El que la pisa pierde
De los tres, el único que ríe
es el chico. No es para menos, son las seis de la tarde de un domingo otoñal en
este Buenos Aires pálido, anémico. Los padres hablan entre ellos sin dejar de
mirar hacia abajo. No reparan en los saltitos de ese chico de ocho años que
busca llamar la atención. El chico rompe entonces el silencio del melancólico
atardecer porteño con una entusiasta propuesta de juego. "El que la pisa
pierde" grita mientras señala uno de los tantos excrementos de perro que
infectan las veredas porteñas. El juego comienza. Los padres abandonan su
famélico discurso de quejosa mishiadura y el tango suena ahora a cumbia
villera. Los tres saltan convencidos de que el que la pisa pierde.
Los tres se resignan a esta realidad de nauseabundas veredas en la que a
nadie se le ocurre que pueden estar limpias. Lo mejor que a uno puede pasarle
es no pisar la miseria. Tener la habilidad o la suerte necesaria para que en el
juego de la oca, a uno no le toque el casillero del hambre.
El chico no sueña con veredas
limpias y tiene apenas ocho años. Tampoco a los quince soñará con un
mundo mejor. Los padres juegan el mismo juego. No buscan sanción para el dueño
del perro, tampoco para quien no limpia las veredas. Vivir rodeados de
excremento se ha tornado aceptable o aparentemente irremediable.
El Lunes la familia podrá disfrutar de otro juego. A las siete de la tarde un
señor canoso de impecable trayectoria nos propondrá otro juego. Esta vez la
resignación llegará por Canal 13 con nombre y apellido: "Recursos
Humanos".
En el humillante concurso, el público televidente oficiará de jurado y
definirá, voto mediante, la suerte de dos desesperados desocupados. Uno se hará
acreedor a un puesto de trabajo y "el perdedor" es decir aquel al que
los votos lo llevaron a seguir pisando el desempleo, obtendrá seis meses de
cobertura en un sistema prepago de salud.
Todos agradecerán infinitamente a la empresa que aportó el puesto de trabajo.
¿Cómo no agradecer tamaña generosidad? ¿Cómo soñar con aquellos tiempos en que
el trabajo y la salud eran derechos y no una cuestión de ganadores o
perdedores?
Al señor canoso de impecable trayectoria parece habérsele olvidado que él no
agradecería jamás un puesto de trabajo. Es un hombre de bien, un hombre íntegro
y sabe que en una relación laboral hay dos que se benefician. Se beneficia el
trabajador, pero también la empresa que recibe el esfuerzo y la dedicación del
primero. Sabe además el lector que en general quien más se beneficia es el
empresario, que es quien se vale de los recursos de otros humanos para
enriquecerse.
No todo está perdido, es posible un país con veredas limpias, con empleadores
que no hagan publicidad valiéndose de honestos hombres de trabajo en estado de
necesidad. Es posible si dejamos de jugar a saltar el excremento para salvarnos
solos y nos convencemos que aún podemos elegir. Aún es posible juntar la caca
de nuestros perros para que otros no se infecten con ella, aún es posible no
ver programas humillantes, aún es posible pensar en el otro y potenciar así
nuestros recursos. Recursos que deberán comenzar por la no resignación a que el
actual estado de cosas es el natural en momentos de crisis económica. No es más
caro impedir que nuestros perros ensucien las veredas del vecino. Tampoco se
necesita dinero para cambiar de canal cuando el oportunismo se apodera de la
pantalla.
Recuperar la dignidad no cuesta plata y es uno de los mejores recursos para
superar la crisis.
Dr. Carlos Alhadeff
Médico Psicoterapeuta