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La
clase obrera es la clase fecunda y creadora, la clase obrera es la
que produce cuanta riqueza material existe en un país. Y mientras el poder no esté
en sus manos, mientras la clase obrera permita que el poder esté en
manos de los patronos que la explotan, en manos de los
especuladores, en manos de los terratenientes, en manos de los
monopolies, en manos de los intereses extranjeros o nacionales,
mientras las armas estén en manos al servicio de esos intereses y no
en sus propias manos, la clase obrera estará obligada a una
existencia miserable por muchas que sean las migajas que Ie lancen
esos intereses desde la mesa del festín.
FIDEL
CASTRO
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Nunca en América se había producido un hecho de tan
extraordinarias características, tan profundas raíces y tan
trascendentales consecuencias para el destino de los movimientos
progresistas del continente como nuestra guerra revolucionaria. A tal extremo, que ha sido
calificada por algunos como el acontecimiento cardinal de América y
el que sigue en importancia a la trilogía que constituyen la
Revolución rusa, el triunfo sobre las armas hitlerianas con las
transformaciones sociales siguientes, y la victoria de la Revolución
china. Este movimiento, grandemente heterodoxo en sus formas y
manifestaciones, ha seguido, sin embargo -no podía ser de otra
manera-, las lineas generales de todos los grandes acontecimientos
históricos del siglo, caracterizados por las luchas anticolonigles y
el tránsito al socialismo. Sin embargo, algunos sectores,
interesadamente o de buena fe, han pretendido ver en ella una serie
de raíces y características |
excepcionales, cuya importancia relativa frente al profundo
fenómeno históricosocial elevan artificialmente, hasta constituirlas
en determinantes. Se
habia del excepcionalismo de la Revolución cubana al compararla con
las líneas de otros partidos progresistas de América y se establece,
en consecuencia, que la forma y caminos de la Revolución cubana son
el producto único de la revolución y que en los demás países de
América será diferente el tránsito histórico de los
pueblos. Aceptamos que hubo excepciones que Ie dan sus
características peculiares a la Revolución cubana, es un hecho
claramente establecido que cada revolución cuenta con ese tipo de
factores específicos, pero no está menos establecido que todas ellas
seguirán leyes cuya violación no está al alcance de las
posibilidades de la sociedad.
Analicemos, pues, los factores de este pretendido
excepcionalismo.El primero, quizás, el más importante, el más
original, es esa fuerza telúrica Ilamada Fidel Castro Ruíz, nombre
que en pocos años ha alcanzado proyecciones históricas. El futuro colocará en su
lugar exacto los méritos de nuestro Primer Ministro, pero a nosotros
se nos antojan comparables con los de las más altas figuras
históricas de toda Latinoamérica. Y, cuáles son las
circunstancias excepeionales que rodean la personalidad de Fidel
Castro? Hay varias
características en su vida y en su carácter que lo hacen sobresalir
ampliamente por sobre todos sus compañeros y seguidores; Fidel es un
hombre de tan enorme personalidad que, en cualquier movimiento donde
participe, debe llevar la conducción y así lo ha hecho en el curso
de su carrera desde la vida estudiantil hasta el premierato de
nuestra patria y de los pueblos oprimidos de América. Tiene las características de
gran conductor, que sumadas a sus dotes personales de audacia,
fuerza y valor, y a su extraordinario afán de auscultar siempre la
voluntad del pueblo, lo han llevado al lugar de honor y de
sacrificio que hoy ocupa.
Pero tiene otras cualidades importantes, como son su
capacidad para asimilar los conocimientos y las experiencias, para
comprender todo el conjunto de una situación dada sin perder de
vista los detalles, su fe inmensa en el futuro, y su amplitud de
visión para prevenir los
acontecimientos y anticiparse a los hechos, viendo siempre más lejos
y mejor que sus compañeros.
