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¿QUIÉN MANDA AQUÍ?
El primer día que Greta me basureó frente a todos, fue el más humillante
de mi vida.
Soy un hombre tímido e introvertido. Siempre fui así y es uno de mis
grandes problemas. Me cuesta relacionarme con la gente y en especial
con las mujeres. Me cuesta decir que no y siempre tengo miedo que los
demás se enojen conmigo y me peguen. No puedo discutir. Por dentro me
pongo furioso cuando alguien me ofende, pero no lo puedo exteriorizar.
Me trago la bronca. Me parece que si llegó a enfurecerse en una discusión,
voy a terminar matando al otro y, entonces, evito todos los pleitos
y me voy siempre al mazo.
Otros con los que la paso mal es con las personas prepotentes.
Por eso, para mí, lo peor de todo es una mujer prepotente.
Como Greta.
Mi política con estas personas es escaparme, es decir, rehuirlas todo
lo que puedo. Eso es lo que hice con Greta. Ella es la Jefa de Personal
en la empresa en que trabajo. Es una mujer de cuarenta años, de ojos
celestes de mirada helada y rostro bonito pero siempre severo. Desde
que la conozco usa el pelo platinado y muy corto, sobretodo a los costados
y en la nuca. Tiene un físico atlético y siempre viste ropa ajustada
y oscura. Jamás la vi con pollera. En cambio, es muy común que se paseé
calzada con botas altas de cuero negro.
Por mi parte, a mis treinta años, he frecuentado más bibliotecas que
gimnasios. Soy delgado y un tanto frágil, a decir verdad. Greta hasta
me gana en unos centímetros de altura.
Como dije, Greta es la Jefa de Personal. Yo no pertenezco a su departamento,
trabajó en Tesorería, pero a veces tengo que ir por ahí. Siempre me
manejo con los otros empleados y, si puedo, hasta evitó ir cuando ella
está. Greta es famosa por el mal carácter, las pésimas contestaciones
y la mirada despectiva. Se rumoreaba que era lesbiana, pero nadie lo
sabía con certeza.
Esa tarde, fui a llevar unos papeles y prácticamente me la lleve por
delante.
- ¿Qué querés? - Me escupió.
- Eehhh ...esteee...yooo... estos papeles..-
Le tendí los papeles y, por los nervios, se me cayeron al piso. Los
demás que estaban ahí se empezaron a reír. Yo me puse colorado.
- Levantálos, pedazo de boludo. - Me dijo.
Todo avergonzado, me apresuré a hacerlo. Cuando terminé, me sacó los
papeles de un manotazo y se fue.
Ese día empezó mi calvario. No pasaba ocasión que Greta no se diera
una vuelta por Tesorería y me basureara. Al final, convenció a mi jefe
y logró que me transfirieran a su departamento.
Ahí, para la risa de todos, me transformé en el chico de los mandados.
Era más cadete que los cadetes. Greta hacía lo que quería conmigo.
Una tarde, me ordenó que me quedará con ella a hacer horas extras. No
me atreví a decirle que no. Quedamos solos en esa parte de la empresa.
Ella estaba vestida con un ajustadisimo pullover negro, una calza de
ese mismo color e igualmente apretada y sus clásicas botas altas.
En un momento, Greta fue al baño y tardó un rato. Cuando salió, su rostro
tenía una expresión de perverso placer. También note otra cosa extraña
en su aspecto, pero al principio no me di cuenta que era. Luego, algo
perplejo, observe que se marcaban notoriamente los pezones, debajo del
pullover. Era algo muy evidente y me pregunté como no lo había visto
antes. Se me cruzó la idea de que Greta se había quitado el corpiño
en el baño, pero lo tome como una fantasía mía.
En un momento, Greta me ordenó que le alcanzara unos informes. Se los
llevé, los agarró y, apenas los miró, me dijo que me había equivocado,
que no era eso lo que me había ordenado.
Intente una tímida protesta pero, sin escucharme, Greta, arrojó los
papeles al piso. Luego dijo que los levantara y que fuera a buscar lo
que había pedido. Rojo de vergüenza y furia, me agache a levantar los
papeles. En eso estaba cuando sentí un fuerte golpe en el culo y caí
de bruces. Me di vuelta, pero antes de poderme incorporar, la tenía
a Greta encima mío.
Sentada sobre mi abdomen, la yegua me sacó la corbata y después me abrió
la camisa. No fue muy dulce. Los botones volaron. Greta siguió forcejeando
con mi camisa y se alzó apenas para poder quitármela y luego tirarla
por ahí, hecha un bollo. Ahora le tocaba el turno a su pullover.
Se lo sacó de un movimiento y confirmé que abajo no llevaba corpiño.
Su piel era blanca y delicada. Las soberbias tetas se alzaban, orgullosas
y abundantes. Los pezones, grandes y puntiagudos, me encañonaron.
Greta se inclinó hacia mi y me ahogó en sus ubres.
- ¡Chupá, basura!- Me gritó.
No podía hacer otra cosa más que tragarme esos melones, uno a uno. No
es que me disgustara. Era carne firme, sedosa y perfumada que había
nacido para ser chupada.
