Rosario, setiembre del 2000.
Estimado
señor Discépolo:
Me costó
mucho la determinación de escribirle.
Lenguaje, costumbres, épocas nos separan hasta
la incomprensión.
Pero sucede que
usted tiene la costumbre de reproducirse en cada suspiro argentino que, resignado, lo
invoca hasta el hartazgo para justificar su impotencia, sus ganas continuas de amagar a
que empieza. Y no.
Usted es el refugio depresivo que contiene a tanta
bronca nacional.
Es el prototipo del que critica pero jamás propone,
del que mira cómo se hace un agujero y opina y opina y
critica y se burla y vuelve a criticar pero
es incapaz de hacer otro o de llenarlo.
Y a mí ya
me cansó tanto lamento, tanto amague para no hacer nada, tanta denuncia escrita en el
agua.
Usted escribe desde la frustración, desde el fracaso, desde ese sentimiento de “melancolitis crónica”, desde la
depresión que produce ser argentino irreversiblemente argentino.
Pero lo que me afecta más es la santificación que se le da a la letra de sus
tangos, sobre todo “Cambalache”. Me molesta el misticisimo que lo envuelve y la
calidad de sentencia inapelable que inculca.
Así que yo lo desafío, Discépolo, a mostrarle respetuosamente que
se equivoca en su mirada nefasta sobre nosotros, usted, yo y tantos otros
llamados argentinos.
Usted dice que “el mundo fue y será una
porquería”. ¿No le parece un mensaje demasiado
apocalíptico, demasiado eterno, demasiado negativo para iniciar un poema?. Entiendo que
es su apreciación personal, pero coincidamos -ahora
que pasó algún tiempo- en que es terrorífico un mensaje sin esperanza alguna, sin
mejoras ni cambios para el futuro. Pareciera el mismo discurso utilizado por los agoreros miembros de una secta suicida. Y para
empeorarlo agrega “ya no hay quien lo niegue”, como si fuese la gran verdad
revelada, la única, la última. Nos mete a todos en esa afirmación que no compartimos,
pero igual nos involucra. Como esos autores o disertantes que se refieren al público
diciendo “Como bien sabemos...” Y no, no sabemos. No quiero que den por sentado
algo de lo que dudo o desconozco. Digo esto porque a estrofa siguiente dice que “Vivimos revolcaos en un merengue”. Usted vivirá
revolcado en no sé dónde. Yo no. Tengo clarito por dónde camino y en dónde me
revuelco. De lo que estoy segura es que no me revuelco en el mismo merengue que usted
dice. Así que le agradeceré nuevamente no
me involucre en sus apreciaciones personales e íntimas. Usted se siente así. Yo no.
Encima habla de maquiavelos así a la ligera. Esa costumbre de mierda que
tenemos los argentinos de poner términos y repetirlos sin saber de qué o de quién se
trata. ¿Ah, no? Pregunte a más de uno que dice que Borges
es antipatria que no se le
entiende o que no le gusta si alguna vez leyó algo de él. Pregunte qué es el Cuarto
Poder y le dirán que la prensa, porque pocos saben que
en realidad el cuarto poder es la opinión pública, el pueblo mismo determinando después en las urnas. Pregunte de
qué nacionalidad era Carlos Marx y le dirán que ruso. Pregunte a qué se dedicaba y le
dirán que “a hacer quilombo”. Pregunte qué es un quilombo y le dirán que algo desordenado y desorganizado, y
nada más organizado y ordenado que un quilombo con madama y todo. Pregunte quién era
Nicolás Maquiavelo (al cual a veces confunde con Rasputín) y le dirán que un retorcido
y malvado personaje al que no pueden ubicar dentro de la historia.. Lo único que se
acuerdan es que dijo “el fin justifica los medios” y con ese argumento cagaron
hasta la casa de la madre que le salió de garantía. Pregunte sobre una calle que no
existe y seguramente le dirán que la conocen pero
que espere, que ya se ubican, entrecierran los ojos con aire pensativo y lo hacen subir a cualquier colectivo. Pero
jamás un argentino le dirá que no sabe
algo. Sabemos de todo un poco porque somos un
resabio de europeos atrapados en el culo del mundo. No queremos ser latinoamericanos.
Acá empieza aún más el problema que nos
distancia en los conceptos: “...es lo mismo ser derecho que traidor...” . ¿Sabe
que no? Y mucho me complacería descubrir con usted si el término “derecho”
tiene alguna connotación política encubierta y que forma parte del imaginario popular: o
sea que aquél que no es “derecho”... es “zurdo”, usted me entiende.
Desde que recuerdo todo lo que es derecho es correcto: ...“hay que andar derecho por
la vida”.... “A éste lo voy a sacar derecho”...”Tengo el derecho...”
