12 de Octubre: Nada que festejar - Por Eduardo Galeano | |
Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de la mitad de la población come salteado. | |
Cinco
siglos de prohibición del arco iris en el cielo americano El
Descubrimiento: el 12 de octubre de 1492, América descubrió el
capitalismo. Cristóbal Colón, financiado por los reyes de España y los
banqueros de Génova, trajo la novedad a las islas del mar Caribe. En su
diario del Descubrimiento, el almirante escribió 139 veces la palabra oro
y 51 veces la palabra Dios o Nuestro Señor. Él no podía cansar los ojos
de ver tanta lindeza en aquellas playas, y el 27 de noviembre profetizó:
Tendrá toda la cristiandad negocio en ellas. Y en eso no se equivocó.
Colón creyó que Haití era Japón y que Cuba era China, y creyó que los
habitantes de China y Japón eran indios de la India; pero en eso no se
equivocó. Al
cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada
una tercera parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que
fue fértil y más de la mitad de la población come salteado. Los indios,
víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen
sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen
condenados a la negación de su identidad diferente. Se les sigue
prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando el derecho de
ser. Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre
del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso.
Sin
embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía
algunas claves de otra América posible. América, ciega de racismo, no
las ve. ***
El
12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón escribió en su diario que él
quería llevarse algunos indios a España para que aprendan a hablar
("que deprendan fablar"). Cinco siglos después, el 12 de
octubre de 1989, en una corte de justicia de los Estados Unidos, un indio
mixteco fue considerado retardado mental ("mentally retarded")
porque no hablaba correctamente la lengua castellana. Ladislao Pastrana,
mexicano de Oaxaca, bracero ilegal en los campos de California, iba a ser
encerrado de por vida en un asilo público. Pastrana no se entendía con
la intérprete española y el psicólogo diagnosticó un claro déficit
intelectual. Finalmente, los antropólogos aclararon la situación:
Pastrana se expresaba perfectamente en su lengua, la lengua mixteca, que
hablan los indios herederos de una alta cultura que tiene más de dos mil
años de antigüedad. ***
El
Paraguay habla guaraní. Un caso único en la historia universal: la
lengua de los indios, lengua de los vencidos, es el idioma nacional unánime.
Y sin embargo, la mayoría de los paraguayos opina, según las encuestas,
que quienes no entienden español son como animales. De
cada dos peruanos, uno es indio, y la Constitución de Perú dice que el
quechua es un idioma tan oficial como el español. La Constitución lo
dice, pero la realidad no lo oye. El Perú trata a los indios como África
del Sur trata a los negros. El español es el único idioma que se enseña
en las escuelas y el único que entienden los jueces y los policías y los
funcionarios. (El español no es el único idioma de la televisión,
porque la televisión también habla inglés.) Hace cinco años, los
funcionarios del Registro Civil de las Personas, en la ciudad de Buenos
Aires, se negaron a inscribir el nacimiento de un niño. Los padres, indígenas
de la provincia de Jujuy, querían que su hijo se llamara Qori Wamancha,
un nombre de su lengua. El Registro argentino no lo aceptó por ser nombre
extranjero. Los
indios de las Américas viven exiliados en su propia tierra. El lenguaje
no es una señal de identidad, sino una marca de maldición. No los
distingue: los delata. Cuando un indio renuncia a su lengua, empieza a
civilizarse. ¿Empieza a civilizarse o empieza a suicidarse?
