la «época oscura», período transcurrido entre el 1 de mayo y últimos de otoño de 1945, era la clave del «misterio Bormann». Pocos días después recibí una carta de un hombre que voy a llamar Franz Rapp en la que indicaba que tenía información digna de crédito sobre la «época oscura».

Me reuní con Rapp en el Hotel Dachs de Munich. Era un indi­viduo de cincuenta y cuatro años, nacido en Bolzano, Tirol del Sur italiano, donde se le conocía como intérprete de tribunales. En 1938 había optado por la ciudadanía alemana, cuando Mussolini autorizó a los descendientes de alemanes a tomarla, y durante la guerra sirvió en la Wehrmacht. Terminada la guerra se hizo representante de firmas italianas y suizas de máquinas de café y artículos domésticos y en la actualidad vive en una pequeña población cercana a Heidelberg, Alemania,

Rapp me dijo que a finales del otoño de 1961 había estado en Innsbruck, que era su zona de ventas, donde conoció a un hombre que llamaremos Franz Holt, que entonces tenía cuarenta y tres años y que luego pasó a ser socio suyo. Holt vivía en Innsbruck como huésped de una mujer que llamaré Frau Hilde. Los tres se hicieron grandes ami­gos y una noche, tras varios vasos de vino, Holt dio un codazo a su amigo y le dijo que iba a revelarle «su gran secreto». Rapp le contestó que no quería oir secretos pues había notado que Frau Hilde intentaba evitar que Holt hablara. Pero Holt estaba en el mejor de sus mejores momentos, no le hizo caso, dijo que Rapp era su amigo y socio, con el que hacía buenos dineros y, ¿por qué no iba a saber su amigo el gran secreto suyo?. Se sirvió más vino y comenzó a hablar.

Durante la guerra fue destinado a un equipo de ambulancia y al terminar ésta estuvo prisionero por poco tiempo en un campo de internamiento francés, cerca de Innsbruck, Tirol, del que pronto fue puesto en libertad. Holt, entonces, obtuvo empleo en la Cruz Roja austríaca del Tirol y a principios del verano de 1945 la Cruz Roja austríaca empezó a repatriar soldados austríacos de campos de prisioneros de guerra aliados en Alemania, acción de repatriación subvencionada por la Iglesia Católica, y que los aliados vieron con buenos ojos ya que deseaban demostrar que consideraban a Austria un país «liberado» y no un país «de ocupación» como Alemania.

A Holt le asignaron la tarea de viajar, en pequeño grupo, por varios campos de Alemania, Italia y Francia y dieron a los miembros de aquella misión pases y tarjetas de identidad en cuatro lenguas (francés, inglés, ruso y alemán) que les autorizaban a entrar en cual­quier campo de prisioneros de guerra aliado. Recogían soldados austríacos (pero no SS ni criminales de guerra) y los repatriaban.

En otoño de 1945, Holt siguió diciendo a Rapp, había ido con su grupo a un campo del norte de Alemania, cerca de Flensburg, Schleswig Holstein. (Bormann había intentado reunirse con el Gran Almirante Doenitz en Flensburg cuando salió del refugio del Führer.)

En el campo aquél, a Holt se le acercó una Blitzmadel, miembro de las fuerzas auxiliares femeninas de la Wehrmacht, que le pidió se la llevara a Austria a pesar de no ser austríaca ofreciéndole a cam­bio un valioso anillo de diamantes. Holt sabía que las comprobaciones de los ingleses eran de pura fórmula y aceptó. Al día siguiente, com­pareció con otra joya: ¿consentiría también en sacar de allí a su hermano? Holt contempló la pieza y se le hizo difícil resistir la ten­tación. De acuerdo, le dijo, los metería a ambos en el transporte de los repatriados austríacos, y, efectivamente, al día siguiente fueron a su encuentro. El hombre lucía un bigotito y llevaba gafas, pero las gafas parecían más bien molestarle: cuando quería mirar algo, siempre se las quitaba.

Cuando el transporte llegó a Innsbruck, donde los prisioneros aus­tríacos eran interrogados y enviados a sus hogares, la pareja se acercó de nuevo a Holt, pidiéndole les llevara a Nauders, pueblo de frontera austríaca desde el que no era difícil llegar a la frontera italiana y suiza. Como era natural, pensaban pagarle el servicio y esta vez le entregaron un valioso broche. Holt conocía muy bien la zona fronteriza, y aunque imaginó que la pareja no eran hermano y her­mana, no le importó, ya que le pagaban tan bien. Para no encontrarse con la patrulla aliada que vigilaba la zona, Holt tuvo que conducir a la pareja a través de los bosques, por senderos apartados, cruzando un alto puerto de montaña. Era «octubre o noviembre», dijo Holt y hacía mucho frío, todo estaba cubierto de nieve y varias veces nos hallamos con nieve hasta la rodilla.

