INFLUENCIA DEL TANGO EN LA CONDUCTA Y EL PENSAMIENTO       COTIDIANOS  DE LA  SOCIEDAD ARGENTINA

 

El tango tiene su inicio,  nacimiento u origen antes de 1880, en los Corrales Viejos. No existía para entonces  el disco ni el cilindro musical ni la radio. Los músicos generalmente eran payadores de milonga criolla que en su mayoría tocaban de oído (llamados orejeros) porque no sabían  leer la música en  partituras. Estos compases con diseño milonguero se fue transformando en el   t a n g o.

 

La inmigración atrajo a los hombres que dejaron a sus mujeres en Europa y las necesidades de afecto, sexo y compañía engrosaron las estadísticas en demanda de favores prostibularios. Es así que largas filas de varones adornaban  los pasillos y salones de espera en aquellas casas de tolerancia. Los dueños –para evitar que los clientes se fueran o se aburrieran- contrataban el servicio de músicos que ejecutaban guitarra, violín y flauta traversa, para amenizar la demora. En una oportunidad, dos clientes se salieron de la fila y empezaron a hacer piruetas al son de la melodía. Tal fue el éxito que los músicos debieron repetir el tema: había nacido el  t a n g o

 

Pero para una sociedad machista desde sus orígenes esta danza fue sólo para varones.

 

El tango es localista, porteño y orillero, propiedad de la ciudad de Buenos Aires y de allí se difundirá solamente a los espacios urbanos  como Rosario. El resto del país, el sector rural, quedará al margen de este movimiento cultural y en consecuencia del sentimiento.

 

No tuvo orígenes de música negra como algunos tratan de afirmas al encontrar semejanzas con la “habanera” y el “candombe”, incluso con el tanguillo andaluz. Pero tampoco es novedad que el tango   es música enteramente original, sino resultado lógico del cruce con otros ritmos pero al que le dieron características propias, y que amén de ser original es fácilmente identificable. Horacio Ferrer afirma que “el tango es hermano y no hijo otras melodías”.

 

Cuando “Dame la lata” se popularizó en 1880 es casi  seguro que ya existían otros tangos. El autor de “Dame la lata ” era Juan Pérez, sinónimo de Juan Pueblo. Le siguen otros como “Queko”, “El tero” y “Andate a la Recoleta”.

 

A partir de entonces los peringundines, academias , salones de bailes y otros locales de diversión como las “Carpas de la Recoleta” , el “Café Tacana” (luego conocido como el Café de Hansen), “El Kiosquito”,  “El Tambito” o “La Glorieta” comienzan a sucumbir ante los encantos de esta nueva danza.

 

Ya la producción  de tangos es enorme y el organito es el medio de difusión popular a la hora del crepúsculo y en la sede del arrabal. Mujeres como “la Tero”, la “Parda Flora”, la “Barquinazo”, Antonia la “Chata” dieron el toque femenino y necesario a esta música.

 

Sin embargo, fue en Cuba donde se cantó y bailó el tango por primera vez.

 

Los “niños bien” quisieron imitar todo aquello que esta melodía quejosa y sensual producía, pero sin mezclarse con el vulgo. Para eso hacían reuniones en casas con mujeres de la vida (¿ se las llamará así porque en realidad dan la vida...?). Es decir, en lo María la Vasca, la gringa Adela, la parda Adelina...Fue en estos lugares donde se escuchó el tango ejecutado en piano. Casimiro Aín comenzó a dar exhibiciones allá por 1904 actuando en el Teatro “Opera” junto con su esposa Marta. Luego surgirán otros bailarines como Norge Newbery, Florencio Parravicini y Ricardo Guiraldes.

 

Sin embargo, aunque el tango se metía en todos los estratos sociales era considerado música marginal, prohibida y prostibularia.

