Estimado Colega:
Dr. Carlos Alhadeff Médico
Psicoterapeuta de Orientación Sistémica |
||||
CUANDO EL ENFERMO ES EL MEDICO | Marcela espera, pero ya no desespera | La esposa del Dr. García | ||
Es viernes al
mediodía. Un médico
acaba de salir del consultorio de su psiquiatra. En el apresurado camino
hacia el hospital donde trabaja, repasa los motivos que lo llevaron a
esa consulta: irritabilidad, trastornos en el sueño, apatía, anhedonia,
angustia, disminución del deseo sexual, hipertensión arterial.
El tránsito está congestionado; imagina las consecuencias que
le ocasionará la demora. Recuerda la amenaza que recibió ese mismo día
del abogado de uno de sus pacientes. Se siente indignado, humillado, con
deseos de llorar. Se cuestiona ese deseo de llanto; no es para tanto, su
profesión le ha presentado infinidad de problemas como éstos y siempre
los ha resuelto; sin embargo esta vez piensa seriamente en abandonar la
profesión. ¿Pero a qué podría dedicarse? El deseo de llanto se hace
aún más intenso.
La angustia parece transformarse en desesperación; recurre
entonces a algún pensamiento positivo que lo serene. Aparece la imagen
de sus mellizas y de su mujer. Inmediatamente un sentimiento de culpa
por haber respondido furiosamente al pedido de ellas para que asistiera
a la reunión de padres en el jardín.
Trata de refugiarse en la posibilidad de que el tratamiento
iniciado a base de antidepresivos y ansiolíticos resuelva sus síntomas.
Rápidamente se decepciona; él ya se había automedicado. Supone (y
supone bien) que el pasar de tricíclicos a IRSS no resolverá su
problema de fondo. ¿Tal vez la psicoterapia?
Llega
a la clínica, la sala de espera de la obra social está llena de
pacientes que lo miran con desprecio por su demora. Al ingresar en el
consultorio lee una circular donde se informa acerca de las cinco nuevas
planillas que deberá llenar en cada consulta. Siente un fuerte dolor en
la nuca, toma el ansiolítico que su psiquiatra acaba de sugerirle; opta
por tomar dos frente a tanta angustia.
Se
pregunta si tiene sentido continuar con su psiquiatra, él lo ha
interrogado acerca de su infancia, su relación con sus padres, con su
mujer, con sus hijas; pero parece desconocer por completo la influencia
que el ejercicio de su profesión tiene en la génesis de los síntomas
que lo aquejan. Lega su último paciente, debe internarlo; el paciente
se resiste. El deseo de llanto se transforma en irritabilidad frente al
enfermo. Toma su tercer ansiolítico del día. Algo más sereno,
consigue internar a su paciente.
Su angustia ha disminuido; espera ansiosamente llegar a su casa
para disculparse por la reacción del día anterior.
Al salir del sanatorio, una empleada le informa que mañana deberá
entrevistarse con el director. "Doctor no lo tome a mal, pero el
Dr. Pérez está furioso, hubo otra queja de una paciente por su mal
trato. Yo no creo que ella tenga razón, pero ya es la cuarta este mes,
trate de cuidarse, se lo digo por su bien". |
Son las once de la noche de un Viernes, Marcela espera a su
esposo sentada en el living de su hogar o de lo que fue su hogar. Las
nenas no están en casa. Como tantas noches espera a su marido, pero en
ésta, no tiene urgencia. Prefiere que él llegue lo suficientemente
tarde como para tener tiempo de elegir cada palabra. No hay odio, pero
si algo de resentimiento. Le duele decírselo, pero supone que le
aliviará el sentimiento de culpa que la acompañó durante estos años.
Mientras espera, recuerda.
Hace cuatro años atrás ella llevaba apenas dos de recibida y un
año como madre. Odiaba las guardias en aquella empresa de emergencias médicas,
en realidad no las odiaba, le producían pánico. Sentía que la vida o
la muerte de sus pacientes dependía de lo que ella hiciera, la
desesperaba la idea de olvidar lo aprendido en el momento de ponerlo en
práctica, de no encontrar una vena, de tener que asistir a un paciente
con un infarto masivo de miocardio y que muriera en sus manos tal como
había pasado un año atrás con su abuelo.
