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Palestina

El Imperio y sus provincias

A pesar de las cosas bastante poco edificantes que hemos encontrado en las esferas superiores de la alta sociedad romana, sería cometer un error tremendo suponer que el Imperio era en aquellos tiempos una construcción sujetada con alfileres, a punto de caer en la descomposición y la disolución. Si bien es cierto que las normas morales no se hallaban precisamente en su apogeo y que es posible detectar varios focos de corrupción y de arbitrariedades más o menos manifiestas, no menos cierto es que la pax romana del Imperio y sus provincias estaba construida sobre fundamentos muy consistentes.

El Imperio Romano

Gracias a una serie de leyendas de selección bastante arbitraria, estamos demasiado acostumbrados a considerar a los romanos como unos opresores dictatoriales que esclavizaban con crueldad a los pueblos que gobernaron. Como en varios otros casos, hay en esto mucho de maniqueísmo abusivo. Es el cuento de los tiranos romanos frente a los democráticos griegos. Como que antes, fue el cuento de los despóticos espartanos frente a los archidemocráticos atenienses. Son esquemas de interpretación, fuertemente arbitrarios, que ni siquiera tienen la virtud de la originalidad puesto que se repiten con una monotonía que fastidia.

La realidad es que los romanos, con la enorme expansión de su área de poder, se enfrentaron con el problema político típico de todos los Imperios: el de gobernar a la diversidad.

Créanme: no es nada fácil. Y si un organismo político consigue hacerlo durante cerca de 800 años, como lo hicieron los romanos, es ridículo sustentar la hipótesis de que todo se explica por coerción, opresión, avasallamiento y dominación feroz.

Basta con observar aquellos países actuales que se desarrollaron a partir de sucesivas oleadas inmigratorias. Si es complicado gobernar a un país como la Argentina, con su población formada por descendientes de indígenas, españoles, italianos, polacos, judíos, sirio libaneses, alemanes, croatas, serbios, rusos y hasta algunos franceses e ingleses; imagínense lo que debe haber sido gobernar la vastedad del Imperio Romano con sus celtas, íberos, egipcios, sirios, judíos, griegos, germanos, armenios, árabes, partos, macedonios, tracios y sólo Dios sabe cuantos pueblos más. Cada uno con sus costumbres, su religión, su aristocracia local, sus intereses económicos, sus leyes propias, sus tradiciones, sus filias y sus fobias, sus rencillas particulares con sus vecinos y sus tensiones sociales internas. No. Decididamente. No pudo haber sido tarea fácil.

Y, sin embargo, los romanos lo lograron.

Lo lograron porque comprendieron que la diversidad no se domina; se gobierna. Con nuestros actuales criterios de maganement diríamos que se lidera y se administra. En una palabra: se conduce.

Aparte de ello, no perdamos de vista que, al menos en Occidente, los despotismos no construyen imperios. Y si lo intentan, no duran; y menos aún tanto como el Imperio Romano. Los rusos soviéticos lo intentaron. Vayan hoy y pregunten en Polonia, Ucrania, Hungría, Georgia, la República Checa, Eslovaquia, Serbia y ni hablemos de Chechenia a ver qué opina toda esa gente de los rusos. Ni bien cayó el muro de Berlín todo el imperio se quebró a lo largo de las líneas etnoculturales que lo constituían. Fue un desbande. En contraposición, cuando cayó el Imperio Romano, los principales políticos de Occidente, como ya hemos señalado antes, se pasaron casi diez siglos tratando de reconstruirlo.

Por de pronto, desde el punto de vista religioso, en Roma el Panteón estaba abierto a todos los dioses. Los romanos no se hacían grandes cuestiones de dogmatismo religioso ni de intolerancia metafísica. Desde el punto de vista cultural es posible que ésa haya sido una debilidad. Desde una óptica política, esa fue una de sus mayores fortalezas. Sus dioses, en lugar de pelearse entre si para ocupar un sitial de exclusividad, coexistieron y, a lo sumo, compitieron los unos contra los otros. Lo cual significa que los fieles de esos dioses también pudieron coexistir y convivir en la enorme mayoría de los casos.

Pero los pueblos conquistados no sólo retuvieron su religión. También retuvieron sus costumbres y hasta sus tribunales locales. Roma, por regla general, sólo se interesaba en lo que no podía ni quería delegar: en sus impuestos, en sus fronteras, en su poderío militar, en la cohesión esencial de sus territorios y en la gobernabilidad de todo ese enorme organismo político.

Una moneda, un ejército, una administración central y un derecho internacional. Esa fue la fórmula que construyó el Imperio Romano.

