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ASUNTO DE FAMILIA



No hay nada como estar entre parientes.
La última pelea que había tenido con el hijo de puta de mi marido fue una cosa brutal. Me encontró en la cama, borracha y desnuda, consolándome con el cuello de una botella vacía de whisky que entraba y salía de mi húmeda concha. Parece que mientras me metía el frasco, puteaba a los gritos por haberme casado. Supongo que esto lo molestó, porque me quiso pegar y todo. Por supuesto que le revoleé la botella por la cabeza y eso le hizo reconsiderar la medida.
De todas maneras, me pareció conveniente irme a la casa de mi hermana, que vive en el sur de Santa Fe y dejar pasar unos días hasta que la cosa se calmara. Me duele que los chicos se queden con ese tarado, pero sé que es el que los cuida mejor de los dos.

Mi hermana tiene cuarenta años, cinco más que yo y, la verdad, nos vemos muy de vez en cuando.
Primero, porque vive en una chacra, cerca de un pueblito que queda a trescientos ochenta kilómetros de la Capital.
Segundo, porque ella parece muy mortificada porque su hermanita salió siendo la atorranta de la familia.
Justo a ella, casada con un pastor evangelista, le viene a tocar una hermana puta y borracha.
Pero como me les aparecí de improviso, no me iban a dejar afuera. Además, no es de buen cristiano ¿no?.

Imaginaba que me iba a pasar unos cuantos días sin nada más divertido que mirar chanchos, cuando "El Javier" llegó del colegio, me dedicó una mirada inquieta y me saludó con un besito tibio en la mejilla.

Idiota de mí, que siempre ando en otra cosa. Me había olvidado que "el Javier" ya tenía sus quince años cumplidos. Un chico tostado, ancho de hombros, con el pelo rubio cortado al ras. Una cosa hermosa que, después de un rato, me miró con ojos entrecerrados, haciéndose el hombre duro. Me excité enseguida.

Lo que más me gustaba de todo era que el Javier era mi sobrino.

Como una buena tía, acosé a mi hermana con preguntas sobre su nene. Me enteré que ella estaba preocupada porque el chico solía juntarse en el pueblo con "malas compañías" y que "ya quería andar con chicas". Me imaginé que Javiercito se estaría haciendo unas pajas fenomenales, últimamente. A esa edad, los niñitos están que explotan. Sienten las ganas revolviéndoles todo el cuerpo y sueñan despiertos con hembras descomunales que les entregan sus tetas y sus culos a discreción.

Esa misma noche, a la hora de la cena, decidí poner en practica un pequeño experimento.
Aprovechando que hacía calor, me puse una blusa ultraescotada, sin corpiño, cosa que se marcaran bien los pezones. Me calcé una minifalda y así fui a comer. Mi hermana no dijo nada, pero era evidente que no le gustaba mi atuendo. Su marido, el pastor, se puso colorado como un tomate y balbuceó durante toda la comida. Al pendejo casi se le salen los ojos. Eso era lo único que me interesaba. En toda la cena, la sobremesa y hasta cuando le ayude a mi hermana a levantar y lavar los platos, le hice el show de la atorranta a mi sobrinito. El pibe estaba que volaba. Me quería sonreír y se trababa. Me quería tocar, aunque sea la mano, y no se animaba. Yo lo miraba, le mostraba la lengüita, me tocaba las tetas, me cruzaba de gambas, me chupaba un dedito, de todo. Siempre haciéndome la boluda, se entiende. Ni mi hermana ni el salame del marido se podían imaginar que yo me quería voltear al hijito. Pensarían que me vestía y movía así de "puro loca" que era.

Cuando me fui a dormir, previo besito tierno y húmedo en la caliente mejilla del pendejo, llegué a pensar que se me había ido la mano.