Con estas grandes cualidades cardinales, con su capacidad de
aglutinar, de unir, oponiéndose a la división que debilita; su
capacidad de dirigir a la cabeza de todos la acción del pueblo; su
amor infinito por él, su fe en el futuro y su capacidad de preverlo,
Fidel Castro hizo más que nadie en Cuba para construir de la nada el
aparato hoy formidable de la Revolución cubana. Sin embargo,
nadie podría afirmar que en Cuba había condiciones,político-sociales
totalmente diferentes a las de otros países de América y que,
precisamente por esa diferencia, se hizo la Revolución. Tampoco se podría afirmar,
por el contrario, que, a pesar de esa diferencia, Fidel Castro hizo
la Revolución. Fidel,
grande y hábil conductor, dirigió la Revolución en Cuba, en el
momento y en la forma en que lo hizo, interpretando las profundas
conmociones políticas que preparaban al pueblo para el gran salto
hacia los caminos revolucionarios. También existieron ciertas
condiciones, que no eran tampoco específicas de Cuba, pero que
difícilmente serán aprovechables de nuevo por otros pueblos, porque
el imperialismo, al contrario de algunos grupos progresistas, sí
aprende con sus errores. La condición que pudiéramos calificar de
excepción, es que el imperialismo norteamericano estaba desorientado
y nunca pudo aquilatar los alcances verdaderos de la Revolución
cubana. Hay algo en
esto que explica muchas de las aparentes contradicciones del Ilamado
cuarto poder norteamericano.
Los monopolios, como es habitual en estos casos, comenzaban a
pensar en un sucesor de Batista, precisamente porque sabían que el
pueblo no estaba conforme y que también lo buscaba, pero por caminos
revolucionarios. Qué golpe más inteligente y más hábil que quitar al
dictadorzuelo inservible y poner en su lugar a los nuevos
"muchachos" que podrían, en su día, servir altamente a los intereses
del imperialismo? Jugó
algún tiempo el imperio sobre esta carta su baraja continental y
perdió lastimosamente.
Antes del triunfo, sospechaban de nosotros, pero no nos
temían; más bien apostaban a dos barajas, con la experiencia que
tienen para este juego donde habitualmente no se pierde. Emisarios del Departamento
de Estado, fueron varias veces, disfrazados de periodistas, a calar
la revolución montuna, pero no pudieron extraer de ella el síntoma
del peligro inminente.
Cuando quiso reaccionar el imperialismo, cuando se dio cuenta
que el grupo de jóvenes inexpertos que paseaban en triunfo por las
calles de La Habana, tenía una amplia conciencia de su deber
político y una férrea decisión de cumplir con ese deber, ya era
tarde. Y así, amanecía,
en enero de 1959, la
primera revolución social de toda esta zona caribeña y la más
profunda de las revoluciones americanas. No creemos que se pueda
considerar excepcional el hecho de que la burguesía, o, por lo
menos, una buena parte de ella, se mostrara favorable a la guerra
revolucionaria contra la tiranía, al mismo tiempo que apoyaba y
promovía los movimientos tendientes a buscar soluciones negociadas
que les permitieran sustituir el gobierno de Batista por elementos
dispuestos a frenar la Revolución. Teniendo en cuenta las
condiciones en que se libró la guerra revolucionaria y la
complejidad de las tendencias políticas que se oponían a la tiranía,
tampoco resulta excepcional el hecho de que algunos elementos
latifundistas adoptaran una actitud neutral o, al menos, no
beligerante hacia las fuerzas insurreccionales. Es comprensible
que la burguesía nacional, acogotada por el imperialismo y por la
tiranía, cuyas tropas caían a saco sobre la pequeña propiedad y
hacían del cohecho un medio diario de vida, viera con cierta
simpatía que estos jóvenes rebeldes de las montañas castigaran al
brazo armado del imperialismo que era el ejército
mercenario. Así, fuerzas no revolucionarias ayudaron de hecho a
facilitar el camino del advenimiento del poder
revolucionario. Extremando las cosas podemos agregar un nuevo
factor de excepcionalidad, y es que, en la mayoría de los lugares de
Cuba, el campesino se había proletarizado por las exigencias del
gran cultivo capitalista semimecanizado y había entrado en una etapa
organizativa que Ie daba una mayor conciencia de clase. Podemos admitirlo. Pero debemos apuntar, en
honor a la verdad, que sobre el territorio primario de nuestro
Ejército Rebelde, constituido por los sobrevivientes de la derrotada
columna que hace el viaje del Granma, se asienta precisamente un
campesinado de raíces sociales y culturales diferentes a las que
pueden encontrarse en los parajes del gran cultivo semimecanizado
cubano. En efecto, la
Sierra Maestra, escenario de la primera columna, revolucionaria, es
un lugar donde se refugian todos los campesinos que, luchando a
brazo partido contra el latifundio, van allí a buscar un nuevo
pedazo de tierra que arrebatan al Estado o a algún voraz propietario
latifundista para crear su pequeña riqueza. Deben estar en continua
lucha contra las exacciones de los soldados, aliados siempre del
poder latifundista, y su horizonte se cierra en el título de
propiedad.