Al cabo de un momento, pude sentir a Greta gruñendo de placer.
Tan violentamente como me inundó con sus pechos, así fue como me los
quitó. Se apartó y fue hacía mis piernas. Volaron mis zapatos, las medias,
el pantalón y el slip. Cada cosa fue a parar a un lugar distinto.
Con una mano, Greta me aferró la pija. "¿Te sirve para algo esta mierda?",
me dijo, mientras me apretaba la verga hasta hacerme gritar. Sin embargo,
a mi amigo parece que le gustó el tratamiento, porque se puso duro como
un palo desde ese momento. Con la otra mano, la puta se iba quitando
a los tirones las botas y el pantalón. No llevaba bombacha.
Sin vueltas, sin juegos y sin pausa, Greta se puso a horcajadas encima
mío y se clavó en mi dura verga con un alarido. Excitada por su dolor,
me empezó a cabalgar frenéticamente. Al principio me miraba con furia
y, mientras gruñía de placer, me gritaba insultos como "puto", "cobarde"
y "maricón". Pero, poco a poco, las palabras fueron muriendo antes de
salir de su boca y los gruñidos se hicieron gemidos y los ojos se le
entornaron hasta casi cerrarse. Estaba perdiendo totalmente el control
y al ver eso, yo me iba sintiendo cada vez más y más potente, más y
más hombre.
Exploté y mi leche la inundó. Greta recibió mi chorro caliente con un
alarido. Se derrumbó encima mío, pegando a mi rostro el suyo. La abracé
y pude sentir como se me entregaba ese cuerpo de hembra, mientras, en
su interior, mi pija latía.
Tras unos instantes, Greta se fue recuperando. Pude sentir su cuerpo
ponerse en tensión. Le acaricie el culo y ella gruño disgustada. No
la iba a dejar volver a tomar el control. De un tirón, la di vuelta
y me puse encima de ella. Al principio se resistió y forcejeo furiosa.
Pero, esta vez su enojo no hacía más que excitarme y potenciarme. Me
salí de su concha y, sin miramientos, la puse boca abajo. Pataleó un
poco y soltó algunos insultos, pero, desde el orgasmo, no tenía mucha
voluntad para resistirse. Su culo se me exhibió en toda su maravillosa
plenitud. Duro y terso, me desafiaba a poseerlo. Le abrí las piernas
y la empale sin piedad. Greta gritó y esta vez fui yo quién gruñó, pero
de furia, porque ese culo todavía no se me entregaba. Otro golpe y la
pija se hundió apenas un poquito más. Otro golpe y para atrás. Y otro.
Y otro. Y otro. Ya se estaba dejando. Eso me enloqueció. Redoble los
ataques, sin atender gritos, ni suplicas, ni llantos, ni alaridos de
placer. Solo era mi verga taladrando esa carne palpitante. Me llené
las manos con sus tetas y, golosamente, las estrujé, mientras seguía
culeandola. Iba a violar y degradar a esa perra, para que nunca me olvidara.
Para que por años se hiciera la paja con la imagen de mi verga rompiéndole
el culo. Le bombeé guasca como para que le saliera por la boca y me
deje estar encima suyo, casi desmayado. No sé cuanto tiempo paso hasta
que me salí de su culo y me quede tirado al lado suyo. Un rato después,
Greta se dio vuelta y se puso boca arriba. Me miró con ojos húmedos
e implorantes. Mi pija y yo entendimos lo que quería.
Me puse arriba suyo. Ella comprendió que ahora iba a mandar yo y me
cruzó sus piernas alrededor de la cadera. Empece a atravesarla con feroces
lanzazos. Greta recibía gustosa y pedía más. Me acariciaba la espalda
y ronroneaba excitada. Cuando la tuve a punto, paré mi galope y me entretuve
lamiendo sus tetas. Le mordisqueé suavemente los pezones y luego un
poco más fuerte y otro poco más hasta hacerla gritar. Entonces me arañó
la espalda y eso hizo que la agarrara del pelo con las dos manos. Aulló
de dolor, pero dejó de arañar. Acá el que mandaba era yo. Los ojos se
le llenaron de lagrimas. Era una hembra vencida y eso me calentó fabulosamente.
Retomé mis potentes vergazos y la inundé de placer.
Al rato de darle y aflojar justo cuando estaba por acabar, la perra
me empezó a pedir leche a gritos.
Pero yo tuve una mejor idea.
Cuando estaba por largarle la guasca, me salí violentamente de su concha
y reemplacé la pija por los dedos. El índice y el mayor entraron a la
cueva, mientras que el pulgar visitaba el clítoris. En segundos acabó,
en medio de espasmos de placer.
Era mi turno.
Me paré encima de su cara y no necesité demasiada mano para descargarle
un chorro de leche que le dio entre los ojos y le bañó todo el rostro.
Greta gimió de placer al recibir mi lluvia.
Después me agaché y le refregué la pija por los ojos, la nariz y, por
último, la boca, para que pudiera lamerle el choto a su amo.
Desde ese día nos entendemos mejor.
(c) Tauro, 2000
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