Lo demás podía ser local.

El país y su paisaje

La relativa simplicidad del criterio político de los romanos, sin embargo, no debería engañarnos. Como llevamos dicho, esa multiplicidad de pueblos, etnias, culturas y tradiciones, repartidas por una extensión geográfica colosal – sobre todo si consideramos los medios tecnológicos disponibles en esa época – hacía del Imperio Romano un animal político muy complicado.

El Mar de Galilea

Y, si el Imperio tenía una estructura compleja, hay que admitir además que toda la región de Palestina tampoco se caracterizaba por su simplicidad. De hecho, no se caracteriza por esa cualidad hasta hoy en día.

Por de pronto, el nombre “Palestina” nos viene de los griegos. Fueron ellos los que llamaron Philistia a la región, por los filisteos que en el Siglo XII AC ocuparon un área al norte de la actual Gaza. Más tarde, los romanos llamarían “Syria Palæstina” a toda la parte Sur de su provincia de Siria.

La delimitación geográfica de la zona no es para nada sencilla ya que ha variado bastante con el correr de los siglos. A grandes rasgos podríamos decir que se extiende desde el Norte – a partir de lo que aproximadamente es hoy la frontera entre Israel y el Líbano actuales – hasta el Negev al Sur, llegando en su punto extremo al Golfo de Arabia. Hacia el Oeste queda delimitada por el Mediterráneo y hacia el Este su extensión en históricamente muy imprecisa más allá del río Jordán ya que hubo épocas en que se la consideraba como llegando hasta los límites del desierto arábico y otras en que dicha extensión fue considerablemente menor.

De todos modos, estamos hablando de la costa del Mediterráneo oriental en la que en un tiempo se asentaron tanto los filisteos como esos muy activos navegantes y mercaderes que fueron los fenicios. Sobre esta costa se encontraban las famosas ciudades fenicias de Biblos, Sidón y Tiro; y, un poco más al sur, las filisteas de Gaza, Askalón y Joppa. Partiendo de la costa, el terreno es una planicie que se extiende hacia el oriente hasta chocar contra la zona más bien montañosa de Galilea al Norte, Samaria en el centro y Judea al Sur que es el área en dónde surgieron los reinos hebreos de los tiempos bíblicos. De allí, siempre hacia el oriente, se baja hasta el valle del Jordán y más allá de él, pasando la franja formada por las zonas de Traconita, Decápolis, Haurán y Perea, se llegaba hasta el borde del desierto de Arabia.

En el Norte estaba, pues Galilea. Desde la ciudad de Cesárea de Filipo al pié del macizo del Monte Hermón en el extremo Norte, hasta el valle de Esdraelón que la divide de Samaria hacia el Sur, ésta es la “patria chica” de Jesús de Nazareth; la parte más alta y mejor irrigada de Palestina. En su lado occidental se encontraban las ciudades de Jotapata, Caná, Seforis y, por supuesto, Nazareth que en aquella época no pudo haber tenido dimensiones mayores a las de un minúsculo poblado. En su lado oriental, estaba Betsaída, Capernaum y Tiberias, a las orillas del Mar de Galilea. Cruzando el Jordán más hacia el oriente ya nos hubiéramos internado en el Golán para proseguir luego nuestro camino hacia Siria y la ciudad de Damasco.

 

 

Al sur de Galilea estaba Samaria y luego de ella, Judea, con las ciudades de Jericó al Norte del Mar Muerto y Qumram sobre la costa Noroeste de ese Mar. Más hacia el oeste y un poco al Sur habríamos encontrado a Jerusalem y a Betania y, al Sur de Jerusalem, la localidad de Belén o Betlehem.

Siguiendo hacia el Sur se abandonaba Judea para ingresar a Indumea y, prosiguiendo en dicha dirección, habríamos terminado en la zona árida e inhóspita del Negev.

La Historia de esta región es tremendamente fluctuante. Desde tiempos prehistóricos estuvo poblada por varios grupos mayoritariamente de raíz semítica. En los tiempos del Antiguo Testamento allí se establecieron los reinos de Israel y de Judá, pero el hecho real es que la zona estuvo, alternativamente, bajo la dominación – o por lo menos bajo la influencia – de cuanta potencia surgió en Medio Oriente. Pasaron por allí sucesivamente asirios, babilonios, persas, los griegos de Alejandro Magno, los ptolomeos y seleúcidas sucesores del mismo; luego los romanos y, después de los romanos, los bizantinos, los umayádidas, los abásidas y los fatímidas. Después vinieron los cruzados, los ayúbidas, los malmucos, los turcos otomanos, los británicos y, finalmente, desde 1948 hasta nuestros días, se halla en la zona el actual Estado de Israel.