Concretamente, el soldado que integraba nuestro primer
ejército guerrillero de tipo campesino, sale de la parte de esta
clase social que demuestra más agresivamente su amor por la tierra y
su posesión, es decir, que demuestra más perfectamente lo que puede
catalogarse como espíritu pequeñoburgués; el campesino lucha, porque
quiere tierra; para él, para sus hijos, para manejarla, para
venderla y enriquecerse a través de su trabajo. A pesar de su
espíritu pequeñoburgués, el campesino aprende pronto que no puede
satisfacer su afán de posesión de la tierra, sin romper el sistema
de la propiedad latifundista.
La reforma agraria radical, que es la única que puede dar la
tierra al campesino, choca con los intereses directos de los
imperialistas, latifundistas y de los magnates azucareros y
ganaderos. La burguesía
teme chocar con esos intereses. El proletariado no teme
chocar con ellos. De
este modo, la marcha misma de la Revolución une a los obreros y a
los campesinos. Los
obreros sostienen la reivindicación contra el latifundio. El campesino pobre,
beneficiado con la propiedad de la tierra, sostiene lealment al
poder revolucionario y lo defiende frente a los enemigos
imperialistas y contrarrevolucionarios. Creemos que no se pueden
alegar más factores de excepcionalismo. Hemos sido generosos en
extremarlos, veremos ahora cuáles son las raíces permanentes de
todos los fenómenos sociales de América, las contradicciones que,
madurando en el seno de las sociedades actuales, provocan cambios
que pueden adquirir la magnitud de una revolución como la
cubana. En orden cronológico, aunque no de importancia en estos
momentos, figura el latifundio; el latifundio fue la base del poder
económico de la clase dominante durante todo el período que sucedió
a la gran revolución libertadora anticolonial del siglo pasado. Pero esa clase social
latifundista, que existe en todos los países, está por regla general
a la zaga de los acontecimientos sociales que conmueven al
mundo. En alguna parte,
sin embargo, lo más alerta y esclarecido de esa clase latifundista
advierte el peligro y va cambiando el tipo de inversión de sus
capitales, avanzando a veces para efectuar cultivos mecanizados de
tipo agrícola, trasladando una parte de sus intereses a algunas
industrias o convirtiéndose en agentes comerciales del
monopolio. En todo
caso, la primera revolución libertadora no llegó nunca a destruir
las bases latifundistas, que actuando siempre en forma reaccionaria,
mantienen el principio de servidumbre sobre la tierra. Este es el fenómeno que
asoma sin excepciones en todos los países de América y que ha sido
substrato de todas las injusticias cometidas, desde la época en que
el rey de España concediera a los muy nobles conquistadores las
grandes mercedes territoriales, dejando, en el caso cubano, para los
nativos, criollos y mestizos, solamente los realengos, es decir, la
superficie que separa tres mercedes circulares que se tocan entre
sí. El latifundista comprendió en la mayoría de los países, que
no podía sobrevivir solo, y rápidamente entró en alianza con los
monopolios, vale decir con el más fuerte y fiero opresor de los
pueblos americanos. Los
capitales norteamericanos llegaron a fecundar las tierras vírgenes,
para llevarse después, insensiblemente, todas las divisas que antes
"generosamente" habían regalado, más otras partidas que constituyen
varias veces la suma originalmente invertida en el país
"beneficiado". América fue campo de la lucha interimperialista y
las "guerras" entre Costa Rica y Nicaragua; la segregación de
Panamá; la infamia cometida contra Ecuador en su disputa contra el
Perú; la lucha entre Paraguay y Bolivia; no son sino expresiones de
esta batalla gigantesca entre los grandes consorcios monopolistas
del mundo, batalla decidida casi completamente a favor de los
monopolios norteamericanos después de la Segunda Guerra
Mundial. De ahí en
adelante el imperio se ha dedicado a perfeccionar su posesión
colonial y a estructurar lo meior posible todo el andamiaje para
evitar que penetren los viejos o nuevos competidores de otros países
imperialistas. Todo
esto da por resultado una economía monstruosamente distorsionada,
que ha sido descrita por los economistas pudorosos del régimen
imperial con una frase inocua, demostrativa de la profunda piedad
que nos tienen a nosotros, los seres inferiores (llaman "inditos" a
nuestros indios explotados miserablemente, vejados y reducidos a la
ignominia, Ilaman "de color" a todos los hombres d'e raza negra o
mulata preteridos, discriminados, instrumentos, como persona y como
idea de clase, para dividir a las masas obreras en su lucha por
mejores destinos económicos); a nosotros, pueblos de América, se nos
Ilama con otro nombre pudoroso y suave: "subdesarrollados". Qué
es subdesarrollo? Un enano de
cabeza enorme y tórax henchido es subdesarrollado" en cuanto a que
sus débiles piernas o sus cortos brazos no articulan con el resto de
su anatomía; es el producto de un fenómeno teratológico que ha
distorsionado su desarrollo.