***
Cuando
yo era niño, en las escuelas del Uruguay nos enseñaban que el país se
había salvado del problema indígena gracias a los generales que en el
siglo pasado exterminaron a los últimos charrúas. El
problema indígena: los primeros americanos, los verdaderos descubridores
de América, son un problema. Y para que el problema deje de ser un
problema, es preciso que los indios dejen de ser indios. Borrarlos del
mapa o borrarles el alma, aniquilarlos o asimilarlos: el genocidio o el
otrocidio. En
diciembre de 1976, el ministro del Interior del Brasil anunció, triunfal,
que el problema indígena quedará completamente resuelto al final del
siglo veinte: todos los indios estarán, para entonces, debidamente
integrados a la sociedad brasileña, y ya no serán indios. El ministro
explicó que el organismo oficialmente destinado a su protección (FUNAI,
Fundacao Nacional do Indio) se encargará de civilizarlos, o sea: se
encargará de desaparecerlos. Las balas, la dinamita, las ofrendas de
comida envenenada, la contaminación de los ríos, la devastación de los
bosques y la difusión de virus y bacterias desconocidos por los indios,
han acompañado la invasión de la Amazonia por las empresas ansiosas de
minerales y madera y todo lo demás. Pero la larga y feroz embestida no ha
bastado. La domesticación de los indios sobrevivientes, que los rescata
de la barbarie, es también un arma imprescindible para despejar de obstáculos
el camino de la conquista. ***
Matar
al indio y salvar al hombre, aconsejaba el piadoso coronel norteamericano
Henry Pratt. Y muchos años después, el novelista peruano Mario Vargas
Llosa explica que no hay más remedio que modernizar a los indios, aunque
haya que sacrificar sus culturas, para salvarlos del hambre y la miseria.
La
salvación condena a los indios a trabajar de sol a sol en minas y
plantaciones, a cambio de jornales que no alcanzan para comprar una lata
de comida para perros. Salvar a los indios también consiste en romper sus
refugios comunitarios y arrojarlos a las canteras de mano de obra barata
en la violenta intemperie de las ciudades, donde cambian de lengua y de
nombre y de vestido y terminan siendo mendigos y borrachos y putas de
burdel. O salvar a los indios consiste en ponerles uniforme y mandarlos,
fusil al hombro, a matar a otros indios o a morir defendiendo al sistema
que los niega. Al fin y al cabo, los indios son buena carne de cañón: de
los 25 mil indios norteamericanos enviados a la segunda guerra mundial,
murieron 10 mil. El
16 de diciembre de 1492, Colón lo había anunciado en su diario: los
indios sirven para les mandar y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo
lo que fuere menester y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y
a nuestras costumbres. Secuestro de los brazos, robo del alma: para
nombrar esta operación, en toda América se usa, desde los tiempos
coloniales, el verbo reducir. El indio salvado es el indio reducido. Se
reduce hasta desaparecer: vaciado de sí, es un no-indio, y es nadie.
***
El
shamán de los indios chamacocos, de Paraguay, canta a las estrellas, a
las arañas y a la loca Totila, que deambula por los bosques y llora. Y
canta lo que le cuenta el martín pescador: Y
canta lo que le cuenta la neblina: Y
canta lo que le cuentan los caballos del cielo: Pero
los misioneros de una secta evangélica han obligado al chamán a dejar
sus plumas y sus sonajas y sus cánticos, por ser cosas del Diablo; y él
ya no puede curar las mordeduras de víboras, ni traer la lluvia en
tiempos de sequía, ni volar sobre la tierra para cantar lo que ve. En una
entrevista con Ticio Escobar, el shamán dice: Dejo de cantar y me
enfermo. Mis sueños no saben adónde ir y me atormentan. Estoy viejo,
estoy lastimado. Al final, ¿de qué me sirve renegar de lo mío?
El
shamán lo dice en 1986. En 1614, el arzobispo de Lima había mandado
quemar todas las quenas y demás instrumentos de música de los indios, y
había prohibido todas sus danzas y cantos y ceremonias para que el
demonio no pueda continuar ejerciendo sus engaños. Y en 1625, el oidor de
la Real Audiencia de Guatemala había prohibido las danzas y cantos y
ceremonias de los indios, bajo pena de cien azotes, porque en ellas tienen
pacto con los demonios. ***
Para
despojar a los indios de su libertad y de sus bienes, se despoja a los
indios de sus símbolos de identidad. Se les prohíbe cantar y danzar y soñar
a sus dioses, aunque ellos habían sido por sus dioses cantados y danzados
y soñados en el lejano día de la Creación. Desde los frailes y
funcionarios del reino colonial, hasta los misioneros de las sectas
norteamericanas que hoy proliferan en América Latina, se crucifica a los
indios en nombre de Cristo: para salvarlos del infierno, hay que
evangelizar a los paganos idólatras. Se usa al Dios de los cristianos
como coartada para el saqueo. El
arzobispo Desmond Tutu se refiere al África, pero también vale para América: ***
Los
doctores del Estado moderno, en cambio, prefieren la coartada de la
ilustración: para salvarlos de las tinieblas, hay que civilizar a los bárbaros
ignorantes. Antes y ahora, el racismo convierte al despojo colonial en un
acto de justicia. El colonizado es un sub-hombre, capaz de superstición
pero incapaz de religión, capaz de folclore pero incapaz de cultura: el
sub-hombre merece trato subhumano, y su escaso valor corresponde al bajo
precio de los frutos de su trabajo. El racismo legitima la rapiña
colonial y neocolonial, todo a lo largo de los siglos y de los diversos
niveles de sus humillaciones sucesivas. América
Latina trata a sus indios como las grandes potencias tratan a América
Latina. ***
Gabriel
René-Moreno fue el más prestigioso historiador boliviano del siglo
pasado. Una de las universidades de Bolivia lleva su nombre en nuestros días.
