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A SOLAS, Y CON MUCHO
TIEMPO
Si me preguntarán porque me gusta luchar con otras
hembras, contestaría que lo que más me gusta de eso es el despojamiento.
Si, cuando se lucha sexualmente, una no es Cynthia González, 29 años,
peluquera, soltera, blanca, más o menos católica, argentina, etc., contra
otra Fulana de tal, con tal o cual edad, trabajo y nuevamente etc. Ahí
somos dos hembras jóvenes y desnudas que pelean para ver quien es mejor.
Absoluta igualdad. No hay privilegios ni diferencias sociales. Nada más
dos mujeres solas, frente a frente, cuerpo a cuerpo, piel a piel. No se
pelea por dinero, por prestigio, ni por nada más que el dominio y el goce.
Yo llevo varios combates en mi haber y sé que es difícil conseguir una
buena contrincante.
Cuando vi a Erika me di cuenta que era justa para mí. La conocí en una
fiesta organizada por un amigo común. Erika es alta, 1,75 más o menos,
de piel blanca y suave, rasgos delicados pero firmes, hermosos pechos,
cola y piernas. Su pelo es rubio, largo y rizado. Tiene ojos grises y
su mirada puede ser muy dura. Llevaba un vestido azul semitransparente
y accesorios del mismo color. Yo soy tan alta como ella. Mi pelo es castaño
oscuro, un poco más corto que el de ella. Mi piel también es más oscura
y tengo tan buen físico como el de ella. Mis ojos son azules. Llevaba
un muy ajustado vestido amarillo brillante con franjas negras a los costados.
Nuestras piernas lucían maravillosamente desnudas, bien visibles debido
a nuestros cortos vestidos.
Nos odiamos y excitamos instantáneamente.
Tal vez no entiendan que significa esto. Es simple. Una odia a la otra
porque es hermosa y la desea por eso. La odia, porque siente que su belleza
la convierte en una competidora, en una rival. La desea porque la ve tan
exquisita, tan femenina, que dan ganas de besarla, chuparla y abrazarla.
Es una sensación extraña que te recorre todo el cuerpo. Te excita la idea
de pelear por ver quien es la mejor, quien es más hembra y después gozarla
toda.
Estuvimos provocándonos, primero con miradas y luego con gestos obscenos,
por más de dos horas. Sin cruzar una palabra, por supuesto. Todo con la
máxima discreción.
Yo estaba hirviendo. La transpiración me bajaba por las piernas. Ni prestaba
atención a lo que me decía el idiota que tenía al lado. Finalmente, me
acerqué al grupo en el que estaba Erika. Mientras iba caminando la desafié
con la mirada, como diciéndole "a ver si te animás a quedarte". Y se quedó.
Mientras hacíamos como que escuchábamos a los demás, nos mirábamos de
reojo con desprecio. Finalmente, le hice un gesto y me encaminé al baño,
rogando por que me siguiera. Así lo hizo. A solas, me miró fijamente y
me dijo:
- ¿Qué te pasa a vos conmigo?
- ¿Y a vos que te pasa?. - Le contesté, haciendo esfuerzos por no gritar.
Se puso colorada como un tomate, de la furia. Creí que se me tiraba encima.
Hubiera sido un papelón con tanta gente cerca. A mí se me había erizado
la piel.
- ¿Queres pelear, no?. Yo también tengo ganas de pelearte. -Le susurré
rápidamente.
- ¿Por qué?.
Su replica fue pura formula. No parecía sorprendida.
- Porque sí. Para ver quien es mejor.
- ¿Cuándo y donde?
- Ahora. En un lugar que yo conozco.
- Vamos..
- Esperá. Para evitar sospechas, dentro de un rato salgo yo sola y después
vos. Yo te voy a estar esperando.
- Está bien.
Debo aclarar que ambas ya habíamos tomado unas cuantas copas y que en
el lugar hacía calor. Eso contribuyó para que estuviésemos tan calientes.
Antes de irme, tomé dos copas más y Erika también. Salí a la calle con
esa rara sensación de bienestar que a veces da el alcohol.