Eso es lo que en realidad somos nosotros, los suavemente
Ilamados “ subdesarrollados", en verdad países coloniales,
semicoloniales o dependientes.
Somos países de economía distorsionada por la acción
imperial, que ha desarrollado anormalmente las ramas industriales o
agrícolas necesarias para complementar su compleja economía. El "subdesarrollo", o el
desarrollo distorsionado, conlleva peligrosas especializaciones en
materias primas, que mantienen en la amenaza del hambre a todos
nuestros pueblos.
Nosotros, los "subdesarrollados", somos también los del
monocultivo, los del monoproducto, los del monomercado. Un producto único cuya
incierta venta depende de un mercado único que impone y fija
condiciones, he aquí la gran fórmula de la dominación económica
imperial, que se agrega a la vieja y eternamente joven divisa
romana, divide e impera. El
latifundio, pues, a través de sus conexiones con el imperialismo,
plasma, completamente el Ilamado "subdesarrollo", que da por
resultado los bajos salarios y el desempleo. Este fenómeno de bajos
salarios y desempleo es un círculo vicioso que da cada vez más bajos
salarios y cada vez más desempleo, según se agudizan las grandes
contradicciones del sistema y, constantemente a merced de las
variaciones cíclicas de su economía, crean lo que es el denominador
común de los pueblos de América, desde el río Bravo al Polo
Sur. Ese denominador
común, que pondremos con mayúscula y que sirve de base de análisis
para todos los que piensan en estos fenómenos sociales, se Ilama Hambre del Pueblo,
cansancio de estar oprimido, vejado, explotado al máximo, cansancio
de vender día a día miserablemente la fuerza de trabajo (ante el
miedo de engrosar la enorme masa de desempleados), para que se
exprima de cada cuerpo humano el máximo de utilidades, derrochadas
luego en las orgías de los dueños del capital. Vemos, pues, cómo
hay grandes e inesquivables denominadores comunes de América Latina,
y cómo no podemos nosotros decir que hemos estado exentos de ninguno
de estos entes ligados que desembocan en el más terrible y
permanente: hambre del pueblo.
El latifundio, ya como forma de explotación primitiva, ya
como expresión de monopolio capitalista de la tierra, se conforma a
las nuevas condiciones y se alía al imperialismo, forma de
explotación del capital financiero y monopolista más allá de las
fronteras nacionales, para crear el colonialismo económico,
eufemísticamente Ilamado "subdesarrollo", que da por resultado el
bajo salario, el subempleo, el desempleo; el hambre de los
pueblos. Todo existía
en Cuba. Aquí también
había hambre, aquí había una de las cifras porcentuales de desempleo
más alta de América Latina, aquí el imperialismo era más feroz que
en muchos de los países de América y aquí el latifundio existía con
tanta fuerza como én cualquier país hermano. Qué hicimos nosotros
para liberarnos del gran fenómeno del imperialismo con su secuela de
gobernantes títeres en cada país y sus ejércitos mercenarios,
dispuestos a defender a ese títere y a todo el complejo sistema
social de la explotación del hombre por el hombre? Aplicamos algunas fórmulas
que ya otras veces hemos dado como descubrimiento de nuestra
medicina empírica para los grandes males de nuestra querida América
Latina, medicina empírica que rápidamente se enmarcó dentro de las
explicaciones de la verdad científica. Las condiciones objetivas
para la lucha están dadas por el hambre del pueblo, la reacción
frente a esa hambre, el temor desatado para aplazar la reacción
popular y la ola de odio que la represión crea. Faltaron en América
condiciones subjetivas de las cuales la más importante es la
conciencia de la posibilidad de la vietoria por la vía violenta
frente a los poderes imperiales y sus aliados internos. Esas condiciones se crean
mediante la lucha armada que va haciendo más clara la necesidad del
cambio (y permite preverlo) y de la derrota del ejército por las
fuerzas populares y su posterior aniquilamiento (como condición
imprescindible a toda revolución verdadera). Apuntando ya que las
condiciones se completan mediante el ejercicio de la lucha armada,
tenemos que explicar una vez más que el escenario de esa lucha debe
ser el campo, y que, desde el campo, con un ejército campesino que
persigue los grandes objetivos por los que debe luchar el
campesinado (el primero de los cuales es la justa distribución de la
tierra), tomará las ciudades.
