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LA PREFERIDA
Era un viernes extremadamente caluroso de enero. A las once de la mañana,
Verónica y Romina bajaron del "Ciudad de Buenos Aires", el viejo barco
de Ferrylineas, y contemplaron el pequeño puerto de la ciudad uruguaya
de Colonia con indisimulada excitación. A sus dieciocho años recién
cumplidos, (Verónica era doce días más grande), era su primer viaje
fuera de Argentina. Tuvieron que presentar el permiso por escrito de
sus padres para que las dejaran salir del país. Ahora, con un bolso
de mano cada una, comenzaba la aventura.
La primera misión era conseguir alojamiento para pasar el fin de semana.
No tenían nada contratado y pronto se dieron cuenta de su error. Había
demasiados turistas y todos los hoteles aceptables por el precio, estaban
completos. Finalmente desistieron de ir a un hotel y, aconsejadas por
unos vecinos, fueron a dar a una antigua casa ubicada en la Ciudad Vieja.
El frente de la casa estaba muy bien conservado. Las chicas llamaron
a la puerta y las atendió Andrea, la dueña del lugar. Andrea era rubia
de treinta y cinco años, separada, que conservaba la casa que había
sido de sus padres. Era una mujer bonita, bien formada por el gimnasio
y de ojos celestes, como los de Romina. Estaba muy bronceada por el
sol. Vestía una blusa rosa sin mangas y un short de jean. En el fondo
de la casa había adaptado un amplio galpón donde antes se guardaban
herramientas y lo había convertido en un bonito departamento de dos
ambientes, con una pequeña cocina y un baño. El dormitorio, lamentablemente,
carecía de ventanas, pero tenia un respetable tragaluz redondo, que
daba al patio, el cual podía abrirse para que corriera aire. Tampoco
el techo de chapa ayudaba con ese calor que hacía, pero en el dormitorio
había un ventilador de techo y Andrea les podía facilitar otro de pie.
Otro inconveniente que existía es que la cama era matrimonial. Andrea
no tenía camas individuales para darles. La mujer les explicó a sus
jóvenes clientes que siempre le alquilaba a matrimonios, "por tranquilidad".
Las chicas estaban tan entusiasmadas con haber encontrado un lugar después
de tanto caminar, que le contestaron que no había ningún problema con
el tragaluz, el techo de chapa y la cama, total iban a pasar unos días
y ellas eran amigas. No iba a ser la primera vez que durmieran juntas.
Siempre hacían eso cuando una se quedaba a pasar la noche en casa de
la otra. Y ahí eran camas de una plaza, así que aquí iban a estar más
cómodas. Por eso les rogaron a Andrea que les alquilase la pieza.
Andrea las miró, dos chiquilinas delgadas, embutidas en sus jean gastados,
con sus remeritas casi iguales y sus caritas implorantes y decidió que
no podían traerle ningún problema. No parecían drogadictas ni nada de
eso. Las dos llevaban el pelo largo y lacio, castaño claro el de Verónica
y rubio el de Romina, peinado con raya al medio.
Los dos ventiladores, el del techo y el de pie, estaban al máximo de
su potencia y apenas conseguían que el dormitorio, a las cinco y media
de la tarde, no fuera un completo horno. La radio de Verónica sonaba
fuerte, derramando rock pesado. Las chicas habían sacado sus cosas de
los bolsos. Por el calor, ambas estaban en bombacha y remera. Verónica
se había sentado en el medio de la cama y miraba el lugar con sus ojos
verdes entreabiertos. Romina salía del baño, tironeando su cabello con
un peine y a las puteadas.
- ¿Que pasa? - dijo Verónica.
- Este peine de mierda - le contestó.
- Veni, yo te peino, no chilles.
Romina se fue a sentar a la cama. Siempre era así. No sabia pasarse
un peine. Veronica se acomodó a su espalda y empezó a desenredarle el
pelo. Romina se dejó hacer.
- Ponete encima mío, así. - le dijo Verónica. Romina se puso a upa del
muslo derecho de su amiga, para estar más cerca, así la otra podía trabajar
mejor. Con el calor y la cercanía de los cuerpos, pronto estuvieron
transpirando. Se sacaron las remeras, para estar mejor, y así dejaron
libres cuatro jóvenes y redondeadas tetas. A pesar de que el peinado
pronto acabo, se quedaron en esa posición, una sentada encina de la
otra en el medio de la cama de dos plazas, un buen rato. Se suponía
que escuchaban música. La verdad es que ninguna se quería soltar. Romina
se sentía bien, sentada sobre su compañera, con lo brazos de esta descansando
alrededor de su cintura. Verónica estaba muy cómoda en esa posición,
con los pezones apoyados en la suave piel de la espalda de su amiga.
