El símbolo de nuestra fe
El Símbolo de
nuestra fe EL CREDO (Catecismo de la Iglesia católica- CATIC) |
Ambas versiones del CREDO (Versión para imprimir)
Símbolo de los Apóstoles Credo de Nicea-Constantinopla
Creo en Dios, Creo en un solo Dios,
Padre Todopoderoso, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra. Creador del cielo y de la tierra, de
todo lo visible y lo invisible.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, Creo en un solo Señor, Jesucristo,
Nuestro Señor, Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los
siglos: Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres, y
por nuestra salvación bajó del cielo,
que fue
concebido por obra y y por obra del Espíritu Santo se
gracia del Espíritu Santo, encarnó de María, la Virgen, y se
nació de Santa María Virgen, hizo hombre;
padeció bajo
el poder de Poncio y por nuestra causa fue crucificado
Pilato en tiempos de Poncio Pilato;
fue crucificado, padeció
muerto y sepultado, y fue sepultado,
descendió a
los infiernos, y resucitó al tercer día, según las
al tercer día resucitó de entre Escrituras,
los
muertos,
subió a los cielos y subió al cielo,
y está sentado a la derecha y está sentado a la derecha del Padre;
de Dios, Padre
todopoderoso.
Desde allí ha de venir a y de nuevo vendrá con gloria para
juzgar a vivos y muertos. juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Creo en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo recibe
una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
La santa
Iglesia católica, Creo en la Iglesia, que es una,
la comunión de los santos, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo Bautismo
el perdón de los pecados, para el perdón de los pecados.
la resurrección de la carne Espero la resurrección de los muertos
y la vida eterna. y la vida del mundo futuro.
Amén. Amén.
CATIC
LAS VIAS DE ACCESO AL CONOCIMIENTO DE DIOS
26 Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo:
"Creo" o "Creemos". Antes de exponer la fe de la Iglesia tal como es confesada
en el Credo, celebrada en la Liturgia, vivida en la práctica de los Mandamientos
y en la oración, nos preguntamos qué significa "creer". La fe es la respuesta
del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz
sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida. Por ello
consideramos primeramente esta búsqueda del hombre (capítulo primero), a
continuación la Revelación divina, por la cual Dios viene al encuentro del
hombre (capítulo segundo). y finalmente la respuesta de la fe (capítulo
tercero).
31
Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a
Dios descubre ciertas "vías" para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama
también "pruebas de la existencia de Dios", no en el sentido de las pruebas
propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de "argumentos
convergentes y convincentes" que permiten llegar a verdaderas certezas.
Estas "vías" para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el
mundo material y la persona humana.
32 El mundo: A partir del movimiento y del
devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza del mundo se puede
conocer a Dios como origen y fin del universo.
S.Pablo afirma refiriéndose a los paganos: "Lo que de Dios se puede conocer,
está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios,
desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras:
su poder eterno y su divinidad" (Rom 1,19-20; cf. Hch 14,15.17; 17,27-28; Sb
13,1-9).
Y S. Agustín: "Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del
mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la
belleza del cielo...interroga a todas estas realidades. Todas te responde: Ve,
nosotras somos bellas. Su belleza es una profesión ("confessio"). Estas bellezas
sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza ("Pulcher"), no
sujeto a cambio?" (serm. 241,2).
33 El hombre: Con su apertura a la verdad y a
la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su
conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga
sobre la existencia de Dios. En estas aperturas, percibe signos de su alma
espiritual. La "semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la
sola materia" (GS 18,1; cf. 14,2), su alma, no puede tener origen más que en
Dios.
34 El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en
ellos mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan de
Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas diversas "vías",
el hombre puede acceder al conocimiento de la existencia de una realidad que es
la causa primera y el fin último de todo, "y que todos llaman Dios" (S. Tomás de
A., s.th. 1,2,3).
EL CONOCIMIENTO DE DIOS
SEGUN LA IGLESIA
36
"La santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de
todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la
razón humana a partir de las cosas creadas" (Cc. Vaticano I: DS 3004; cf. 3026;
Cc. Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la
revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado "a
imagen de Dios" (cf. Gn 1,26).
