Genealogía |
Introducción |
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Definición |
La genealogía y la
Historia |
La genealogía y la
Medicina |
La genealogía y la
Matemática |
La genealogía y el
Derecho |
Genealogía en
la India, Egipto y Grecia |
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Los romanos,
pueblos del Norte y Asia |
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El pueblo
hebreo |
El pueblo
árabe |
Los pueblos
americanos |
En la
actualidad |
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Introducción |
La genealogía es tan antigua como la familia, pudiera decirse
que nació con ella. Desde siempre, hemos honrado a nuestros padres,
con cuya palabra quería significar a nuestros ascendientes; de otro
lado, un mutuo y recíproco amor unía, hasta más allá de la muerte, a
padres e hijos, abuelos con nietos, a ascendientes con los
descendientes, y parientes de un linaje.
De aquí que la Genealogía la encontremos en todos los pueblos de
la antigüedad como hecho fundamental, no sólo para regular los
derechos meramente privados y familiares, sino para gozar de los
mismos derechos públicos, como eran los cargos religiosos y
militares de las tribus, y con mayor razón para el de jefe de ella,
sobre todo desde que esta jefatura se hizo hereditaria,
convirtiéndose en monarquía.
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Genealogía
Definición |
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La Real Academia Española define la genealogía, en una primera
acepción, como serie de progenitores y ascendientes de cada individuo. En una
segunda acepción dice que es el escrito que la contiene y, finalmente, en su
tercera acepción, mucho más restrictiva, afirma que es el documento donde se
hace constar la ascendencia de un animal de raza.
Más ampliamente, genealogía, además de listas de nombres
de antepasados
de un ser, es la ciencia que permite el conocimiento no sólo de los
antepasados, sino de la familia considerada como un conjunto de personas
integradas en diferentes generaciones.
Para lo que ahora nos interesa, al margen de lo dicho por la Academia de la
Lengua, definiremos la genealogía en una primera acepción como el conjunto
de técnicas y de conocimientos de que podemos servirnos para la
investigación de la historia de las familias.
Bien es verdad que la genealogía, en sus orígenes, se limitaba al
recitado de sucesiones de nombres de padres e hijos en una cadena biológica,
discursos de los que queda constancia en la Biblia y que se practicaban
ritualmente por los hebreos que enseñaban de memoria a los niños las
generaciones que les habían precedido.
Este sistema de aprendizaje ritual y memorístico nos muestra bien a las
claras el primer peligro de esta genealogía rudimentaria y arcaica: la
posibilidad de error por transmisión incorrecta del dato y la inseguridad que
esta fuente representa para el conocimiento fehaciente. Una genealogía así
fijada puede contener errores y omisiones que, en las siguientes generaciones,
se agravarán con toda seguridad. Junto a la insuficiencia del puro dato
nominal, sin fechas ni otros datos que las complementen, estas líneas
genealógicas sólo sirven, a modo de ritual, para garantizar el recuento de
unos personajes ligados por la relación paternofilial, que solamente cobra
sentido, y lo conserva, cuando existen descendientes ocupados en memorizar,
recordar y transmitir a su vez estas listas a las generaciones posteriores.
Lo que queda claro en este ejemplo para quien, como el lector, se inicia en
las lides genealógicas es que nos encontramos ante una expresión del
fenómeno que tiende a confundir una actividad con el resultado de la misma:
la labor investigadora y de aprendizaje de las listas de nombres es una
genealogía, rudimentaria si se quiere, pero indiscutible, mientras que las
propias listas así obtenidas y preservadas reciben igualmente el nombre de
genealogías, teniendo causa y efecto, por tanto, el mismo nombre.
"La genealogía entendida como aquí lo hacemos, como
actividad investigadora de corte científico que nos lleva al conocimiento de
la familia, de una pluralidad de personas unidas por vínculos de parentesco,
tiene una gran cantidad de finalidades."