Como vé lo derecho tiene que ver con lo
bueno, con lo que debe ser. Incluso decimos siniestra a la izquierda. ¡Qué fea palabra
“siniestra”!. A veces escuchamos “lo conseguí por zurda”...”tengo
un dato que me pasaron por izquierda”...”El equipo Azul a la derecha y el Rojo a
la izquierda”. Aunque no me crea, así eran las clásicas divisiones que hacían los
docentes (cuando de organizar un grupo se trataba) allá
por los ‘60. Porque el color azul era el
que se identificaba con los colores patrios que se permitían sobre el delantal blanco.
Así quedó grabado para la posteridad la identificación de los colores , las ubicaciones
y su legitimación.
Y sigue “ignorante, sabio o chorro, generoso,
estafador...”. Acá usted plantea una CONTRADICCION: por un lado dice que es lo mismo
y reniega de ello y por otro dice “el que no afana (chorro) es un gil”. Con todo
respeto, don Discépolo..¿quién carajo lo entiende? En una sociedad heterogénea –entiéndase
por esto una sociedad sana y evolucionada- deben convivir el chorro, el ignorante, el
policía, el sabio, el amargado, el Rey de Bastos, el juez
y el estafador que también puede ser generoso, por qué no. Lo opuesto a la
diversidad es la homogeneidad, que es su deseo. Una
sociedad pareja, al ras, igual, idéntica, repetida treinta y cinco millones de veces. Tan
semejantes, tan parecidos. Clonados.¡ Si supiera lo que le costó a este país esa maldita
uniformidad que usted pretende! ¡ Lo que dolió ser diferente, auténtico, distinto! De
aquellos que lo intentaron ( y no se quedaron en el amague) debe haber unos cuantos
haciéndose compañía, fíjese. Otros quedaron atrapados para siempre entre el cielo y la
tierra...¡Ah, entiendo! Cierto que usted no los pudo ver porque está abajo, en el horno,
donde nos espera encontrar a todos los
connacionales algún día. ¡Con razón!. Dispénseme...
Volviendo al verso que nos ocupaba hace un rato, sigo
convencida que no es lo mismo el ignorante que el sabio y toda su perorata, y mucho menos
que es lo mismo un burro que un gran profesor. Porque un burro es eso, un burro. Lisa y
llanamente en todo el sentido de la palabra, un animal cuadrúpedo, mamífero y encima de
color gris burro.
Pero supongo que ese apelativo se le dá a quienes
tienen un tiempo de aprendizaje más lento que el común y lo que claramente no quiere
decir que sea tonto o lelo. Sería como pretender que un burro haga acrobacias acuáticas.
El pobre burro es un animal de carga al cual se lo ha relegado a la escala escolar y se lo
ha desvalorizado como animal que es, teniendo un reconocimiento de utilidad extrema por
eso mismo, por ser de carga. El noble cuadrúpedo acompañó a los conquistadores cargando oro, plata,
alimentos, gente y también estuvo presente en las campañas libertadoras de la patria
cargando armamento y soldados malheridos. Estoicamente venció ventiscas sureñas, abismos
andinos y calores norteños.
Es más, el Billiken lo rescató para la lámina
central de José de San Martín. O de Belgrano. La literatura argentina lo mostró a la
infancia a través de Platero: no me va a
creer, pero a partir de allí aprendieron varias generaciones a conocer, reconocer y amar
al burro. El burro en sí -cualquier burro- permaneció silencioso ayudante auxiliar sin
horarios ni descanso en el devenir campesino. Es el burro el bello y noble animal que
carga todo lo que el hombre le pone sobre su lomo, o lo que le ponga para detrás para
tirar. Todo eso a cambio de agua, pasto y mal trato, a veces, no siempre. El burro es la
imagen del yugo y del trabajo demoledor sin descanso ni tregua ni reconocimiento. Es la
imagen, entonces, de la explotación. Nunca
reconocido, siempre indiferente al momento de jerarquizar. Digamos, por decir, que en la
escala social es lo más parecido al obrero.
Pero el término “burro” aquí se define por
el ignorante, el lento. O sea que bajo este concepto para usted el Dr. Renée Favaloro,
Ernesto Sábato o Lidia Lamaison son
ignorantes. Usted, seguramente, me dirá que lo que quiso decir es que no se refería a
una tabla de valores cognocitivos sino que en el país del " Vale todo” el
ignorante puede mimetizarse con el ilustrado. Le reitero ¿sabe que no? Porque cuando
los primeros intentan camouflarse, tarde o temprano quedan al descubierto ante la gente.
(En esta parte debería contarle sobre el diputrucho y ciertos políticos).