38 Por esto el hombre necesita ser iluminado por la
revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino
también sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles
a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano,
conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error"
(ibid., DS 3876; cf. Cc Vaticano I: DS 3005; DV 6; S. Tomás de A., s.th. 1,1,1).
LA REVELACION DE DIOS
50 Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina (cf. Cc. Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo.
DIOS REVELA SU
DESIGNIO AMOROSO
51 "Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo
y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por
medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y
se hacen consortes de la naturaleza divina" (DV 2).
52 Dios, que "habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16)
quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él,
para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf. Ef 1,4-5). Al
revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de
conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias
fuerzas.
53 El designio divino de la revelación se realiza a la
vez "mediante acciones y palabras", íntimamente ligadas entre sí y que se
esclarecen mutuamente (DV 2). Este designio comporta una "pedagogía divina"
particular: Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para
acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la
Persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo.
LAS ETAPAS DE LA REVELACION
Desde el origen, Dios se da a conocer
54 "Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo,
da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo
abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además,
personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio" (DV 3). Los
invitó a una comunión íntima con él revistiéndolos de una gracia y de una
justicia resplandecientes.
55 Esta revelación no fue interrumpida por el pecado
de nuestros primeros padres. Dios, en efecto, "después de su caída alentó en
ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo
incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que
buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras" (DV 3).
Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la
muerte...Reiteraste, además, tu alianza a los hombres (MR, Plegaria eucarística
IV,118).
La
alianza con Noé
56 Una vez rota la unidad del género humano por el
pecado, Dios decide desde el comienzo salvar a la humanidad a través de una
serie de etapas. La Alianza con Noé después del diluvio (cf. Gn 9,9) expresa el
principio de la Economía divina con las "naciones", es decir con los hombres
agrupados "según sus países, cada uno según su lengua, y según sus clanes" (Gn
10,5; cf. 10,20-31).
57 Este orden a la vez cósmico, social y religioso de
la pluralidad de las naciones (cf. Hch 17,26-27), está destinado a limitar el
orgullo de una humanidad caída que, unánime en su perversidad (cf. Sb 10,5),
quisiera hacer por sí misma su unidad a la manera de Babel (cf. Gn 11,4-6).
Pero, a causa del pecado (cf. Rom 1,18-25), el politeísmo así como la idolatría
de la nación y de su jefe son una amenaza constante de vuelta al paganismo para
esta economía aún no definitiva.
Dios elige a Abraham
59 Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a
Abraham llamándolo "fuera de su tierra, de su patria y de su casa" (Gn 12,1),
para hacer de él "Abraham", es decir, "el padre de una multitud de naciones" (Gn
17,5): "En ti serán benditas todas las naciones de la tierra" (Gn 12,3 LXX; cf.
Ga 3,8).
60 El pueblo nacido de Abraham será el depositario de
la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rom 11,28),
llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de
loa Iglesia (cf. Jn 11,52; 10,16); ese pueblo será la raíz en la que serán
injertados los paganos hechos creyentes (cf. Rom 11,17-18.24).
61 Los patriarcas, los profetas y otros personajes del
Antiguo Testamento han sido y serán siempre venerados como santos en todas las
tradiciones litúrgicas de la Iglesia.
Dios forma a su pueblo Israel
62 Después de la etapa de los patriarcas, Dios
constituyó a Israel como su pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto.
Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, para
que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre
providente y juez justo, y para que esperase al Salvador prometido (cf. DV 3).
63 Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex
19,6), el que "lleva el Nombre del Señor" (Dt 28,10). Es el pueblo de aquellos
"a quienes Dios habló primero" (MR, Viernes Santo 13: oración universal VI), el
pueblo de los "hermanos mayores" en la fe de Abraham.
64 Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la
esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada
a todos los hombres (cf. Is 2,2-4), y que será grabada en los corazones (cf. Jr
31,31-34; Hb 10,16). Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de
Dios, la purificación de todas sus infidelidades (cf. Ez 36), una salvación que
incluirá a todas las naciones (cf. Is 49,5-6; 53,11). Serán sobre todo los
pobres y los humildes del Señor (cf. So 2,3) quienes mantendrán esta esperanza.