Cuestionaba la elección de la carrera, ella quería ser dermatóloga,
pero para eso o mejor dicho para demostrar y demostrarse que ella era
una médica valiente, primero había que pasar por esto.
Había intentado hablar de ese miedo con su marido, también médico
y con mucha más experiencia que ella; sólo había conseguido que él
negara haber padecido ese miedo y que le quitara importancia. Sus compañeros
decían no haber sentido nunca algo parecido; sus maestros que pronto se
le pasaría si estudiaba lo suficiente. Sus pedidos de ayuda sólo le
servían para destruir su ya lábil autoestima.
Aquella noche de agosto, Marcela debió enfrentarse a su escena más
temida, asistir a un paciente de 50 años con un infarto masivo de
miocardio y que éste falleciera poco después de su llegada. No pudo
soportar la desesperación de los familiares. Cada mirada, cada expresión
de desconsuelo, le sonaban a reproche. Sólo atinó a salir corriendo de
aquella casa y estallar en un amargo llanto dentro de la ambulancia.
Pensó en llamar a su marido, pero a esa hora de la madrugada
despertaría a las mellizas, por otra parte su esposo le quitaría
importancia al suceso. Para él sólo eran importantes los problemas que
él tenía con el director de la clínica donde trabajaba.
En cambio Luis, el chofer de la ambulancia supo escucharla. Esta
no era la primera vez que él compartía el miedo a ejercer de un médico,
en general los varones lo disimulaban, pese a eso más de una vez les
había sacado las papas del fuego en esos momentos de duda paralizante.
Bastaba con un..."le hacemos un decadrón doctor?" No
importaba para el médico en cuestión que Luis no fuera médico, sólo
necesitaba que alguien opinara, que alguien desempatara su duda
(corticoide si vs. corticoide no).
Luis era un experto en contener a las mujeres y para Marcela fue
verdaderamente reconfortante que Luis le ofreciera el hombro para llorar
en él.
A primera hora de la mañana Marcela llamó a su madre para que
ésta se quedara con las nenas hasta el mediodía. Ella desayunó con
Luis en el departamento de él. Alguien podría decir que hicieron el
amor. Sin embargo Marcela pese a saber que él la penetró no recuerda
esa sensación. Lo que si tiene como un recuerdo cálido, es aquella
figura masculina dispuesta a escucharle sus miedos durante horas sin
desvalorizarla. Pero fundamentalmente, recuerda el haber sido abrazada
en aquella cama, un abrazo que ella debía haber recibido de sus compañeros,
de sus maestros, de su marido. Todos esos abrazos los recibió de Luis,
además la penetró, pero eso para ella fue una anécdota.
En este viernes, su marido al regresar de la clínica no podrá
irse a dormir inmediatamente después de cenar, quedará insomne al
saber que ella se irá de casa mañana, al saber lo de Luis. No habrá
nada que él pueda hacer para evitarlo. Pensar que hubiera bastado con
que le entendiera su miedo a ejercer tres años atrás, el mismo miedo
que él padeció y calló durante diez años. Todo se podía haber
evitado con un abrazo. Ya es tarde. Escucha la llave en la puerta, la
decisión está tomada.
|
La esposa del doctor García, hasta
ahora señora de García es médica. Si, si, es tan médica como él.
Entiendo que usted la tenga por estudiante de medicina; pero no; ella es
médica. Es más, se recibió antes que él.
No quisiera preocuparla a usted que siempre se atendió con el
doctor, pero más de una vez la doctora le sacó las papas del fuego al
doctor en el consultorio. Todas aquellas veces que el doctor salía del
consultorio para buscar muestras gratis, en realidad la consultaba a la
doctora. Con decirle que ha escrito muchos trabajos y dos de ellos
fueron premiados...! En el hospital todo el mundo la consulta a ella.
