"Cada país tiene su Tercer Mundo"Autor de una obra original que abarca desde la sociología del derecho hasta la nueva teoría social, Boaventura de Sousa Santos vino a Buenos Aires a presentar sus libros "Reinventar la democracia: reinventar el Estado" y "La universidad del siglo XXI". También debatió con especialistas y estudiantes. Aquí, una reflexión sobre esos debates y una entrevista al analista portugués. |
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PABLO DE MARINIS.
Leemos la carta de tragos. Nada nos llama la
atención. Globalización, multiculturalismo, postmodernidad,
nuevo contrato social, emancipación, políticas de la identidad,
movimientos sociales, colapso de la ciencia moderna y la teoría crítica,
reinvención del Estado y de la democracia. Llega el barman. Pone
todo en una coctelera. Mezcla, deja reposar, nos sirve un vaso. Presuponemos
sabores convencionales. Comenzamos la degustación con muy pocas expectativas.
Mientras ofrece su bebida, nos habla de construir "una nueva teoría
de la historia", lanza convites a superar los preconceptos euro-norte y
occidente-céntricos de la ciencia social moderna y a elaborar consecuentemente
una "epistemología del Sur". Pero, aquí en el Sur, ¿no
habíamos bebido todo esto antes, tantas (demasiadas) veces?
Primera, gratificante sorpresa: este cóctel sabe diferente. Su creador,
el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, nos ha descolocado.
Por suerte, la prometida renovación de la teoría de la historia
reniega del lugar prepotente y vanguardista del manual de instrucciones. Quiere
elaborar un humilde pero desafiante ensayo de una teoría del presente
capaz de "ampliar el presente", para poder hacer un sitio a la pluralidad
de experiencias sociales desperdiciadas, silenciadas, ignoradas por las "monoculturas"
del saber y de la práctica dominantes. Por otro lado, una teoría
que pueda "contraer el futuro", sustituyendo la retórica teleológica
del progreso por la búsqueda de unas alternativas a la vez realistas
y utópicas.
Segunda sorpresa, igualmente agradable: su "epistemología del Sur"
se instala en un campo global de indagaciones teóricas y políticas,
y reflexivamente se opone a cualquier prioridad esencialista por las cosas
nuestras (la Nación, la comunidad). Además,
cuestiona los mecanismos establecidos de import-export de productos
culturales, entre los que se destacan los pretendidamente neutros y universales
conceptos de las ciencias sociales.
En suma, la diversificada obra de Santos constituye un notable e inusual esfuerzo
por renovar la teoría, pero además por pensar la política.
Así, se instala en el campo de tensiones entre viejos valores de la modernidad
(como "libertad" e "igualdad") y otros más recientes
(por ejemplo, el del "reconocimiento de las diferencias"). Por todo
esto, su cóctel sabe distinto. Resulta refrescante beberlo, sentados
en el variado pero a menudo también aburrido bar de los mil y un brebajes
culturales. Lo que sigue es el necesariamente superficial protocolo de una cata,
de la que quizá surjan estímulos para nuevas degustaciones.
Con el advenimiento de la modernidad, "igualdad", "libertad"
y "ciudadanía" fueron reconocidos por primera vez como principios
emancipatorios de la vida social. Consecuentemente, "exclusión"
y "desigualdad" tuvieron que ser justificados en el mejor de los casos
como excepciones incidentales, carentes de legitimidad. Las sociedades modernas
se constituyeron históricamente en la tensión entre principios
de emancipación (tendientes a la igualdad y la integración) y
principios de regulación (que rigen los procesos de desigualdad y exclusión
que el propio desarrollo capitalista produce).
Si bien todo este proceso se inició mucho antes, a partir del siglo XIX
se produjo un encierro de la experiencia de la modernidad en los rígidos
moldes de la modernización capitalista, lo cual terminó transformando
todos los esfuerzos emancipadores en dispositivos reguladores. Para Santos,
asistimos desde hace unas tres décadas a la crisis terminal de aquel
paradigma moderno, entendido como una forma particular de organizar y vivir
la vida social y a la vez como un modo de reflexionar acerca de ella.