Lo que me jode, mi
amigo, es que esta terminología de “burro”
fuera tan representativa en los
bonetes con orejas que lucían los miembros del CONICET en reclamo de mayor presupuesto
para seguir investigando. Si fueran lo mismo un burro que un profesor ¿para qué harán
tanta marcha y tanto reclamo?
Vea. Cuando usted reclama que “no hay aplazaos”
le contaría los problemas que ha traído el tema del aplazo. Desde la deserción escolar
hasta la marginación. Por suerte hay nuevas miradas sobre
los aplazados, los excluídos del sistema. No sé si sabe que Einstein fue
un aplazado crónico en Matemática y que Jorge Lanata –ícono actual del periodismo
argentino- repitió en la secundaria. Y
mírelos hoy... Quiero decir, no sé si soy clara, que dentro de un modelo positivista en
el cual usted desarrolló su línea de pensamiento el aplazado es necesario para destacar aún más a aquél que por diversas circunstancias
(a veces fortuitas) logró aprobar, lo que no quiere decir que sea mejor. ¿O es mejor
Mariano Grondona que Jorge Lanata? ¿Es mejor Domingo Cavallo que Albert Einstein? La
cuestión es que usted quiere que se destaquen los que tienen con qué y descarta o se
olvida del mediocre, de aquél a quien el aprendizaje le lleva más tiempo que al
memorioso pero que seguramente usted no rescata en
ese afán enloquecido de “escalafonar”.
Escalafonar, al memos en nuestro país, sirvió para
premiar al más antiguo y no al más capaz. Es una solución verticalista, militar, que
evita el cuestionamiento y la explicación.
Hoy se premia al que más se esforzó, al
más creativo aunque más nuevo, al más dedicado aunque
más joven. Hoy la elección es por puntaje conseguido por la capacitación.
Por concurso se consiguen los cargos y no por escalafón.
Sin embargo, usted entra en nueva contradicción cuando
dice “si uno vive en la impostura”. En todo caso el impostor es usted, que aprendió filosofía
en un bar y ahora se la tira de filósofo especializado
en dados, timba y poesía cruel. Obvio que a
esto lo deduje de la letra de su autoría “Cafetín de Buenos Aires”, el mismo
al que usted compara con su mamá porque dice
“ sos lo único en la vida que se pareció a mi vieja”. Me parece, discúlpeme,
demasiado barato y poco valorativo comparar a
la madre con un cafetín. Más aún siendo que usted se autocalifica como conocedor
concreto de la filosofía, de sabihondos y suicidas.
Creo que todos tenemos, a lo largo de experiencias
propias y ajenas, una filosofía de la vida y
una vaga idea de lo que significa esa disciplina. La
diferencia está en que la verdadera Filosofía
se enseña y se aprende en los claustros académicos. La otra es de entrecasa y carece de
universalidad y rigor científico. Ahora, entonces, resulta que es lo mismo un Licenciado
en Filosofía que alguien que aprendió filosofía en un bar. Y no me diga nada porque
esto es lo que usted afirma, no yo.
Pasando a la estrofa que viene, usted afirma que los
inmorales nos han igualao. Pregunto yo, si puedo: ¿igualado con quiénes?. El inmoral
carece de principios morales –como el término bien lo indica- y sólo puede
igualarse a otro inmoral y también si
es calificado por otro inmoral que lo considere un igual. De todos modos, no son iguales
unos que otros porque si así fuera ¿para qué existe entonces la justicia legal o la
moral o la justicia divina?. A mí jamás se
me ocurriría decir que un inmoral es igual a mí. Ojo. A mí, usted no sé. Tal vez lo
siente igual porque es un impostor.
Siguiendo con la historia me subleva ver cómo
relaciona a la ambición de modo perjudicial, nocivo, descalificador. Sería bueno
recordar cuántas veces la ambición fue un valor admirado y buscado desde la más tierna
infancia: “Tenés que tener ambiciones en la vida, si no, no vas a llegar a nada...”.
“Si querés traer un novio a esta casa que sea un muchacho trabajador, con
ambiciones...”. “Mire, Gutiérrez, para el ascenso a Jefe estamos necesitando
alguien como usted: dedicado, trabajador, ambicioso...”. La generación del ’80 utilizó este valor moral como eje de todo un trajín político que estamos soportando
hasta hoy y que también (mire qué casualidad) se relaciona con el progreso, otro
término que se las trae para el análisis. Pero mi
pregunta aquí es ¿cómo nos enseñaron a limitar la ambición inculcada? Si la respuesta es “ambicionar pero no robar por la ambición” le recuerdo
que es usted quien dice que el que no roba es un gil. Y bien que nos enseñaron a no ser
giles...