La mujer demostró gran fortaleza: seguía andando por cansada que estuviera, y decía a los hombres que se apresurasen no fuera que alguna patrulla les atrapara. Cruzaron la frontera para pasar al Tirol del sur italiano y allí dijeron a Holt que les llevara a uno de los monaste­rios de la región de Vintschgau. Sólo entonces, al final del viaje, se enteró Holt de a quién había salvado, pues aquel hombre le dijo que era el Reichsleiter Martin Bormann.

—Al llegar a la puerta del monasterio —dijo Holt a Rapp— Bormann llamó al timbre. La puerta se abrió. Bormann sacó un papel que llevaba cosido en la parte interior del pantalón, el portero leyó el papel y les rogó aguardaran. Al cabo de un rato volvió y dijo a Bormann y a la mujer que pasaran. Pensé que la huida de Bormann había sido preparada de antemano. Bormann se volvió y me dijo: «Franz, has hecho algo magnífico. Si no hablas de ello a nadie, tendrás dinero cada mes mientras vivas». Me dieron la mano, entraron y la puerta del monasterio se cerró.

Analizando «el secreto» que Holt había «cantado» a Franz Rapp a finales del otoño de 1961 en Innsbruck, saqué la conclusión de que contenía elementos dignos de crédito. La mayoría de miembros del grupo de Bormann que intentaron romper el cerco ruso de Berlín, lograron su propósito. ¿Por qué no iba a haberlo logrado también el «sagaz zorro» Bormann? Habría intentado llegar a Flensburg para hablar con Doenitz, habría hallado refugio bajo nombre falso en el lugar más seguro: un campo de prisioneros británico. No era impro­bable que llevara valiosas joyas, ni que tratara de llegar a un mo­nasterio de Italia como tantos otros jefes nazis antes y después de él. Debió de ser uno de los más importantes viajeros de la «ruta de los monasterios» de la ODESSA.

Pedí a Rapp que hablara con Holt y que consiguiera más de­tallada información. Rapp escribió a Holt, sugiriéndole que podría ganar montones de dinero si proporcionaba detalles. La próxima vez que se vieron, Holt se mostró indeciso, y pidió a Rapp que olvi­dara aquel asunto porque perdería mucho más de lo que pudiera ganar. Imploró a Rapp que no le contara nada a nadie. Por mi parte, llevé a cabo una investigación en Innsbruck y la policía confirmó que Holt había estado en un equipo de ambulancia durante la guerra y que luego había pertenecido al personal de la Cruz Roja; que había ayu­dado a repatriar a austríacos procedentes de diversos campos ale­manes.

En la actualidad, según Rapp, sigue todavía recibiendo un cheque mensual del extranjero, siempre de un banco distinto.

El siguiente detalle auténtico del mosaico de Bormann fue suminis­trado por una mujer, pequeña y frágil, que llamaremos Bettina, resi­dente ahora en una tranquila casa de huéspedes alemana pero que se pasó más de veinticinco años en Chile y volvió a Europa porque sen­tía añoranza. En octubre de 1964, Frau Bettina escribió a la policía de Viena pidiendo mi dirección y diciendo que durante su estancia en Chile, Martin Bormann compró un gran terreno en su inmediata vecindad y que como sabía por los periódicos que quizá me interesara lo que ella sabía, proponía que nos viéramos.

Naturalmente, claro que me interesaba. Frau Bettina me recibió en su cuarto y sacó de un cajón una fotocopia de un mapa con el título «Kartenskizze Chilenische Schweiz», la «Suiza chilena» que se hallaba en el centro de Chile. Me dio la impresión de que el mapa había sido dibujado por alemanes de Chile con cierto propósito, pues era un mapa de la zona comprendida entre el océano Pacífico y la frontera Argentina del Este y la comprendida entre las ciudades de Valdivia y Bariloche estaba marcada con ciertos signos secretos; tres de los trián­gulos llevaban los signos «OD» y «UL». Se trata de una encantadora región de montañas, lagos, bosques y ríos con hermosos balnearios y lugares de veraneo, exactamente esa clase de paisaje donde hacenda­dos alemanes en el exilio podrían vivir en placentera reclusión volunta­ria. ¿Podría ser que los símbolos tuvieran un significado militar?

Pregunté a Frau Bettina cómo se había hecho con aquel miste­rioso mapa.

