EL TRUEQUE EN LA ENCRUCIJADA.

 El crecimiento explosivo del trueque en el último año (acompañando a la depresión más prolongada que ha conocido nuestra economía) ha concitado la atención tanto de especialistas como de simples curiosos. Sus fundadores lo proponen como una alternativa solidaria a la lógica hegemónica del neoliberalismo. Quienes recurren a él suelen imaginarlo una solución transitoria para ir “zafando” hasta reingresar a la economía formal. Los partidos tradicionales procuran apropiarse de sus estructuras en beneficio propio. Los gobiernos intentan aprovechar su formidable (y barata) capacidad de contención social. El periodismo propone un enfoque sentimental y pintoresquista. Los economistas lo califican de forma de intercambio anacrónica, precapitalista, con escasas perspectivas de futuro.

¿Qué aporta el trueque de bueno y nuevo?¿Qué riesgos amenazan su futuro en esta encrucijada? Si no respuestas, intentaré -por lo menos- dejar a la vista algunas puntas para empezar a desmadejar el ovillo de un fenómeno rico, complejo, susceptible de múltiples enfoques.  

 

1) ¿UNA ECONOMÍA SIN MONEDA?

     El valor de intercambio. Toda moneda es fiduciaria.

El trueque surgió en los albores de la organización de las sociedades humanas a los fines de dar satisfacción a las necesidades básicas de los individuos. Si alguien tenía un exceso de algún bien y carecía de otro podía trocarlo -intercambiarlo- con alguien que estuviera en la situación inversa. El valor relativo de ambos bienes debía establecerse en cada transacción, que resultaba así complicada y  aleatoria. Otro inconveniente del sistema primitivo de trueque era que ambos trocadores debían tener necesidades simétricas y complementarias, lo que resultó cada vez más difícil en la medida en que los bienes producidos se fueron diversificando. Ello obligó a recurrir a productos considerados universalmente valiosos, y que fueran -además- fáciles de transportar. Uno de los primeros fue la sal, elemento sumamente ubicuo ya que -como lo hacen notar los antropólogos- la cocción y salado de la carne marcan el salto cualitativo del estado animal al civilizado. De esta proto-moneda, que podía utilizarse directamente como forma de pago o bien como valor de referencia para establecer el precio de las mercaderías, se pasa a la siguiente etapa: utilización de metales preciosos como valor de intercambio.

El oro y la plata eran apreciados por ser escasos, y podían fraccionarse en piezas pequeñas en las que una autoridad confiable imprimía un sello que garantizaba su valor: el cuño. O sea, los señores poderosos comenzaron a acuñar moneda.

Se había avanzado mucho, de no ser por un pequeño detalle: las transacciones importantes exigían abultados cargamentos de piezas metálicas, vulnerables a los asaltantes en caminos terrestres y a los piratas en los mares. Sin embargo, el impulso que la moneda le había dado a la economía del último Medioevo ya no tendría marcha atrás. El próximo paso fue la creación de los bancos. Algunos mercaderes enriquecidos, afincados en lugares estratégicos para el comercio de la época, concibieron la idea de guardar esas piecitas de metal, por las que daban un recibo. Ese recibo (un pedazo de pergamino que abultaba poco en la faltriquera) podía servir como medio de pago en un lugar distante. A prueba de piratas con parche en el ojo, pero no exento de riesgos. Ya que los banqueros (que guardaban ese dinero, a cambio de un módico precio por el servicio, durante lapsos muy prolongados) encontraron una fuente extra de ganancia prestándolo a interés. Con los bancos nace la usura, la posibilidad de enriquecerse especulando con el dinero de otros y -como si fuera poco- cobrándole a ambos: al deudor y al ahorrista. El banquero (o usurero, ya que la historia desconoce el eufemismo de distinguir al uno del otro) nace envuelto en un aura de antipatía generalizada. La literatura lo congela en un arquetipo repelente: Shylokc, el mercader de Venecia.