Ahora sí, maestro, cuando dice que es un atropello a
la razón que cualquiera es un señor y que
cualquiera es un ladrón, se fue de mambo. ¿Sabe que no le entiendo esa necesidad suya
por jerarquizar?. No condice con usted, noble hijo de inmigrantes. Si está bien que
cualquier hombre sea un señor. Así figura en cualquier impreso “Señor.....”
aunque el tipo sea un desocupado. Cuando nos dirigimos a un masculino automáticamente
para referirnos decimos “señor”. Pero usted me habla de un cierto tipo de
“señor”. El de traje y corbata, el Doctor, el que es refinado, de buenos
modales, de reconocido apellido y bigotito finito. Me hace acordar a los personajes
salidos del cine argentino de los ’40: Enrique Sandrini, Juan Carlos Lamas, Juan
Carlos Thorry que interpretaban excelentemente esos prototipos . Y sin ir más
lejos, Isidoro Cañones y su tío el General. El abolengo argentino, la aristocracia
porteña, los conservadores y nacionalistas necesitaron ser llamados “Señores”
para que se los distinga del populacho.
¿Y usted reclama eso, que no se confundan el “señor”
con el obrero, o el empleado de comercio, o el desempleado? ¿Cómo sugiere que llamemos a los que no son señores?. Le recuerdo
que más de uno de estos “señores” a quien usted tanto defiende seguramente
pudo ser ladrón. Si no, basta con leer un buen texto de historia argentina. Mire qué
interesante: Rodolfo Mario Pandolfi, en una publicación de la Revista “Contorno”
dice que “ Perón convirtió al obrero en un señor”. O sea que usted tiene
razón: cualquiera, hasta un obrero, es un señor. De lo que estoy segura es que no
cualquiera puede ser ladrón. Aunque en estos tiempos que nos toca vivir tal vez me tenga
que comer las palabras porque cuando los hijos tienen un hambre que duele y quien sostiene
la casa no tiene laburo ni un mango tal vez sea fácil convertirse en ladrón de los
“señores” que tienen toda la ley a su favor. Es más, estos “señores”
son los que escribieron la ley.
Pasando a nuevos cuestionamientos, sinceramente no sé
por qué tilda de irrespetuosas a las
vidrieras de los cambalaches, aquellas
antiguas casas de compraventa donde el pobrerío y
los inmigrantes cambalacheaban sus pertenencias tan queridas que tal vez les recordara su
lejano país o su provincia, por otras que más necesitaran. Un mármol de Carrara que
fuera de una cómoda italiana por una palangana; un portarretratos de plata por una cama
matrimonial; una cuna de bronce por un par de zapatos; una vieja Biblia por una
herramienta. Y todo el dolor de desprenderse
de lo propio por lo necesariamente ajeno. Todo la intimidad de esas personas exhibida en una vidriera, expuestas al público
sin el menor recelo. Toda una historia a la venta. Digamos, en todo caso, que lo
irrespetuoso fue provocar la pobreza en la
que se sumergieron al punto tal de abandonar sus pertenencias para sobrellevar la carencia.
Retomando los reproches no me gusta eso de que “ves
llorar la Biblia junto a un calefón”. Me queda una duda atroz. ¿Por qué no se
puede llorar la Biblia al lado de un calefón?. ¿Cuál es el lugar correcto para
emocionarse hasta el llanto con una Biblia?. Porque si no, tengo que pensar que la Sagrada
Escritura se llora solamente en la Iglesia que no está precisamente abierta las 24 horas
como una farmacia. Si la Biblia contiene la palabra de Dios y por creencia Dios está en
todas partes ¿por qué no podría estar al lado
de un llavero, o de un monedero, o de un
calefón? Si
lo fundamental es que esté a mano de quien necesite alimentarse de Su
palabra, que esté cerca como parte de las cosas cotidianas, como el pan. No en un atril ,
en un cajón, en la biblioteca o encima del dressoire como un adorno de Casa FOAS .Supongo
que la gente está ávida de fe y quienes encuentran consuelo y respuesta en la Biblia la
toman en el momento justo. Y posiblemente alguien que la lea esté en la cocina, al lado
de un calefón que acaba de encender o de apagar.
Y en este siglo XX que agoniza en pocos días usted
proclama que “el que no llora no mama y el que no afana es un gil”. Escuche que
le cuento. No hay que llorar como bebés para que nos den lo que queremos. Eso sería un
paternalismo típico de políticas latinoamericanas que ya no necesitamos ni merecemos.