Al rato salió. Erika. Sin decir palabra paré un taxi, subimos y nos dirigimos
al lugar del combate. En el auto ni nos miramos. Llegamos y la hice entrar
en la casa. Una vez dentro, Erika hizo un gesto de querer abalanzarse
sobre mí, pero la atajé diciéndole:
- Esperá. Hay un lugar donde hacerlo.
Tal vez ustedes no lo sepan, pero una lucha entre
hembras es un asunto que hay que preparar con gran cuidado, paso a paso.
Yo vivo en un pequeño departamento. Luchar ahí con libertad es imposible.
A una le gusta gritar y putear y los revolcones y golpes hacen de por
sí bastante ruido. Los vecinos oirían todo. Estar cuidándose para no hacer
ruido no tiene gracia, porque justamente se pierde el "despojamiento",
el mandar todas las convenciones a la mierda y gozar y luchar como animales.
Así que, para eso uso la casa de mi finada abuela, que esta desocupada
por la sucesión. Yo tengo las llaves con la excusa de hacer de tanto en
tanto la limpieza. Es una casona de nueve habitaciones, rodeada de jardín.
Ahí nos podemos matar sin que nadie se entere. Todos los cuartos de la
casa están vacíos, excepto uno. Se trata de una habitación sin ventanas
cuyo piso cubrí con colchonetas.
No hay electricidad, así que hay que manejarse con velas y un potente
farol que uso para iluminar "el recinto de combate".
Otro tema que hay que tener en cuenta es el de
la ropa. La primera vez que peleé con otra mujer, ambas estabamos vestidas.
Yo terminé con la blusa desgarrada y la pollera descosida, entre otras
cosas. La otra estaba peor, pero como la cosa fue en la casa de ella,
di gracias a Dios de haber llevado un tapado, porque si no, mi regreso
hubiera sido lamentable.
Otra vez me pasó algo más complicado, pero también
muy excitante. Trabajaba en un negocio de lencería y una vez nos quedamos
solas con otra empleada, haciendo inventario de la ropa. Esa mina era
una morocha muy sensual, de ojos negrisimos. Al rato de trabajar, se nos
dio por probarnos algo de ropa. Meta sacarnos y ponernos bombachitas y
sostenes cada vez más eróticos. Desfilábamos ante un espejo y competíamos
para ver a quien le quedaba mejor la ropita. Al final, terminamos discutiendo
por si un conjunto rojo de tanga, corpiño y medias que yo me había puesto
era más lindo que el mismo conjunto, pero blanco, que ella vestía. De
la discusión pasamos a los insultos, nos revoleamos unas cachetadas y
después nos arrancamos mutuamente la ropa a manotazo limpio y la seguimos
en el piso, desnudas y calientes, peleando como gatas. Al otro día hubo
que responder por el desastre y nos echaron a las dos.
Así que desde ese día me contengo y me desnudo antes de pelear. Además,
es más hermoso estar frente a frente completamente en cueros, exhibiendo
nuestros cuerpos.
Erika pareció entenderme y me siguió por el interior
de la casa. Caminábamos a la luz de una vela.
- Andá a la habitación de al lado. Ahí te podes sacar todo. Cuando termines,
entrá al cuarto. Ponete linda.
Erika me sacó la vela que le mostraba de un manotón y se fue.
Yo fui a otra habitación y ahí me puse en bolas y me maquillé. Siempre
me maquillo y me perfumo el cuello, las tetas y la concha antes de pelear.
Una tiene que mostrar que es la mejor en todo.
Entré al cuarto de combate. Erika ya estaba allí. También se había perfumado
y maquillado. Su físico era aún más espectacular de lo que había imaginado.
Sus pechos estaban parados por la excitación. Sentí la suavidad de la
colchoneta bajo mis pies. El farol iluminaba bastante bien, ahí colgado
del techo, pero también mandaba mucho calor. Sería por eso, que las dos
brillábamos de transpiración.