Me imaginé metida en la cama y, en medio de la noche, el nene entrando en mi habitación, todo caliente y con la pija parada al aire, queriendo violar a la tía.
¿Y que iba a hacer yo en un caso así?: ¿Lo iba a echar?. Lo más probable es que me lo llevara a la cama agarrado de la verga y una vez ahí, nos mataramos a pura lujuria y también ahí se armaba la gran podrida con los padres, quienes, al escuchar alaridos provenientes del interior de la casa, se levantaban, asustados, para descubrir a la tía cogiendo con el sobrinito más querido. Era todo un tema. No quería voltearme al pibe, teniendo que cuidarme de no hacer ruido. Tenía otros planes.
Al final, el chico no vino. Esperé que no estuviera malgastando leche a paja limpia, porque pronto la iba a necesitar.

Esa noche, soñé que estabamos cogiendo sobre un enorme colchón sucio y rotoso. Nos mordíamos y arañábamos y gritábamos y rodábamos en la mugre.

Desperté sobresaltada, bañada en sudor y flujo, enredada entre las sabanas.

Para calmarme, me hice una paja, imaginando que tenía a mi sobrino atado de pies y manos a los barrotes dorados de una gran cama. Estaba desnudo y yo lo cabalgaba con su gran pija enterrada bien dentro de mí. El chico lloraba y pedía piedad, pero yo no le hacía caso. El orgasmo me golpeó como un latigazo que me dejó sin aliento por un rato.

Cuando volví a dormirme, soñé que la que estaba atada, pero a los grillos de una pared, era yo. Estaba en bolas. Solo podía mirar a esa pared. Pero en el sueño pude ver como el pendejo me metía por el culo una pija descomunal, como de treinta centímetros, y me la clavaba con furia. Al principio, gozaba como una perra, pero después, el culéo era tan bestial, que me empezó a doler cada vez más, hasta que empecé a gritarle al pendejo que parara.
Sin embargo, Javier no me hacía caso y, no solo seguía, sino que le daba más fuerte hasta que el dolor se hizo insoportable. Me empezó a salir sangre del culo y me desperté, asustada y caliente al mismo tiempo.
Después de eso no pude volver a dormirme.

A la mañana siguiente, noté que ninguno de los dos había dormido muy bien. Era sábado y decidí atacar a la hora de la siesta. Mi hermana y mi cuñado se acuestan siempre varías horas.
Yo también fui a mi habitación luego de almorzar, pero a prepararme. Claro que primero me aseguré que el pendejito iba a estar arreglando una moto, en un galpón que ellos tienen, como a doscientos metros de la casa.

Hubiera ido a su encuentro totalmente en bolas, tantas ganas le tenía.

Pero una de las cosas más excitantes en las cogidas son los momentos previos, las preliminares, los preparativos. Es el juego de "Mirá todo lo que tengo para vos", "imagínate todo lo que te voy a hacer", "pensá todo lo que vamos a gozar cuando nos tengamos" y cosas por el estilo.
Por eso, me puse una tanga roja y me mojé bien el pelo, las piernas y las lolas.
Además, quería estar en forma. Hace tiempo, descubrí que un buen trago de whisky y dos o tres lexotanil son una mezcla que me prepara para cualquier cosa y, como yo quería que pasara cualquier cosa, me mandé esa medicina, de lo más excitada.
Me sentía una pendeja, libre para siempre, feliz por desvirgar a un niño que, además, era pariente.
Descalza, salí al encuentro del machito, que no sabía lo que le esperaba.

El galpón es una construcción de chapa, bastante grande. Al lado hay un tanque australiano.
Javier estaba afuera. Cuando me vio, se quedó con la boca abierta. Estaba arreglando su motito, vestido solo con un pantalón corto gastado. Me lo imaginé en bolas, musculoso y transpirado, teniéndonos el uno al otro, frotándonos y gimiendo de deseo.
Era increíble solo pensar cuanto podíamos gozarnos.
Ya quería estar acariciando esa verga. Era mía.

