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ENVIO A DOMICILIO



Estará muy mal, ya lo sé, pero desde que lo vi me lo quise coger.
Trabaja en el supermercado de la vuelta de casa y es un negrito de dieciséis, diecisiete años, no más. Es flaquito y alto. Tiene labios gruesos, de animal salvaje, manos grandes, de dedos largos y ojos de fiera. Vaya a saber en que villa vive. En todo caso, me excita pensar que viva en una villa. Lo tienen para reponer mercaderías y hacer envíos a domicilio.

La primera vez que lo vi, me miró como si me estuviera desnudando, como si me quisiera partir al medio a pijazos, como si me fuera a llenar de guasca hasta las orejas. Yo le puse cara de desprecio, para que se calentara más.
Por supuesto, no me dijo nada, pero no hacía falta: me la quería dar y yo quería que me la diera.

Tengo treinta y cinco años. Siempre me gustó andar a los revolcones con cuanto macho me haya gustado y tengo cuerpo como para que me miren y se babeen por mí.

Son lindos esos animalitos de piel oscura, esas bestiecitas brutas y jóvenes que te violan silenciosamente, en sus pensamientos, que te recorren los muslos, la concha , las tetas y el culo con la mente; que, cuando una se va, le dicen a su compañero como se la cogerían a esa veterana con cara de puta que había ido a hacer las compras; que, después, a la noche, en su casa, se hacían una buena paja pensando en esa mina grande y fuerte, imaginando todo lo que le harían si pudieran, diciéndose que la harían gozar muchísimo más que el boludo que tenían por marido, fantaseando con que la mina jamas había conocido macho como ellos y que, cuando terminaran de culearsela, la tipa les iba a pedir por favor que se la volvieran a dar.

Ese día, cuando fui a comprar, no fingí. Nos miramos con ganas de matarnos en la cama.
Entonces decidí darle una oportunidad.

Hice una compra enorme y pedí que me la mandaran a domicilio y corrí hacía mi casa.

Me puse un vestidito amarillo de tela liviana, de lo más berreta, que me queda un poco chico y me hace parecer una reputa, porque me marca mucho el culo y me queda tan corto que casi se me ve la cachucha. Lo compré un día y enseguida me arrepentí porque, además, el gran escote me deja las tetas casi afuera. No quise ningún corpiño. Tengo tetas grandes y duras. No necesito levantarlas con nada. La idea era que se me marcaran los pezones, bien parados debajo del vestido. En realidad, el borde de un pezón, directamente se me veía. También me maquillé como les suele gustar a estos negros, o sea como una atorranta. Dudé en que calzado ponerme y, al final, decidí quedarme descalza. Me pareció que eso lo iba a recalentar. Estos pibes quieren ver carne, nada de sutilezas. No me puse aros ni ningún accesorio, porque me los iba a terminar arrancando cuando cogiéramos, porque quería voltearme a esa bruta criatura sin ninguna delicadeza.

Me perfumé las tetas, las piernas, la concha, el culo, toda, pero no me bañé ni me lavé. El perfume mezclado con el olor a hembra caliente los enloquece. Me serví un vaso de whisky con hielo. Al segundo vaso me sentía tan hirviente que me bajé un poco la bombacha e inicié una suave paja que fue subiendo en ritmo e intensidad con los minutos.

Imaginé que estabamos, el chico y yo, solos en un bosque y que su formidable pija y mi palpitante concha se unían en una salvaje danza.

Fantaseé con que estaba abrazada a un gran árbol y el negrito me la daba por el culo, aullando como una bestia, hasta que a mí me saltaban las lagrimas y a él le explotaba la guasca y yo la sentía llegar hasta mi garganta.

A las tres y media de la tarde tocaron el timbre. Frené en seco mi manoseo, me subí la bombachita, me chupé un buen trago de whisky y fui a abrir, atravesada por ráfagas de lujuria.

Ahí estaba el negro, mirándome con vergüenza de pendejo y ganas de bestia. Yo estaba bañada en transpiración y, de solo pensar que el negrito hermoso ese se daba cuenta de porque estaba tan sudada, me estremecía de pies a cabeza.