Sólo se trata de conocer muy bien nuestros derechos y no de llorar para que nos den, si
quieren. Tendríamos que saber la Constitución Argentina de memoria, algo del Código
Penal, de Derechos Humanos, de Tributo Fiscal, etc. Leer el Preámbulo cada mañana antes
de leer el diario, recitar en voz alta el Art. 14 y el Bis antes de salir a trabajar o
después de hacer los mandados. Mi sueño es una plaza llena de pueblo que se reúna aunque sea una vez al mes para leer
e interpretar cada renglón de la Constitución. Hasta que la aprendamos como a nuestro
nombre.
Y casi para terminar
resumo textual su frase lapidaria que dice “..que a nadie importa si
naciste honrao. Es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de
los otros, el que mata o el que cura o está fuera de la ley”.
¡Déjese de joder! Otra vez pluralizando. A mí sí me
importa que los demás sepan si nací honrada
porque es una de las pocas cosas que me queda. Es la única herencia que dejo. Porque hubo
toda una familia detrás de mí, como detrás de tantos otros, que nos enseñaron a no
robar, a no matar, a ser honestos. Y este es mi tributo, mi reconocimiento a los primeros
maestros: la familia. Que jamás inculcó la mimetización, que jamás recurrió a los
malos consejos para enseñarnos a “zafar” de las responsabilidades. Usted nos
enseñó esas cosas, por encima de lo que enseñó la familia primero y la escuela
después. Y ni piense por un momento que me
voy a sentar a un lao y sin pensar más como me sugiere. Que así estamos por no pensar y
quedarnos a un costado de la vida, mirándola “ con la ñata contra el vidrio y en un
azul de frío”.
Mire cómo se
le dio vuelta la torta ahora. ¿Vió? Así lo quería agarrar. Si a la final todos viven
de los otros, todos curan si pueden: con la palabra, con la caricia, con la Curita , con
saliva o con agua bendita, con lo que puedan. Hoy se llama “terapia alternativa”
a la cura metafísica. Y avívese que el que
está fuera de la ley lo habrá hecho porque siguió su consejo: el que no afana es un
gil. ¡Pst! Y si encima andaba en la mala y tarareaba
“...Verás que todo es mentira
verás que nada es amor.
Que al mundo nada le importa...”
Y lo de varones y doublés... mire, mejor ni hablemos,
tan machito usted...
¡Realmente que visión nefasta que tiene usted de la
vida y de la gente!. Es tétrico, retorcido, con ese temperamento maníaco depresivo que nos caracteriza y que usted colaboró a macerar,
apelando a la frustración y a la injusticia para agitar los ánimos y provocar al delito
con eso de que el que no afana es un gil. Hoy a eso lo llaman “apología del delito”
y es una figura legal con sanción y todo. Si no me quiere creer pregúntele a Calamaro
que para él la noche estaba tan linda que quiso salir a fumar un porrito...Y lo que se
fumó fue un juicio por lo que antes le dije. Lo tremendo es que miles de jóvenes lo
escuchaban y lo alababan y consideraron que ya tenían su permiso para fumarse uno ellos
también.
Es
increíble cómo ustedes, los autores, tienen tanta ingerencia sobre las conductas de los débiles. “Da lo mismo
el que labura...” dice. Veíamos al trabajo como a un yugo desesperante y tedioso y
hoy es un tesoro casi inalcanzable frente a una desocupación del 18 % en alza.
Entendimos, a costa de varias medidas económicas, que el trabajo es un valor asociado a
la dignidad que cada vez nos cuesta más mantener sin quebrarnos. Y créame que es
maravilloso irse a dormir cansados de trabajar o por poder trabajar. Así que momentito,
no venga a faltar el respeto a los que laburan y se ganan el pan que comen con el sudor de
su frente o del traste, como los taxistas,
colectiveros y camioneros, administrativos y diputados y senadores (? ) o cualquiera que
labure ocho horas sentado.
Mis compañeros de trabajo, como tantos otros, son la
clara muestra de que día a día se convocan en sus horarios para cumplir con la jornada.
Aunque estén cansados, enfermos, descontentos porque lo que ganan ya no alcanza, aunque
los maridos sigan desempleados, aunque los hijos estén lejos, aunque la soledad les abra
la puerta cuando termina el día. Igual estamos ahí cada turno para servir al otro.
Apoyándonos, como podemos, unos en otros. Atados con alambre. Escuchándonos, riéndonos
frente al dolor en el afán de dominarlo.
Por esto, y porque no me siento gil por no afanar es
que puedo mirar a mi hijo a esos ojos tan argentinos que tiene. Esos ojos que me muestran
un futuro vital y soberbiamente esperanzado que yo construyo, a veces mal, pero con la
capacidad de demolición y construcción eterna. Esos ojos que me juzgan sin saberlo. Esos
ojos que me invitan a seguir y que me hace el camino más fácil.