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La
genealogía y la
Historia |
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Resulta innegable que la historia ha de servirse de la genealogía en
muchas ocasiones, desde la mera explicación de las dinastías egipcias que
dividen la historia del Egipto faraónico, gasta el estudio de la guerra de
Sucesión española a principios del siglo XVIII, cuyos motivos dinásticos
han de matizarse con algunas consideraciones acerca del comercio de esclavos
con América por parte de ingleses y holandeses. Sin un mínimo conocimiento
de las dinastías reales de España es imposible aproximarse
a la historia de
la Reconquista, al conocimiento de la política matrimonial de los Reyes
Católicos y de Maximiliano de Austria, o a las guerras carlistas cuyo
trasfondo ideológico encontró materialización en el trasfondo ideológico
encontró materialización en el conflicto sucesorio nacido de la falta de
descendencia masculina de Fernando VII a su muerte, en 1.833.
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Genealogía y la Medicina |
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Si la genealogía resulta imprescindible para la historia, no es menos
importante para la medicina. Las enfermedades y taras hereditarias pueden
estudiarse y por tanto, tratarse gracias al conocimiento exacto de las
familias en las que se presentan. Es ya tópico ctar el ejemplo de la
hemofilia, mal que transmiten las mujeres aunque no lo sufran, cuyas leyes de
transmisión pudieron detectarse a principios del siglo XX por haberse
presentado diversos casos bien notables en la descendencia de la reina
Victoria I de la Gran Bretaña, extendiéndose a las Casas Reales de España,
Prusia, Hesse y Rusia, entre otras familias. A lo largo de la centuria, las
investigaciones biológicas
han
avanzado potentósamente en el campo de la
genética, en el que en estos momentos asistimos a una auténtica revolución
científica en cuanto a la identificación de los genes causantes del cáncer.
Para no cansar al lector, hablaremos finalmente de un ejemplo que los
servicios de la genealogía pueden reportar a la medicina y a la biología.
Los avances obtenidos recientemente por los investigadores del ADN
mitocondrial han permitido identificar los restos mortales de la familia del
emperador Nicolás II de Rusia y de los colaboradores con ella asesinados.
Para dicha identificación se ha desarrollado de manera acelerada diversos
programas científicos en Rusia, Gran Bretaña y Estados Unidos, habiéndose
facilitado enormemente su desarrollo al contarse con genealogías colaterales
perfectamente establecidas respecto de los parientes del zar y de la zarina.
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La genealogía y la Matemática |
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Las relaciones con la
matemática y la estadística son muy numerosas, y solamente mencionaremos,
como ejemplo, el asunto de los sistemas
de numeración de los ascendientes que, por constituir en principio una
progresión geométrica, se prestan a interesantes experiencias aritméticas.
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La fenealogía y el Derecho |
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¿Puede el mundo de las leyes prescindir de la genealogía? No sólo los
civilistas y los canonistas deben manejar sus conceptos con soltura. Las
regulaciones familiares de ambas disciplinas abarcan el nombre, el estado
civil y la adquisición de derechos ciudadanos, las relaciones paterno-filiales,
las matrimoniales, el divorcio, la nulidad matrimonial, la regulación de las
parejas de hecho hétero u homosexuales, la paternidad biológica y la
adoptiva, la tutela y la curatela, el fallecimiento y la herencia, o el
establecimiento de las relaciones incestuosas como pecado o delito, que en los
ámbitos religioso y civil no dejan lugar a opiniones indicativas
y
se
encuentran perfectamente reguladas por ambas esferas legislativas. Los
penalistas han de conocer los grados de parentesco entre los autores y las
víctimas de los delitos de abusos sexuales, de parricidio o de otras muchas
figuras delictivas en las que las relaciones parentales pueden actuar
como atenuantes o agravantes.
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Genealogía en la India, Egipto y Grecia |
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En la India se conservaban
cuidadosamente las genealogías: una princesa no podía buscar marido
sino entre los que probaban descender de una familia soberana, es
decir noble. En Egipto, cuya primera y segunda
nobleza la formaban, respectivamente, los sacerdotes y guerreros, se
sucedían genealógicamente en sus oficios; privilegio de los guerreros era que entre ellos había de
elegirse el Faraón, cuyo poder pasaba al primogénito, y después a su
hijo, y así sucesivamente, y cuando esta línea directa fallaba,
pasaba a los hermanos y hermanas, formando así las Dinastías, de las
que se cuentan hasta treinta y dos, que llenan 3.300 años anteriores
a J. C. La última dinastía fue la de los Ptolomeos, que tuvo fin con
la célebre Cleopatra. Los nombres de cada Faraón se esculpían en los
monumentos para que no se olvidaran nunca, de los cuales se borraban
si en el "Juicio de los muertos", que se hacía ante cuarenta jueces
que por haber dejado de temerle, calibraban sus virtudes y sus
vicios. En la antigua Grecia, que
distinguía clases aun entre sus divinidades, calificando de dioses
nobles o celestes a los principales, la Genealogía se manifiesta con
pujanza en sus reyes -que sucedían en el trono, por herencia, salvo
cuando el oráculo les era adverso-, en la nobleza y en los héroes,a
los que se ligaba por vínculos de parentesco con los propios dioses.