Sobre la base ideológica de la clase obrera, cuyos grandes
pensadores descubrieron las leyes sociales que nos rigen, la clase
campesina de América dará el gran ejército libertador del futuro,
como lo dio ya en Cuba.
Ese ejército creado en el campo, en el cual van madurando las
condiciones subjetivas para la toma del poder, que va conquistando
las ciudades desde afuera, uniéndose a la clase obrera y aumentando
el caudal ideológico con esos nuevos aportes, puede y debe derrotar
al ejército opresor en escaramuzas, combates, sorpresas, al
principio; en grandes batallas al final, cuando haya crecido hasta
dejar su minúscula situación de guerrilla para alcanzar la de un
gran ejército popular de liberación. Etapa de la consolidación
del poder revolucionario será la liquidación del antiguo ejército,
como apuntáramos arriba. Si todas estas condiciones que se han
dado en Cuba se pretendieran aplicar en los demás países de América
Latina, en otras luchas por conquistar el poder para las clases
desposeídas, qué pasaría? sería factible, o no? Si es factible, sería más
fácil o más difícil que en Cuba? Vamos a exponer las
dificultades que a nuestro parecer harán más duras las nuevas luchas
revolucionarias de América; hay dificultades generales para todos
los países y dificultades más específicas para algunos cuyo grado de
desarrollo o peculiaridades nacionales los diferencian de
otros. Habíamos
apuntado, al principio de este trabajo, que se podían considerar
como factores de excepción la actitud del imperialismo, desorientado
frente a la Revolución cubana y, hasta cierto punto, la actitud de
la misma clase burguesa nacional, también desorientada, incluso
mirando con cierta simpatía la acción de los rebeldes debido a la
presión del imperio sobre sus intereses (situación esta última que
es, por lo demás, general a todos nuestros países). Cuba ha hecho de nuevo la
raya en la arena y se vuelve al dilema de Pizarro; de un lado, están
los que quieren al pueblo, y del otro están los que lo odian y entre
ellos, cada vez más determinada, la raya que divide
indefectiblemente a las dos grandes fuerzas sociales: la burguesía y
la clase trabajadora, que cada vez están definiendo con más claridad
sus respectivas posiciones a medida que avanza el proceso de la
Revolución cubana. Esto quiere decir que el imperialismo ha
aprendido a fondo la lección de Cuba, y que no volverá a ser tomado
de sorpresa en ninguna de nuestras veinte repúblicas, en ninguna de
las colonias que todavía existen, en ninguna parte de América. Quiere decir esto que
grandes luchas populares contra poderosos ejércitos de invasión
aguardan a los que pretendan ahora violar la paz de los sepulcros,
la paz romana. Importante, porque, si dura
fue la guerra de liberación cubana con sus dos años de continuo
combate, zozobra e inestabilidad, infinitamente más duras serán las
nuevas batallas que esperan al pueblo en otros lugares de América
Latina. Los Estados Unidos apresuran la entrega de armas a los
gobiernos títeres que ve más amenazados; los hace firmar pactos de
dependencia, para hacer jurídicamente más fácil el envío de
instrumentos de represión y de matanza y tropas encargadas de
ello. Además, aumenta
la preparación militar de los cuadros en los ejércitos represivos,
con la intención de que sirvan de punta de lanza eficiente contra el
pueblo. Y la burguesía? se preguntará. Porque en muchos países de
América existen contradicciones objetivas entre las burguesías
nacionales que luchan por desarrollarse y el imperialismo que inunda
los mercados con sus artículos para derrotar en desigual pelea al
industrial nacional, así como otras formas o manifestaciones de
lucha por la plusvalía y la riqueza. No obstante estas
contradicciones las burguesías nacionales no son capaces, por lo
general, de mantener una actitud consecuente de lucha frente al
imperialismo. Demuestra que temen más a la revolución popular,
que a los sufrimientos bajo la opresión y el dominio despótico del
imperialismo que aplasta a la nacionalidad, afrenta el sentimiento
patriótico y coloniza la economía. La gran burguesía se enfrenta
abiertamente a la revolución y no vacila en aliarse al imperialismo
y al latifundismo para combatir al pueblo y cerrarle el camino a la
revolución. Un imperialismo desesperado e histérico, decidido a
emprender toda clase de maniobra y a dar armas y hasta tropas a sus
títeres para aniquilar a cualquier pueblo que se levante; un
latifundismo feroz, inescrupuloso y experimentado en las formas más
brutales de represión y una gran burguesia dispuesta a cerrar, por
cualquier medio, los caminos a la revolución popular, son las
grandes fuerzas aliadas que se oponen directamente a las nuevas
revoluciones populares de la América Latina. Tales son las
dificultades que hay que agregar a todas las provenientes de luchas
de este tipo en las nuevas condiciones de América Latina, después de
consolidado el fenómeno irreversible de la Revolución cubana. Hay
otras más específicas.