—En uno de los pisos de la casa donde yo vivía, en Valdivia, había un alemán llamado Arturo Schwartz, hombre muy callado y retraído que hablaba con muy pocas personas y con frecuencia estaba ausente semanas enteras. No sé por qué razón le inspiré confianza y al mar­charse me dejaba las llaves de su piso y me pedía que se lo vigilara y le regara las plantas.

En los periódicos empezaron a aparecer reportajes sobre los cri­minales nazis que residían en Sudamérica y comencé a preguntarme quién seria mi misterioso vecino que hablaba alemán, tenía mucho dinero, no se sabía trabajase regularmente en nada y rehuía hablar con nadie, ¿No podría ser alguien con poderosas razones de guardar el anónimo? Un día de 1960, en una de las ausencias de Herr Schwartz, un desconocido vino a verme para decirme que Herr Schwartz había muerto de repente en su viaje al Brasil. Me pidió las llaves del piso de Herr Schwartz y yo le dije que no sabía dónde las tenía y que volviera al día siguiente. Cuando el hombre se hubo marchado, fui al piso y miré qué había en él: sobre la mesa hallé unos libros y unos papeles, vi varias copias de este mapa y cogí una.

Posteriormente, Frau Bettina hizo un viaje a la pequeña ciudad de Osorno, a medio camino entre Valdivia y Puerto Montt, de la que Herr Schwartz le había hablado muchas veces diciéndole que allí residían muchos alemanes llegados después de la segunda Guerra mun­dial. Frau Bettina conoció a algunos de ellos.

—Se comportaban como si aún estuviéramos en 1938 —dijo Frau Bettina—. Recuerdo especialmente a un abogado alemán que hablaba como Goebbels. Allí todo el mundo parecía tener mucho dinero, ningún trabajo concreto y vivienda confortable. Todos eran retraídos y, cuan­do hablaban, aludían al Tercer Reich. Varias personas mencionaron que Martin Bormann vivía también en aquella zona, que un abo­gado de Osorno había comprado un terreno para Bormann entre Valdivia y la frontera argentina, todos lo decían. Si se fija en el mapa, verá que esta parte de la zona está marcada con ciertos símbolos secretos.

La información de Frau Bettina coincide con la que yo tengo archivada, de nazis que viven en los alrededores de Bariloche, en la parte argentina de la frontera. Se trata de una historia similar de alemanes que poseen allí hermosas haciendas y mucho terreno. A Mengele le han visto con frecuencia allí. Se han producido miste­riosas reyertas entre grupos de alemanes y a veces las hay a tiros de fusil. Pero la policía local echa tierra sobre esto que ocurre.

La última pieza del mosaico, me la trajo un estudiante que tele­foneó a mi despacho un día de 1964 y me citó en una cafetería. Allí me encontré con un hombre joven, agradable, de buen aspecto, de veintiséis años y de ojos melancólicos. Tenía que hablarme de una hermosa brasileña que hacía unos meses que había llegado a Viena para estudiar arte.

—Es muy hermosa —me dijo el joven, con un suspiro—. Es de Curitiba, población que está cerca de Paraná, Estado federado de Brasil.

Traté de no parecer interesado. En Paraná existen las colonias alemanas donde se albergan mis más importantes «clientes» que cuentan allí con una admiración enorme, y donde reina estrictamente la mentalidad del Tercer Reich.

La mujer brasileña estaba casada con un alemán, propietario de una importante empresa de importación-exportación, que se trasladaba con mucha frecuencia a Barcelona por negocios. Durante su último viaje permitió a su mujer que fuera a Viena pues ella poseía voz y afán de tomar lecciones de canto. «Y Viena es el lugar» añadió el joven.

Se conocieron y se enamoraron. El joven lanzó otro suspiro. No le dije nada pero no dejaba de preguntarme por qué me había llamado, ya que no sería para contarme su romance con una hermosa brasileña.

—Yo sé cuál es su nombre, pero me ha pedido que no lo revele a nadie —continuó diciendo—. Es una situación delicada pues no se lleva bien con su marido y debe andarse con mucho cuidado. Bueno, un día estábamos en una cafetería, leí en una revista un reportaje sobre Bormann, y me puse a hablar de esas cosas que a mí me fascinan. Mi amiga se echó a reír y me dijo que ella podría contarme montones de cosas sobre aquel asunto, y sacó una foto­grafía del bolso. Era de 1964 y había en ella un grupo de personas. Una de ellas, un hombre macizo y medio calvo levanta la mano derecha cuando le hacen la fotografía como si quisiera taparse la cara, en realidad llega sólo a cubrirse la oreja derecha. Mi amiga me dijo: «Fíjate, ¿ves? Todos los judíos y muchos alemanes andan tras él porque era uno de los nazis principales. Mi marido trabaja para él».