Ulises, el héroe de la guerra de Troya, era hijo de Laertes, que
tomó parte en la expedición de los Argonautas, nieto de Arcesio y
segundo nieto de Júpiter, padre y rey de los dioses.
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Los romanos, pueblos del Norte y Asia |
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Los romanos muestran su interés
genealógico no sólo en lo religioso, sino también en lo jurídico y
en lo social. En el Derecho son muchas las instituciones en que
interviene el parentesco, y los parientes se clasifican en agnados y
cognados, según que genealógicamente vengan por línea de varón o por
línea de mujer. En lo social, la población de los primeros tiempos
se divide en dos clases: patricios y plebeyos; los primeros se
agrupan en diez curias, formadas por diez gens -parentelas o
linajes- cada una. Rómulo, fundador de Roma, procedía de la gens
Julia, cuyo origen está en Julo, hijo de Aeneas. El jefe de la gens
extiende su autoridad sobre todos los miembros del linaje, del mismo
modo que el pater familiae la tiene absoluta sobre todos los que
viven en la casa. En medallas conmemorativas e inscripciones se hace con frecuencia
una sucinta relación genealógica del personaje que recuerda.
Pero tanto en Grecia como en Roma la nobleza que pudiéramos
llamar de sangre: eupátridas, de aquélla, y patricios, de ésta,
tenían sus árboles genealógicos, a los que añadían elementos no
auténticos para enlazar sus genealogías, hasta unirlas con una
divinidad, dando a entender de este modo la gran antigüedad de su
linaje. En los pueblos del
norte, normandos y vikingos, se cultiva y aprecia también la
genealogía, los vikingos lo muestran en sus cantos guerreros, y para
los normandos se considera más distinguidos y son más apreciados los
hombres de los que se conocen varias generaciones de antepasados. En China, Persia, Asiria y
Babilonia, Israel y otros pueblos del Asia, la Genealogía
forma parte de su esencia y modo de vivir.
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El pueblo hebreo |
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El pueblo hebreo es
eminentemente genealogista; la única y más completa cronología de la
Biblia es la ciencia genealógica. La genealogía siempre tuvo
importancia en el pueblo de Dios porque la familia fue eje de su
preocupación y de su vida, pues anunciado por Patriarcas y Profetas
que el Mesías, redentor del género humano, había de nacer del propio
pueblo, todos trataban de tener al día la más detallada y completa
historia genealógica de su linaje, en espera de que el Hijo de Dios
-que era el Dios mismo- se dignara engrandecerle con su nacimiento.
Esta era la razón por lo que anhelaban los hebreos tener
numerosos hijos, así su descendencia sería larga y no se extinguiría
en muchos siglos; por dicha razón, también las bodas eran
solemnizadas por toda la tribu, y se cuidaba del esposo para
asegurar la sucesión, quedando dispensado de todos los servicios
personales y de la milicia durante un tiempo prudencial. Este
proceder contrastaba con el de los cananeos, moabitas y armonitas,
cuya religión les hacía inmolar a los dioses sus propios hijos, o
con el de otros pueblos orientales, que mutilaban a los varones.
Las genealogías de los hebreos son, en gran mayoría, por
consanguinidad, de varón a varón por la línea de los primogénitos,
pero también las hay de colaterales; son notas características de
ellas, en que son pocas las que se hacen de las mujeres, a las
cuales se cita con relativa frecuencia en aquéllas, sobre todo en
casos como el de Jacob, progenitor de las doce tribus de Israel,
cuyos hijos descendían de distintas madres: Lía, Zelfa, Raquel y
Bala. También conviene hacer notar que no se ponen todos los hijos
en las genealogías, sino sólo aquellos que se juzga necesario para
poder seguir ordenadamente las sucesiones antidiluvianas de Adán a
Noé por líneas de sus hijos Caín y Set, y las postdiluvianas de Noé
hasta Abraham, y de éste al Mesías, o sea la descendencia por línea
de Set, la cual se desparrama por los doce linajes de Israel.