Como los particulares, los estados dejarán de acuñar moneda metálica para emitir papel moneda (billetes), respaldados por las reservas en metales preciosos que esos mismos estados atesoran. Hasta el momento, en pleno siglo XX, en que el crecimiento de la economía mundial haga insuficientes todas las reservas de oro del planeta. Se abandona el patrón oro y el dinero se vuelve fiduciario (del latín “fides”: fe). El dinero vale porque un estado lo respalda. Y tanto más fuerte será una moneda cuanto más grande sea la economía del país que la emite, más peso tenga éste en la economía mundial, más mercados logre para sus productos y más poderío militar tenga para mantenerlos, aun a costa de los intereses de sus “clientes”. O sea, la fuerza de una moneda va asociada a la potencia imperialista de la nación que la respalda. Si este esquema ha variado parcialmente en los últimos veinte años, a partir de la globalización y la transnacionalización de las economías; aún resulta útil para explicar muchos problemas económicos de los países en desarrollo. Si toda moneda es fiduciaria, toda economía se basa en la confianza. Y la confianza no es una cuestión económica: es una cuestión política.

 

2) QUÉ DICEN LOS ECONOMISTAS.

     Es una forma de intercambio antigua, precapitalista.Los peligros del agio. La posibilidad de evasión impositiva. Prosumidores de 1º y de 2ª.

En los últimos tiempos, el crecimiento exponencial del trueque en la Argentina ha llevado a que dicho fenómeno ocupe un lugar creciente en los medios de masas. Mucha de la información que aparece es intencionada. Poco hay que se parezca a un verdadero análisis. Abundan artículos descriptivos, que hacen hincapié en las bondades del sistema o en su costado pintoresco. Los más serios intentan abordar el fenómeno desde un análisis técnico de sus aspectos económicos. Estos especialistas coinciden en que el trueque es una forma primitiva, precapitalista, de intercambio, y que constituye un mero paliativo frente a la grave crisis que enfrentamos y no una alternativa viable a largo plazo. Julio Nudler (Pagina 12) pone en duda que se trate de una economía libre del peligro del agio. Los hechos demuestran que hay acumulación de créditos y distintas formas de especulación, aprovechando las fronteras entre el trueque y la economía formal. Señala también las posibilidades de inflación, sea por traslado desde la economía formal o por la emisión excesiva de créditos (lo cual merecerá un párrafo aparte).

Afirma también este autor que el trueque es una economía en negro. Como esta actividad no está gravada, el cuentapropista que trabaja en el sistema no está obligado al aporte jubilatorio, las mercaderías no tributan IVA, el empleador no pagará cargas sociales. Ello implica perder algunas protecciones (por lo menos, en los papeles).

Es cierto que el trueque conlleva problemas pasibles de un análisis puramente económico, y creo que los más graves atañen a las distorsiones derivadas de su inserción en una economía capitalista neoliberal. Alguien me sugirió que es lo mismo que les sucede a los kibutzim en Israel, pero hay una diferencia sustancial: los habitantes de los kibutzim han optado por esa forma de vida y, si no se adaptan, pueden abandonarla voluntariamente. Lo ideológico juega un papel fundamental. En la Argentina, pobres y clase media pauperizada buscan una salida en el trueque porque se ven empujados a él. Muchos, quizá la mayoría, se sentirían felices de retornar al mercado formal, sin poder hacerlo.

No obstante, hay quienes pueden sacar mejor provecho del trueque porque aún conservan parte de su ingreso en pesos. Ello les permite proveerse de insumos en el mercado formal y adquirir en el trueque sólo lo que les conviene. Por otro lado, si producen un bien, pueden ofrecer precios más competitivos y/o mejorar sus márgenes. Por ej.: supongamos una mujer que fabrique budines y tenga un costo de aproximadamente 1$ por unidad. Otra, que compre sus insumos en créditos, duplicará el costo. La primera podrá optar entre ofrecer un mejor precio sin reducir su margen o ponerles un precio más alto (según las condiciones del “mercado”) y aumentarlo. Se da un fenómeno parecido a algunas distorsiones que se producen en el comercio internacional.

 

3) LA SUPUESTA INFLACION

    Distorsiones en productos de 1º necesidad. Inflación. Emisión sin respaldo. Sobre qué se emite: el capital humano. Valor de la educación.