El olor de nuestros cuerpos se mezclaba con nuestros perfumes y el sahumerio
de jazmín que había encendido. El aire era espeso. Nos fuimos acercando
lentamente una a la otra. Nos mirábamos fijamente.
- Te voy a hacer mierda, puta. - Me dijo Erika.
- Vos sos puta, vos. Te voy a coger después de romperte la cara. - Le
dije.
Pero todavía no hicimos nada. Este es un momento muy especial. Ahí estamos
nosotras, dos mujeres, desnudas, hermosas, solas, sin que nadie pueda
molestarnos, con todo el tiempo del mundo y la posibilidad de hacer lo
que queramos. Podemos pegarnos, gritar, mordernos, besarnos, todo, absolutamente
todo. Nadie lo sabría. Nadie se metería. No había convenciones ni reglas.
No había que disimular ni que dar cuenta a nadie. Se podía ser todo lo
animal que se quisiera. Decir lo que se nos antojara. Erika y yo teníamos
posibilidades enormes. Eso es lo fantástico de este tipo de lucha sexual.
La completa libertad. La posibilidad de disfrutar de los instintos, de
dominar o de sufrir. Todo se reduce a términos muy simples: Quien es mejor.
Quien manda. Por ejemplo, yo quería morderle las tetas a Erika hasta que
me cansara y luego chupárselas hasta atragantarme. Pues bien, no tengo
que pedirle permiso a nadie ni cuidarme de lo que diga nadie. Simplemente,
peleo con Erika para conseguirlo.
Una vez, luché con una pelirroja y terminamos bastante
lastimadas, pero son riesgos que hay que correr. Nos curamos, lamiéndonos
las heridas una a otra como gatas. Fue la primera vez que probé sangre.
Me salvé del SIDA por casualidad. Pero, repito, son riesgos que hacen
la cosa más excitante. Se había hecho tan tarde y habíamos quedado tan
agotadas, que nos quedamos dormidas, ahí mismo sobre la colchoneta, abrazadas
y con las piernas entrelazadas. Pereciamos estar fundidas la una en la
otra.
Cuando nos despertamos, estabamos tan bien en esa posición que no queríamos
separarnos. Me acuerdo que como teníamos ganas de orinar, lo hicimos ahí
mismo, en esa posición. El orín caliente nos chorreaba las piernas mientras
nos restregábamos, aún entrelazadas. Pareció como si hubiésemos orinado
mucho tiempo. Nos quedamos así mucho rato, tibiamente humedecidas, erotizadas
por el olor a orina, mezclado con transpiración y algo de flujo. Nunca
olvidare el increíble placer que sentí, especialmente desde el ombligo
hasta la punta de los pies. Nunca lavé las colchonetas. Cuando tuvimos
que separarnos, lloramos como locas. Pensar que la había odiado tanto.
Eso es lo que tiene la lucha sexual: Una odia, ama, llora, grita, ríe,
sufre, goza, todo al máximo, sin ninguna represión, con absoluta libertad.
Como animales que hacen lo que quieren.
Aunque parezca mentira, pensaba en todo esto en
los breves momentos que hacía que estaba parada frente al hermoso cuerpo
de Erika. Creo que ella esta pensando algo parecido. Nos estabamos poniendo
en clima. Le miré la concha, luego las tetas, suaves y desafiantes y,
por último, la cara, dulce y feroz. Ella contestó mi mirada. Me hundí
en la contemplación de su rostro, tan perfecto. Nos acercamos lentamente,
una a otra. Quería hacerle daño, hacerla gritar.
Recuerdo una vez con una soberbia rubia platinada.
Estabamos arrodilladas una frente a otra sobre la colchoneta. Nos agarrábamos
el pelo con una mano y nos retorcíamos una teta con la otra. El tirón
mutuo de pelo hacía que tuviéramos nuestras cabezas echadas para atrás.
Ambas teníamos los ojos muy abiertos y nos mirábamos fijamente. En esa
posición estuvimos bastante tiempo, no sé cuanto, sin gritar, aunque el
dolor era insoportable. Pero estabamos como hipnotizadas. Hasta que, con
un alarido final, nos soltamos. No nos hicimos nada por un buen rato.
