"Quadragesimo Anno" |
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"Mater et magistra" | |
"Pacem in terris" | |
"Populorum progressio" | |
"Octogésima adveniens" | |
"Laborem exercens" | |
"Centesimus annus" |
Es la principal encíclica social
de Pío XI, y fue promulgada en el 40° aniversario de la "Rerum No-varum". La
depresión económica de EEUU a fines de 1929, que afectó al mundo entero, la
extensión del estado totalitario en Europa y el éxito del comunismo "han hecho
necesaria -dice Pío XI- una más cuidadosa aplicación de la doctrina de León XIII
e incluso algunas adiciones". Pío XI advierte que es necesario poner el acento
en algunos puntos: la reforma del Estado, las reformas de las asociaciones
profesionales, la justicia social, el régimen capitalista, el socialismo y la
renovación moral.
La primera institución que hay que reformar, dice Pío XI, es el Estado, y, lo
primero, para que dé su lugar a todas las asociaciones intermedias, terminar con
el vicio del "individualismo".
Con respecto a las asociaciones profesionales, su inspiración es la filosofía
cristiana y no el totalitarismo. Rechaza "la pugna de clases" para llegar a una
colaboración entre las distintas profesiones.
Enfatiza que el principio rector de la economía es la justicia social, cuya alma
debe ser la caridad social. Y que la libre concurrencia ha llevado a la
acumulación de "una descomunal y tiránica potencia económica en manos de unos
pocos". Verifica que el individualismo ha producido la dictadura económica, se
ha adueñado del mercado libre y el deseo de lucha ha sido reemplazado por la
desenfrenada ambición de poderío. La economía se ha hecho horrendamente dura,
cruel y atroz.
A pesar de la división socialista en dos bloques, el violento -o comunismo-, y
el moderado -o socialismo-, para Pío XI el socialismo no ha renunciado a su
fundamento anticristiano.
La conclusión es que no habrá restauración social sin renovación moral. La
economía actual "la hemos encontrado plagada de vicios gravísimos" y tanto el
comunismo como el socialismo "andan muy lejos de los preceptos evangélicos".
Sólo la cristianización de la vida económica podrá remediar estos males. Y
concluye: "Los primeros e inmediatos apóstoles de los obreros han de ser
obreros, y los apóstoles del mundo industrial y comercial, deben ser de sus
propios gremios".
Promulgado en 1961, este documento de lenguaje
sencillo alcanzó una difusión y un eco universal inusual en las encíclicas
papales.
Juan XXIII se propone que sus palabras sean en tendidas por todos, y con tono
conciliador y animoso, manifiesta una gran apertura al mundo, a la técnica y a
las ciencias, a la socialización y al reencuentro entre los hombres.
"Mater et Magistra" trata extensamente la razón de ser de la Doctrina Social de
la Iglesia, que surge de la misión dada a la Iglesia por Cristo, de velar "con
maternal solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos". "Deseamos
que se estudie cada vez más la doctrina social". Y exhorta a que sea una
disciplina obligatoria en los seminarios, en los colegios católicos y en la
catequesis parroquial y, en general, que haya un verdadero esfuerzo por
divulgarla. Y finalmente, el Papa resalta que la verdadera educación social
católica es la que culmina con la acción social de los católicos.
"La economía debe estar la servicio del hombre", dice Juan XXIII, y habla de "un
precepto gravísimo déla justicia social, a saber, que el desarrollo económico y
el progreso social deben ir juntos y acomodarse mutuamente, de forma que todas
las categorías sociales tengan participación adecuada en el aumento de la
riqueza de la nación”. Trata por primera vez el tema de las ideologías en sí
mismas, (quizás un antecedente del tratamiento que hará Pablo VI en la carta
"Octogésima Adveniens") y su principal observación es que "no consideran la
total integridad del hombre”.
Juan XXIII publicó en total 8 encíclicas, seis
de temas religiosos y dos sociales. La última -"Pacem in Terris"- publicada en
abril de 1963 -el año de su muerte- está dedicada a la paz. El Papa vuelca en
ella toda su preocupación por la paz, amenazada por la llamada "crisis de Cuba",
en 1962, en la que casi se llega a la guerra entre los Estados Unidos de Kennedy
y la Unión Soviética de Kruschev.