Es una larga – y muchas veces sangrientamente cruel – Historia.

Por desgracia, lo sigue siendo.

La era de los Patriarcas

La cuenca del Mediterráneo, allá por la Edad de Bronce, durante el largo período comprendido entre aproximadamente los Siglos XX a XIII AC, fue testigo de una serie de varios fenómenos naturales catastróficos. Muchos de ellos han quedado registrados en la Biblia.

Por ejemplo, sabemos que hacia el 1900 AC en la zona del Mar Muerto hubo una gran actividad telúrica. La ubicación misma de este Mar es bastante extraña: llega a unos 400 mts bajo el nivel del mar en su parte Norte pero en el Sur, en las proximidades de la península de El Lisan, ese mismo nivel bajo el del mar llega a apenas unos metros. Los geólogos han podido establecer que esta elevación de la parte Sur se produjo hacia el 1900 AC por un gran terremoto, acompañado por emanaciones de gases sulfurosos y grandes llamaradas provenientes probablemente de una erupción volcánica. Fue este sismo el que hundió bajo el agua a varias poblaciones del valle. Entre ellas, a las ciudades de Sodoma y Gomorra.

Y esta es aproximadamente la época en que habitaban en Palestina los miembros de la familia de Abraham y su sobrino Lot, que habían llegado allí procedentes de la región de la antigua Ur babilónica – y que antes había sido la capital sumeria – luego de una larga peregrinación. Este origen cultural primigenio explica posiblemente bastante bien la sorprendente similitud que puede hallarse entre varios pasajes del Antiguo Testamento y los mitos y leyendas de origen sumerio que heredaron y transmitieron luego tanto caldeos como babilonios.

Otras historias posteriores narradas por la Biblia también se refieren muy probablemente a hechos concretos, aún cuando es muy posible que la secuencia cronológica exacta de los fenómenos se halle bastante alterada. Por ejemplo, es altamente probable que se base en acontecimientos reales el pasaje del Éxodo en el cual se relata que “...hubo densas tinieblas sobre toda la tierra de Egipto, por tres días. Ninguno vio a su prójimo, ni nadie se levantó de su lugar en tres días;...” [[1]]. Sucede que, hacia el 1490 AC según algunos, o 1645 AC según otros, ocurrió la catástrofe volcánica más colosal que conoce la Historia de la humanidad: explotó toda una isla en el Mediterráneo.

Crater actual del Santorín

La tremenda explosión del volcán de la isla de Thera (actualmente Santorin, Grecia) puede ser comparada en muchos sentidos con la muy bien estudiada catástrofe del Krakatoa [ [2] ]. En ambos casos, la causa agravante de mayor relevancia fue que el cono del volcán se desintegró total o parcialmente, permitiendo al agua de mar entrar en contacto directo con la masa ígnea. La enorme presión de gases y vapor resultante convirtió a la erupción en una gigantesca explosión. 

Para comparar, tenemos la erupción del Krakatoa que ocurrió el 26 de Agosto de 1883 en Indonesia. La isla en la que se hallaba el volcán, comprendiendo unos 26 Km² de tierra que originalmente tenían una elevación de 213 mts en promedio, quedó reducida a una depresión de más de 274 mts bajo el nivel del mar. El sonido del estallido de la explosión se escuchó hasta a 5.000 Km de distancia. Se calcula que casi 5 Km cúbicos de material fueron proyectados a 27 Km de altura. El polvo y las cenizas, transportados por corrientes aéreas, dieron la vuelta varias veces al planeta afectando el clima durante muchos años. Hubo cenizas y polvo que se depositaron sobre cubiertas de barcos ubicados a más de 2.500 Km. de distancia. Los tsunamis generados por la explosión provocaron olas de más de 30 mts de altura, destruyendo 295 poblados en Java Occidental y Sumatra del Sur. A causa de esa catástrofe murieron más de 36.000 personas.

Por todo lo que sabemos, la explosión del Santorín fue más de diez  o quince veces peor. Según los expertos, la energía liberada por la explosión se puede comparar con la que habrían producido varios cientos de bombas de hidrógeno. La capa de cenizas incandescentes que se depositó llegó a tener en algunas partes un espesor de hasta 30 metros. Las corrientes aéreas desparramaron estas cenizas por una zona de más de 200.000 Km². Como consecuencia de la explosión, la montaña entera se desplomó ocasionando olas enormes. Las costas de Creta fueron alcanzadas por olas de 30 m de altura que viajaban a una velocidad estimada de 300 Km/h. Unas horas más tarde, este tremendo tsunami pasó por sobre el delta del Nilo produciendo desastres que apenas si podemos imaginar.