Yo disfruto del dinero digno y perfecto que me gano. No
quiera usted tentarme.
HOY YO LO INVITO Y LO PROVOCO, O LO DESAFÍO, QUE
SE YO...
Hagamos las paces. No se enoje conmigo por lo que le
digo. Le pido disculpas si en algún momento le falté. Pero fue un placer y un honor este mano a mano con usted. Sin saberlo
me enseñó a pensar de otra manera, me
enseñó a analizar la fuerza de las palabras en su sentido más completo. Su influencia.
Porque esto es como el huevo y la gallina: la vida es una novela o la novela rescata
situaciones de la vida; las letras de los tangos reflejaban la realidad social o influían
sobre ella. Ese es el tema que discuto con usted. A mí me parece un ida y vuelta, con una
clara presencia de la influencia literaria y musical. Aclarado esto le reitero que lo
invito a escribir un tango nuevo.
No me ponga en ese tango la niebla de la culpa que
siempre nos aqueja. Ejemplo:
“- ¿Qué hacés vos por acá, loco?”
“- Laburando, che. ¿ Y vos?”
“- Buscando trabajo. Vos tenés suerte que
encontraste rápido.”
(Aparece la culpa)
“- ¡Pero
no sabés cómo te explotan por dos mangos!”
Otro ejemplo, a ver si le suena:
“- ¡Qué tal, Marta, cómo andás!”
“- ¡Bien, gorda! ¿Y vos?”
“- Y...
más o menos. Me operaron de nuevo. Pero a vos te veo bárbara.”
(Aparece la culpa de siempre)
“- Pero no sabés cómo tengo las várices. A la
miseria, che..Y el reuma...Y de los chicos mejor ni te cuento para no amargarte.”
Sigo con las típicas conversaciones argentinas:
“- ¡Sacaste algo a la quinela, Fernández?”
“- No, viejo. Si juego un número seguro que salen
letras”.
“- En
este país si no afanás no pasás al frente.”
“- Mirá, tengo una fija para Palermo que si me
sale, soy Gardel”.
(O sea, un muerto.)
Esa actitud tan negativa, tan depresiva, tan... Como si
tuviéramos que adaptarnos a la letra de su Cambalache, estar contenidos dentro de su molde como una sacra norma nacional
ineludible de la que no podemos despegarnos por siempre jamás.
¡Y encima Rodrigo, el cordobés bailantero, justo se
viene a morir el mismo día que Gardel!
Y vuelta los argentinos a venerar a los muertos, en esa
necrofilia festiva que nos acompaña eternamente. Con la diferencia destacable de que
ahora se aplaude en el entierro y se baila en el monolito.
¡Arriba ese ánimo, Discépolo, que la vida es bella y
merece ser vivida! Que aunque no lo veamos el sol siempre está; que siempre que llovió
paró; que la vida es un carnaval y que quién dijo que todo está perdido si yo vengo a
entregar mi corazón y que estamos mal pero vamos bien.
Dése una vueltita por aquí abajo que los colores fluo
se nos pegaron a la piel como un tatuaje que ya no tiene un ancla como en su época sino
que dice “RICOTEROS”.
Y los muchachos se tiñen el pelo de color azul
bailantero, los hombres cambian los pañales mientras las mujeres hacen yoga, los hombres
se saludan con un beso y las mujeres de 60
parecen hijas de sus hijas, los hombres hacen streap tease
y los chicos quieren ser héroes intergalácticos.
El Martín Fierro ahora es un premio, la homosexualidad
se pasea glamorosa en las marchas vanidosas del Orgullo Gay y Alberto Castillo canta con
los Auténticos Decadentes.
Se cambió el paro por el piquete y los civiles se
acuartelan en reclamo de sus derechos primarios.
Nuestro nombre de identidad ahora es universalmente
argentino porque ahora todos nos llamamos “bolú”.
Como usted vé, mucho cambió en estos pagos.
Pero el bizcochito de grasa con el mate sigue vigente.
Los cuentos de gallegos, las tortas fritas los días de
lluvia, el vermouth con papas fritas,los ñoquis
de la vieja y el domingo el asadito con tinto y después la cancha, la hinchada majestuosa que no perdona
sol ni viento.
Los machos (que por suerte cada vez quedan menos) fuman
cigarrillos Light y más de uno tiene un arito en la oreja.
El vino se cambió por Baccardi.
Boca y River seguirán siendo “CAMPEON”.
Piazzola vistió al tango de frac y lo sacó a pasear
por el mundo para que nos re-conocieran.
Todavía hay acordes de bandoneón en el aire que se debe haber olvidado Pichuco antes de
ir a buscarlo.