Pero después nos dimos hasta sacarnos las ganas.
Es difícil empezar una lucha. Hay siempre una tendencia
a postergar el momento. Antes siquiera de tocarnos, Erika y yo jadeábamos.
Al final, llegó el primer contacto. Una serie de manotazos culminaron
en un abrazo que nos llevó al suelo, el lugar de batalla ideal para dos
gatas excitadas. Ahí nos batimos como fieras, rodando una sobre otra.
Eramos fuertes y no teníamos escrúpulos. Pude morderle las tetas y hacerla
gritar, pero ella hizo lo mismo conmigo. Nos sacudimos las caras a cachetazos,
nos escupimos, nos puteamos y nos arañamos.
En un momento yo estaba encima de ella, sentía su esbelto y adorable cuerpo
debatirse debajo de mí y la dominaba. Rato después, yo estaba abajo. En
otro momento, quedamos enganchadas de una manera que no podíamos separarnos.
Nos golpeamos y mordimos salvajemente hasta que se nos soltaron las lagrimas.
Miré a Erika. Tenía una expresión de furia. Estabamos absolutamente bañadas
en transpiración. Respondió a mi mirada con un feroz cachetazo y yo le
contesté con otro. Costaba dominarla. No se rendía. Nos agarramos del
pelo y nos revolcamos a los gritos. Esa perra me iba a pedir piedad, sea
como sea. Le iba a quitar esa mirada arrogante. Terminamos poniéndonos
en pie, abrazadas, golpeando tetas contra tetas en forma brutal. Al final,
de un golpe perdió pie. La sostuve para que no cayera y la besé en la
boca con pasión, llenándola con mi lengua. Respondió con la suya y cruzó
sus piernas sobre mis caderas. Nos chupamos como locas. Pero enseguida
volvimos a tomarnos de los pelos y nos llevamos al suelo para revolcarnos
con violencia. Todavía no había podido domar a esa yegua.
En realidad, una buena pelea es una doma mutua. A cachetazos, escupidas,
mordiscos y tirones de pelo, nos vamos curando los vicios una a la otra.
Una real contrincante te tiene que fajar y vos fajarla a ella. Cuando
termina la pelea, una tiene que haber dado y recibido lo suyo. Por supuesto,
lo mejor es ganar, pero por poco, o si no empatar; después de haberse
dado con todo y quedar agotadas, vacías.
Por eso, no tiene gracia buscar una rival débil o una masoca que no te
opone ninguna resistencia. En lucha sexual una quiere ganar, ser la mejor,
pero también quiere "dársela" con otra hembra.
A veces una consigue un gran contrincante cuando menos se lo espera.
Una vez se me dio por ir a consultar a una adivina que me habían recomendado.
La tipa tenía una santeria y vivía y atendía en la planta alta del local.
Era una mina como de cuarenta y cinco años, con una cara de atorranta
chupapijas tremenda. La boca era grande y de labios gruesos, pintados
de rojo furioso. La nariz, ancha y ligeramente chata, le daba aspecto
de animal salvaje. Me miró con unos ojazos negros hermosos y muy penetrantes.
Tenía el pelo largo y negro, teñido, con una permanente que le daba multitud
de rulitos. Estaba muy maquillada y llevaba las uñas largas, puntiagudas
y pintadas de negro. Cargaba pulseras, collares y anillos chillones, y
el enorme escote de la blusa le dejaba al aire una gran porción de un
par de tetas que parecían querer explotar. Tenía un físico de veterana
en gran estado, con piernas fuertes, apenas tapadas por una pollerita
negra con la falda calada y un amplio tajo al costado. Llevaba zapatos
negros, de taco altísimo, bien de prostituta vieja.
Me dio risa que se quisiera hacer la adivina con ese aspecto de puta barata
y entonces empece a burlarme de sus "predicciones" cuando me tiraba las
cartas. La mina era de pocas pulgas porque enseguida se calentó y me mandó
a la reputa madre que me parió.