Pronto, las manos de Verónica tenían vida propia. Empezó a acariciar,
como al descuido, el plano vientre de su compañera. Romina se dejó hacer
y luego comenzó a acariciar, lentamente, con su mano izquierda el muslo
de Verónica. Estuvieron tocándose un buen rato, sin decir palabras,
a lo sumo tarareando la música. Después, la mano derecha de Verónica
se volvió más aventurera y tomó, suavemente, el pecho derecho de Romina,
y se quedo ahí, inmóvil. Esta respondió deteniendo su caricia y aferrando
un borde de la bombacha de Verónica.
- ¿Que haces? - musitó Romina, casi sin poder hablar por la mezcla de
miedo y excitación que la inundaba.
- Deja...dejame...- contestó Verónica, con voz ronca y le empezó a lamer
el cuello y acariciar los pezones.
Nunca les había pasado pero, sin embargo, fue casi natural. Romina gimió
de placer y como un acto reflejo, tironeó de la bombacha de la otra.
Verónica aumentó las caricias y los lamidos y Romina insistió en quitarle
la braga a su amiga. Bocas y lenguas se encontraron, al mismo tiempo
en que una le quitaba la trusa a la otra. Libres de toda ropa e inhibición,
se dedicaron a besarse y tocarse de la cabeza a los pies. Los delgados
cuerpitos rodaban en la cama buscando todas las formas del placer. Se
obsequiaron las conchas vírgenes y encontraron una posición ideal. Tendidas
boca arriba, Romina se ubicaba encima de Verónica, sobre el muslo derecho
de esta. Así mientras Verónica masturbaba a su amante, esta hacía lo
mismo con ella.
Echadas así, se arrancaron sucesivos orgasmos.
Andrea había ido a pedirles que bajaran un poco la música cuando sintió
los ruidos. Al principio no los identifico, pero después se dio cuenta
que eran gemidos...de placer. Parada al lado de la puerta de sus huéspedes,
asándose al calor del patio, quedó un momento shockeada, sin saber que
hacer. Después se acordó del tragaluz.
Acercó una escalera de mano y, cuidadosamente, se puso a espiar. Tenía
pavor de que la vieran pero, a la primera tímida ojeada, se dio cuenta
de que sus inquilinas estaban demasiado ocupadas como para darse cuenta
de nada.
Las vio en la cama, completamente desnudas, enzarzadas en un ardiente
sesenta y nueve, la cabeza de cada una hundida en la abierta entrepierna
de la otra. Los dos cuerpos se contorsionaban locamente.
Las guachitas gozaban como perras. Andrea, subida a la escalera, transpiraba
por el sol y por la envidia. Ella sola, y esas dos pendejitas dándose
la gran fiesta. No habían esperado nada para cogerse. Luego de chuparse
las conchas a placer, se soltaron y empezaron a lamerse las tetas. Andrea
estaba cada vez más caliente. Era injusto. Sin darse cuenta se metió
una mano por debajo del short y buscó la húmeda compañía de su cada
vez más hambrienta concha. Con la otra mano emprendió un lento masaje
de sus tetas, paradas y con los pezones como pinches.
Las chicas ahora se besaban en la boca, apasionadas y se revolcaban
a un lado y otro de la cama, pataleando excitadamente. Estaban en la
gloria, cuando Andrea, sofocada, se quitó la blusa y la tiró al suelo.
En tetas, siguió mirando como se cogían esas yegüitas. Estaban bañadas
en sudor de pies a cabeza.
Andrea se desabrochó el short, para que su mano estuviera más cómoda.
Estaba tan excitada como furiosa.
Las pendejas terminaron de chuparse y buscaron darse otra forma de placer.
Parecían expertas. Tendidas boca arriba, Romina se ubicaba encima de
Verónica, sobre el muslo derecho de esta. Así mientras Verónica masturbaba
a su amante con la mano derecha, esta hacía lo mismo con Verónica con
la mano izquierda.