La existencia de prosumidores de dos clases, los que poseen pesos y créditos y los que sólo tienen créditos, produce un fenómeno parecido a la inflación. Digo “parecido”, si nos atenemos a la definición de inflación que dan los tratados de economía: “La inflación es el aumento sostenido en el nivel general de precios.” (Pérez Enrri). Aquí se observa, más bien, una distorsión que afecta sólo a algunos insumos básicos que no se producen sino industrialmente (es decir, fuera del universo del trueque), especialmente alimentos. Ello afecta por arrastre a otros bienes, pero de una manera errática y dependiente también de cuestiones geográficas. Por ejemplo: la harina no se consigue sino al doble o triple de su valor nominal en pesos (salvo en los nodos donde se establece un cierto control o donde se realizan compras comunitarias). Esto hace que, preventivamente, otros precios aumenten. Sin embargo, esto sucede -por una cuestión de oferta y demanda- en las zonas más carenciadas, donde la mayoría de los prosumidores dispone sólo de créditos (y no puede, por ende, elegir comprar alimentos fuera del nodo en pesos). El peso funciona como moneda “fuerte” frente al crédito, condicionando distorsiones en las operaciones de “comercio exterior” entre el trueque y la economía formal. Operadores que disponen de pesos se permiten distinto tipo de movimientos especulativos, tal como los tenedores de dólares lo hacen en la economía formal. He aquí un primer problema, ante el cual se han propuesto como soluciones o bien un mayor control, o bien apelaciones a la solidaridad de los prosumidores. Ambas resultan insatisfactorias: una por impracticable, la otra por ingenua.

A la autora de estas líneas se le ocurren otras dos posibilidades, aunque no de eficacia inmediata sino a mediano plazo: la generalización de compras comunitarias (ya se hacen en algunos nodos, pero deberían ser masivas para satisfacer toda la demanda y bajar los precios); y la aceptación más extendida del crédito fuera de los nodos, que lo “revaluaría”.

Y esto me lleva al siguiente planteo: el artículo de Nudler hablaba de posibilidad de inflación por exceso de emisión de créditos. El autor no precisa a qué se refiere dicho exceso. En los nodos del P.A.R., cada nuevo prosumidor recibe 50 créditos al ingresar al sistema. ¿Cómo podría esta emisión resultar excesiva? En otras palabras: ¿Cuál es el “respaldo” que le da su valor fiduciario al crédito?

La respuesta que encuentro quizá no sea la única posible, pero permite inferir por qué camino podría llegarse a esa hiperemisión inflacionaria. Propongo que el respaldo del crédito es la ampliación del mercado que suponen los nuevos prosumidores, que se incorporan en dos sentidos: como demandantes (vienen con sus keynesianos 50 créditos debajo del brazo) y como oferentes (aportan bienes y sevicios). Aunque no se trata de una mera cuestión cuantitativa (o sea, incorporar a más y más prosumidores): también existe un factor cualitativo, en cuanto a que los bienes y servicios ofrecidos sean cada vez más diversos y con mayor valor agregado. Hace notar Claudio Scaletta (Cash) que el trueque ha prosperado en zonas urbanas donde no existe la  posibilidad de una economía de subsistencia hogareña y donde no se obtiene nada sin dinero. Podemos agregar que la caída del nivel de ingresos de las clases medias urbanas empobrecidas hace que haya oferta de todo tipo de servicios (oficios y profesiones liberales), lo que contribuye a una genuina elevación del nivel de vida del conjunto. En un país que siempre se ha distinguido por el nivel de su educación media y superior, existe la posibilidad de trocar -por ej.- alimentos por atención médica o mano de obra de albañilería por clases de inglés. Si todos los prosumidores ofrecieran mano de obra poco calificada, el sistema no promovería una verdadera mejora del nivel de vida para sus participantes. Este es un claro ejemplo del valor de la educación para una comunidad.

Claro que esta ecuación fracasa si se incorpora gente que sólo entra a la red para consumir y no para producir. Esto puede suceder y perpetuarse por un fenómeno que corresponde a otro nivel de análisis: el político. 