Enseguida empezó la batalla, porque ninguna de las dos era de dejar pasar
una oportunidad como esa. Nos desafiamos a los gritos, mientras nos sacábamos
las ropas. La traté de vieja puta degenerada y ella me aulló que yo era
una pendeja puta y roñosa. Ya desnudas, observé que las tetas de esa perra
seguían bien paradas y amenazadoras. Los pezones eran enormes botones
rosados. También vi que tenía la concha completamente afeitada. Lo que
se venía era una autentica lucha de gatas, porque las dos desbordábamos
sensualidad y fiereza. Nos tiramos una contra otra como dos bestias y
nos dimos la gran paliza. A tetazos nos conocimos la piel. La hembra peleaba
muy bien. Después de revolcarnos por el suelo alfombrado y probarnos bien
probadas, terminamos en la gran cama de esa bruja, chupándonos las conchas
con fervor y adoración. Sus formidables y dulces tetas fueron mi postre
y las mías, el de ella.
Nunca hubiera imaginado que la iba a pasar tan bien con el esoterismo.
Como sea, volviendo a mi nueva rival, en medio de la lucha empecé a besar
a Erika en la boca. Mejor dicho, eran mitad besos, mitad mordiscos y uno
que otro cabezazo, mientras nos retorcíamos las tetas. Un momento yo estaba
encima. Otro momento, estaba abajo. Erika respondía beso con beso, mordisco
con mordisco. Estabamos pegadas una a la otra, cara a cara, en permanente
contacto, refregándonos y oliéndonos. Era extremadamente sensual. Nos
soltamos las tetas, nos abrazamos y cara a cara rodamos una sobre otra,
mordisqueándonos, buscando dominarnos psicológicamente. Ahora nos frotábamos
las tetas con fuerza, a ver quien gritaba. Eramos dos cuerpos hermosos
abrazados. Eramos la culminación de la perfección. Es una combinación
única de fuerza muscular y suavidad de la piel.
- Dejate hacer. - Le dije.
- No..
- ¿Ya no queres más, no?
Estabamos inundadas por la mezcla de nuestros olores. Era algo muy espeso.
Nos besábamos largamente. Las lenguas trabajaban a placer. Después nos
chupamos todo el cuerpo, nos probamos cada centímetro de piel. Nos penetramos
por todos los agujeros. Acabamos en un furioso 69, hundidas una en la
otra. Nos separamos y, de rodillas, quedamos mirándonos.
La cosa no estaba terminada.
- Vos no ganaste. - Me dijo Erika. Su expresión era obstinada.
Me puse furiosa. Le iba a quitar todos los humos a esa puta.
Lo que siguió, duró unos diez minutos, pero nos dimos más que en todo
lo anterior. Rodamos por todo el cuarto. Nos golpeamos con las paredes
como bestias. Terminamos llorando a los gritos, después de arrancarnos
unos cuantos pelos de nuestras conchas, ya en el colmo de la furia.
Estuvimos un rato separadas, llorando doloridas. Luego, gateamos una contra
otra, nos abrazamos y estuvimos rodando por el cuarto fuertemente apretadas,
sin golpearnos, ni besarnos, solo entrelazadas y gimiendo suavemente.
Es una sensación muy rara: No queres separarte de la otra, no queres soltarla.
Te parece que té falta algo sin ella. Tratábamos de tener contacto a lo
largo de nuestros cuerpos. Yo sentía el soplo de su aliento contra mi
cara. Era algo muy cálido. Queríamos comernos con las conchas y acunarnos
allí hasta morir. Era algo de extraña plenitud.
Recuerdo una de mis primeras peleas. Fue con una
alemana que estaba acá por una beca de estudios. Una rubia de ojos celestes.
Yo trabajaba de vendedora en un negocio de ropa y ella vino a comprar.