Los países que, aun sin poder hablar de una efectiva
industrialización, han desarrollado su industrie media y ligera o,
simplemente, han sufrido procesos de concentración de su población
en grandes centros, encuentran más difícil preparar guerrillas. Además, la influencia
ideológica de los centros poblados inhibe la lucha guerrillera y da
vuelo a luchas de masas organizadas pacíficamente. Esto óltimo da
origen a cierta "institucionalidad", a que en períodos más o menos
"normales", las condiciones sean menos duras que el trato habitual
que se da al pueblo. Liega a concebirse incluso la idea de
posibles aumentos cuantitativos en las bancas congresionales de los
elementos revolucionarios hasta un extremo que permita un día un
cambio cualitativo. Esta esperanza, según creemos, es muy
difícil que llegue a realizarse, en las condiciones actuales, en
cualquier país de América.
Aunque no esté excluida la posibilidad de que el cambio en
cualquier país se inicie por vía electoral, las condiciones
prevalecientes en ellos hacen muy remota esa posibilidad. Los
revolucionarios no pueden prever de antemano todas las variantes
tácticas que pueden presentarse en el curso de la lucha por su
programa liberador. La
real capacidad de un revolucionario se mide por el saber encontrar
tácticas revolucionarias adecuadas en cada cambio de la situación,
en tener presente todas las tácticas y en explotarlas al
máximo. Sería error
imperdonable desestimar el provecho que puede obtener el programa
revolucionario de un proceso electoral dado; del mismo modo que
sería imperdonable limitarse tan sólo a lo electoral y no ver los
otros medios de lucha, incluso la lucha armada, para obtener el
poder, que es el instrumento indispensable para aplicar y
desarrollar el programa revolucionario, pues si no se alcanza el
poder, todas las demás conquistas son inestables, insuficientes,
incapaces de dar las soluciones que se necesitan, por más avanzadas
que puedan parecer. Y cuando se habla de poder por vía electoral
nuestra pregunta es siempre la misma: si un movimiento popular ocupa
el gobierno de un país por amplia votación popular y resuelve,
consecuentemente, iniciar las grandes transformaciones sociales que
constituyen el programa por el cual triunfó, no entraría en
conflicto inmediatamente con las clases reaccionarias de ese país?,
no ha sido siempre el ejército el instrumento de opresión de esa
clase? Si es así, es
lógico razonar que ese ejército tomará el partido por su clase y
entrará en conflicto con el gobierno constituido. Puede ser derribado ese
gobierno mediante un golpe de Estado más o menos incruento y volver
a empezar el juego de nunca acabar; puede a su vez, el ejército
opresor ser derrotado mediante la acción popular armada en apoyo a
su gobierno; lo que nos parece difícil es que las fuerzas armadas
acepten de buen grado reformas sociales profundas y se resignen
mansamente a su liquidación como casta. En cuanto a lo que antes
nos referimos de las grandes concentraciones urbanas, nuestro
modesto parecer es que, aun en estos casos, en condiciones de atraso
económico, puede resultar aconsejable desarrollar la lucha fuera de
los Iímites de la ciudad, con características de larga
duración. Más
explícitamente, la presencia de un foco guerrillero en una montaña
cualquiera, en un país con populosas ciudades, mantiene perenne el
foco de rebelión, pues es muy difícil que los poderes represivos
puedan rápidamente, y aun en el curso de años, liquidar guerrillas
con bases sociales asentadas en un terreno favorable a la lucha
guerrillera donde existan gentes que empleen consecuentemente la
táctica y la estrategia de este tipo de guerra. Es muy diferente
lo que ocurriría en las ciudades; puede allí desarrollarse hasta
extremos insospechados la lucha armada contra el ejército represivo,
pero esa lucha se hará frontal solamente cuando haya un ejército
poderoso que lucha contra otro ejército; no se puede entablar una
lucha frontal contra un ejército poderoso y bien armado cuando sólo
se cuenta con un pequeño grupo. La lucha frontal se haría,
entonces, con muchas armas, y surge la pregunta: dónde están las
armas? Las armas no
existen de por sí, hay que tomárselas al enemigo; pero, para
tomárselas a ese enemigo hay que luchar, y no se puede luchar de