 

4) ASPECTOS POLITICOS.

     Fragmentación. Clientelismo. Infiltración.

Sabemos que la economía no es una ciencia exacta, y que ningún fenómeno económico se explica totalmente sin recurrir a cuestiones psicológicas, sociales o políticas. Y dentro de los aspectos políticos a tener en cuenta hay que advertir contra la fragmentación, el clientelismo y la infiltración. Los dos primeros conspiran directamente contra la salud del crédito como valor de intercambio o “moneda”.

Se da la situación de que los coordinadores de nodos tienen aspiraciones políticas en sentido amplio. Se apoyan en la capacidad de convocatoria de sus nodos para lograr poder y aval para un proyecto personal dentro de la red. Esto no es malo en la medida en que dicho proyecto encuadre en los principios solidarios que propugnan los fundadores. Sin embargo, a los fines de atraer gente a los nodos se acepta el trueque de elementos de segunda mano (en particular, ropa), en lugar de alentar el inicio por parte del prosumidor de alguna actividad productiva. Por otro lado, los coordinadores de nodos pueden usar los créditos (y pesos) que se obtienen por el cobro de entradas de una manera discrecional, para generar simpatías y adhesiones. Todo esto se apoya en una cultura muy arraigada de esperar beneficios económicos de los “punteros” de los partidos tradicionales. Este fenómeno es más evidente en las zonas más carenciadas, donde a la pobreza material se une la falta de un entramado simbólico que sostenga el impulso para salir adelante con recursos propios. Para que el trueque no termine importando este vicio de la política partidaria, será necesario seleccionar y capacitar a los coordinadores de nodos. El principio fundamental del sistema (el desarrollo personal dentro de un marco solidario) no puede sacrificarse en aras de un mero crecimiento cuantitativo.

Estas mismas apetencias de poder implican otro riesgo: la fragmentación. En este momento hay dos líneas internas claramente diferenciadas y hasta antagónicas: el P.A.R. y el “Trueque Solidario”. Hay nodos que adhieren a una u otra fracción, y otros que se mantienen “independientes”. La discusión ideológica se ve reemplazada por la disputa de espacios de poder, que -en la práctica- se expresan por la imposibilidad de generar una “moneda” de aceptación universal dentro del sistema.

Como “a río revuelto, ganancia de pescadores”; intereses ajenos al ideario fundacional están procurando infiltrar la red. De otro modo, ¿cómo se explicaría que un coordinador diga que por suerte la gente va a los nodos a trocar, si no “vaya a saber qué harían en la calle”?

 

5) LOS ASPECTOS PSICOLÓGICOS.

    Feria versus shopping. Un intercambio entre personas. Contención. Gratificación inmediata. Cosechar lo que se siembra. Los que no pueden producir.

 

Es que el trueque ofrece no sólo una posibilidad de subsistencia, sino también un ámbito de contención. A la autora de esas reflexiones, el ambiente emocional del nodo la retrotrajo a su infancia. Le recordó las ferias municipales de los barrios, donde -a falta de la puesta en escena posmoderna del shopping- la calidad de la mercadería estaba garantizada por la honradez del puestero. El nodo es un lugar de intercambio entre personas. El regateo y la pequeña “avivada” pueden ser parte del folklore, pero el conocimiento recíproco de los trocadores impiden las maniobras dolosas que favorece el anonimato. La mercadería se exhibe sobre tablones y caballetes, iluminada por luz natural o artefactos eléctricos sencillos. Se exhibe para ser comprada y satisfacer una necesidad, a diferencia del efecto hipnótico de las vidrieras del shopping, diseñadas para acuciar un deseo siempre insatisfecho (aunque se compre algo, aunque se compre mucho). Entre la feria y el shopping media la distancia que hay entre una persona proveyéndose de lo que necesita y un consumidor alienado en un espejo deformante.