Las mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester
conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más
pura es María (cf. Lc 1,38).
Cristo jesus-"mediador y plenitud de toda la revelacion"
65
"De una manera
fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por
medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo" (Hb
1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e
insuperable del Padre. En El lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta.
S. Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa,
comentando Hb 1,1-2:
LA TRADICION APOSTOLICA
75 "Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación,
mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de
toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes
divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que el mismo cumplió y
promulgó con su boca" (DV 7).
La predicación apostólica...
76 La transmisión del evangelio, según el mandato del
Señor, se hizo de dos maneras:
oralmente: "los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones,
transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de
Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó";
por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito
el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7).
... continuada en la sucesión apostólica
77 "Para que este Evangelio se conservara siempre vivo
y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos,
'dejándoles su cargo en el magisterio'" (DV 7). En efecto, "la predicación
apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de
conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos" (DV 8).
78 Esta transmisión viva, llevada a cabo en el
Espíritu Santo es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada
Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, "la Iglesia con su
enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es
y lo que cree" (DV 8). "Las palabras de los Santos Padres atestiguan la
presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a loa práctica y a
la vida de la Iglesia que cree y ora" (DV 8).
79 Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí
mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia:
"Dios, que habló en otros tiempos, sigue conservando siempre con la Esposa de su
Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena
en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en
la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo" (DV
8).
103
Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como
venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de
vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo
(cf. DV 21).
104 En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin
cesar su alimento y su fuerza (cf. DV 24), porque, en ella, no recibe solamente
una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts
2,13). "En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente
al encuentro de sus hijos para conversar con ellos" (DV 21).
El
Antiguo Testamento
121 El Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada
Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son libros divinamente
inspirados y conservan un valor permanente (cf. DV 14), porque la Antigua
Alianza no ha sido revocada.
122 En efecto, "el fin principal de la economía
antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal". "Aunque contienen
elementos imperfectos y pasajeros", los libros del Antiguo Testamento dan
testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios: "Contienen
enseñanzas sublimes sobre Dios y una sabiduría salvadora acerca del hombre,
encierran tesoros de oración y esconden el misterio de nuestra salvación" (DV
15).
123 Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como
verdadera Palabra de Dios. La Iglesia ha rechazado siempre vigorosamente la idea
de prescindir del Antiguo Testamento so pretexto de que el Nuevo lo habría hecho
caduco (marcionismo).
El Nuevo Testamento
124 "La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para
ala salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo
privilegiado en el Nuevo Testamento" (DV 17). Estos escritos nos ofrecen la
verdad definitiva de la Revelación divina. Su objeto central es Jesucristo, el
Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación,
así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo (cf. DV
20).
125 Los evangelios son el corazón de todas las
Escrituras "por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra
hecha carne, nuestro Salvador" (DV 18).
La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento
128 La Iglesia, ya en los tiempos apostólicos (cf. 1
Cor 10,6.11; Hb 10,1; 1 Pe 3,21), y después constantemente en su tradición,
esclareció la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la
tipología. Esta reconoce en las obras de Dios en la Antigua Alianza
prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la
persona de su Hijo encarnado.
LAS CARACTERISTICAS DE LA FE
La fe es una gracia
153 Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo,
el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido "de
la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17; cf.
Ga 1,15; Mt 11,25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida
por él, "Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se
adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que
mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede `a
todos gusto en aceptar y creer la verdad'" (DV 5).
La fe es un acto humano
154 Sólo es posible creer por la gracia y los
auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un
acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la
inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las
verdades por él reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a
nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas
y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo,
cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por
ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad "presentar por la fe la
sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela"
(Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así en comunión íntima con El.
155 En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas
cooperan con la gracia divina: "Creer es un acto del entendimiento que asiente a
la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia"
(S. Tomás de A., s.th. 2-2, 2,9; cf. Cc. Vaticano I: DS 3010).