Lo hice pasar y lo llevé a la cocina. Caminaba por el pasillo de casa, sintiendo con mis pies desnudos la sensual calidez del piso y fantaseando con cogerme al pibe ahí mismo. El pendejo venía atrás y me lo imaginaba comiéndome el culo y las piernas con los ojos. En la cocina, el chico descargó la mercadería. El también transpiraba, y no por la temperatura del día. Yo iba acomodando todo, muy excitada, pero sin saber que hacer, como seguir. Cuando terminó y se disponía a irse, siempre desnudándome furtivamente con la mirada, le dije, impulsivamente, que se sentara, que tomará algo, que hacía mucho calor.
- Me tengo que ir. - me dijo, pero se sentó.
- Tomate algo, hace calor. - Insistí.

Le serví un buen vaso de whisky con hielo. Me miró como para decir algo, pero se quedó callado y empezó a tomar. Yo me serví otro y me lo chupé de un trago. Me lo iba a pasar a ese negrito. Le iba a conocer la pija. El pibe me miraba sin saber que hacer. Yo, en cambio, a cada momento tenía más ideas.

Enseguida vi que el chico no se iba a animar a nada, por más ganas que me tuviera. Ya eran las cuatro menos diez, y mis hijos, Beto y Andreita, venían a las cinco y cuarto del colegio.
Estos pibes no se le animan a una hembra grande, por más fiebre que tengan.

Había que tomar la iniciativa y yo tenía la suficiente calentura como para hacerlo. Me enloquecen estos chiquitos bestiales que andan por todos lados, animalitos salvajes de pijas duras que desperdician guasca en pajas inútiles, fantaseando con ser bien machos, cuando podrían entregarla en conchas calientes y necesitadas como la mía.

Apuré un trago de whisky de la botella y, sintiendo que explotaba y que todo lo demás se podía ir a la mierda, le arrimé mi cara sudorosa y excitada a la suya y le dije:
- ¿Y si te recojo, pendejo de mierda?, ¿Vos que decís?.

No dijo nada. Se quedó duro y yo, con las bragas bañadas en flujo, aproveché para meterle una mano abajo del pantalón. No había tiempo que perder. Encontré un fierro durisimo y el nene se estremeció de placer. Le acaricie brutalmente la verga e invadí su boca con mi lengua.

Eso lo despertó y quiso abrazarme y ahí mismo sacarse las ganas, pero esa no era mi idea. No había esperado tanto tiempo para terminar en un polvito de dos minutos. Así que me solté de él y, con la botella de whisky en la mano, me dirigí al dormitorio. No necesité decirle que me siguiera. Vino como una tromba. En realidad, se me quiso tirar encima. Tuve que pararlo y enseñarle a sacarnos la ropa de a poquito, hasta quedar en bolas por completo. Cuando vio mis tetas, paradas y mojadas por el sudor, abrió los ojos como un desesperado. Mi culo le gustó más todavía. Me quería tener, se le notaba.

Para comenzar a conocernos, ahí, paraditos al lado de la cama, me eché un buen chorro de whisky en las lolas y luego le agarré la cabeza y lo obligue a refregarse en mis pechos. Casi se ahoga. Mientras tanto, le manoseé la verga y la sentí dura a reventar.

Empecé mi ataque por la pija, una cosa hermosa, dura y gruesa que me desafiaba. La tomé con mi boca y le acaricié los huevos mojados de sudor, para enloquecerlo y mostrarle todo lo que tenía para darle. Al pibe se le aflojaron las piernas y pareció que guasqueaba al minuto de chuparlo. Lo paré, presionándole la verga donde hay que hacerlo. Su primera leche iba a ir directa a mi hambrienta concha, y no a otro lugar. Lo seguí chupando, de parado, hasta casi hacerlo llorar. Nunca había tenido algo como esto. Ni en sus mejores pajas. Después lo solté y lo llevé a la cama. Lo puse boca arriba, con el fierro bien parado, como un mástil y me acomodé encima de ese palo. Montado en el pendejo, lo empecé a cabalgar con más y más fuerza. El negrito villero me manoseaba torpemente las tetas, haciéndose el macho y yo me hundía más y más en su palo. El pibe gemía y se contorsionaba, loco por tener tanta hembra a su disposición.
- Dale, negro puto, dale, llename de leche, la puta que te parió.
- Ahhh, auuuugggghhh...-
- ¡Cogeme , cogeme, puto mierda, así , dale, carajo, dale, puto, hacemelo, dame la leche, negro putooo...!
- Ahhhh, putaaaa....
- ¡Tomá, puto, tomá, esto es una hembra , tomá hijo de puta, villero, negro mierda, coge , dale, puto, acá tenés hembra negro pajero, puto, puto de mierda, cogeme, larga la leche, puto de mierda, largala hijo de puta, guasquea, quiero tu puta guasca, puto...!
- Ahhhhh....

