EN MALA HORA
Caían lágrimas del cielo, o al menos eso quería creer ella. El murmullo de las gotas de agua al llegar al suelo le acompañaban y le consolaban a la vez que se confundían con el sonido intenso y brusco de sus pisadas al caminar.
Había salido de casa huyendo de la situación que había encontrado nada más entrar en ella y ahora se disponía a llegar a ningún lugar buscando una respuesta y una solución drástica a los hechos ocurridos. No tenia paraguas que la resguardara de la lluvia pero no ya no había nada que le importase.
En cuanto llegó al estanque supo que había hecho bien y se sintió libre de la opresión que sentía en aquellos momentos. Se refugió bajo un árbol y contempló la escena con paciencia.
Al rato dejó de llover pero aún hacia algo de viento, así que dejó cálidamente que éste le susurrara al oído la paz que deseaba encontrar ansiosamente, que le acariciara la suave piel acunándola como si de la más dulce protección de una madre se tratara. El viento desapareció y reparó en que la luz pasaba a través de las últimas gotas de agua, proporcionando al paisaje el tan esperado y admirado Arco Iris. Pero éste duró poco, el atardecer comenzaba a caer y el sol, el cual tenia intención de ocultarse bajo las aguas del estanque, empezaba a adoptar el color rojo que más tarde seria de un intenso desafiante.
Decidió que ya era hora de marcharse y de enfrentarse a lo que le había tocado vivir. Vaciló unos instantes antes de levantarse...¿ era cierto aquello que había visto con sus propios ojos? ¿Podía ser que alguien a quien tanto quería y con quien tanto había compartido le hubiese fallado de aquella manera? Intentó por un momento engañarse y convencerse de que eso solo era producto de su imaginación, que ni por un momento no era lo que parecía ni mucho menos, solo era un error. ¡Eso! Un error, solo podía ser eso. ¿Y quien no se ha equivocado alguna vez? Claro, nadie es perfecto. Por otra parte, ¿cómo iba ella a ejercer de juez en semejante juicio? ¿Acaso podía ser imparcial? De repente se estremeció, ¿qué era lo que estaba haciendo? ¿Justificándolo? Los pensamientos empezaron a vagar dentro de su mente y sin pretenderlo se agolpaban como de si de una marea de sentimientos se tratara, como si estuviera atravesando una carretera tortuosa destinada a un fatídico final. Se sentía como un volcán en erupción, como una bomba de relojería a punto de estallar, quería gritar tan fuerte, tan fuerte como su rabia le permitiera, tan fuerte para poder acallar las voces que oía dentro de su cabeza diciéndole que ya se lo advirtieron, que ya se lo dijeron. Pero también quería pedir perdón, por no escuchar, por querer tanto que la sola idea de dudar de él le asqueara.
Ahora se encontraba llorando por la traición, por la pérdida irremediable después de aquello, no de una, sino de dos vidas muy importantes en la suya. Ya había decidido, así que se dirigió con mirada dura y crítica hacia casa, su paso ahora era firme y decidido, energético. La cabeza bien alta y orgullosa de sentirse fuerte acabándose de convertir en otra persona gracias al dolor, le daban un aire frío y altivo.
Por fin llegó, atravesó la puerta y se enfrentó a ello. Tenía muy claro que era lo que tenia que hacer y decir. No había rastros de él, así que lo primero que hizo fue recoger las mil plumas esparcidas por el suelo de la sala de estar. No pudo por más que lo intentó reprimir las lágrimas cuando limpió las gotas de sangre del suelo y lamentó no poder enterrar a su amiga como debiera.
Cuando él apareció, lentamente, tranquilo, relamiéndose los labios, se enfureció de pronto. Le lanzó una buena reprimenda como castigo y maldijo el día en que conmovida por el estado deplorable del gato se apiadó de él y le proporcionó el calor de su hogar y su compañía. Si no lo hubiera hecho, Madame Marianique la periquita, en estos momentos seguiría viva y no en la panza de tan desagradecido animal.
Moraleja: no acojas en tu casa animalitos que no sean muy de fiar y menos si en tu casa existe otro animalito de fiar pero apetecible para el de no fiar.
FIN