También es de notar que a los yernos se les llama hijos, costumbre
que dura hasta los mismos Evangelios: San Lucas dice en el suyo que
San José era hijo de Elí a causa de haberse desposado con María,
hija de Elí. También debemos hacer notar la duplicidad de nombre
para una sola persona que figura en las genealogías que de
Jesucristo hacen los Evangelistas San Mateo y San Lucas, y la
omisión que deliberadamente hace el primero de cinco antepasados del
Señor. La medida de la importancia que el Pueblo de Dios daba
a la Genealogía la da el sólo considerar que once capítulos del
Génesis, que comprenden dos mil años y nos llevan desde Adán hasta
el Patriarca Abraham, lo llenan los demás pueblos de la tierra con
infinidad de dioses y leyendas. También nos muestra su preocupación
genealógica en muchos versículos de los Libros Sagrados: en el
Eclesiastés se lee: Beatificamus eos viros glorios e parentes nostro
in generationem sua, que tomó por divisa el antiguo y noble Solar de
Tejada. No comparezcas en juicio contra tu propia sangre, No
injuries a tu padre, todos estos versículos fortalecen y honran al
linaje de que se desciende.
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El pueblo árabe |
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El pueblo árabe parece que se
formó con los descendientes de Katán, hijo de Heber y nieto de Sem,
y con los de Ismael, hijo de Abraham, que pasaron a la península de
Arabia. No se conoce con detalle la historia y costumbre de estos
pueblos, pero influidos por la dura vida del desierto, su afición al
comercio por medio de caravanas y el haber establecido la poligamia,
les hizo olvidar la práctica de formar las genealogías de sus
linajes. Pero cuando Mahoma hizo en el siglo VI, después de
Jesucristo, su reforma religiosa, escribiendo en el Corán los dogmas
y leyes de la misma, se inició cierta tendencia a conservar el
recuerdo de los linajes que descendían del Profeta, y estas
genealogías siguen hoy conservándose, principalmente entre los jefes
de los Estados musulmanes: el sha de Persia, el rey de Arabia o el
sultán de Marruecos, si han alcanzado sus respectivos tronos, es por
saberse con certeza que son descendientes de Mahoma.
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Los pueblos americanos |
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Los pueblos americanos, en
tiempos anteriores a su descubrimiento por Cristóbal Colón,
conocieron y aplicaron la genealogía, sobre todo los más
adelantados, como los imperios Maya e Incaico, de Méjico y Perú
respectivamente. En el último, el germen social fue la clan,
que agrupaba alrededor de la madre o de la abuela todos los
descendientes consanguíneos, el cual evolucionó al ayllo, en el que
además de la sangre les unía la protección del mismo totem.
Este gobierno patriarcal lo ejercía la madre, abuela o
bisabuela, representada por su marido, su hijo o su hermano, que era
el jefe civil y tomaba el nombre de Inca, que quiere decir "único
señor"; la jefatura militar la ejercía el Sinche, que ejercía su
cargo para casos de guerra o de emigración, y por ello, de modo
temporal. Estos cargos de Inca o Inga, de Sinche y el de
Sacerdote del Sol se transmitían genealógicamente por línea de los
primogénitos, salvo que careciendo de él o no siendo apto se daban
por elección, pero siempre dentro del linaje o ayllo. Los
Incas se casaban con las hermanas o sobrinas para mantener la raza
pura, y ésta era su esposa legítima, a la que llamaban Mama-Coya,
aunque también tenían concubinas o Sipa-Coyas, que descendían del
linaje, y Mama-Cunas o mujeres de ayllos que no eran del ayllo real,
los hijos de ambas, eran tenidos por bastardos. También los Reyes de
Méjico practicaban la endogamia. El ayllo real de los Incas
del Perú era el Chima-panaca, y sus descendientes se sucedieron a
través de dos distintas dinastías de reyes: los Hurin y los Hanan
Cusco. El fundador de la primera dinastía fue Manco Capac, al que su
madre -según la leyenda- colocó petos y diadema de oro, y llevándole
sobre un cerro, el reflejo solar le convirtió en un ascuas
refulgente, por lo que el pueblo le consagró y adoró como Hijo del
Sol. Este Inca fundó el año 1043, después de J. C., la ciudad del
Cuzco; manda construir el Templo del Sol, y el oro que le representa
es a la vez símbolo de la religión y blasón de la Nobleza.