Este prócer de la cultura nacional creía que los indios son asnos, que
generan mulos cuando se cruzan con la raza blanca. Él había pesado el
cerebro indígena y el cerebro mestizo, que según su balanza pesaban
entre cinco, siete y diez onzas menos que el cerebro de raza blanca, y por
tanto los consideraba celularmente incapaces de concebir la libertad
republicana. El
peruano Ricardo Palma, contemporáneo y colega de Gabriel René-Moreno,
escribió que los indios son una raza abyecta y degenerada. Y el argentino
Domingo Faustino Sarmiento elogiaba así la larga lucha de los indios
araucanos por su libertad: Son más indómitos, lo que quiere decir:
animales más reacios, menos aptos para la Civilización y la asimilación
europea. El
más feroz racismo de la historia latinoamericana se encuentra en las
palabras de los intelectuales más célebres y celebrados de fines del
siglo diecinueve y en los actos de los políticos liberales que fundaron
el Estado moderno. A veces, ellos eran indios de origen, como Porfirio Díaz,
autor de la modernización capitalista de México, que prohibió a los
indios caminar por las calles principales y sentarse en las plazas públicas
si no cambiaban los calzones de algodón por el pantalón europeo y los
huaraches por zapatos. Eran
los tiempos de la articulación al mercado mundial regido por el Imperio
Británico, y el desprecio científico por los indios otorgaba impunidad
al robo de sus tierras y de sus brazos. El
mercado exigía café, pongamos el caso, y el café exigía más tierras y
más brazos. Entonces, pongamos por caso, el presidente liberal de
Guatemala, Justo Rufino Barrios, hombre de progreso, restablecía el
trabajo forzado de la época colonial y regalaba a sus amigos tierras de
indios y peones indios en cantidad. ***
El
racismo se expresa con más ciega ferocidad en países como Guatemala,
donde los indios siguen siendo porfiada mayoría a pesar de las frecuentes
oleadas exterminadoras. En
nuestros días, no hay mano de obra peor pagada: los indios mayas reciben
65 centavos de dólar por cortar un quintal de café o de algodón o una
tonelada de caña. Los indios no pueden ni plantar maíz sin permiso
militar y no pueden moverse sin permiso de trabajo. El ejército organiza
el reclutamiento masivo de brazos para las siembras y cosechas de
exportación. En las plantaciones, se usan pesticidas cincuenta veces más
tóxicos que el máximo tolerable; la leche de las madres es la más
contaminada del mundo occidental. Rigoberta Menchú: su hermano menor,
Felipe, y su mejor amiga, María, murieron en la infancia, por causa de
los pesticidas rociados desde las avionetas. Felipe murió trabajando en
el café. María, en el algodón. A machete y bala, el ejército acabó
después con todo el resto de la familia de Rigoberta y con todos los demás
miembros de su comunidad. Ella sobrevivió para contarlo. Con
alegre impunidad, se reconoce oficialmente que han sido borradas del mapa
440 aldeas indígenas entre 1981 y 1983, a lo largo de una campaña de
aniquilación más extensa, que asesinó o desapareció a muchos miles de
hombres y de mujeres. La limpieza de la sierra, plan de tierra arrasada,
cobró también las vidas de una incontable cantidad de niños. Los
militares guatemaltecos tienen la certeza de que el vicio de la rebelión
se transmite por los genes. Una
raza inferior, condenada al vicio y a la holgazanería, incapaz de orden y
progreso, ¿merece mejor suerte? La violencia institucional, el terrorismo
de Estado, se ocupa de despejar las dudas. Los conquistadores ya no usan
caparazones de hierro, sino que visten uniformes de la guerra de Vietnam.