Y soltó su leché. Como una explosión que me recorrió todo el maldito cuerpo y casi me mata y que me hizo aullar como una perra y derrumbarme sobre su cuerpo y abrazarlo y vibrar y gritar y putear de placer y retorcerme de lujuria.

Quedé medio inconciente un buen rato, hasta que vi el reloj de la mesita de luz: casi las cinco, los chicos iban a llegar.
No, no, yo quería más.

Quería más leche de negro villero adentro mío. Quería que ese pendejo se hiciera las próximas trescientas pajas de su vida pensando en mí. Quería que se muriera pensando en mi, en esa hembra grande que se lo había cogido y que nunca más se lo iba a coger. Quería que, cuando se terminara casando con alguna negrita villera, pensara en mis tetas y en mi concha, que nunca más serían suyas. Así que lo puse arriba mío y lo encendí otra vez a lengüetazos y gruñidos.

El negro se endureció bestialmente y me entró a dar. Yo lo agarre del culo y me abrí bien para recibirlo. Sentía su verga muy adentro, entrando y saliendo.

El primer timbrazo de mis hijos me volvió loca de placer.

El segundo timbrazo fue justo cuando guasqueó.

Casi desvanecida de placer, supe que los chicos ya habrían usado la llave y entrado. Enseguida me buscarían y terminarían encontrando a su mamá en bolas en la cama, con un negro también en bolas encima, cogiendo a lo loco.

Eso me excitó.

El negrito quería quedarse dormido encima mío, pero no lo dejé. Lo hice levantar a los tirones, agarré nuestras ropas y lo llevé al lavadero. Desde allí, les grité a los chicos que fueran a lavarse y se prepararan la merienda, que yo ya iba. Por suerte esto es común. Suelo encerrarme en uno de los dos baños y darme largos baños de inmersión, con paja incluida, así que los chicos no se sorprendieron demasiado.

Lo lógico era vestirme e ir a atender a los chicos y tratar que el pendejo se pudiera rajar sin ser visto. Pero lo vi en lavadero, a mi merced, tan lindo, tan joven, tan salvaje y con la pija otra vez toda durita; y yo estaba en bolas, toda atravesada aún por el último orgasmo. Sabiendo que esto no sé podía volver a repetir, me rendí al Dios Verga y me arrodillé y le agarré el palo con las dos manos y me lo tragué en mi boca hambrienta y lo chupé con ansias. Sentía que los chicos andaban por ahí y más me calentaba y lo hice caer al pendejo de espaldas al piso y le seguí dando a la lengua.

Pensaba que los chicos podían entrar al dormitorio y encontrar las sabanas revueltas y el piso chorreado de whisky o, directamente, venir al lavadero y eso me calentaba más y más.

Entonces, mientras le chupaba esa pija divina, me empecé a acariciar la concha y a darme una paja más y más fuerte, hasta que acabé con un orgasmo alucinante, justo cuando su leche caliente entraba en torrente en mi garganta, y mientras pensaba que los chicos podían llegar a ver a su madre, tirada desnuda en el piso del lavadero, con la boca llena de la pija de ese hermoso negro villero.

Disfruté de ese liquido espeso como de la mejor bebida y le unté las bolas al pendejo con mi flujo.

Los gritos de mis hijos, desde la cocina, reclamando mi presencia, me despabilaron.

Me vestí apurada, me peiné a los manotazos y fui a ver a los chicos.
Los besé con mi boca todavía sabiendo a la leche del negrito.
El chico se las arregló para tomárselas mientras atendía a mis niños.
Nunca me olvidaría.
Nunca lo olvidaría yo, tampoco.

(c) Tauro, 2000

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