Andrea se quitó el short y la bombacha y reprimió un insulto.
Las manos de las chicas, con una destreza desconocida por sus dueñas,
excitaban clítoris y vulvas. Los dedos exploraban los húmedos bordes,
provocando gozosos gemidos.
- ¡Guacha, guachaaa...te voy a sacar todo...!- decía una.
- ¡Dame , dame....!- decía la otra.
- ¡Si, sii, siii....!-
- ¡Mira, miraaa...!-
- ¡ahgg...dame...ahhh!
- ¡Tocame, ahiii...siii...ahhhhh!
- ¡Abrite maass...!
- ¡Aaahhhhh....!
- ¡Aahh...aaahhh...ahhhh...!
- ¡Maasss...dame maasss....asi...!
- ¡A miii....siiii...!
- ¡Aaaaahhhhh...!
- ¡Aaaaahhhhh...!
Echadas así, se arrancaron sucesivos orgasmos, hasta quedar exhaustas.
Andrea, totalmente transpirada, tomó una decisión.
Romina y Verónica descansaban de su pasión, cuando se abrió la puerta
del dormitorio. Era Andrea, totalmente desnuda y empapada desde el cabellos
a los pies. Se paró a los pies de la cama y contempló a las amantes.
Antes de entrar, Andrea se había tirado una botella de agua mineral
helada por la cabeza, tanta era su calentura. Se veía espectacular con
su piel bronceada. Se notaba que tomaba sol completamente en cueros.
Las chicas apreciaron esas abundantes tetas. Andrea era una hembra de
físico imponente, veían.
La mujer se arrodilló en la cama y gateó hacia las dos niñas. Estas,
muy sociales, le hicieron lugar entre medio de ellas. La mujer buscó
la tierna boquita de Romina y se besaron apasionadamente. Andrea rodó
para tenderse boca arriba, sin soltar a su niña. Verónica le buscó la
concha. Romina, ansiosa, se sentó en la cara de la hembra y está le
hundió la lengua en el agujero. Al rato, hechas un circulo en la cama,
cada una le lamía la vagina a la otra. Luego se revolcaron, chupándose
todas, hechas un amasijo de carne sudorosa. Después, Andrea y Romina,
muy calientes entre sí desde el primer momento, se abrazaron y pugnaron
por frotarse los clítoris, en un furioso combate. Verónica, en tanto,
abrazaba a ambas y las lamía en todas partes.
La hembra mayor buscaba dominar a Romina, quien, de las tres, parecía
ser la que más tendía a entregarse a las otras. Verónica se apartó para
contemplar como las otras dos se cogían, mientras se manoseaba furiosamente.
Andrea y Romina parecían enloquecidas, aullando y acariciándose las
calientes vulvas con fervor. Era como si desde siempre hubieran estado
esperando por este momento. Las dos, con sus cabellos claros y ojos
celestes, semejaban una madre con su hija, dándose placer a raudales.
Al final, explotaron juntas, a los gritos. Verónica, mientras tanto,
se obsequió un potente orgasmo, a pura mano. Las tres quedaron tiradas
en la amplia cama, jadeando placenteramente.
Por un buen rato las invadió una suave modorra. La transpiración se
fue secando y la respiración se hizo regular. Verónica fue la primera
en volver a la acción. Su cabeza había quedado casi pegada a la bellísima
teta derecha de Andrea. La nena decidió que quería mamar y, sedienta,
le pegó los labios al pezón. Romina, para no ser menos, hizo lo mismo
con la otra teta y Andrea, conmovida, las atrajo para sí y se aprestó
a manosearles las conchitas, mientras ellas seguían chupándola. Acurrucadas
contra la hembra mayor, las niñas dieron y recibieron todo. La cama
crujía como si fuera a partirse. Andrea, en la gloria, aullaba de placer,
dándole de mamar a sus dos bebitas.
Las chicas les pidieron a sus papis quedarse unos días más en Colonia,
y ellos las dejaron...
...Verónica se despertó y se encontró sola en la cama.
Habían dormido las tres en el dormitorio de Andrea, que era más fresco.
No había sido una noche muy movida porque estaban muy cansadas.