 

A las costas argentinas la inmigración trajo   en el Vapor “Don Pedro”, procedente del puerto de Marsella, a Marie Berthe Gardes  cargando en brazos a su hijo Charles Romuald. En 1998 se supo, por versiones de una sobrina nieta, que el padre de Charles Romuald  era primo hermano  de Marie Berthe, a quien había embarazado durante unas vacaciones en el convento al que asistía como aspirante a sacerdote. Este episodio sucede en Uruguay. Entonces, Marie Berthe, embarazada del primo  cura, fue “invitada” a viajar a Europa, abandonando Uruguay. Su próxima residencia sería “la Reina del Plata”. Su primo quedó recluído en el convento, cumpliéndose así el designio familiar  sobre esta singular pareja. Sin embargo, el santo padre conoció a su hijo y desde el  claustro  religioso seguía el ritmo de vida del pequeño bastardo. De aquí la disputa eterna del sitio donde nació Gardel: Tacuarembó (Uruguay), Argentina o Marsella (Francia). Y seguirán disputándose su nacionalidad como a Colón porque la propiedad de los ídolos  hace a la cultura rioplatense.

 

Cuando el niño se convirtió en adulto se inclinó devotamente por la música tanguera sobre la que sentía una fuerte admiración. Poseedor natural de una voz privilegiada templada en la lírica y conocedor de una técnica que supo aprovechar, dueño además de bellas facciones, carismático inigualable, no tardó demasiado tiempo en abrirse a la fama. El primer tango interpretado por  C a r l o s    G a r d e l  ( así se llamaría ahora) fue “Mi noche triste”, donde sale de los cánones triviales y convencionales de letras alegres, llorando el abandono de la mujer amada.

 

Toda su producción fílmica se realizó en los Estados Unidos, en los Estudios “Paramount” y ya  se transformó en un emblema de la argentinidad más recalcitrante: fue el guapo, el tanguero, el milonguero, el gaucho campero, el gaucho urbano, el muchacho bueno de barrio, el ganador porteño, el jugador, el novio de novias y esposas, el amante latino, el criollo. El Rodolfo Valentino latinomericano que además cantaba. Y bien. En síntesis: el típico macho argentino. Aunque luciera bombacha gaucha de raso negro, pañoleta con flecos  estampada con rosas rojas sobre sus hombros y sombrero andaluz con borlas...fue, como bien   digo, la imagen del típico hombre argentino y por extensión de la argentinidad. Y esa imagen  recorrió el mundo.

 

En 1936 todos se conmueven ante la trágica noticia que llega llorosa y confusa  desde Medellín: de las llamas del avión colombiano acaba de nacer el mito que se agigantará con el tiempo.

 

Como hemos podido apreciar, la sociedad rioplatense, en continua ebullición, necesita un género que combinara música, danza y poesía que tradujeran sus sentimientos con sus necesidades, sus frustraciones, sus esperanzas y sus rencores en busca de la propia i d e n t i d a d.

 

El tango servía para unir aquello que separaba la cotidianeidad: culturas, religiones, idiomas, clases sociales. El tango fue el sello de identidad y la confirmación de la pertenencia a un territorio y a un mismo sentimiento. Es el símbolo nacional por excelencia que de a poco y sin esfuerzo involucra a la migración interna y a la extranjera insertada ya en el Río de la Plata.

 

El pueblo creó al tango y se sometió a él. La sociedad lo parió y lo alimentó.

 

Pero el tango, en su desarrollo, también interpretó y determinó aquélla. Escarbó en las entrañas de este enjambre cultural y los hizo bailar a su ritmo, sentir a su antojo, sufrir con sus letras, reír con estribillos milongueros, obedecer el mandato literario.

 

Así se fue conformando esta identidad argentina: de la euforia a la depresión, de la inestabilidad a la seguridad, del triunfo al fracaso, del mutismo al buchoneo, de la incertidumbre a la certeza.. Hoy puta, mañana esposa de un coronel; ayer probo hombre de negocios, mañana encanado por matar a un acreedor; el lunes la  pura noviecita   de barrio, el domingo atorranta con la percha en el escote bajo la nuez,; hoy un juramento, mañana una traición. Y todo viceversa. Alpiste: perdiste. Y siempre zafando  entre lágrimas y risas, entre bronca y desconsuelo, entre amenazas y ruego en la mesa de algún bar.