Se trata, pues, de excavar en las ruinas y tratar de comprender la emergencia
de un nuevo paradigma societal y sociológico, que no va a poder ya establecerse
sobre las bases culturales y epistemológicas de la ciencia moderna, pues
justamente fue ella una de las responsables de que la ecuación entre
modernidad y capitalismo sólo haya logrado expandir el polo de la regulación
y contraer el de la emancipación. Así, el "postmodernismo
de oposición" que propone Santos articula la crítica de la
modernidad con la crítica de la teoría crítica de la modernidad:
un intento de renovación de la teoría crítica que ataca,
a la vez, las concepciones heredadas de teoría y de crítica.
No se trata de un mero juego de palabras. Para Santos, las discrepancias entre
experiencias y expectativas de la modernidad no son procesables ni comprensibles
con medios modernos. Los medios modernos que cuestiona son aquellos que han
promovido una serie de "monoculturas": la monocultura del saber científico
(que desacreditó todo conocimiento alternativo), la del tiempo lineal
(que dibujó una carrera en la que el tiempo de los países centrales
marcaba el ritmo de los demás), la de la naturalización de las
diferencias jerárquicas (de raza, de casta, de género), la de
la lógica de la escala dominante (incapaz de comprender las variadas
dimensiones de los procesos de globalización) y, finalmente, la monocultura
del productivismo capitalista (violentamente reacia a admitir formas no capitalistas
de producir, distribuir y consumir).
Estas monoculturas son la expresión más acabada de una "razón
indolente", perezosa, que desperdicia la experiencia y no comprende los
múltiples contextos de la vida social. Una razón que no hizo más
que producir ausencias, invisibilidades, que ahora deben ser vueltas a presente,
pero no simplemente para abonar nuevos monismos de cuño opuesto, sino
para alimentar otras visiones teóricas y formas de acción inconformista.
Así, Santos enfrenta a las monoculturas con unas "ecologías",
siempre en plural: ecologías de la diversidad de los saberes, de las
temporalidades, de los reconocimientos, de las escalas múltiples y de
las productividades. Todas estas ecologías expanden, dilatan el presente
y se esfuerzan, sin caer en el relativismo, por "traducir" las experiencias
de uno a las semánticas del otro (y viceversa). El futuro, a su vez,
es como el noch nicht de Ernst Bloch: lo posible pero todavía
no disponible, un futuro no totalmente abstracto y escindido de las prácticas
sociales reales y actuales. Un futuro por el que las personas y los colectivos,
ya mismo, de modos diversos, están luchando, aunque no sepan qué
formas podrá y deberá asumir.
Para el sociólogo portugués no hay "promesas incumplidas
de la modernidad", sino apenas promesas cuyo cumplimiento sesgado ha producido
efectos perversos. Así, la promesa de la igualdad resultó en una
brutal disparidad de bienestar entre regiones y dentro de ellas. La promesa
de la libertad encierra otra paradoja: el avance en todo el mundo de procesos
democratizadores del sistema político tiene lugar codo a codo con fenómenos
de esclavitud, violencia policial, criminalización de la protesta, limpiezas
étnicas, discriminación masiva por raza, sexo, edad. La kantiana
promesa de la paz perpetua se ve refutada por la proliferación de conflictos
armados. La promesa de la dominación de la naturaleza avanza hacia la
destrucción de la biodiversidad.
Ante este sombrío panorama, sería fatal no reconocer que han cambiado
los parámetros tanto de la teoría crítica como de las prácticas
políticas de resistencia. El occidente-centrismo es desafiado por las
nuevas realidades multiculturales. El aumento de la complejidad de las relaciones
sociales intra e interestatales impide reconocer un principio único o
fundamental de dominación (de clase) y de transformación social
(hacia un futuro socialista). Ya no es posible identificar agentes históricos
privilegiados. La industrialización ha demostrado no ser el motor del
progreso. La globalización de los últimos 30 años no sigue
un patrón único y homogéneo de uniformidad. Por eso Santos
prefiere hablar de "globalizaciones", a la vez económicas,
políticas, sociales, culturales, religiosas, jurídicas. Ellas
establecen entre sí complejas relaciones y no encajan en patrones únicos
de desarrollo, sino que implican una articulación de procesos de universalización
desdiferenciadora y de localización particularista, que dan lugar a nuevas
estratificaciones y formas de opresión y resistencia.