Y no tienen piel blanca: son mestizos avergonzados de su sangre o indios
enrolados a la fuerza y obligados a cometer crímenes que los suicidan.
Guatemala desprecia a los indios, Guatemala se auto desprecia.
Esta
raza inferior había descubierto la cifra cero, mil años antes de que los
matemáticos europeos supieran que existía. Y habían conocido la edad
del universo, con asombrosa precisión, mil años antes que los astrónomos
de nuestro tiempo. Los
mayas siguen siendo viajeros del tiempo: ¿Qué es un hombre en el camino?
Tiempo. Ellos
ignoraban que el tiempo es dinero, como nos reveló Henry Ford. El tiempo,
fundador del espacio, les parece sagrado, como sagrados son su hija, la
tierra, y su hijo, el ser humano: como la tierra, como la gente, el tiempo
no se puede comprar ni vender. La Civilización sigue haciendo lo posible
por sacarlos del error. ***
¿Civilización?
La historia cambia según la voz que la cuenta. En América, en Europa o
en cualquier otra parte. Lo que para los romanos fue la invasión de los bárbaros,
para los alemanes fue la emigración al sur. No
es la voz de los indios la que ha contado, hasta ahora, la historia de América.
En las vísperas de la conquista española, un profeta maya, que fue boca
de los dioses, había anunciado: Al terminar la codicia, se desatará la
cara, se desatarán las manos, se desatarán los pies del mundo. Y cuando
se desate la boca, ¿qué dirá? ¿Qué dirá la otra voz, la jamás
escuchada? Desde el punto de vista de los vencedores, que hasta ahora ha
sido el punto de vista único, las costumbres de los indios han confirmado
siempre su posesión demoníaca o su inferioridad biológica. Así fue
desde los primeros tiempos de la vida colonial: ¿Andan
desnudos, como si todo el cuerpo fuera cara? Porque los salvajes no tienen
vergüenza. ¿Ignoran
el derecho de propiedad, y comparten todo, y carecen de afán de riqueza?
Porque son más parientes del mono que del hombre. ¿Se
bañan con sospechosa frecuencia? Porque se parecen a los herejes de la
secta de Mahoma, que bien arden en los fuegos de la Inquisición.
¿Jamás
golpean a los niños, y los dejan andar libres? Porque son incapaces de
castigo ni doctrina. ¿Creen
en los sueños, y obedecen a sus voces? Por influencia de Satán o por
pura estupidez. ¿Comen
cuando tienen hambre, y no cuando es hora de comer? Porque son incapaces
de dominar sus instintos. ¿Aman
cuando sienten deseo? Porque el demonio los induce a repetir el pecado
original. ¿Es
libre la homosexualidad? ¿La virginidad no tiene importancia alguna?
Porque viven en la antesala del infierno. ***
En
1523, el cacique Nicaragua preguntó a los conquistadores: El
cacique había sido elegido por los ancianos de las comunidades. ¿Había
sido el rey de Castilla elegido por los ancianos de sus comunidades? La América
precolombina era vasta y diversa, y contenía modos de democracia que
Europa no supo ver, y que el mundo ignora todavía. Reducir la realidad
indígena americana al despotismo de los emperadores incas, o a las prácticas
sanguinarias de la dinastía azteca, equivale a reducir la realidad de la
Europa renacentista a la tiranía de sus monarcas o a las siniestras
ceremonias de la Inquisición. En
la tradición guaraní, por ejemplo, los caciques se eligen en asambleas
de hombres y mujeres -y las asambleas los destituyen si no cumplen el
mandato colectivo. En la tradición iroquesa, hombres y mujeres gobiernan
en pie de igualdad. Los jefes son hombres; pero son las mujeres quienes
los ponen y deponen y ellas tienen poder de decisión, desde el Consejo de
Matronas, sobre muchos asuntos fundamentales de la confederación entera.