Soy una hembra muy hembra. A pesar de haber parido dos hijos, mi piel es suave y firme, sin manchas y sin estrías. Tengo un grande y erguido par de tetas que envidiaría cualquiera. Lo mismo puedo decir de mi culo. Hablando de eso, le sonreí a mi sobrinito y le mostré el orto, como al descuido. Me exhibí bien exhibida. Quería que se atragantará solo de mirarme. Quería que enloqueciera de solo soñar con todo lo que podía hacer con un pedazo de hembra como yo.
- ¿Estoy tostada, no?- le dije
- ...eh...la verdad...-
- ¿Tenés vergüenza de ver a tu tía?-
- Eh...no...¿cómo voy a tener vergüenza?
- A mí me gusta andar así cuando hace calor.
El pibe no supo que responder. Solo miraba. Se le empezaba a notar el bulto. El se dio cuenta que lo estaba viendo ahí y se puso colorado.
- ¿Qué pasa?- le dije- A mí me gusta mirar como se arma un lindo pedazo.
Javier no lo podía creer.
- ¿Por qué esa cara?, ¿Todavía no tuviste hembra, vos?
- Sí, ...claro. - Quiso cancherear.
- Decime la verdad, soy tu tía y te puedo enseñar.
- Ah...¿sí?
- Pero me tenés que decir la verdad, si me decís la verdad va haber premio, sino, no.
- ...
- Nunca cogiste, ¿no?
- Yyyy...todavía no.
- Es una pena, pero se puede arreglar. ¿Querés el premio?
- Pero...
Me saqué el corpiño y deje mis tetas en libertad y encañonadas contra el pendejo.
- ¿Te gustaría sacarme la tanguita?
- ...
- Si lo haces bien, después vas a poder probar hembra.
El pibe mandó todas las inhibiciones a la mierda y se vino al humo, como para violarme. Lo paré con un gesto, justo antes que me tocara.
- No hay que apurarse...bájame la tanguita despacito, pero no me vayas a acariciar ni nada. Solo sacame la tanga con la punta de los dedos.
Javier, muy obediente, hizo lo ordenado. Ambos jadeamos y gemimos y transpiramos pero cumplimos en aguantarnos las ganas de abrazarnos y manosearnos y revolcarnos ahí mismo.
Por fin se quedó con mi tanga en la mano.
_ Sentíle el olor- le dije. El chico le acercó la nariz y se retorció de placer. Pareció que le explotaba la bragueta. Había que aliviar la presión. Me arrodillé en el piso de tierra y empece a sacarle el pantaloncito. El chico se dejó hacer y pronto quedó al descubierto un maravilloso ejemplar adulto de verga virgen, lista para entrar en uso. Me la tragué de un bocado y la circundé con mi lengua ansiosa. A mí bebe se le aflojaron las rodillas. A pura chupada, lo puse de espaldas contra el piso. Me di vuelta y mientras lo seguía chupando, le entregué mi concha para que su lengua hiciera lo que quisiera. No siempre a un chico de quince años le pasa que una hembra veterana y calentona le aplaste la concha en la cara. Pero un macho sabe que hacer, aunque no lo haya hecho nunca. Nos chupamos con deleite. Jugué con sus pelotas mientras nos revolcábamos por la tierra como locos. Saque la boca de su palo y me puse a pajearlo con entusiasmo. No quería que su primera leche me entrara. No señor. Conmigo iba a seguir largando guasca afuera, por lo menos una vez. Así que le daba y le daba a la mano hasta que ya lo tenía por derramar y entonces me frenaba y lo dejaba ahí, con el liquido a punto. Eso lo volvía tan loco que dejó de chuparme y gritaba y pedía que lo terminara, pero no esa no era mi intención. Una tía tiene que hacerlo hombre a su sobrino mimoso. Le di otra buena mano y volví a parar, y otra más, y otra más hasta que, al final, lo dejé venir y ahí largó una violenta catarata de leche que voló y terminó cayendo en la tierra, en sus piernas y en mi cabeza.