De estos y similares acontecimientos, no es difícil deducir una meteorología y un clima muy inestables que, por fuerza, debieron haber repercutido negativamente en la primitiva agricultura y ganadería de los pueblos de la época. Por lo tanto las hambrunas y plagas que relata el Génesis y el Éxodo no deberían sorprendernos.

Así es como el pueblo conducido por los patriarcas no se quedó, al final, en Palestina. Tras padecer muchas penurias en una tierra muy disputada y con relativamente pocas posibilidades de supervivencia para un pequeño pueblo de pastores – aprovechando y uniéndose muy probablemente a la oleada de los hicsos invasores – se desplazó hacia Egipto y se estableció en el delta del Nilo.

A la larga, con todo, la aventura salió mal. Los hicsos dominaron Egipto y la gobernaron de 1630 a 1521 AC como la XV Dinastía. Pero, luego de apenas poco más de un siglo en el poder, perdieron su hegemonía. Los egipcios reconquistaron su Estado, y al final sucedió lo que siempre sucedía en aquellos tiempos: los derrotados, tanto hicsos como judíos, terminaron siendo esclavos de Egipto.

El éxodo

De esta situación decidió liberarlos Moisés, hacia el Siglo XIII o XIV AC, después de unos 400 años de residencia. No le fue fácil. Apenas aparecieron las primeras dificultades y los primeros padecimientos de la marcha, tuvo que enfrentar a los que se lamentaban de haber elegido la libertad y añoraban la vida en Egipto: “...cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud.” [[3]].

Es inútil: las muchedumbres de todos los tiempos siempre han preferido una esclavitud con el estómago lleno antes que una libertad a ser conquistada con riesgos y el esfuerzo de todos los días.

La cuestión es que Moisés manejó bastante bien el problema. Aparte de sus evidentes dotes de líder y caudillo, tuvo la suficiente visión política como para no llevar a toda esa masa de gente directamente a Palestina en dónde, por comparación con el delta del Nilo, la vida les hubiese seguido pareciendo durísima.

Desierto de Sinaí

En lugar de ello, los condujo durante cuarenta años por el desierto.

Fue buena escuela.

Con la ventaja de que, durante la travesía, murió la generación que había conocido aquellas “ollas de carne” egipcias y a los sobrevivientes de la travesía, la Tierra Prometida – por comparación no ya con Egipto sino con el inhóspito desierto de Sinaí – les debe haber parecido casi un nuevo edén. Porque esos cuarenta años en el desierto convirtieron la masa de esclavos en un pueblo aguerrido. No sólo se forjaron y templaron en la adversidad sino que Moisés les legó una Ley – la Torá – directamente establecida por Dios.

Después de su arribo a Palestina, durante los dos siglos siguientes los israelitas se expandieron por la región. Con grandes dificultades, sin embargo, porque, por un lado, los filisteos les presentaron combate en más de una oportunidad y, por el otro lado, su organización sociopolítica – conducida por líderes tribales llamados “jueces” – presentaba serias dificultades para un accionar coordinado y conjunto.

El problema fue resuelto mediante la creación de una monarquía.

El Primer Templo

El que la establece, aproximadamente por el 1020 AC, es Saúl y unos veinte años más tarde Jerusalem se convierte en la capital del rey David, con las 12 tribus unidas en un solo reino. Hacia el 960 AC su hijo, el rey Salomón, construye el Primer Templo en Jerusalem. Pero la unidad política no subsiste. Las reyertas tribales crecen y a la muerte de Salomón en el 930 AC el reino se divide en Israel al Norte con diez tribus y Judá al Sur con las dos restantes: las de Judá y Benjamín.

Israel, con su capital en Samaria subsistió hasta el 722 AC cuando terminó siendo conquistada por los asirios. Los conquistadores deportaron los habitantes a Asiria y con ello esas 10 tribus de Israel se perdieron definitivamente. Mientras Samaria fue repoblada con extranjeros, Judá se convirtió en vasalla de los asirios.

Las cosas se estabilizaron por algo así como 136 años pero cuando cambiaron, fue para empeorar. Porque tras los asirios llegaron los babilonios. Ocuparon Judea, destruyeron tanto a Jerusalem como al Templo, y deportaron a los judíos a Babilonia en el 586 AC.