Parte del secreto tiene que ver con la rapidez con que se desarrolla todo el ciclo de la producción y el consumo. Mientras se vende la mercadería y en tanto los créditos van entrando, ya se va negociando con quien ofrece lo que se desea adquirir. Un intercambio tan fluido produce una gratificación inmediata, con un efecto de reforzamiento de la autoestima. Se cosecha lo que se siembra. Algo tan distinto de los deningrantes mecanismos que implica buscar trabajo en la economía formal.

Sin embargo, siempre queda un grupo de gente que no puede producir. Esto es lo más doloroso de ver. Gente que se va desprendiendo de cosas adquiridas en tiempos mejores para trocarlas por comida. Y no sólo es por falta de calificación laboral: el pobre estructural urbano es un individuo arrasado. Carece de los anclajes identificatorios que le permitan ir en pos de un proyecto autónomo. Muchos años de destrucción sistemática de los sistemas de educación y salud públicas, sumados a políticas económicas que propiciaron la concentración de la riqueza en detrimento de los pobres y las clases medias (paliados de tanto en tanto por gestos de populismo paternalista) son un lastre que llevará mucho tiempo dejar atrás.      

6) DE CARA AL FUTURO.

 Por todo lo expuesto, considero que el sistema de trueque al que nos referimos no es homologable al trueque primitivo. Se trata de una de las muchas formas de resistencia activa al neoliberalismo globalizado deshumanizante. No olvidemos que el marxismo proponía que el socialismo, llevado a su máximo desarrollo, podría abolir la moneda que ya no sería necesaria. De todos modos, tampoco con el trueque se procura -creo yo- ni se podría arribar al socialismo. Lo que sí se intenta (y, en muchos casos, se logra) es devolverle al individuo su rol de sujeto activo capaz de apropiarse de su fuerza de trabajo y generar un proyecto, aunque “esté de sobra” en un sistema que lo excluye. Lo que sí se intenta es regenerar lazos solidarios en una sociedad donde hubo un plan siniestro para aniquilarlos. Si, reforzando esos lazos, el sistema logra atravesar el presente desfiladero, su futuro puede asombrarnos.

Reforzar lazos solidarios implica:

-Superar internas basadas en meras disputas por espacios de poder.

-Unificar la “moneda” y aumentar su nivel de aceptación (y, con ello, su valor).

-Aprovechando su formidable potencialidad como mercado  y  mediante acciones coordinadas, lograr la incorporación de bienes que no se producen dentro del sistema (como harinas o aceite).  

-Recuperar a los que hoy no pueden producir como efecto de muchos años de exclusión.

 

Este último punto es el que más habrá que pensar. Dentro del trueque se ha brindado capacitación para microemprendimientos productivos. Es una manera de empezar, pero no alcanza. Hay que poner enfásis en la educación y en la generación de espacios de contención que ofrezcan modelos, restablezcan pautas identificatorias y alienten la consecución de un proyecto personal inmerso en un marco solidario.

A algunos les alcanza con una palabra, otros necesitarán un empujón, a muchos habrá que tomarlos de la mano hasta que descubran que pueden andar.

Desde Keynes sabemos que la economía no es pura cuestión de números, sino también de expectativas. La ilusión no es un lujo de románticos: es el motor del crecimiento. No sólo en lo individual, sino también en lo comunitario. Apostemos al trueque porque da de comer, pero también -last but not least- porque viene de la mano de las viejas ilusiones asesinadas que gozan de tan buena salud. 

  

GLOSARIO:

 

Nodos: lugares de intercambio del sistema, especie de ferias donde se pueden trocar bienes y servicios en forma directa o mediante créditos. La circulación de dinero está prohibida dentro de los nodos.

 

Prosumidores: son los miembros del sistema, productores y consumidores al mismo tiempo.

Crédito: es un valor de intercambio que circula en los nodos, a modo de vales o billetes con su valor nominal impreso.

P.A.R.: sigla de Programa de Autosuficiencia Regional, que designa al grupo fundador de la red del trueque. Su sede central funciona en el predio de una antigua fábrica en Bernal.

  

 

                                                                   Silvia M. Horowitz

 

                                                    e-mail: silviahorowitz@yahoo.com.ar

 

                                                            Buenos Aires, abril de 2002