Nos soltamos y descansamos un ratito. No pasó mucho tiempo, porque me le fui a la verga buscando más acción. Lo manoseé un poquito y ya se le puso de nuevo como un fierro. Aproveché para acomodarme encima de esa lanza y entrar a galopar furiosamente. Mi sobrino le daba duro y enseguida agarramos una marcha fabulosa. Yo me olvidaba de todo y solo sabía de esa cosa grande y dura que me invadía y me golpeaba y se me metía hasta el alma.
Me largó la guasca bien, bien adentro y me sentí la hembra más hembra de toda la Creación.
El placer me subió y bajó por todo el cuerpo, me recorrió , me golpeó, me acarició y me hizo vibrar hasta la última célula. Sentí que nada importaba en la vida, solo gozar de esa pija y de ese momento. Me derrumbé sobre Javier y este aprovechó para besarme y lamerme con desesperación.

¿Quién soy yo para negar mi carne?
Le ofrecí mis tetas, plenas y transpiradas, y él las tomó y las engulló con gula y comió mis pezones y se regodeó con ellos y bebió y chupó y se sintió feliz y macho, hasta que quedamos agotados.
Pero la paz duró poco.

Desde donde había quedado tirada, pude ver que, adentro del galpón había una mesa. En realidad eran unas maderas montadas sobre unos caballetes. Una idea me cruzó la mente y la calentura me volvió al instante.
Me levanté y desafié al pibe a que me acompañara. Javier se incorporó enseguida. Llegué a la mesa y me acosté sobre ella, boca arriba. Abrí bien las piernas y le ofrendé mi concha a plena apertura para que hiciera con ella lo que quisiera. Mi sobrino no necesitó indicaciones: Acomodó mis piernas sobre sus hombros y me enterró la pija de un solo golpe y me empezó a bombear, mientras me cagaba a puteadas. Yo aullaba de lujuria y felicidad. Javier me la estaba rompiendo y me mostraba todo lo macho que era. Yo recibía y recibía y siempre quería más.
- Dale, dale...¡Ayyyy mi Diioooss, que pija hermosa que tenéees!-
- ¿Queres puta, toda la queres?-
- siiii,siiii, la puta que te paríoooo....-
- ¿Así, asiii?
- Dale, dale, hijo de puta, rómpemela, viólame, guacho...asiii...rómpeme la concha...haceme acabar, puto...dame la puta leche....damelaaa...
- Aaaaahhhhhh.....
- Aaaaahhhhh...
El chorro de leche explotó en mi interior y me bañó por completo.

Quedé casi desmayada de placer y Javier se me vino encima y se prendió de mis tetas y me acarició toda. Lo abracé y quedamos así, aferrados el uno al otro como dos náufragos. Él era mío, todo mío, para lo que yo quisiera. Era mi bebe. Mi juguete, mi consolador de carne y hueso. El trozo le latía en mi interior.
Nos besamos suavemente un buen rato.
Se me ocurrió que podríamos darnos una remojada en el tanque australiano para sacarnos la tierra. Javier estuvo de acuerdo.

El agua estaba fría porque al tanque le da sombra una pared del galpón y dos grandes árboles. El frío me dio calentura y me lancé a bucear con el objetivo que capturar un gran pez-verga que había visto por las inmediaciones. El pez estaba descansando cuando lo encontré, pero enseguida que lo agarré se despertó. Lo metí en mi boca para darle calor, pero muy pronto quiso salir, porque deseaba meterse en otro agujero.
No tuve tiempo de maravillarme cuando Javier me levantó del agua, me tomó por la cintura y me empaló en su fierro. Rodeé sus caderas con mis piernas y me dediqué a gemir mientras él me la daba de parado, bien a lo macho. No sé cuanto tiempo estuvimos así, pero la inundación de leche que sobrevino fue maravillosa y me dejó feliz por un buen rato.
Lo había hecho hombre al chico, lo había transformado en un macho fuerte y potente, listo para darle satisfacción a cuanta hembra se le cruzara por delante.

Era hora de volver a la casa, no sea cosa que mi hermana pensara que estabamos haciendo algo malo.

(c) Tauro, 2000

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