No hice ningún comentario.

—Se preguntará por qué le digo esto —me dijo el joven—. Bueno, yo estoy loco por esa mujer que se marchó de Viena hace unas sema­nas para reunirse con su esposo en España. Yo sé que ella a mí me quiere mucho. Me dijo que tenía dinero propio, pero que el marido no le concederá nunca el divorcio y que es uno de esos brutales Kerle (tipos).

Escuché sin sorprenderme que un asunto triangular me llevara a Martin Bormann. Ya lo dije antes: en los últimos veinte años he aprendido a no sorprenderme de nada.

—Herr Wiesenthal, estoy completamente seguro de que el hombre era Bormann. Desde luego yo sólo conozco a Bormann por fotografías en revistas, pero el hombre que intentaba ocultar su rostro era exac­tamente igual que las fotografías que yo he visto de Bormann. Desde luego, el marido de mi amiga debe de ser un cabecilla nazi, de otro modo no le utilizaría en asuntos internacionales. Hemos pensado... es decir, yo he pensado, que le doy a usted el nombre y le arresta usted la próxima vez que vaya a España...

Quedó callado.

—Usted se libra del marido y así puede vivir feliz con su brasile­ña, ¿es eso? —pregunté.

—Exacto. Y usted puede obtener la dirección de Bormann en Cu­ritiba, que mi amiga le dará... A ella le encantaría vivir en Europa.

Por el momento el asunto ha quedado ahí. Yo prometí al joven no hacer nada que pudiera comprometer a la mujer, pues él me dio su nombre y dijo me tendría al comente en cuanto ella y su marido vuel­van a Europa.

Pero, ¿y qué pasará si yo puedo presentar pruebas de que Bor­mann vive en cierta dirección de Curitiba? Veinticuatro horas después habrá desaparecido y puede con toda facilidad sumergirse en Sudamérica: tiene abundante dinero y una fantástica red de adeptos incondicionales.

Muchos países están interesados en Bormann, pero ninguno autén­ticamente interesado. Fritz Bauer, fiscal de Frankfurt, duda que ninguna nación sudamericana quisiera conceder su extradición. El «misterio Martin Bormann» (muy probablemente vive cuando escribo esto a principios de 1966 cerca de la frontera argentino-chilena) dege­nerará en una simple ecuación biológica. Está bien protegido, ningún país quiere intentar un segundo caso Eichmann, Bormann fallecerá un buen día y la recompensa de 100.000 marcos no será pagada nunca. Por un muerto, nadie paga dinero.

He  recibido la visita de un periodista alemán acompañado de un desconocido procedente del Perú, que me preguntó si a cambio de la dirección de Bormann y de su colaboración en la detención de éste, podría darse por olvidado el caso de aquel desconocido, buscado en Alemania, que cometió un solo asesinato y que comparado con el caso Bormann es un caso trivial. Añadió que si yo estaba dispuesto a iniciar gestiones con el fiscal de Frankfurt encargado del caso del hombre en cuestión, podríamos tratar inmediatamente del caso Bormann.

Le contesté que me ponía en un dilema de muy difícil resolución y que, por otra parte, cómo sabría yo que el hombre en cuestión cumpliría su promesa. Le pregunté entonces dónde se encontraba Bor­mann y por toda contestación me enseñó una fotografía que muestra a Bormann vestido de sacerdote. Esta fotografía parece tener cierta autenticidad, ya que el individuo representa tener algo más de unos sesenta años y Bormann tiene en la actualidad sesenta y seis.

Pedí a ambos que pasaran a verme al día siguiente y que me dieran así un poco de tiempo para meditar el asunto. Ya sé que es absolutamente imposible hacer semejante trato con la justicia y por consiguiente les dije que si el hombre en cuestión colabora realmente en la detención de Bormann, ello sería considerado en un tribunal como circunstancia atenuante y yo estaría dispuesto a testificar que había en verdad colaborado a traer un criminal frente a la justicia.

Entonces me dijeron que si se sabía que si aquel hombre había traicionado a Bormann, ello representaría para él sentencia de muerte a manos nazis, pero, sin embargo, prometieron seguir en contacto conmigo.

En el curso de la conversación pareció desprenderse que ese hom­bre, que tiene miedo de regresar a Europa, vive en el Perú[2].



[1] Textual, como en la traducción española. Esta universidad existe hoy en día, mas no en aquél entonces, probablemente se refiere a la Universidad de Chile (nota del corrector digital)

[2] 6 de enero de 1967: una vez terminado mi manuscrito, recibo más información sobre Bormann, cuya autenticidad es muy difícil de comprobar.