Allá por el año 1600, cuando los hombres iroqueses se lanzaron a
guerrear por su cuenta, las mujeres hicieron huelga de amores. Y al poco
tiempo los hombres, obligados a dormir solos, se sometieron al gobierno
compartido. ***
En
1919, el jefe militar de Panamá en las islas de San Blas, anunció su
triunfo: Y
anunció que las indias nunca se pintarían la nariz sino las mejillas,
como debe ser, y que nunca más llevarían aros en la nariz, sino en las
orejas. Como debe ser. Setenta
años después de aquel canto de gallo, las indias kunas de nuestros días
siguen luciendo sus aros de oro en la nariz pintada, y siguen vistiendo
sus molas, hechas de muchas telas de colores que se cruzan con siempre
asombrosa capacidad de imaginación y de belleza: visten sus molas en la
vida y con ella se hunden en la tierra, cuando llega la muerte.
En
1989, en vísperas de la invasión norteamericana, el general Manuel
Noriega aseguró que Panamá era un país respetuosos de los derechos
humanos: ***
Las
técnicas arcaicas, en manos de las comunidades, habían hecho fértiles
los desiertos en la cordillera de los Andes. Las tecnologías modernas, en
manos del latifundio privado de exportación, están convirtiendo en
desiertos las tierras fértiles en los Andes y en todas partes.
Resultaría
absurdo retroceder cinco siglos en las técnicas de producción; pero no
menos absurdo es ignorar las catástrofes de un sistema que exprime al
hombre y arrasa los bosques y viola la tierra y envenena los ríos para
arrancar la mayor ganancia en el plazo menor. ¿No es absurdo sacrificar a
la naturaleza y a la gente en los altares del mercado internacional? En
ese absurdo vivimos; y lo aceptamos como si fuera nuestro único destino
posible. Las
llamadas culturas primitivas resultan todavía peligrosas porque no han
perdido el sentido común. Sentido común es también, por extensión
natural, sentido comunitarios. Si pertenece a todos el aire, ¿por qué ha
de tener dueño la tierra? Si desde la tierra venimos, y hacia la tierra
vamos, ¿acaso no nos mata cualquier crimen que contra la tierra se
comete? La tierra es cuna y sepultura, madre y compañera. Se le ofrece el
primer trago y el primer bocado; se le da descanso, se la protege de la
erosión. El
sistema desprecia lo que ignora, porque ignora lo que teme conocer. El
racismo es también una máscara del miedo. ¿Qué
sabemos de las culturas indígenas? Lo que nos han contado las películas
del Far West. Y de las culturas africanas, ¿qué sabemos? Lo que nos ha
contado el profesor Tarzán, que nunca estuvo. Dice
un poeta del interior de Bahía: Primero me robaron del África. Después
robaron el África de mi. La
memoria de América ha sido mutilada por el racismo. Seguimos actuando
como si fuéramos hijos de Europa, y de nadie más. ***
A
fines del siglo pasado, un médico inglés, John Down, identificó el síndrome
que hoy lleva su nombre. Él creyó que la alteración de los cromosomas
implicaba un regreso a las razas inferiores, que generaba mongolian
idiots, negroid idiots y aztec idiots. Simultáneamente,
un médico italiano, Cesare Lombrosos, atribuyó al criminal nato los
rasgos físicos de los negros y de los indios. Por
entonces, cobró base científica la sospecha de que los indios y los
negros son proclives, por naturaleza, al crimen y a la debilidad mental.
Los indios y los negros, tradicionales instrumentos de trabajo, vienen
siendo también desde entonces, objetos de ciencia. En
la misma época de Lombroso y Down, un médico brasileño, Raimundo Nina
Rodrigues, se puso a estudiar el problema negro. Nina Rodrigues, que era
mulato, llegó a la conclusión de que la mezcla de sangres perpetúa los
caracteres de las razas inferiores, y que por tanto la raza negra en el
Brasil ha de constituir siempre uno de los factores de nuestra
inferioridad como pueblo. Este médico psiquiatra fue el primer
investigador de la cultura brasileña de origen africano. La estudió como
caso clínico: las religiones negras, como patología; los trances, como
manifestaciones de histeria. Poco
después, un médico argentino, el socialista José Ingenieros, escribió
que los negros, oprobiosa escoria de la raza humana, están más próximos
de los monos antropoides que de los blancos civilizados. Y para demostrar
su irremediable inferioridad, Ingenieros comprobaba: Los negros no tienen
ideas religiosas. En
realidad, las ideas religiosas habían atravesado la mar, junto a los
esclavos, en los navíos negreros. Una prueba de obstinación de la
dignidad humana: a las costas americanas solamente llegaron los dioses del
amor y de la guerra. En cambio, los dioses de la fecundidad, que hubieran
multiplicado las cosechas y los esclavos del amo, se cayeron al agua.