La fe y la inteligencia
156 El motivo de creer no radica en el hecho de que
las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de
nuestra razón natural. Creemos "a causa de la autoridad de Dios mismo que revela
y que no puede engañarse ni engañarnos". "Sin embargo, para que el homenaje de
nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios
interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su
revelación" (ibid., DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (cf. Mc
16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su
fecundidad y su estabilidad "son signos ciertos de la revelación, adaptados a la
inteligencia de todos", "motivos de credibilidad que muestran que el
asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu" (Cc.
Vaticano I: DS 3008-10).
157 La fe es cierta, más cierta que todo
conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede
mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a
la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor que la
que da la luz de la razón natural" (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 171,5,
obj.3). "Diez mil dificultades no hacen una sola duda" (J.H. Newman, apol.).
158 "La fe trata de comprender" (S. Anselmo,
prosl. proem.): es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel
en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un
conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más
encendida de amor. La gracia de la fe abre "los ojos del corazón" (Ef 1,18) para
una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto
del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con
Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, "para que la inteligencia de
la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona
constantemente la fe por medio de sus dones" (DV 5). Así, según el adagio de S.
Agustín (serm. 43,7,9), "creo para comprender y comprendo para creer mejor".
159 Fe y ciencia. "A pesar de que la fe esté
por encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas. Puesto que el
mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha hecho descender en el
espíritu humano la luz de la razón, Dios no podría negarse a sí mismo ni lo
verdadero contradecir jamás a lo verdadero" (Cc. Vaticano I: DS 3017). "Por eso,
la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo
realmente científico y según las normas morales, nuca estará realmente en
oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe
tienen su origen en el mismo Dios. Más aún, quien con espíritu humilde y ánimo
constante se esfuerza por escrutar lo escondido de las cosas, aun sin saberlo,
está como guiado por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que
sean lo que son" (GS 36,2).
La libertad de la fe
160 "El hombre, al creer, debe responder
voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar
la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza" (DH 10;
cf. CIC, can.748,2). "Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en
espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados por su conciencia, pero no
coaccionados...Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús" (DH 11). En
efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, él no forzó jamás a nadie
jamás. "Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los
que le contradecían. Pues su reino...crece por el amor con que Cristo, exaltado
en la cruz, atrae a los hombres hacia Él" (DH 11).
La necesidad de la fe
161 Creer en Cristo Jesús y en aquél que lo envió
para salvarnos es necesario para obtener esa salvación (cf. Mc 16,16; Jn 3,36;
6,40 e.a.). "Puesto que `sin la fe... es imposible agradar a Dios' (Hb 11,6) y
llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella
y nadie, a no ser que `haya perseverado en ella hasta el fin' (Mt 10,22; 24,13),
obtendrá la vida eterna" (Cc. Vaticano I: DS 3012; cf. Cc. de Trento: DS 1532).
La perseverancia en la fe
162 La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre.
Este don inestimable podemos perderlo; S. Pablo advierte de ello a Timoteo:
"Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por
haberla rechazado, naufragaron en la fe" (1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y
perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios;
debemos pedir al Señor que la aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe
"actuar por la caridad" (Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser sostenida por la esperanza
(cf. Rom 15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia.
La fe, comienzo de la vida eterna
163 La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la
luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos
a Dios "cara a cara" (1 Cor 13,12), "tal cual es" (1 Jn 3,2). La fe es pues ya
el comienzo de la vida eterna:
Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un
espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos
asegura que gozaremos un día ( S. Basilio, Spir. 15,36; cf. S. Tomás de A., s.th.
2-2,4,1).
CREO en JESUCRISTO
JESÚS
430
Jesús quiere decir en hebreo: "Dios salva". En el momento de la
anunciación, el ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús que
expresa a la vez su identidad y su misión (cf. Lc 1, 31). Ya que "¿Quién puede
perdonar pecados, sino sólo Dios?"(Mc 2, 7), es él quien, en Jesús, su Hijo
eterno hecho hombre "salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). En Jesús,
Dios recapitula así toda la historia de la salvación en favor de los hombres.