Es la primera encíclica dedicada exclusivamente a la paz. Es un verdadero
tratado de política, el más sistemático y completo de la Doctrina Social de la
Iglesia. No está dirigida sólo, a los católicos, sino también "a todos los
hombres de buena voluntad". Su estilo es simple y positivo, sin condenaciones,
accesible a todos. Expone que todos los hombres, cristianos o no, pueden y deben
reencontrarse en una acción común. Y hace un listado de los derechos humanos,
actualizando la visión eclesial de la actualidad en tres grandes temas: la
promoción económica y social de las clases populares, el ingreso de la mujer en
la vida pública y el despertar de los pueblos a la emancipación.
Pablo VI había inaugurado su pontificado con
una encíclica, "Ecclesiam Suam" (1964), verdadero programa para una Iglesia en
pleno Concilio. En ella, el Papa pone el acento en la evangelización del mundo
moderno. Y partiendo de los lineamientos sociales que había trazado Juan XXIII,
da a conocer, después de tres años de elaboración, la primera encíclica social,
la "Populorum Progressio" (1967).
Es la encíclica que más autores modernos cita. Con un mensaje luminoso, valiente
y esperanzado, pide a la humanidad que dé un paso adelante en la solidaridad.
Algunas citas breves nos ubican en el espíritu de este valioso documento:
"Los pueblos ricos gozan de un rápido crecimiento, mientras que los pobres se
desarrollan lentamente".
"¿Quién no ve los peligros que hay en ello, de reacciones populares violentas,
de agitaciones insurreccionales y de deslizamiento hacia las ideologías
totalitarias?”.
Pide una acción urgente, porque las situaciones "cuya injusticia clama al cielo"
tientan hacia la violencia, y ésta casi siempre engendra "nuevas injusticias" .
Propone dos líneas de acción, una de solidaridad y otra de justicia social. La
primera es de asistencia a los débiles mediante la creación de un fondo mundial
"alimentado con una parte de los gastos militares" (n. 51). Pero, señala, no hay
solidaridad si no se respeta la justicia, e invita a realizar la caridad
universal en la política internacional. Con este espíritu hay que recibir
inmigrantes e invertir en los países subdesarrollados. "Entre las
civilizaciones, como entre las personas, un diálogo sincero es, en efecto,
creador de fraternidad”. Y recuerda que "las diferencias económicas, sociales y
culturales demasiado grandes entre los pueblos provocan tensiones y discordias y
ponen la paz en peligro". Por eso el desarrollo es el nuevo nombre de la paz.
A los 80 años de la "Rerum Novarum", Pablo VI
dirigió una carta al Cardenal Mauricio Roy, presidente del Consejo para los
seglares y de la Comisión Pontificia "Justicia y Paz". La "Octogésima Adveniens"(1971)
se divide en dos partes: en la primera presenta una serie de aplicaciones de la
Doctrina Social a problemas de la sociedad industrial. Y en la segunda, un
enfoque original en la línea del magisterio socio-político al rescatar "la
visión global del hombre y de la humanidad".
Pablo VI cuestiona cuál es el origen y el valor del progreso, que no debe dejar
de lado el pivote central del crecimiento del hombre que es "el desarrollo de la
conciencia moral" (n. 41). Y pide la superación del "homo oeconomicus", tanto en
la solidaridad internacional, como en el mismo mundo de los países
desarrollados.
El tema de esta encíclica es el del hombre en
el "vasto contexto de esa realidad que es el trabajo". Publicada el 14 de
septiembre de 1981, conmemora el 90° aniversario de la encíclica "Rerum Novarum".
La cuestión social que plantea ya no es "un problema de la clase", sino el
"problema del mundo", y pone el acento en la prioridad del hombre sobre el
producto.
Para el Papa, el economicismo del capitalismo liberal (o materialismo práctico)
tiene una responsabilidad decisiva en el problema del trabajo y es el causante
de la antinomia entre el capital y el trabajo y todos los conflictos
consecuentes.
La doctrina de la Iglesia "se aparta radicalmente del programa del
colectivismo", pero "se diferencia, al mismo tiempo, del programa del
capitalismo", dice Juan Pablo II en la encíclica . El único título legítimo para
la posesión de los bienes de producción; es que estén al servicio del trabajo.