Los
dioses peleones y enamorados que completaron la travesía, tuvieron que
disfrazarse de santos blancos, para sobrevivir y ayudar a sobrevivir a los
millones de hombres y mujeres violentamente arrancados del África y
vendidos como cosas. Ogum, dios del hierro, se hizo pasar por san Jorge o
san Antonio o san Miguel, Shangó, con todos sus truenos y sus fuegos, se
convirtió en santa Bárbara. Obatalá fue Jesucristo y Oshún, la
divinidad de las aguas dulces, fue la Virgen de la Candelaria...
Dioses
prohibidos. En las colonias españolas y portuguesas y en todas las demás:
en las islas inglesas del Caribe, después de la abolición de la
esclavitud se siguió prohibiendo tocar tambores o sonar vientos al modo
africano, y se siguió penando con cárcel la simple tenencia de una
imagen de cualquier dios africano. Dioses prohibidos, porque
peligrosamente exaltan las pasiones humanas, y en ellas encarnan.
Friedrich Nietzsche dijo una vez: Como
José Ingenieros, Nietzsche no conocía a los dioses africanos. Si los
hubiera conocido, quizá hubiera creído en ellos. Y quizá hubiera
cambiado algunas de sus ideas. José Ingenieros, quién sabe.
***
La
piel oscura delata incorregibles defectos de fábrica. Así, la tremenda
desigualdad social, que es también racial, encuentra su coartada en las
taras hereditarias. Lo había observado Humboldt hace doscientos años, y
en toda América sigue siendo así: la pirámide de las clases sociales es
oscura en la base y clara en la cúspide. En el Brasil, por ejemplo, la
democracia racial consiste en que los más blancos están arriba y los más
negros abajo. James Baldwin, sobre los negros en Estados Unidos: Encontramos
los peores lugares en el mercado de trabajo; y en ellos estamos todavía.
***
Un
indio del Norte argentino, Asunción Ontíveros Yulquila, evoca hoy el
trauma que marcó su infancia: Pero
mi padre y mi madre no se parecían para nada a las imágenes de Jesús y
la Virgen María que yo veía en la iglesia de Abra Pampa. La
cara propia es un error de la naturaleza. La cultura propia, una prueba de
ignorancia o una culpa que expiar. Civilizar es corregir. ***
El
fatalismo biológico, estigma de las razas inferiores congénitamente
condenadas a la indolencia y a la violencia y a la miseria, no sólo nos
impide ver las causas reales de nuestra desventura histórica. Además, el
racismo nos impide conocer, o reconocer, ciertos valores fundamentales que
las culturas despreciadas han podido milagrosamente perpetuar y que en
ellas encarnan todavía, mal que bien, a pesar de los siglos de persecución,
humillación y degradación. Esos valores fundamentales no son objetos de
museo. Son factores de historia, imprescindibles para nuestra
imprescindible invención de una América sin mandones ni mandados. Esos
valores acusan al sistema que los niega. ***
Hace
algún tiempo, el sacerdote español Ignacio Ellacuría me dijo que le
resultaba absurdo eso del Descubrimiento de América. El opresor es
incapaz de descubrir, me dijo: Él
creía que el opresor ni siquiera puede descubrirse a sí mismo. La
verdadera realidad del opresor sólo se puede ver desde el oprimido.
Ignacio
Ellacuría fue acribillado a balazos, por creer en esa imperdonable
capacidad de revelación y por compartir los riesgos de la fe en su poder
de profecía. ¿Lo
asesinaron los militares de El Salvador, o lo asesinó un sistema que no
puede tolerar la mirada que lo delata? Tomado
de: Eduardo Galeano. Ser como ellos y otros artículos, Siglo Veintiuno
Editores, México, 1992 |
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