Eran las siete de la mañana. Intrigada, Verónica salió del dormitorio
a buscar a sus amantes. No había nadie en la casa principal. Desnuda,
decidió ir al departamento que había compartido con Romina. Antes de
abrir la puerta, los gemidos le confirmaron su sospecha. Abrió con cuidado
y las vio: tiradas en la deshecha cama, Andrea y Romina se cogían con
total desenfreno. Romina se abría desmesuradamente de piernas para que
la mayor la manoseara a placer. Andrea, en tanto se dejaba chupar las
tetas por la niña. Verónica quedó petrificada mientras las otras hembras
se daban la mayor dosis de placer posible. La habían dejado de lado.
Más que nunca parecían una madre con su hija, compartiendo el goce.
Era increíble las ganas que se tenían. Subían y bajaban por la cordillera
de la más caliente lujuria, sin pensar en acabar. Andrea digitaba los
húmedos labios de la concha de Romina, como un músico experto en sacar
exquisitos gemidos de los otros labios de la excitada niña. Por fin,
terminaron abrazándose para que Romina atrapara con sus muslos las caderas
de la hembra mayor y se entregara a que esta refregara su clítoris contra
el suyo. Así se dieron y recibieron, empapadas en sudor, hasta colapsar
en un furioso orgasmo final.
- ¡Putas, putas de mierda - les gritó Verónica.
Las otras la miraron sorprendidas y asombradas.
- Vos - Continuó Verónica, dirigiéndose a Romina - ¡eras mi amiga y
te abrís y te vas a coger sola con esta puta de mierda, son dos hijas
de puta..!
No pudo decir mucho más porque Andrea se abalanzó furiosa sobre ella
y le pegó un cachetazo. Verónica no se quedó atrás y le contestó de
igual manera. Las dos mujeres se tomaron de los pelos y rodaron por
el suelo hechas un amasijo de carne palpitante.
Pelearon como fieras. Hacía tiempo que todas habían tirado los convencionalismos
a la mierda. Ahora eran como animales, entregadas al puro instinto.
Se retorcieron las tetas que antes habían acariciado y chupado con deleite,
se mordieron, golpearon y arañaron, hasta que Andrea logró dominar a
su rival y la besó y manoseó a placer. Verónica intentó resistirse pero
terminó entregada a la lujuria. Ambas explotaron en un simultaneo orgasmo
y quedaron, exhaustas y bañadas en lagrimas de dolor y placer.
Romina, que estuvo contemplando extasiada toda la escena, se acercó,
gateando a cuatro patas y empezó a lamerlas por todas partes. Un largo
rato estuvo dándoles su amor hasta que las combatientes se recuperaron
y así las tres se trabaron en un espectacular triángulo de lujuria.
Esta vez, Verónica le chupó la concha a Romina, mientras recibía en
la suya la caliente lengua de Andrea, quien a su turno era atendida
por la niña de ojos celestes. Andrea sintió algo espectacular cuando
la joven lengua se le metió en el agujero.
Cuando terminaron, Andrea vio que Romina había quedado maravillada por
la chupada de Verónica. No podía aceptar eso...
Al otro día, fue como si nunca hubieran gozado juntas. Casi como dos
vírgenes expectantes. Romina se acostó en la gran cama y abrió bien
las piernas para que la boca de Andrea se abalanzara sobre su ardiente
tajo.
La lengua de Andrea arrancó alaridos de placer a Romina. La chupó hasta
dejarla casi desmayada. Luego se tendió a su lado y esperó a que se
recuperara para atraerla hacía sus tetas. Cuando los labios de la niña
entraron en contacto con el pezón izquierdo de su amante, la calentura
retornó victoriosa. Romina chupó golosamente las dos tetas de la otra
hembra, haciéndola gritar de gozo:
- SIII, BEBEEE AHHH...CHUPAMEEEE MAASSS MASSS AAAHHHH DALEEEHHHH AHHHHH
AAHHHH... ASI... CHIQUITAAHHH... AAAHHHH!!!...
Verónica, por su parte, había aceptado quedar afuera del placer por
esta vez. Fue cuando la salvaje mirada de deseo que las otras dos se
cruzaron la hizo comprender que ellas se tenían que sacar hasta la ultima
gota de las ganas que se tenían. Entonces, se limitó a mirar como hipnotizada
toda la escena, hasta que ambas hembras, mutuamente saciadas y exhaustas,
se durmieron entrelazadas.
Tal vez ahora las niñas podrían volver con sus papis...
(c) Tauro, 2000
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