 

Como si fuera así de simple, como la letra de un tango a la que hay que adaptarse, enterarse, integrarse, mimetizarse, compactarse e imitar. Y todo eso porque  “el tango es el mensajero del alma del arrabal”.

 

“Hay un tango para cada uno...” dice el dicho popular. Como la Biblia, que la abrís en cualquier página y te indica el camino a seguir.

 

El tango es un sentimiento que se traduce –sobre todo en aquéllos que nacieron allá por el ’30 o antes- en sinónimo de “nacionalismo” en la más alta expresión de su valor. El tango es amor a la Patria, a lo nuestro. Quien no ama el tango es porque indefectiblemente prefiere lo foráneo a lo autóctono. Es un antipatria, un yanqui, un marxista, un imperialista., un loco. Es puto.  Si no le gusta el tango no es varón ni mujer ni nada. Es medio rarito. Quien no adore el tango es un paria que anda por  territorio argentino, polizón foráneo y es casi seguro que hasta su propia madre lo rechace. (Capaz que ni madre tiene el pobre de castigo por no gustarle el tango). El hombre al que no le guste el tango se sabe que no es macho. No es nada. No es.

 

No importa que se dude de la sexualidad de Gardel. El asunto, viejo, es que Gardel no puede ser marica porque se nos viene el mundo abajo, se nos viene. No respetemos su condición  de homosexual. Ni siquiera dudemos al respecto porque bien se sabe que al menos uno de sus amigos tuvo que jurar que una vez  (una sola vez para que queda bien claro) lo habían visto besar una mujer. Y si el tango es macho, ergo el quía es macho. Y no se discute más el tema.

 

No importa que el tango “Dame la lata” (*) sea una denuncia social alarmante sobre   la explotación de las mujeres para ejercer la prostitución.  El tango es pegadizo como miel y hay que cantarlo y bailarlo ¿ A quién le importa lo que hace  el cafisho si baila bien el tango?

 

Como no importa tampoco que diputados y senadores, abusando de su poder y prestigio concurrieran a los burdeles a recibir favores de las migrantes e inmigrantes prostituídas (**) sabiendo hartamente de su complicidad en el delito que su comercialización y esclavitud significaban.

 

¡Esta era la clase política argentina que dictó leyes para esta Nación basando su mentiroso discurso en la familia, “célula indiscutible sobre la que se construía y se reafirmaba  la moral del país!”. Puntales de la honra y el buen gusto, el decoro y la ética fueron vigías absolutos e indiscutibles de la conducta social a seguir.

 

¡ Esos que ante los ojos de la sociedad, los que desde estrados y púlpitos hablaban de los altos valores morales de los que estaban embuídos (legitimación de la que hacían gala poseer para regir los sagrados intereses de la República) en  la penumbra del quilombo se disputaban como buitres la carne que los obligaba a pecar...!

 

Somos una sociedad formada en el autoritarismo y un paternalismo tan arraigado, tan propio, tan ungido desde la cuna que no podemos distinguirlo en los actos cotidianos. Repetimos y repetimos una y otra vez la historia sin aprender jamás.

 

¡¿A “papá” . Ese papá omnipotente y omnipresente que vela nuestra vigilia y nuestro descanso, que decide por nosotros eternos menores de edad, minusválidos e incompetentes de siempre, incorregibles y decadentes a los que se les debe enseñar a respetar aunque sea a la fuerza, que hasta puede amenazarnos con el abandono sólo para que nos sintamos perdidos sin él y lo sepamos valorar. Ese papá que nos da temor y amor al mismo tiempo y del que necesitamos indefectiblemente que nos diga siempre qué hacer y cómo hacerlo, que nos controle,  nos supervise, nos rete, nos castigue, nos diga que obedecimos muy bien, nos acaricie la cabeza  y nos dé un premio: un feriado largo, por ejemplo.