Nos tratamos mal de entrada y nos calentamos tanto que quedé en ir a su
casa ses mismo día, a la salida del trabajo. Vivía en un departamentito
de un ambiente y ya me esperaba completamente desnuda, no había necesitado
ninguna explicación. Me saqué la ropa a manotazos y nos agarramos a cachetadas
sin más. Después, aferradas de los pelos, fuimos de un lado a otro del
pequeño cuartito. Chocamos contra muebles, rompimos adornos. Un desastre.
La alemana tenía un físico imponente. Justo cuando estabamos tiradas en
la cama, sonaron los golpes de los vecinos. Yo le estaba mordiendo una
teta y tirándole de los labios de la concha. Ella aullaba de dolor, pero
no por eso dejaba de tirarme los pelos con las dos manos. Seguían los
golpes desde afuera y las voces de los vecinos, preguntando que pasaba.
No nos habíamos dado cuenta del escándalo que hacíamos. Tuvimos que parar.
Nos vestimos rápidamente, mirándonos con bronca. El cuarto era un quilombo:
Objetos rotos, sillas tiradas, sabanas revueltas y desgarradas. Hasta
un cuadro hecho pedazos. Son cosas de la calentura. Cuando se pasaron
los gritos de afuera, me fui. Me había quedado con unas ganas terribles.
A la semana volví, pero la alemana no estaba. Le dejé un mensaje, pero
no contestó. Estuve mal como un mes. No habíamos estado ni un cuarto de
hora peleando. Desde ese día es que uso la casa de mi finada abuela.
Ahora era distinto. Sentía los pezones de Erika
bien clavados a mis pechos. Era la mejor postura para dos soberbios pares
de tetas como las nuestras. Sus pendejos y los míos se mezclaban y acariciaban.
Nuestros sensibles clítoris se rozaban. Frotábamos desde nuestros pies
hasta nuestras caras. De las bocas escapaban ruiditos deliciosos, como
suaves ronquidos. Las manos recorrían espaldas y colas con lentitud, delicadeza
y persistencia. Seguíamos girando muy lentamente. Todos nuestros movimientos
parecían previamente coordinados. Habíamos entrado en un ritmo propio,
absolutamente natural. No éramos Cynthia y Erika. Eramos dos cuerpos unidos
en total armonía, más allá del tiempo y del espacio, más allá del placer,
del dolor, del poder y de todo. Estabamos domadas, rendidas una a la otra.
Mejor dicho, estabamos rendidas a algo más grande que nosotras dos.
Sé que suena estúpido, pero es así.
Hay que vivirlo para comprenderlo. Repito que no es fácil tener una buena
pelea. Hace falta una buena rival, un lugar y un tiempo adecuados y buena
suerte. La lucha sexual es una purificación intensa, en la que conocés
todo tu cuerpo y tus sentidos y tus sentimientos y tus emociones. Experimentás
el dolor y el placer, el poder y la humillación, lo más bajo y lo más
alto. Es la forma más extraordinaria de conocer tu cuerpo y tu alma, porque
conocés lo bueno y lo malo de tus instintos, sin vueltas, sin disimulos.
Y digo que es una purificación porque en la lucha estás que "hervís",
estás caliente por el deseo, por el odio, por el placer, por la excitación,
por el esfuerzo, por el dolor, por todo lo que te pasa. Sentís que tu
cuerpo arde y en ese ardor se va quemando toda la impureza, todas las
tensiones internas, hasta que, al final, (si tenés suerte), después de
haber sufrido y gozado lo indecible, después de haber dado rienda suelta
a tus instintos más contradictorios, te sentís plena, fundida con tu compañera
y como si fueras parte de algo más grande que vos o que las dos.
Cuando por fin nos soltamos, nos vestimos lentamente sin decir una palabra
y nos despedimos. No habría segunda vez. No puede haberla, después de
lo que pasó. Ahora volvimos a ser Cynthia y Erika.
Pero por un momento, totalmente despojadas, habíamos estado con Dios,
aunque a muchos pueda parecerle una blasfemia.
Solo quien puede llegar a intuir la increíble maravilla de la lucha sexual,
comprende que, a pesar de todos sus riesgos, vale la pena.
(c) Tauro, 2000
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