| Toco y me
voy (número 22) Sabemos lo que pedimos? |
I.- El avaro SYLOCK. - Yo cargo con la responsabilidad de mis actos, y pido se le aplique la ley a Antonio; que se cumpla nuestro contrato. EL JUEZ. - No aceptas que te pague en dinero? BASANIO. - Yo lo ofrezco en nombre de Antonio, y pagaré el doble y hasta seis veces más, si es necesario; y aun daré en prenda las manos, la cabeza y el corazón. Si esto no basta, la malicia habrá vencido a la buena fe. Contened, señor Juez, la ferocidad de este tigre. Romped por esta vez esa ley tan dura, y evitaréis un gran mal a cambio de uno pequeño. EL JUEZ. - Imposible. No se pueden alterar las leyes de Venecia. Sería un ejemplo funesto, una causa de ruína para el Estado. No puede ser. SYLOCK. - Joven y sabio juez, bendito seas! EL JUEZ. - Pero, oye, Sylock, esos señores te ofrecen seis veces esa cantidad, por qué no aceptas? SYLOCK. - No! No!, lo he jurado, y no quiero ser perjuro aunque se empeñen todos los venecianos. EL JUEZ. - Se ha vencido el plazo que acordasteis, y conforme a la ley te corresponde una libra de la carne de Antonio... No tendrás piedad de él? Recibe el dinero y déjame romper el contrato. SYLOCK. - Lo romperás cuando se haya cumplido en todas sus partes. Conoces la ley; has estudiado bien el caso, y yo sólo te pido que, como juez íntegro, sentencies pronto interpretando fielmente la ley, pues te juro que no hay poder humano capaz de hacerme dudar ni vacilar. Que se cumpla lo tratado. EL JUEZ. - Desnúdate el pecho, Antonio. SYLOCK. - Sí, sí, porque así fué convenido. No está escrito en ese papel que la libra de carne ha de cortarse cerca del corazón? EL JUEZ. - Sí, así está escrito. Tienes ya la balanza para pesar la carne? SYLOCK. - Aquí la tengo. EL JUEZ. - Vé, pues, en busca de un cirujano que le detenga la sangre, porque corre peligro de perderla toda. SYLOCK. - Dice eso nuestro contrato? EL JUEZ. - No, pero debes hacerlo por caridad. SYLOCK. - La escritura no lo dice, y yo me ajusto a ella. EL JUEZ. - Tienes algo que oponer, Antonio? ANTONIO.- Nada, señor juez. Estoy preparado y no tengo miedo. Dame la mano, Basanio. Adiós, amigo. No llores; la fortuna se ha mostrado conmigo más clemente de lo que se acostumbra, permitiéndome morir por ti. No me quejo; pronto habré satisfecho a Sylock, si su mano no tiembla. BASANIO. - Juro que lo daría todo por salvarte! SYLOCK.- Concluyamos. II.- LA SENTENCIA
EL JUEZ. - Oíd mi sentencia: de acuerdo a la ley, le pertenece a Sylock una libra de la carne de Antonio. SYLOCK. - Ya has oído, Antonio, Prepárate... EL JUEZ. - Un momento aún. Tienes derecho a una libra de su carne, porque así consta en el contrato, pero no te corresponde ni una sola gota de su sangre. Toma, pues, la carne que te pertenece; pero te advierto que, si derramas una gota de su sangre, tus bienes serán confiscados, según lo establecen las leyes de Venecia. GRACIANO. - Has oído, Sylock? SYLOCK. - Oh juez recto y bueno! Dice eso la ley? EL JUEZ. - Eso dice. Pides justicia, y la tendrás tan completa como la deseas. GRACIANO. - Oh juez íntegro y sapientísimo! SYLOCK. - Entonces, señor, acepto la oferta de Basanio; venga mi dinero y que recobre Antonio su libertad. BASANIO. - Toma tu dinero. EL JUEZ. - Esperad! Ahora es la justicia la que exige que se cumpla la escritura. GRACIANO. - Que juez tan prudente y recto! EL JUEZ. - Corta ya la libra de carne, Sylock, pero sin derramar sangre. Si tomas algo de más, por poco que sea, perderás la vida y cuanto posees. GRACIANO. - Qué juez! Qué juez! Has caído en tus propias redes Sylock! EL JUEZ. - Que esperas? Cúmplase el contrato! SYLOCK. - Ordena que me den mi dinero, y rómpelo. BASANIO. - Aquí está el dinero. EL JUEZ.- Antes tú no quisiste recibir seis veces esa suma, y ahora yo me opongo a que recibas nada. Antes tú exigiste que se cumpliera el contrato, y ahora lo exijo yo. GRACIANO. - Yo repito tus palabras, Sylock: joven y sabio juez, bendito seas! SYLOCK. - Manda que me devuelvan mi capital. EL JUEZ. - Sí, mando que te lo devuelvan conforme a los términos del contrato. Tómalo, si te atreves. SYLOCK. - Pues que se quede con todo y que el diablo cargue con él! Adiós! EL JUEZ. - Espera, Sylock. Nuestras leyes castigan al extranjero que pone en peligro, directa o indirectamente, la vida de un veneciano, y disponen que el Dux decída la suerte del agresor, y que sus bienes sean repartidos, por mitades, entre el agredido y el Estado. Por lo tanto, como tú has atentado directa e indirectamente contra la existencia de Antonio, la ley te alcanza de medio a medio. Corre a arrodillarte a los pies del Dux, y pídele perdón. William
Shakespeare
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