 

Dentro de este contexto histórico, Enrique Santos Discépolo  compone, con una mirada entre irónica y depresiva, un tema de tango que se  impone, inclusive en la actualidad,  cada vez con más fuerza que el sentido mismo del Himno Nacional, con más énfasis que el sagrado contenido de la Biblia, con más reconocimiento que los símbolos patrios, con más rigor de verdad que las leyes y la Constitución Argentina: “CAMBALACHE”.

 

 Y en este país, donde un muerto canta  cada día mejor, donde los acontecimientos patrios y fechas de festejo se celebran   el día de la muerte de los próceres, en el que se conmemora la soberanía argentina en territorio malvinense el día que nos rendimos y no cuando el Sgto. Giacchino cayó reclamando  el arrebato de las hermanas lejanas. En este país en que se empeñan en mostrarlo eternamente gris, insípido y confundido, hecho a “los golpes”, yo me resisto a verlo así, a creer que ese tango es la verdad revelada, que nada va a cambiar en nuestro país y en nuestra gente.

 

Porque si lo admito soy parte de ese cambalache. Y no es así.

 

Se me ocurrió, entonces, manifestar mis sensaciones todas y el método fue estudiado cuidadosamente.

       

En un principio quise simular un juicio al autor pero esto requería un cierto conocimiento de las cuestiones legales, vocabulario específico que yo obviamente desconozco  y además ¿quién soy yo para acusar o enjuiciar a Discépolo?

 

Después mi limitada imaginación  recurrió a un mecanismo algo menos sofisticado: una simple  epístola. Total, jamás se va a enterar que le escribí una carta.

 

Y así, tomando las palabras o frases que me disgustaban o con las que no estaba de acuerdo (resaltadas en la transcripción de la letra), fui desentrañándolas hasta la contradicción, hasta la reprobación, hasta el esclarecimiento y su comprensión.

 

Jamás imaginé que pudiera escribir tanto   sobre este tema y sobre Discépolo.

 

Mi enojo sobre el contenido y la influencia de la letra comenzó una mañana del  6 de setiembre del año 2000 cuando  un programa de Radio Mitre abrió con este tango como corolario del escándalo por las coimas recibidas en el Senado de la Nación. Y la eterna frase  popular que retumba aún en mis oídos:

 

 

“¡Cuánta razón tenía Discépolo!”...

 

Esa misma noche se convertía en  Trabajo Práctico de Seminario.

 

 

(*) Los clientes abonaban a las  regenteadoras de prostíbulos y éstas, a  cambio, le daban una chapa a modo de cospel pero con características de contraseña. Este cospel era entregado a la prostituta, quien lo guardaba celosamente en una especie de alcancía de la cual  tenía la llave celosamente guardada. De cada una de estas chapas sólo percibía el 50 %, ya que la otra mitad era para el propietario del prostíbulo. Al final de la jornada, el cafisho  le exigía “la lata”. No puede precisarse con exactitud si lo que se reclamaba era el cospel o la llave de la alcancía bajo el concepto de “lata”.

 

(**) Las inmigrantes, al igual que las muchachas reclutadas desde el interior del país, eran rematadas como reses a los mejores postores. Su valor de mercado tenía estrecha relación con la virginidad, la edad, el estado de los dientes, su origen, o cantidad de hijos paridos. Por ese entonces ya  la “Varsovia” y la “Zwi Migdal” fueron las dos compañías, polaca una y judía la otra, instaladas para la explotación de la prostitución en el litoral urbano (Rosario, S.Fe) y Bs. Aires. Cada una de estas empresas marcaba a las mujeres de su pertenencia a fuego, como al ganado. Podían ser vendidas o regaladas. De estas organizaciones no se escapaban. Estas mujeres desconocían el idioma, las costumbres, el territorio y carecían de documentos porque se  los habían    sustraído en ultramar o al ingresar   al burdel.

 

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