431 En la historia de la salvación, Dios no se ha
contentado con librar a Israel de "la casa de servidumbre" (Dt 5, 6) haciéndole
salir de Egipto. El lo salva además de su pecado. Puesto que el pecado es
siempre una ofensa hecha a Dios (cf. Sal 51, 6), sólo el es quien puede
absolverlo (cf. Sal 51, 12). Por eso es por lo que Israel tomando cada vez más
conciencia de la universalidad del pecado, ya no podrá buscar la salvación más
que en la invocación del Nombre de Dios Redentor (cf. Sal 79, 9).
CRISTO
436 Cristo viene de la traducción griega del término hebreo "Mesías" que quiere decir "ungido". No pasa a ser nombre propio de Jesús sino porque él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de él. Este era el caso de los reyes (cf. 1 S 9, 16; 10, 1; 16, 1. 12-13; 1 R 1, 39), de los sacerdotes (cf. Ex 29, 7; Lv 8, 12) y, excepcionalmente, de los profetas (cf. 1 R 19, 16). Este debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino (cf. Sal 2, 2; Hch 4, 26-27). El Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2) a la vez como rey y sacerdote (cf. Za 4, 14; 6, 13) pero también como profeta (cf. Is 61, 1; Lc 4, 16-21). Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.
HIJO UNICO DE DIOS
441 Hijo de Dios, en el Antiguo Testamento, es un título dado a los ángeles (cf. Dt 32, 8; Jb 1, 6), al pueblo elegido (cf. Ex 4, 22;Os 11, 1; Jr 3, 19; Si 36, 11; Sb 18, 13), a los hijos de Israel (cf. Dt 14, 1; Os 2, 1) y a sus reyes (cf. 2 S 7, 14; Sal 82, 6). Significa entonces una filiación adoptiva que establece entre Dios y su criatura unas relaciones de una intimidad particular. Cuando el Rey-Mesías prometido es llamado "hijo de Dios" (cf. 1 Cro 17, 13; Sal 2, 7), no implica necesariamente, según el sentido literal de esos textos, que sea más que humano. Los que designaron así a Jesús en cuanto Mesías de Israel (cf. Mt 27, 54), quizá no quisieron decir nada más (cf. Lc 23, 47).
SEÑOR
446 En la
traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con
el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por "Kyrios"
["Señor"]. Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para
designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en
este sentido fuerte el título "Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y
aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8).
447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada este
título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del Salmo 109 (cf. Mt
22, 41-46; cf. también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita
al dirigirse a sus apóstoles (cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública
sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los
demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina.
RESUMEN
452
El nombre de Jesús significa "Dios salva". El niño nacido de la Virgen María se
llama "Jesús" "porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21); "No hay
bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos
salvarnos" ((...) Hch 4, 12).
453 El nombre de Cristo significa "Ungido", "Mesías".
Jesús es el Cristo porque "Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hch
10, 38). Era "el que ha de venir" (Lc 7, 19), el objeto de "la esperanza de
Israel"(Hch 28, 20).
454 El nombre de Hijo de Dios significa la relación
única y eterna de Jesucristo con Dios su Padre: el es el Hijo único del Padre
(cf. Jn 1, 14. 18; 3, 16. 18) y él mismo es Dios (cf. Jn 1, 1). Para ser
cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de Dios (cf. Hch 8, 37; 1
Jn 2, 23).
455 El nombre de Señor significa la soberanía divina.
Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer en su divinidad "Nadie puede
decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo"(1 Co 12, 3).
"El Reino de Dios está
cerca"
541 "Después que Juan fue preso, marchó Jesús a
Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el
Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15).
"Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el
Reino de los cielos" (LG 3). Pues bien, la voluntad del Padre es "elevar a los
hombres a la participación de la vida divina" (LG 2). Lo hace reuniendo a los
hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre
la tierra "el germen y el comienzo de este Reino" (LG 5).
