Dos mujeres bailotean sobre el escenario en el comienzo de
Hable con ella, la nueva película de Pedro Almodóvar, su más íntima y
desgarradora desde La flor de mi secreto. Los personajes, vestidos con
una simple combinación, con rostros sufrientes y evidentemente ciegos, se
golpean contra las paredes y se tropiezan con todo. Y es un hombre el que
intenta mover los obstáculos que ellas encuentran a su paso.
Es parte de
una función de Cafe Müller, de Pina Bausch, y en el público están
sentados Benigno (Javier Cámara) y Marco (Darío Grandinetti). Benigno es
enfermero de un hospital y desde hace cuatro años cuida noche y día a Alicia
(Leonor Watling), una promesa de bailarina que quedó en coma tras un accidente.
El la baña, la peina, la maquilla y le cuenta cosas. "A veces superas todos tus
obstáculos y te pones a bailar", le dice, hablándole de la pieza de Bausch.
Marco aún no lo sabe, pero pronto su vida se acercará a la de
Benigno. El es un periodista y escritor argentino que vive en España y se dedica
a viajar escribiendo guías turísticas. A partir de una entrevista, se enamorará
de Lydia (Rosario Flores), una torera que viene de un explosivo romance con un
colega. Convivirán, escaparán de sus adicciones (las de ella), se refugiarán
junto a la familia de Lydia hasta que, en una corrida, un toro furioso la deje
en la misma situación que a Alicia. En la clínica, los dos hombres solos, con
sus mujeres silentes y postradas, conocerán los secretos del
otro.
Hable con ella es el consejo que Benigno le da a Marco, que
no sabe qué hacer con Lydia. "Háblele, cuéntele cosas", le dice. Pero Marco no
encuentra el sentido en hablarle. "El cerebro de la mujer es un misterio", le
dice Benigno. Y el remate es de pura cepa almodovariana: "Y en este
estado, todavía más".
Almodóvar habla de hombres en Hable con
ella. Las mujeres han pasado a un plano secundario. Son, igualmente, figuras
centrales, imposibles de obviar. Ellas arman y desarman la vida de Marco y
Benigno, las forman y les dan sentido. Pero es a ellos a quien vemos amar,
sufrir, penar, equivocarse, reincidir y llorar. Sobre todo, llorar. Si algo
hacen los hombres de Almodóvar aquí, especialmente Marco, es llorar. Llora al
ver a Bausch, al matar una culebra, al escuchar a Caetano Veloso cantar
Cucurrucucú Paloma ("que todavía la espera/a que regrese la desdichada")
y al enterarse de ciertas cosas.
"La soledad, supongo", le dice
Benigno a un psiquiatra cuando éste le pregunta el por qué de su visita. El y su
complicada historia (y la cándida interpretación de Javier Cámara) son el
centro, el corazón latiente que tiene Hable con ella, el que la
diferencia de los últimos filmes —algo más fríos y calculados— del manchego.
Este es un relato más despojado, en el que el director abandona algunas de sus
volteretas narrativas (no todas) y sus rasgos de estilo más sobrevalorados
(tampoco todos), para adentrarse en las inconsistencias y misterios de un
personaje de riquísima complejidad como es Benigno.
Grandinetti es pura
presencia. Aunque a veces el texto le juegue unas malas pasadas, su estampa, su
rostro compungido y siempre al borde del abismo dan al filme una gravedad que se
balancea a la perfección con la inocente máscara de Cámara.
Hable con
ella es una película de hospitales, de enfermos y de milagros, temas que
parecen obsesionar cada vez más al director. Acaso Almodóvar se sienta
identificado con el enfermero Benigno y la pagana forma de curación del dolor
femenino que él ejerce. De hecho, no sólo se le parece un poco sino que hasta
ambos utilizan al cine como metáfora clave.
Como Atame!, hecha
después del furor de Mujeres al borde de un ataque de nervios,
Hable... es una película de redescubrimiento, de volver a empezar, casi
una afrenta de Almodóvar, quien rechazó las ofertas de Hollywood para hacer un
filme sencillo, melancólico y —peor aún— sobre hombres. "De la muerte, nace la
vida —le dice a Alicia su profesora de baile—. De lo masculino, nace lo
femenino." Acaso sea otra forma de decir lo mismo.
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