Un Leñador
Un leñador,
acostumbrado al arduo trabajo de derribar árboles, terminó casándose con una
mujer que era exactamente su opuesto: delicada, suave, capaz de hacer lindos
bordados con sus dedos gentiles. Orgulloso de su esposa, él pasaba todo su
tiempo en el bosque, haciendo su trabajo para que nada faltase en su casa.
Vivieron juntos
durante muchos años, tuvieron tres hijos que crecieron, estudiaron, se casaron
y fueron a vivir a lugares distantes, como suele suceder la mayoría de las
veces. La pareja continuaba en la misma cabaña, pero mientras el hombre se
sentía cada vez más fuerte por causa de su trabajo, la mujer empezó a
debilitarse. Ya no bordaba más, perdió el apetito, no hacía sus caminatas
diarias, y vio desaparecer toda la alegría de su vida. Su estado de salud se
agravó de tal manera que ya no se levantaba más de la cama.
El marido ya no
sabía que hacer. Una noche cuando una fiebre alta hizo que el rostro de su
esposa adquiriera una palidez mortal, él tomó con sus manos fuertes los
delicados dedos de su esposa y comenzó a llorar:
- ¡No me
dejes!-decía sollozando.
La mujer tuvo
fuerzas para decir, en medio de los delirios provocados por la fiebre:
-¿Pero por qué
lloras?
-¡Porque te
necesito!.
El brillo de los
ojos de la mujer pareció retornar.
¿Y sólo ahora
es que me lo dices? Yo pensé que cuando nuestros hijos crecieron y partieron,
mi vida había perdido el sentido. ¡Tú siempre has sido tan independiente!.
-Yo tenía
vergüenza de recibirlo-dijo el leñador.- Siempre pensé que no merecía todo
lo que hacías por mí.
A partir de ese día la mujer volvió a recuperar la salud, volvió a caminar por el bosque y a hacer sus bordados. Su vida había vuelto a tener sentido porque alguien la necesitaba. Alguien era capaz de recibir la mejor cosa que podía dar: su amor.