frente. Luego, la lucha
en las grandes ciudades debe iniciarse por un procedimiento
clandestino para captar los grupos militares o para ir tomando
armas, una a una en sucesivos golpes de mano. En este segundo
caso se puede avanzar mucho y no nos atreveríamos a afirmar que
estuviera negado el éxito a una rebelión popular con base
guerrillera dentro de la ciudad. Nadie puede objetar
teóricamente esta idea, por lo menos no es nuestra intención, pero
sí debemos anotar lo fácil que sería mediante alguna delación, o,
simplemente, por exploraciones sucesivas, eliminar a los jefes de la
Revolución. En cambio,
aun considerando que efectúen todas las maniobras concebibles en la
ciudad, que se recurra al sabotaje organizado y, sobre todo, a una
forma particularmente eficaz de la guerrilla que es la guerrilla
suburbana, pero manteniendo el núcleo en terrenos favorables para la
lucha guerrillera, si el poder opresor derrota a todas las fuerzas
populares de la ciudad y las aniquila, el poder político
revolucionario permanece incólume, porque está relativamente a salvo
de las contingencias de la guerra. Siempre considerando que
está relativamente a salvo, pero no fuera de la guerra, ni la dirige
desde otro país o desde lugares distantes; está dentro de su pueblo,
luchando. Esas son las
consideraciones que nos hacen pensar que, aun analizando países en
que el predominio urbano es muy grande, el foco central político de
la lucha puede desarrollarse en el campo. Volviendo al caso de
contar con células militares que ayuden a dar el golpe y suministren
las armas, hay dos problemas que analizar: primero, si esos
militares realmente se unen a las fuerzas populares para dar el
golpe, considerándose ellos mismos como núcleo organizado y capaz de
autodecisión; en ese caso será un golpe de una parte del ejército
contra otra y permanecerá, muy probablemente, incólumle la
estructura de casta en el ejército. El otro caso, el de que los
ejércitos se unieran rápida y espontáneamente a las fuerzas
populares, en nuestro concepto, solamente se puede producir después
que aquéllos hayan sido batidos violentamente por un enemigo
poderoso y persistente, es decir, en condiciones de catástrofe para
el poder constituido.
En condiciones de un ejército derrotado, destruida su moral,
puede ocurrir este fenómeno, pero para que ocurra es necesaria la
lucha y siempre volvemos al punto primero, cómo realizar esa
lucha? La respuesta nos
llevará al desarrollo de la lucha guerrillera en terrenos
favorables, apoyada por la lucha en las ciudades y contando siempre
con la más amplia participación posible de las masas obreras y,
naturalmente, guiados por la ideología de esa clase. Hemos
analizado suficientemente las dificultades con que tropezarán los
movimientos revolucionarios de América Latina, ahora cabe
preguntarse si hay o no algunas facilidades con respecto a la etapa
anterior, la de Fidel Castro en la Sierra Maestra. Creemos que también aquí hay
condiciones generales que faciliten el estallido de estos brotes de
rebeldía y condiciones específicas de algunos países que las
facilitan aún más.
Debemos apuntar dos razones subjetivas como las consecuencias
más importanties de la Revolución cubana: la primera es la
posibilidad del triunfo, pues ahora se sabe perfectamente la
capacidad de coronar con el éxito una empresa como la acometida por
aquel grupo de ilusos expedicionarios del Granma en su lucha de dos
años en la Sierra Maestra; eso indica inmediatamente que se puede
hacer un movimiento revolucionario que actúe desde el campo, que se
ligue a las masas campesinas, que crezca de menor a mayor, que
destruya al ejéreito en lucha frontal, que tome las ciudades desde
el campo, que vaya incrementando, con su lucha, las condiciones
subjetivas necesarias para tomar el poder. La importancia que
tiene este hecho, se ve por la cantidad de excepcionalistas que han
surgido en estos momentos.
Los excepcionalistas son los seres especiales que encuentran
que la Revolución cubana es un acontecimiento único e inimitabie en
el mundo, conducido por un hombre que tiene o no fallas, según que
el excepcionalista sea de derecha o de izquierda, pero que,
evidentemente, ha llevado a la Revolución por unos senderos que se
abrieron única y exclusivamente para que por ella caminara la
Revolución cubana.