Sin embargo, el cautiverio babilónico no duró demasiado tiempo: apenas unos 48 años. Y ello fue porque los babilonios, a su vez, fueron derrotados por los persas de Ciro II el Grande y éste, en el 538 AC, permitió el regreso de los judíos a Palestina. Sin embargo, así como bajo Moisés muchos habían añorado las “ollas de carne” de Egipto, esta vez también parece ser que muchos prefirieron la hospitalidad persa a la dura vida en Palestina. La cuestión es que en la primer oleada dirigida por Zorobabel sólo unos 50.000 regresaron, y eso para encontrarse con una situación política por demás desfavorable: Judá al Sur de Hebrón había sido ocupada por los edomitas y lo poco que quedaba al Norte de esa ciudad estaba bajo la jurisdicción del gobernador de Samaria. Así y todo, los judíos que retornaron no se dejaron amilanar. Sacando ventaja de la volatilidad política que se produjo cuando Cambises y Darío I sucedieron a Ciro, y bajo el constante impulso de los profetas Haggai y Zacarías, consiguieron construir el Segundo Templo en el 515 AC.

El Segundo Templo

Con todo, esta febril actividad judía terminó siendo mirada con bastante desconfianza en la corte persa por lo cual las cosas quedaron en un estado bastante inestable e indefinido durante unos 70 años hasta que en el 445 AC Nehemías, preocupado por la precaria situación de los judíos de Palestina, obtuvo de los persas el apoyo para la reconstrucción de los muros de Jerusalem. Posteriormente, alrededor del 398 AC el profeta Esdrás trajo consigo de Babilonia una segunda oleada de repatriados y se convirtió en el gran impulsor de una reforma religiosa y una restauración política sobre bases teocráticas [[4]].

Reconstrucción del Segundo Templo

Como resultado de estas reformas, Judea se convirtió en un Estado teocrático dirigido, a los efectos prácticos, por un Sumo Sacerdote y un Consejo de Ancianos, ambos con sede en Jerusalem. Y todo se mantuvo aproximadamente en esos términos hasta que, otra vez, las cosas cambiaron en el escenario internacional.

Porque en el 332 AC llegaron los griegos.

El período helénico

Alejandro Magno comenzó la conquista de su enorme pero efímero imperio en el 334 AC. A su muerte en el 323 AC, los territorios conquistados se dividieron entre sus generales más prominentes.

Los judíos quedaron así bajo la égida de los ptolomeos primero y los seleúcidas después. Estos últimos, además de rivalizar con los ptolomeos, al final entraron en conflicto también con los romanos quienes hacia el 190 AC los derrotaron en Magnesia y cuando en el 175 AC llegó al poder Antíoco IV Epifanes la suerte de los judíos empeoró con varios intentos de imponer la cultura griega y erradicar las tradiciones religiosas hebreas.

Se produjeron persecuciones sistemáticas de los sostenedores de las antiguas tradiciones y, como resultado de ello, el ambiente político judío se dividió en básicamente dos partidos: el de la casa de Tobías que tendía a ser pro-ptolemaica y el de la casa de Onías con tendencias pro-seléucidas. Así las cosas, en el 170 AC Antíoco intenta la conquista de Egipto pero no consigue conquistar Alejandría. A su regreso, saquea el tesoro del Templo y, en el 168 AC ataca Egipto de nuevo. Y vuelve a fracasar.

Cuando regresó después de estas no demasiado brillantes campañas encontró a Jerusalem en plena rebelión. Reinstaló en el poder a su hombre de confianza, Menelao, pero, ni bien partió, estalló una segunda rebelión. A ésta, Antíoco, que no tenía demasiado tiempo para perder en vista de sus otros conflictos, respondió enviando a Apolonio a sofocar los disturbios y a establecer una guarnición en la ciudad. Todo ello acompañado de un decreto por medio del cual, en el 167 AC, lisa y llanamente prohibió y abolió la religión judía.

Y con esto le pasó lo que les pasa a todos los que han querido eliminar religiones por decreto: en lugar de apagar el incendio le echó más combustible al fuego. Entró en una escalada que terminó como tenía que terminar.

Mal.

Los macabeos

La debacle, al parecer, comenzó cuando, en medio de un ambiente de represión feroz, en el pueblo de Modin – al Noroeste de Jerusalem – Matatías, un anciano sacerdote, mató a un judío idólatra partidario de los seleúcidas. El resultado de ello fue que Matatías y sus cinco hijos pasaron a la clandestinidad. Para el 165 AC cuando murió Matatías, su tercer hijo, Judas el Macabeo, tomó el mando de una fuerza rebelde irregular de tenía ya aproximadamente unos 3.000 combatientes.

Con esa fuerza y luego de varios avatares, los macabeos consiguieron hacia el 147 AC arrancarle a los seléucidas una autonomía política y religiosa, la cual unos 18 años después, se convirtió de hecho en independencia.