542 Cristo es el corazón mismo de esta reunión de los
hombres como "familia de Dios". Los convoca en torno a él por su palabra, por
sus señales que manifiestan el reino de Dios, por el envío de sus discípulos.
Sobre todo, él realizará la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su
Pascua: su muerte en la Cruz y su Resurrección. "Cuando yo sea levantado de la
tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). A esta unión con Cristo están
llamados todos los hombres (cf. LG 3).
El anuncio del Reino de Dios
543 Todos los hombres están llamados a entrar en el
Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este
reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf.
Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:
La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que
escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino;
después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (LG
5).
544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños,
es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para
"anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4, 18; cf. 7, 22). Los declara
bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los
"pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado
a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz
comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la
sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica
con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición
para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).
545 Jesús invita a los pecadores al banquete del
Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1,
15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino,
pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre
hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo
pecador que se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el
sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las
parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas
invita al banquete del Reino(cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección
radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las
palabras no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como
un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena
tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25,
14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el
corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse
discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13,
11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es
algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
Los signos del Reino de Dios
547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos
"milagros, prodigios y signos" (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está
presente en El. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7,
18-23).
548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que
el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn
10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34;
10, 52; etc.). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquél que hace las
obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38).
Pero también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt 11, 6). No pretenden
satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes
milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le acusa
de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).
549 Al liberar a algunos hombres de los males
terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la
enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos;
no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. LC 12, 13. 14;
Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del
pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y
causa de todas sus servidumbres humanas.
550 La venida del Reino de Dios es la derrota del
reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo
los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los
exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8,
26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn
12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de
Dios: "Regnavit a ligno Deus" ("Dios reinó desde el madero de la Cruz", himno "Vexilla
Regis").
632 Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento
según las cuales Jesús "resucitó de entre los muertos" (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1
Co 15, 20) presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de
los muertos (cf. Hb 13, 20). Es el primer sentido que dio la predicación
apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como
todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha
descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban
allí detenidos (cf. 1 P 3,18-19).
633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf.
Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó
Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de
la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del
Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28,
19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo
enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham"
(cf. Lc 16, 22-26). "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su
Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a
los infiernos" (Catech. R. 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar
allí a los condenados (cf. Cc. de Roma del año 745; DS 587) ni para destruir el
infierno de la condenación (cf. DS 1011; 1077) sino para liberar a los justos
que le habían precedido (cf. Cc de Toledo IV en el año 625; DS 485; cf. también
Mt 27, 52-53).
634 "Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena
Nueva ..." (1 P 4, 6). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del
anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de
Jesús, fase condensada en el tiempo pero inmensamente amplia en su significado
real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos
y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la
Redención.
635 Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la
muerte (cf. Mt 12, 40; Rm 10, 7; Ef 4, 9) para "que los muertos oigan la voz del
Hijo de Dios y los que la oigan vivan" (Jn 5, 25). Jesús, "el Príncipe de la
vida" (Hch 3, 15) aniquiló "mediante la muerte al señor de la muerte, es decir,
al Diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida
sometidos a esclavitud "(Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado "tiene las
llaves de la muerte y del Hades" (Ap 1, 18) y "al nombre de Jesús toda rodilla
se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos" (Flp 2, 10).
Un gran silencio reina hoy en la tierra, un gran silencio y una gran soledad. Un
gran silencio porque el Rey duerme. La tierra ha temblado y se ha calmado porque
Dios se ha dormido en la carne y ha ido a despertar a los que dormían desde
hacía siglos ... Va a buscar a Adán, nuestro primer Padre, la oveja perdida.
Quiere ir a visitar a todos los que se encuentran en las tinieblas y a la sombra
de la muerte. Va para liberar de sus dolores a Adán encadenado y a Eva, cautiva
con él, El que es al mismo tiempo su Dios y su Hijo...'Yo soy tu Dios y por tu
causa he sido hecho tu Hijo. Levántate, tú que dormías porque no te he creado
para que permanezcas aquí encadenado en el infierno. Levántate de entre los
muertos, yo soy la vida de los muertos (Antigua homilía para el Sábado Santo).