Las historias y genealogías de los Incas se guardaban en el
santuario de los Poques, que fue dedicado al Sol. Según nos dice el
Notario Ruiz de Navamel, "estaban escritas y pintadas (bordadas) en
cuatro paños los bultos de los incas, con las medallas de sus
mujeres y ayllos; en las cenefas, la historia de lo que sucedió en
el tiempo de cada uno de los incas". Estos paños, cuyo
paradero se ignora, se remitieron por el virrey don Francisco de
Toledo a los Reyes de España. El cronista Antonio de Herrera
reprodujo estos retratos en la portada de su "Década V". El año 1571
dicho virrey hizo una información para saber los indios nobles, de
la que resultó que quedaban muchos descendientes de los ayllos de
los Incas, y algunos se casaron con linajudas familias españolas;
así, doña Beatriz Clara Coya, que fue mujer de don Martín García
Oñez de Loyola, y que fueron progenitores de los Marqueses de
Oropesa, era hija del Inca Sairitupac Yupangui y de su hermana María
Cosi Guacay y nieta del Inca Manco II. También el Ducado de Atrisco
y el Condado de Moctezuma se concedieron a descendientes del
Emperador de Méjico Moctezuma. Continuando con la evolución
doctrinal e histórica de la Genealogía, la cual hemos ilustrado con
la manera de aplicarla que tenían distintos pueblos, podemos decir
que después del nacimiento de Cristo la Genealogía decae, pues los
hombres se identifican ya más por su nombre y apellido -nomen
gentilitium de los romanos-, cuya forma, aunque con las
consiguientes modalidades idiomáticas, se aplicaba en casi todos los
pueblos. Ya no hacía falta, como hemos visto al tratar de los
hebreos, decir quién era el padre, el abuelo, el bisabuelo, etc.
Aunque si observamos la ley que regía la formación de los apellidos
patronímicos, hemos de reconocer que en ellos, en forma comprimida,
se nos da una corta genealogía que se logra continuar por varias
generaciones; así, Pero Rui era tanto como decir "Pedro hijo de
Rodrigo", y si al padre de éste se le conocía por Rui Dia, en
definitiva se venía a saber cómo aquél era "Pedro hijo de Rodrigo y
nieto de Diego". Pero este decaimiento genealógico aparente
de que venimos hablando afectó principalmente al vulgo, a la masa, a
la población plebeya, que quedaba mejor identificado añadiendo a su
nombre el apodo o mote que le habían puesto sus vecinos, pero afectó
muy poco o nada a la nobleza, para la cual, al final del siglo XII,
tenía interés positivo el conservar las prerrogativas, honores y
derechos que durante siglos había conseguido. Para poderlos gozar
había de saberse con certeza que la nobleza les venía de sus
antepasados; así podían entrar al servicio de la persona del rey,
desempeñar cargos de honor, y en la milicia, los mandos más
elevados; acudir, unidos a otros, formando el "brazo noble", a las
Asambleas legislativas o Cortes, participando en cierto modo del
ejercicio del Poder. Todo esto no sólo elevaba y daba más categoría
social a su persona, sino que hacía más resplandeciente y noble su
linaje, con lo que se beneficiarían sus descendientes. Pero
lo que no cabe duda es que el uso del nombre y apellido,
generalizado por completo en la Edad Media, hizo a la genealogía más
precisa, si bien aún faltaba claridad en los casos en que un hijo
tomaba por su apellido el de la madre, o en el del fundador de un
mayorazgo que para gozarle hubiera impuesto como carga el uso de su
apellido y armas. En tiempos más cercanos a nosotros, en los
albores de la Edad Moderna, la Genealogía comienza a desarrollarse
sobre bases más ciertas, ya que desde finales del siglo XV, y más
extensamente en el XVI, se puede hacer constar con fechas exactas
los actos principales de la vida de los descendientes de un linaje.
Debemos a la Iglesia este avance; es en los libros sacramentales de
bautismo, casamiento y defunción, que como obligatorios dispone
llevar el Concilio de Trento, donde se toma razón de estos actos.