La rebelión de los macabeos jugará un papel importante por la época de Jesús. Los macabeos fueron, para muchos judíos, la prueba de que la independencia era posible. Pero fue una prueba que resultó engañosa. Porque una cosa fue alzarse contra los seléucidas, complicados en un sinfín de conflictos y con criterios políticos y militares que para la época ya resultaban arcaicos, y otra cosa muy diferente sería intentar una rebelión contra los romanos. Estos últimos estaban mucho mejor equipados, mejor organizados, eran más rápidos y, sobre todo, resultaron ser mucho, mucho más expeditivos.

La reblión de los macabeos

Con todo, los macabeos gobernaron Judea durante unos 80 años. Uno de ellos, Juan Hircano (135-105 AC) consiguió conquistar Indumea sometiendo a la población y obligándola a adoptar la circuncisión. El hecho tendrá su importancia en tiempos de Jesús porque los Herodes fueron de origen indumeo. Y la otra cosa que tendrá su importancia también es que, aproximadamente por esta época, se produce buena parte de esa estratificación social y religiosa de fariseos, saduceos y esenios que jugará un papel importantísimo en el destino de Jesús.

Según Flavio Josefo, que es probablemente la mejor fuente que tenemos para entender estos tiempos, la estratificación se planteó aproximadamente en los siguientes términos: “Por este tiempo había tres sectas entre los judíos, que tenían diferentes opiniones en lo concerniente a las acciones humanas; una era la llamada secta de los fariseos, otra era la secta de los saduceos y, la otra, la secta de los esenios. Ahora bien, en cuanto a los fariseos, éstos dicen que algunas acciones, pero no todas, son el resultado del destino, y algunas se hallan en nuestro poder, y que están relacionadas con el destino pero no causadas por éste. Mas la secta de los esenios afirma que el destino gobierna todas las cosas y que nada le acontece a los hombres fuera de lo que está de acuerdo con su determinación. Y, en cuanto a los saduceos, éstos excluyen al destino y dicen que no existe tal cosa, y que los acontecimientos de los asuntos humanos no están a su disposición; suponen, por el contrario, que todas nuestras acciones se hallan bajo nuestro propio poder, de modo tal que somos nosotros mismos las causas de lo que es bueno y recibimos lo que es malo debido a nuestra propia necedad.” [[5]].

Poniéndolo en otros términos, podríamos decir que mientras los fariseos tendían hacia una interpretación literal esencialmente casuística de la Ley de Moisés, los esenios propugnaban una visión profundamente mística, y los saduceos se hallaban fuertemente influidos por la cultura helénica. En tiempos de Jesús el choque y el entremezclarse de estas tres sectas se reflejará también en el campo social. Los fariseos detentarán el poder religioso-político en una sociedad de marcadas raíces teocráticas; los saduceos representarán el poder económico con amplias relaciones comerciales y financieras por todo el mundo civilizado de la época. Y los esenios...

Discúlpenme pero, por el momento, no quisiera hablar de ellos. El relato, a esta altura se me complicaría demasiado así que, por ahora les propongo que dejemos a los esenios en paz. Volveremos sobre ellos luego.

Siguiendo con la historia, la verdad es que, por desgracia, los últimos gobernantes macabeos no fueron demasiado brillantes. Aristóbulo I gobernó un solo año (105-104 AC), lo cual no le impidió matar de hambre en la cárcel a su propia madre antes de morir él mismo por una enfermedad. Su sucesor Alejandro Janeo, apoyado por los saduceos, se enfrentó con los fariseos y terminó haciendo crucificar a 800 de ellos en Jerusalem. Le sucedió su viuda pero, a la muerte de ésta en el 69 AC sus dos hijos  – Hircano II y Aristóbulo II – no consiguieron ponerse de acuerdo en el reparto del poder y estalló una guerra civil.

Lo cual le abrió las puertas a un acaudalado y poderoso jefe indumeo llamado Antipater. Y será mejor que le prestemos un poco de atención.

Porque este Antipater – a pesar de su nombre – es el padre de Herodes el Grande. El mismo que, como hemos visto, trató de deshacerse de Jesús ordenando la matanza de los Santos Inocentes.

Llegan los romanos

En medio de la trifulca por el poder que generaron los últimos macabeos el único que supo ubicarse favorablemente y salir ganando fue Antipater.

Cuando la pelea entre Hircano y Aristóbulo llegó a un punto muerto, alguien no tuvo mejor idea que recurrir al arbitraje de los romanos.

Para los últimos macabeos fue una mala idea.