Falso de toda falsedad, decimos nosotros; la posibilidad de
triunfo de las masas populares de América Latina está claramente
expresada por el camino de la lucha guerrillera, basada en el
ejército campesino, en la alianza de los obreros con los campesinos,
en la derrota del ejército en lucha frontal, en la toma de la ciudad
desde el campo, en la disolución del ejército como primera etapa de
la ruptura total de la superestructura del mundo colonialista
anterior. Podemos apuntar, como segundo factor subjetivo, que las
masas no sólo saben las posibilidades de triunfo; ya conocen su
destino. Saben cada vez
con mayor certeza que, cualesquiera que sean las tribulaciones de la
historia durante períodos cortos, el porvenir es del pueblo, porque
el porvenir es de la justicia social. Esto ayudará a levantar el
fermento revolucionario aún a mayores alturas que las alcanzadas
actualmente en Latinoamérica. Podríamos anotar algunas
consideraciones no tan genéricas y que no se dan con la misma
intensidad en todos los países. Una de ellas, sumamente
importante, es que hay más explotación campesina en general, en
todos los países de América, que la que hubo en Cuba. Recuérdese, para los que
pretenden ver en el período insurreccional de nuestra lucha el papel
de la proletarización del campo, que, en nuestro concepto, la
proletarización del campo sirvió para acelerar profundamente la
etapa de cooperativización en el paso siguiente a la toma del poder
y la Reforma Agraria, pero que, en la lucha primera, el campesino,
centro y médula del Ejército Rebelde, es el mismo que está hoy en la
Sierra Maestra, orgullosamente dueño de su parcela e
intransigentemente individualista. Claro que en América hay
particularidades; un campesino argentino no tiene la misma
mentalidad que un campesino comunal del Perú, Bolivia o Ecuador,
pero el hambre de tierra está permanentemente presente en los
campesinos y el campesinado da la tónica general de América, y como,
en general, está más explotado aún de lo que lo había sido en Cuba,
aumenta las posibilidades de que esta clase se levante en
armas. Además, hay otro hecho. El ejército de Batista, con
todos sus enormes defectos, era un ejército estructurado de tal
forma que todos eran cómplices, desde el último soldado al general
más encumbrado, en la explotación del pueblo. Eran ejércitos mercenarios
completos, y esto Ie daba una cierta cohesión al aparato
represivo. Los
ejércitos de América, en su gran mayoría, cuentan con una
oficialidad profesional y con reclutamientos periódicos. Cada año, los jóvenes que
abandonan su hogar escuchando los relatos de los sufrimientos
diarios de sus padres, viéndolos con sus propios ojos, palpando la
miseria y la injusticia social, son reclutados. Si un día son enviados como
carne de cañón para luchar contra los defensores de una doctrina que
ellos sienten como justa en su carne, su capacidad agresiva estará
profundamente afectada y, con sistemas de divulgación adecuados,
haciendo ver a los reclutas la justicia de la lucha, el porqué de la
lucha, se, lograrán resultados magníficos. Podemos decir, después
de este somero estudio del hecho revolucionario, que la Revolución
cubana ha contado con factores excepcionales que Ie dan su
peculiaridad y factores comunes a todos los pueblos de América que
expresan la necesidad interior de esta Revolución. Y vemos también que hay
nuevas condiciones que harán más fácil el estallido de los
movimientos revolucionarios, al dar a las masas la conciencia de su
destino; la conciencia de la necesidad y la certeza de la
posibilidad; y que, al mismo tiempo, hay condiciones que
dificultarán el que las masas en armas puedan rápidamente lograr su
objetivo de tomar el poder.
Tales son la alianza estrecha del imperialismo con todas las
burguesías americanas, para luchar a brazo partido contra la fuerza
popular. Días negros
esperan a América Latina, y las últimas deciaraciones de los
gobernantes de los Estados Unidos parecen indicar que días negros
esperan al mundo.
Lumumba, salvajemente asesinado, en la grandeza de su
martirio muestra la enseñanza de los trágicos errores que no se
deben cometer. Una vez
iniciada la lucha antimperialista, es indispensable ser consecuente
y se debe dar duro, donde duela, constantemente y nunca dar un paso
atrás; siempre adelante, siempre contragolpeando, siempre
respondiendo a cada agresión con una más fuerte presión de las masas
populares. Es la forma
de triunfar.
Analizaremos en otra oportunidad, si la Revolución cubana
después de la toma del poder caminó por estas nuevas vías
revolucionarias con factores de excepcionalidad, o si también aquí,
aun respetando ciertas características especiales, hubo
fundamentalmente un camino lógico derivado de leyes inmanentes a los
procesos sociales.
Revista Verde Olivo, 9 de abril de
1961
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