Aquí lo que sigue matando es la humedad, pero es tan
nuestra...
La sociedad argentina ha cambiado porque es una fuerza
viva, intensa, no sujeta a mediciones positivistas donde se generaliza con fuerza de ley.
Usted nos debe un tango, jefe. Escríbase uno que cuente lo lindo que somos los argentinos.
Cuente, por ejemplo,
que aquí la gente todavía es
clara. Que todos los días salimos a buscar algo. Tal vez no sabemos bien qué, pero en
una de esas lo encontramos y pasamos al frente por un rato.
Que todavía se toma Fernet con Coca, que se distingue
el acento cordobés, que soportamos el delito nuestro de cada día, que siguen los
bocinazos de los colectivos, la puteada del tachero, el “¿ Se lustra, don?” que
se nos escapa entre el plástico y el nobuk.
Que se siente el olorcito del asado de falda en la obra
de aquí a la vuelta, que nos emociona el
grito de gol desde una radio lejana, que siguen los fieles con la procesión de San
Cayetano, que vemos pasar el camión con la hinchada y la bandera del otro equipo que
tanto costó arrebatar, que la atorranta sigue parada en la misma esquina de siempre, y el aroma tan genuino del café con leche y la
inigualable medialuna, que escuchamos todavía la cornetita del churrero rompiendo las
pelotas a la hora de la siesta y la música
de la calesita . Que sentimos todavía la emoción de la sortija...y otra vueltita más
“de arriba”.
Porque si seguimos con su discurso del 2 x 4 no podemos
reclamar al Senado las coimas que cobraron; ya
no podrán las “Mujeres en Lucha” cantar el Himno para frenar un remate rural,
la “Fundación Favalloro” tendrá
que cerrar por falta de fondos y de esperanza
¿y qué hacemos con la Tita de Buenos Aires que está adentro?
La gente seguirá llenando las maletas y partiendo a
otros lugares donde no ceban mate ¿ y qué se puede llevar a otro país que no sea lo que
aprendimos acá, que no sea nuestro idioma, nuestra historia y nuestro “che” que
es sello de identidad?
Y encima la vieja que le da de comer a los gatos se nos
va a morir de todas formas porque no se encontrará
otra que la reemplace. Ni seguirán viajando las maestras rurales a las
escuelas rancho con computadora de última generación para dar clases a nuestros chicos;
ni querrán dibujar una rayuela en la vereda aunque sea para el recuerdo porque cada vez
se ven menos. Hasta las palomas del Congreso se nos van a ir. Todo se irá borrando lentamente porque nada tendrá sentido si es
irreversible que sea porquería. Y seguirá “El Chorro” ocupando la figura del
héroe nacional copando la fantasía de los argentinos.
Así que hágame caso. Reivindíquese con un tango que cuente todo eso y mucho más
porque es usted es poeta, yo no. A lo sumo le he tirado alguna que otra idea.
Ya sé que
hay filas y filas de jóvenes y viejos en la Federal
gestionando el pasaporte. Pero cuente que somos más los que nos quedamos mirándolos desde la vereda de enfrente despidiéndolos con el
corazón y la mirada baja, como avergonzados.
Cuente también que en este país que me duele en cada despertar, que me lastima sin piedad y me
desgarra, que me seduce en el piropo
sorprendente que baja desde un andamio o
desde un camión, que me retiene como un
amanate celoso, que me atrapa en el perfume de los tilos y me irrita con las pelotitas de
los plátanos, también me consuela y me promete , me abraza con su viento frío de julio y me besa con su beso húmedo de otoño, mete su calor de verano en mi cuerpo cuarentón y me hace
florecer cada septiembre como de veinte.
En este país bendito por no sé muy bien quién, donde
todos queremos ser rubios de ojos azules, parir hijos más rubios de ojos muy azules;
donde queremos descender de algún abolengo o
de un apellido famoso...Donde también empezamos a darnos cuenta que somos negritos
latinoamericanos y no el descarte europeo perdidos en el culo del mundo
En este país en el que nos globalizaron a sopapos con
una economía siniestra, yo propongo globalizar nuestra identidad. Aunque nos quieran
intimidar desde afuera como si fuéramos un gran racimo de boludos.
Diga que nos quedamos aquí porque este es nuestro
país, que aquí están nuestros muertos, nuestra familia, nuestros amigos, nuestros
viejos jubilados, nuestra vereda, nuestra esquina y nuestro tiempo: el pasado y el presente pero el futuro también.
O sea, don, que aquí está todo lo nuestro. Porque
somos de acá a la vuelta. A lo sumo de la otra cuadra.
Cuente que nos quedamos acá los guardianes de la
esperanza, los custodios celosos del futuro “semillero”.