La Genealogía moderna aparece en el siglo XVI y siguiente;
con el Renacimiento nace el humanismo, es decir, el interés de todo
aquello que se refiere al ser humano, y entre esto está el mejor y
más verdadero conocimiento de sus antepasados y de sus sucesores.
Surgen entonces las genealogías de los reyes, que pueden seguirse
hasta más lejos por existir más datos, y aparecen grandes
genealogistas: en Alemania, Ritteshausen; en España, Salazar y
Castro; en Francia, Menestrier; en Inglaterra, Dugdale; en Suiza,
Harold, etc. Refuerza tan notable adelanto la instauración
en 1870 del Registro del Estado Civil, siempre desde su creación en
continuo perfeccionamiento. Sin embargo, a pesar de estos
avances, la Genealogía, desde el siglo XVIII, venía perdiendo
prestigio. Ya hemos indicado algunas causas que influyeron en su
decadencia; pero decadencia es cosa muy distinta a descrédito, pues
éste siempre es debido a falta de confianza, y para ser sinceros
hemos de reconocer que los genealogistas, para adular y saciar el
orgullo y vanidad de los hombres, no reparaban en dar por cierta la
fábula, exagerar los hechos o falsearlos. Contra esta Genealogía y
cuantos la cultivaban se hizo tan mal ambiente, que no puede
extrañarnos que un diccionario tan conocido y prestigioso como el
"Larousse" la definiera como ciencia "que inventaba las fábulas más
absurdas", y que la frase "Mentir como un genealogista" fuera
corriente en la conversación.
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En la actualidad |
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Afortunadamente en la actualidad los adelantos de las ciencias y
el sentido común y desinterés de cuantos aplican y se ocupan de la
Genealogía han superado aquel desprestigio, operándose en esta
ciencia un renacimiento que, contra lo que pueda creerse, no es
volver a las formas o métodos clásicos, que ya no sirven para
cumplir bien y honradamente su fin, sino "que la Genealogía vuelve a
nacer". La ciencia genealógica que nace apenas si le queda
algo de la antigua, ni en sus procedimientos, ni en sus fines;
aquéllos son más veraces, más científicos; éstos son más ambiciosos,
más amplios. Hoy es la Genealogía como la soñaron Ritteshausen,
Imbof y Spene en Alemania, Dugdale en Inglaterra y Salazar y Castro
en España; pero no sólo éstos, que eran eminentemente genealogistas,
han contribuido a su renacimiento: literatos como Emilio Zola e
Ibsen nos hablan en sus obras de taras hereditarias, de
degeneraciones producidas por el ambiente y tren de vida, del daño
que los vicios y enfermedades de los antepasados pueden hacer a las
generaciones que tienen que venir, y por ello los biólogos se
interesan y se ensancha hasta un horizonte que se pierde el valor
que la Genealogía tendrá para el futuro. Ya no se limita
nuestra ciencia a ser auxiliar de la Historia, porque hoy es ya el
campo de experimentación y al mismo tiempo piedra fundamental de
muchas ciencias, entre ellas de la Estadística, de la Biología, de
la Genética, de la Medicina, de la Zoología, de la Botánica, del
Derecho y hasta de ciertas partes de las ciencias exactas, y ya
empieza a invadir terrenos de la Técnica. Para cumplir la
misión que le espera, la Genealogía tendrá que hacerse más completa
y proporcionar datos que hoy no se le exigen y hasta se creía que no
podían interesar. Fijémonos, por ejemplo, en los que
proporcionan las inscripciones de matrimonio de nuestro Registro del
Estado Civil: nombres, profesión, domicilio y nacionalidad de los
contrayentes; la fecha y lugar de su nacimiento; nombres de los
padres; fecha, lugar y sacerdote oficiante del matrimonio canónico,
y fecha de la inscripción en el Registro. Con los datos
anteriores no es posible sacar consecuencias de ninguna clase de un
acto que se celebra generalmente en la edad más vigorosa de los
contrayentes; se necesitaba añadir los datos referentes a la
estatura, peso y círculo torácico, las características de la cabeza
y cara: color del pelo y de los ojos, forma de nariz, boca y orejas;
enfermedades, defectos corporales, con determinación si provienen de
herencia o de accidente, y otros datos que personas capacitadas para
ello habrían de determinar. Sólo así la Genealogía será
útil.
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