A Delia, mi
compañera de trabajo que me facilitó el material de consulta y soporta estoicamente mis
análisis sociales cotidianos y está obligada hasta que se jubile a leer mis producciones
del Galileo. Y además, decir que le gusta.
A Hugo,
su esposo, que me ayudó con terminologías y personajes
que desconocía.
A Marina,
otra compañera de trabajo que me ayudó con la letra de temas y los nombres de grupos
musicales actuales.
A
Virginia, que me ayudó a diagramar este trabajo en la computadora y se bancó la lectura.
A mi hijo
Aníbal, que lee casi todo lo que escribo y
da su veredicto (a veces ácido pero justo) y me ayuda a entender la vida.
A la
gente que pueda leerlo y se sorprenda con lo que lea.
A mi Profesor
Arturo Firpo que se empeña en articular una
fibra escritora que no tengo, pero a quien me hace feliz complacer.
A mi
marido que jamás valora lo que hago, que jamás me apoya en un proyecto, que me
descalifica y al que agradezco que sea así porque me permite mejorar sólo para
demostrármelo a mí misma. Sin él esto hubiese sido imposible de escribir. Gracias,
Angel.
A las putas y a las santas que inspiraron las
letras de tantos tangos, a las mujeres en
general que inspiran todo el tiempo. A las de Pichincha y a las de calle San Juan y Mitre,
sólo recordadas para la discriminación y la lástima. A la Zona Roja de travestis. A
toda la diversidad cultural y sexual.
A Enrique
Santos Discépolo, un maestro...