Esta opera prima de la joven directora
Verónica Chen se sumerge en la noche porteña en busca de
criaturas solitarias, casi marginales, que encuentran una
extraña conexión emocional entre ellas.
La película está construida como un largo
flashback que reconstruye las vivencias de Reni, una
veinteañera que canta en una banda de rock. Una noche ella ve
que en un cajero automático dos hombres mantienen una rápida
relación sexual. Desde ese instante, Reni queda seducida por
Andrés, un taxiboy con el que irá enhebrando una relación
afectiva sin demasiadas certidumbres, pero con mucho de
compañerismo y aventura.
Chen concentra casi toda la película en la
relación entre estos dos personajes procedentes de universos
casi opuestos e incorpora como tercer gran elemento dramático
las calles, las plazas, los bares, las pizzerías de Buenos
Aires, con toda la belleza y la degradación que afloran cuando
buena parte de la ciudad duerme. Este rico aprovechamiento de
los paisajes urbanos nocturnos (desde la decadente calle
Lavalle hasta la Plaza San Martín donde paran los taxiboys)
resulta uno de los mayores aciertos de Chen, que incorpora un
sesgo por momentos documentalista en el que presta su cámara a
seres anónimos que deambulan por las veredas casi desiertas.
La directora —que desde la presentación del
film en el Festival de Buenos Aires de 2001 recorrió otros 17
festivales internacionales antes de llegar al estreno
comercial— trabaja la conexión entre Reni y Andrés a través de
largas caminatas y charlas sobre temas aparentemente
intrascendentes, un efímero y casi casual encuentro sexual,
hasta llegar a una suerte de iniciación de ella en la
prostitución a partir de la relación que ambos mantienen con
un violento cliente.
Más allá de sus excesos de estilización en
ciertos clips sobre la vida nocturna (especialmente en lo que
respecta a la abusiva utilización de la cámara lenta); de
ciertos momentos en los que los diálogos buscan una ambiciosa
referencia literaria y pierden credibilidad; de algunos
pasajes de registro onírico, casi surrealista, muy poco
logrados; y de la omnipresente y abrumadora banda de sonido,
lo que hace naufragar parte de las buenas intenciones, de los
hallazgos de guión y del evidente talento que tiene Chen es la
falta de un rumbo (por más que trate una historia sobre la
falta de rumbo) para una película que alcanza cierto interés
hasta promediar el relato y luego se desbarranca por completo.
Hay en Chen un interés por encontrar otras
historias, otros personajes, otra ciudad, un universo muy
diferente del que viene trabajando buena parte del nuevo cine
argentino. Se intuye, se alcanza a percibir en ella, una
mirada muy personal, una gran libertad creativa que en "Vagón
fumador" sólo aflora por momentos. Será cuestión, entonces, de
seguir de cerca la carrera de una realizadora prometedora, más
allá de las apuntadas carencias de este debut en el
largometraje.