Yo entiendo señora que usted se sorprenda, aquí en Morón todo
el mundo piensa que el que realmente sabe de pediatría es el Dr. García.
Eso tiene una explicación, si usted tiene unos momentos yo le cuento la
historia, que por otra parte es una historia bastante común, pero no
por eso menos dolorosa.
Resulta que se conocieron en la facultad, la señora era jefa de
trabajos prácticos en la cátedra de pediatría, el Dr. cursaba sus últimas
materias. No, no, ella es apenas dos años mayor que él. Bueno como le
decía, se enamoraron, y luego de dos años de novios se casaron. Mire
como son las cosas yo que le cuento la historia a usted, a la doctora
todavía le digo señora.
Ni bien se casaron
y tal como lo habían planificado, la señora, digo la doctora se
embarazó. Ellos ya lo habían hablado antes, por eso la doctora dejó
el trabajo que tenía como jefa en el sanatorio del centro y su cargo en
la cátedra.
A ella le gustaba
escribir y eso hizo, bueno es una manera de decir, lo que realmente hizo
fue cuidar y educar a los tres chicos. Usted debe saber que después
vinieron otros dos, porque el doctor siempre se jactaba de lo bien que
ambos habían educado a sus hijos. ¡Aramos dijo el mosquito!
El doctor siguió con el hospital, tomó el cargo que la doctora
había dejado en la clínica, y en el cual ella lo guió en los primeros
tiempos.
Hay que reconocerle
al doctor su carisma, eso le permitió tener muy buena relación con las
madres, y llenar el consultorio de chicos. Usted que es mujer debe haber
observado, que al doctor pinta no le falta, y eso con las madres también
ayuda.
No se, si para bien o para mal, la pinta le permitió seducir a
una paciente viuda y de mucho dinero, usted la conoce, para que le voy a
contar mas.
Así fue como el
doctor le dijo a laaa..., a la doctora, que quería el divorcio. Ella es
una mujer inteligente, (ya le hablé de sus antecedentes), y le dio lo
que él quería. Pero parece que el que no le dio a ella lo que
correspondía fue él; la dejó poco menos que en la calle, la doctora
siempre fue muy confiada.
¡Qué se yo porque
le cuento esto!, tal vez porque tengo un poco de rabia, o a lo mejor
porque usted tocó el timbre en lo del doctor, que ahora es la casa de
la doctora y al no estar el doctor se fue. Al doctor lo puede ubicar en
el consultorio del centro. Pero si yo fuera usted, me seguiría
atendiendo con la doctora.
Ella está muy
deprimida, se lo comentó a mi esposa el otro día. Ya tiene 55 años y
no está con fuerza para volver a hacer guardias, que es lo único que
consigue. Además no tiene ganas de hacer nada, y a los pocos pacientes
que decidieron seguir atendiéndose con ella, los trata mal, como si en
ellos descargara la bronca por la injusticia, vio?
Ella podría haber sido famosa, pero la fama se la llevó él, la
guita también, por suerte a ella le quedaron sus hijos. Estimado
colega:
He querido compartir con usted estas historias. Cada una de ellas
es el resultado de situaciones que me han sido planteadas en la consulta
a lo largo de veinte años.
Como usted habrá detectado ninguno de los conflictos presentados
puede ser resuelto desde la psicología tradicional. Es imprescindible
tener en cuenta el medio particular en el que se desarrolla la actividad
médica.
Situaciones como las planteadas en las historias mencionadas son
generadoras de diversos síntomas que afectan a los profesionales del
arte de curar.
En una próxima entrega de “Secreto Médico” intentaré brindar mi
particular visión acerca de la etiología y terapéutica para resolver
cuadros tales como el miedo a ejercer, el rechazo hacia el paciente, la
depresión, fobias diversas, etc. Estos
cuadros en muchos casos son la resultante de las particulares
condiciones en que se desarrolla la actividad médica.
Lo saluda atentamente Dr. Carlos Alhadeff |