Que seguimos de
pie, firmes y seguros, con la lágrima al borde del ojo, los puños impotentes tan cerrados que duele, con la garganta apretada,
con la sensación del abismo bajo nuestros pies, con los labios amargos...
Pero con la mirada al frente, sin bajar la vista, la
lengua dispuesta, la idea atenta.
Y la postura...argentinamente arrogante como lo fue
desde siempre, desde antes de hoy.
Está bien. Que se vayan los que deban irse. O los que
deban o puedan, o quieran. Si total dentro de poco o mucho van a volver. Por favor, tienen
que volver. Celebremos que vuelen en libertado como antes lo hicieron nuestros abuelos.
Pero por favor que vuelvan...por favor que quieran volver algún día. Y que lo hagan todos juntos si es posible.
Aprendan todo afuera y vuelvan a contarnos qué vieron
y si sirvió en otros países yo
le prometo que lo hacemos también acá pero mucho mejor.
Porque somos “la industria nacional”. O porque sabemos de todo un
poco los argentinos. ¿Vio?
Vayan tranquilos los que se van que nosotros “nos
quedamos a cuidar el fuego”, como dice mi abuela. Mientras tanto, habrá que entibiar
el nido para cuando regresen después del largo vuelo. ¿Se imagina, maestro, millones de
golondrinas argentinas emprendiendo vuelo de retorno a casa? Y...yo creo que poblamos la
Patagonia, poblamos...Llenamos el país, llenamos...
Tienen que saber todos
que nosotros elegimos quedarnos aquí, aunque no sé bien por qué. ¿Será porque
quisieron siempre mostrarnos un país opaco eternamente vacío y gris y ahora queremos
pintarlo de colores?
Y elegimos quedarnos porque si se nos van los mejores,
los buenos, los intelectuales, los científicos, los artistas, los escritores, los
humoristas, esos que quieren en serio cambiar el país pero que se van igual..
Si se van todos...
¿Quién les va abrir las puertas y encenderá la luz de Ezeiza cuando vuelvan?
¿Quién izará de nuevo las banderas en cada escuela?
¿Y quién los abrazará y verá la lágrima emocionada
del otro y lo abrazará tan fuerte tan fuerte que lo haga sentir hermano?
¿Y quién va a esperar que el Diego se despierte del
blanco sueño con el grito enronquecido de “¡Maradó, Maradó!”?
¿Quién contará sobre la bala perdida uniformada de
azul que convirtió a Teresa Rodríguez en un ángel patagónico?
¿Quién verá reír otra vez a los jubilados?
¿Quién jugará con el pibe que ya no estará en la
calle vendiendo rosas marchitas por un peso?
¿Quién estará al costado de las vías para cuando
pase de nuevo el tren?
¿Quién pondrá en marcha el reloj de las fábricas
recibiendo con su sirena perturbada convocando a los obreros a iniciar la jornada?.
¿Y quien estará presente con la bandera en alto cuando nos devuelvan las Malvinas?
¿Y quién escribirá la nueva historia de nuestro
país joven y absoluto?
¿Yo sola?
Pobre yo que me siento importante sólo conque alguien
me reconozca y me salude por la calle.
Yo que valoro la charla con Aldo, el diariero de la
esquina y con la vecina de al lado.
Yo sola no
podría, Discépolo. Necesito que usted me ayude, que nos ayude...Por eso le pido el tango
que nos debe.
Porque mañana es seguro que todo empieza a cambiar. Y
el día después de mañana diré exactamente lo mismo.
Aunque estemos bailando en la cubierta del Titanic,
seguiré diciendo que el cambio es mañana.. Que por hoy es suficiente porque ya estamos
pensando en cambiar lo que está equivocado.
¡Necesitamos tanto su tango...!
Venga, Discepolín, que vamos a honrar la vida para que
no la jodan los malditos que nos quieren
robar la fe, la risa, los sueños, la guita, todo... Salgamos a buscar tierra arada que
huela a patria y llenemos el aire con ese
olor.
Tráiganos una pincelada de alegría que nos hace tanta
falta, que sea una canción que se cante en las escuelas, en el trabajo, en la iglesia, en
la cancha, que nos dé optimismo, ganas, fuerza, coraje, que nos saque de las tinieblas en
la que nos dejaron los agoreros del fracaso argentino y hagamos un coro con Sandrini, con
Marrone, con Minguito , con Olmedo y con los Cinco grandes del Buen Humor que aquí queremos risa para rato. Que bailemos con la
Merello, con Virulasso, que la Bidart acompañe en la quebrada y que por fin estemos
unidos sin tanto interés partidista para que miremos todos hacia el mismo lado que
¡Vamos,
Argentina, todavía...que todavía podemos!