Pompeyo

Pompeyo llegó a Jerusalem en el 63 AC. Por alguna razón decidió que Hircano tenía razón, puso sitio a la ciudad, se apoderó de ella después de tres meses y, tanto como para no dejar dudas en cuanto a sus intenciones, ejecutó a 12.000 judíos. Penetró en el Templo y con ello lo profanó. Más aún: le echó un vistazo al Sancta Sanctorum; se asombró de encontrar, según Tácito, vacam sedem, inania arcana – “santuario vacío, ausencia de misterios” – tras lo cual rebajó a Hircano a la categoría de etnarca, es decir: ya no rey sino apenas gobernador de un pueblo; pero lo confirmó en ese puesto y se fue a Roma llevándose a Aristóbulo para decorar su cortejo triunfal con la presencia de este prisionero.

Rápido. Simple. Sangriento. Expeditivo.

Roma se había anexado otro territorio y Antipater pudo comenzar su carrera política.

Después de apoyar a Pompeyo consiguió que en el 47 AC Julio César lo nombrara procurador de Judea y ciudadano romano, un privilegio que heredarían sus hijos. Es cierto que duró poco, ya que fue asesinado unos cuatro años más tarde. Pero su hijo Herodes se encargaría de cosechar los frutos de una larga y beneficiosa alianza con los romanos.

Herodes el Grande

Así como su padre se había hecho amigo de Pompeyo y de Julio César, Herodes consiguió hacerse íntimo amigo de Marco Antonio. Cuando su padre se hace procurador, él es nombrado gobernador de Galilea y seis años más tarde resultará confirmado en el cargo precisamente por Marco Antonio que lo designa tetrarca de esa misma región [[6]].

Así las cosas, en el 40 AC invaden Palestina los partos. En los disturbios resultantes se desata le guerra civil y Herodes huye a Roma. Allí, el senado lo nombra rey de Judea y, tanto como para poner un poco de músculo detrás del título, le otorga un ejército para ayudarlo a hacer valer sus derechos. Con este respaldo romano, en el 37 AC Herodes accede al poder casi absoluto en Judea. Lo mantendrá durante 32 largos años.

Cuando a la muerte de Julio César estalla el conflicto por la sucesión entre Augusto y Marco Antonio, Herodes se mantuvo leal a su amigo aún a pesar de que Cleopatra utilizó su influencia sobre el romano para quedarse con un buen pedazo de territorio. Sin embargo, luego de la derrota de Marco Antonio en el 31 AC, Herodes cambió rápidamente de bando y Augusto – que sabía perfectamente lo que a Roma le convenía – no sólo lo confirmó como rey sino que hasta le devolvió los territorios que Cleopatra le había quitado. Después de ello, fue tan sólo natural que Herodes se hiciese gran amigo de alguien que ya conocemos: Marco Vespasiano Agripa, el hombre de confianza de Augusto.

Estas amistades le permitieron unir la política con los negocios. Roma le concedió la supervisión de las minas de cobre de Chipre – con una participación del 50% en las ganancias – y, además, permitió que se incrementara su territorio bastante más allá de la Palestina propiamente dicha.

El Templo remodelado por Herodes el Grande

Las obras arquitectónicas de la época de Herodes fueron, probablemente, las que más le hicieron merecer el título de “el Grande”. La verdad es que no le faltó un gran estilo y un rasgo de magnificencia. Construyó sólidas fortalezas y magníficas ciudades. En Jerusalem remodeló y reconstruyó el Templo dándole un aspecto grandioso e imponente. Construyó también la fortaleza Antonia en la misma ciudad y un lujoso palacio. Pero su acción no se limitó a Jerusalem y Palestina. Embelleció ciudades tales como Beirut, Rodas, Antioquía y Damasco. Patrocinó los Juegos Olímpicos. Actuó de intermediario conciliador entre las comunidades judías distribuidas por el Imperio y las autoridades de los territorios en que éstas se encontraban.

Sin duda un hábil político y un gobernante muy activo.

Pero – siempre hay un “pero” – hubo dos cosas que, a la larga, terminaron actuando en su contra.

Por un lado, los judíos nunca le perdonaron su origen. Para ellos, a pesar profesar la religión judía, nunca dejó de ser un extranjero indumeo, usurpador del trono al amparo de los romanos. El conflicto con sus súbditos fue poco menos que permanente.