El Papa ubica a los derechos del trabajador entre los derechos fundamentales de
la persona. Y señala como el primero de ellos el de lograr un empleo adecuado.
También habla de la necesidad de una planificación global, que debe realizar el
Estado, salvando la iniciativa privada, contra el desempleo. Y en el caso de los
desocupados, el Papa afirma la obligación de prestar subsidios a favor de ellos,
lo que "brota del principio fundamental del orden moral en este campo, del
derecho a la vida y a la subsistencia" . Para Juan Pablo II el salario es "el
problema clave de la ética social" y el objetivo de su mejoramiento justo, uno
de los principales cometidos del sindicalismo actual, y quehacer moral de la
sociedad. Para la encíclica, la remuneración justa debe ser suficiente para
fundar y mantener dignamente una familia y su futuro, e incluye las prestaciones
de la salud, las condiciones de trabajo, el descanso, etc.
Esta encíclica incluye una exposición extensa y sistemática sobre los
sindicatos, cuyo fin, para Juan Pablo II, es "la defensa de los intereses
existenciales de los trabajadores en todos los sectores en que están en juego
sus derechos”.
No acepta que el sindicato haga política partidista ni ve conveniente una
relación muy estrecha entre sindicato y partido político. Y en relación con la
huelga, "Laborem Exercens" recuerda que es un método reconocido como legítimo y
que los trabajadores deberían tener asegurado el derecho a la huelga sin sufrir
sanciones penales por participar en ella. Recuerda que la huelga es un medio
extremo, del que no se puede abusar, ni utilizar contra el bien común, ni en
función de los juegos políticos.
No es casual que la fecha elegida
para su promulgación fuera el 1° de mayo de 1991. Primero, por ser la fecha
tradicional del Día del Trabajo en todo el mundo, y segundo, porque en ese mes
de mayo cumplía 100 años la "Rerum Novarum.".
Cuando la Iglesia, en la palabra de León XIII, dio a conocer la "Rerum Novarum",
no sólo se creaba por decirlo así, la doctrina social sino que se definía la
posición eclesial frente a la cuestión obrera en el fin del siglo XIX, como una
expresión de la opción preferencial por los pobres. León XIII elaboró ese
capítulo de la teología moral, ya que el nudo central de la problemática social
de ese momento, era la distancia que separaba la economía de la moral.
Juan Pablo II hace una relectura de León XIII para iluminar este fin de siglo
con la visión evangélica de las nuevas aristas que presenta la cuestión social.
Al enumerar las causas de la caída del socialismo real, considera que antes que
a la ineficiencia del sis
tema económico, se debe a la violación de los derechos del trabajador. Su prueba
es contundente, ya
que las muchedumbres de los trabajadores son las que hicieron caer el imperio, y
a través de una lucha
pacífica, sólo con las armas de la verdad y de la justicia..
Pero, agrega Juan Pablo II, "la verdadera causa es el vacío espiritual provocado
por el ateísmo. Las jóvenes generaciones realizaron la insoslayable búsqueda de
la propia identidad y del sentido de la vida, hasta descubrir las raíces
religiosas de la cultura de sus naciones". Es muy interesante encontrar que
entre las consecuencias de los hechos de 1989, Juan Pablo II dice que "llevan a
reafirmar la positividad de una auténtica teología de la liberación humana
integral, ahora que se ha superado todo lo que había de caduco en los intentos
de un compromiso imposible entre marxismo y socialismo".
Con respecto al sistema económico, Juan Pablo II afirma que la Iglesia no tiene
modelos para proponer, y que sólo ofrece como orientación ideal e indispensable,
la propia doctrina social, la cual reconoce la positividad del mercado y de la
empresa, pero al mismo tiempo indica que han de estar orientados al bien común.
El último capítulo de la encíclica (n. VI) desarrolla consideraciones sobre lo
que podemos llamar la epistemología de la doctrina social católica. Reafirma que
"la Iglesia no puede abandonar al hombre" y "que este hombre es el primer camino
que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión".
La doctrina social es un instrumento de evangelización, o una explicitación de
una antropología cristiana, o también, un capítulo de teología moral.