"En la sociedad y en las ciencias sociales tenemos problemas modernos para
los que no hay soluciones modernas", afirma Boaventura de Sousa Santos.
Por eso, se impone revisar el catálogo de formas disponibles de acción
política contestataria que, sin pasar por alto la contundencia de los
procesos de globalización en curso, sean capaces de producir "globalizaciones
contrahegemónicas", "reinventando el Estado" y "reinventando
la democracia".
Estos últimos dos temas podrían hacernos evocar la mayor parte
de la producción de las ciencias sociales latinoamericanas de los años
80, desencantadas con el marxismo revolucionario y esperanzadas con las posibilidades
abiertas por la "transición democrática". Sin embargo,
la posición del sociólogo portugués difiere en muchos sentidos
de aquellas lecturas y, en cierto modo, 20 años después, se funda
en su fracaso. Santos admite que nunca antes se dio en la historia tal expansión
de la democratización política en gran parte del mundo, pero ella
coexiste sin mayores dificultades con el "fascismo social", una curiosa
categoría que describe la desigualdad extrema en el acceso al poder y
capital sociales a través de la cual los más fuertes alcanzan
un derecho de veto sobre la supervivencia de los más débiles.
Esto es, un conjunto de procesos sociales globales por los cuales masas extensas
de población son marginadas o expulsadas de cualquier clase de contrato
social y arrojadas a una suerte de estado de naturaleza hobbesiano, ya sea porque
nunca han sido parte de contrato social alguno (como los jóvenes de los
guetos urbanos) o porque han sido excluidas y desechadas de cualquiera de los
contratos sociales de los que habían formado parte con anterioridad (como
los trabajadores precarios del postfordismo).
Reinventar el Estado significa, primero, reconstruir su genealogía, el
largo y complejo proceso que va del liberalismo al keynesianismo hasta el más
reciente y vigente neoliberalismo. Este último, lejos de liquidar el
Estado, propuso un Estado Mínimo en algunas de sus funciones (para facilitar
la expansión del capital global) y muy activo en otras (para contener
y reprimir la protesta social). Luego, se trata de pensar qué formas
políticas pueden activarse para la "reinvención de la democracia",
para la cual Santos propone un larguísimo catálogo de propuestas
entrelazadas, que incluye desde la búsqueda de "demodiversidad"
(buscando expandir nuestra trivializada "democracia de baja intensidad"
hacia formas participativas), pasa por una especificación de los alcances
y potencialidades del "tercer sector" y de las formas alternativas
de producción y trabajo y llega hasta repensar las tareas de la universidad
pública.
Boaventura de Sousa Santos es un barman poco convencional. No pretende caer
simpático ante todo el mundo. No se aferra a sus recetas consagradas.
Experimenta continuamente nuevos cócteles de complejas texturas teórico-políticas.
No sólo quiere batallar con los colegas de su gremio (John Holloway,
Toni Negri, Michael Hardt, Anthony Giddens, Manuel Castells), sino entrar en
diálogo con públicos multiculturales, del Norte y del Sur, en
bares poliglotas como el del Foro de Porto Alegre, con parroquianos tan diversos
como ecologistas chinos, piqueteros argentinos, feministas noruegas y campesinos
sin tierra de Brasil.
Para este bebedor, el portugués peca a menudo del excesivo utopismo de
avizorar posibilidades donde quizás sólo tengamos evidencias empíricas
de riesgos y peligros. Pero le resultan particularmente atractivas su concepción
plural de la globalización y su reelaboración postliberal y postmarxista
de una teoría del Estado y de la sociedad civil. También simpatiza
con sus visiones acerca de los límites tanto del reformismo como de la
revolución. Finalmente, admira su inusual sensibilidad para no "desperdiciar
experiencias", su búsqueda de una teoría de la "traducción"
de diferentes devenires emancipatorios. Aquí en el "Sur", seguiremos
bebiendo sus tragos, los que quizás nos inspiren para imaginar un mundo
donde podamos tener "derecho a ser iguales cada vez que la diferencia nos
inferioriza" y "derecho a ser diferentes cada vez que la igualdad
nos des-caracteriza".