Y, por el otro lado, hacia el final de sus días, su salud le jugó una mala pasada: lo atacó la arterioesclerosis afectando seriamente sus capacidades mentales. Sus últimos años son realmente siniestros. Envuelto en una macabra serie de intrigas palaciegas y familiares, terminó ordenando la muerte de su segunda mujer Mariamne, sus dos hijos (tuvo 14 de un total de nueve mujeres) y a prácticamente toda la familia de ésta, incluyendo a la madre de Mariamne; es decir: a su suegra.

Y lo más tétrico del caso es que, por lo que sabemos, la suegra casi se lo merecía.

Al final, la arterioesclerosis lo sumió en un estado de total inestabilidad mental. La matanza de los niños de Belén, ocurrida por la época del nacimiento de Jesús, cae precisamente en este período. Después de desheredar y matar a su primogénito; después de alterar su testamento por lo menos tres veces y después de un fallido intento de suicidio, Herodes el Grande murió finalmente en el año 4 AC en Jericó.

Su reino fue heredado por tres de sus hijos. Dos de ellos – Arquelao y Antipas - viajaron apresuradamente a Roma para dirimir ante el emperador la cuestión de la sucesión. Por decisión de Augusto, Herodes Arquelao quedó como etnarca de Indumea, Judea y Samaria.

Herodes Antipas – el mismo que más tarde ejecutará a Juan el Bautista y juzgará a Jesús - recibió Galilea y Perea en calidad de tetrarca.

Herodes Filipo fue nombrado tetrarca del resto.

Jesús tenía apenas alrededor de dos o tres años de edad.

Los herodianos

Herodes Arquelao no tuvo gran éxito en su gestión.

Ya mientras estaba en Roma haciendo trámites para que Augusto lo nombrara etnarca estalló una seria rebelión en Jerusalem que consiguió ser sofocada solamente con un gran derramamiento de sangre por Varo, el gobernador romano de Siria. La tremenda inestabilidad de la zona obligó Varo a dejar en Jerusalem a una legión romana para garantizar el órden. Así y todo, las revueltas e insurrecciones siguieron estando a la orden del día en prácticamente toda la región. Roma envió al procurador Sabino a Judea para controla otra revuelta y hasta Herodes Antipas tuvo problemas en su zona cuando en Galilea se sublevó Judas, hizo de Ezequías, y en Perea un caudillo de nombre Simón encabezó una rebelión que también fue aplastada por tropas romanas.

La cuestión es que, así como a su padre los judíos jamás le perdonaron en hecho de ser indumeo, a Arquelao menos todavía le pudieron perdonar el haber nacido medio indumeo y medio samaritano, siendo que, para colmo, su autoridad descansaba sobre el respaldo de los romanos. Y encima de todo eso, muy probablemente, la suya fue una autoridad ejercida de un modo bastante severo. Porque, cuando Jesús y su familia vuelven de su exilio en Egipto, fueron precisamente las características del régimen de Arquelao las que impulsaron a José a no establecerse en Judea sino en Galilea.[[7]]

Fueron tantas las quejas e insubordinaciones contra él que, al final, Augusto le ordenó regresar a Roma para someterlo a juicio.

Durante el proceso, el que lo defendió fue Tiberio.

Y una de dos: o bien Tiberio no puso mucho empeño en la defensa, o bien Arquelao resultó ser indefendible. Porque el resultado fue que lo destronaron y lo mandaron exilado a Galia, con lo cual Judea, Samaria e Indumea se convirtieron en la provincia romana de Judea en el año 6 DC.

A partir de allí, Judea fue gobernada por funcionarios romanos.

Veinte años después, en el 26 DC, luego del fallecimiento de Augusto, bajo el imperio de Tiberio y la hegemonía de Lucio Aelio Sejano, el sexto de estos funcionarios fue Poncio Pilato.

Con lo cual, otra vez nuestra historia termina desembocando en Poncio Pilato.

 

 

NOTAS:



[1] )- Exodo 10:22,23

[2] )- Véase "Krakatoa-The Killer Wave" Sea Frontiers, Vol 17, No 3, Mayo-Junio 1971

[3] )- Exodo 16:3

[4] )- Las fechas y la exacta secuencia de los acontecimientos durante la época de Nehemías y de Esdras son muy difíciles de establecer y no hay un consenso unánime de los especialistas al respecto. Aquí he seguido la opinión de quienes sostienen que Esdras regresó a Palestina en la época del reinado de Artajerjes II.

[5] )- Flavio Josefo, Antiguedades... Libro XIII-Cap.5-P.9

[6] )- En la jerga de la administración política romana, un “etnarca” era un gobernante asociado a Roma que gobernaba a un pueblo mientras que un “tetrarca” era el gobernador de una de las cuarto partes en las que normalmente se dividía una provincia o región.

[7] )- Mateo 2:22

 

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