Roland BarthesEl problema
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Hay en algunas imágenes
fílmicas un contenido puramente intelectivo. Más allá de
todo poder emocional, o incluso simplemente argumentativo, estas imágenes
pretenden hacernos saber, o enseñarnos, alguna cosa. Dicho de otro modo,
algunos elementos de la imagen son verdaderos mensajes. Ahora bien, el mensaje,
o el signo, es una realidad analítica que preocupa cada vez más
a la investigación moderna; por razones muy distintas, diversas disciplinas
se han interesado por él: cibernética, logística, psicoanálisis,
lingüística y etnología estructurales, todas estas ciencias
tienden sin duda a fundirse en una ciencia general de las comunicaciones, cuya
nueva unidad sería la significación. El espectáculo es
evidentemente un campo privilegiado para la semiología, y hace ya unos
cuarenta años, el lingüista Saussure sugirió estudiar la
pantomima como un verdadero sistema lingüístico. En verdad, el filme
no se puede definir como un campo semiológico puro, no se lo puede reducir
a una gramática de los signos. Sin embargo, el filme se nutre de signos
elaborados y ordenados por su autor con miras a su público; participa
parcial pero indiscutiblemente en la gran función comunicante, de la
que la lingüística no es más que su parte más avanzada.
Lo que quisiéramos esbozar aquí son los límites, por el
momento muy toscos y, ni que decir tiene, hipotéticos, de una semiología
de la imagen fílmica.
Antes de abordar el estudio de la cadena comunicante, hay que decir dos palabras
sobre sus términos.
1° ¿Quién emite el mensaje? Evidentemente, el autor del filme,
en función del argumento general que le corresponde exponer y del estilo
personal que quiere dar a su relato. La invención de los signos se hace
dentro de unos límites precisos que el autor no puede transgredir so
pena de ser ininteligible. No obstante, en el interior de estos límites,
la reserva de los signos es muy fluida; el autor puede sacar la fuerza de su
mensaje de una especie de léxico colectivo, elaborado por la tradición,
verdadera koiné del signo fílmico, o, al contrario, de una simbólica
de tipo universal pero de consumo más o menos inconsciente, constituida
por ejemplo por todos los símbolos freudianos (el agua es abiertamente
un signo de nacimiento en algunas imágenes de Pudovkin o de Bergman;
la simbólica erótica es muy abundante en la historia del filme;
las más de las veces, toma prestados relevos muy conocidos del psicoanálisis).
Podríamos decir que la reserva de los mensajes de la que el autor puede
beber está constituida por zonas concéntricas: el núcleo
más utilizado funda una verdadera retórica del signo fílmico
(páginas de calendario deshojadas para significar el paso del tiempo);
la zona periférica está constituida por lo que podríamos
llamar signos descolgados, donde la analogía entre el significante y
el significado es en cierto modo lejana, inesperada: evidentemente, es en esta
zona donde se sitúan el arte y la originalidad del director; se podría
decir que el valor estético de un filme es una función de la distancia
que el autor sabe introducir entre la forma del signo y su contenido, sin abandonar,
con todo, los límites de lo inteligible.
2° ¿Quién recibe el mensaje? Evidentemente, el público.
Pero aquí habría que precisar que la intelección del signo
puede depender de ciertos niveles de cultura. y no solamente la cultura de un
público autoriza la fineza del mensaje, sino que también el signo
sigue la evolución de los públicos: unos signos pasan de moda,
y otros nacen y son agarrados con avidez por los públicos jóvenes,
cuya edad funda una especie de cultura particular. Algunos directores (Vadim,
Astruc) han subrayado la necesidad de renovar el arsenal descriptivo del filme
teniendo en cuenta la renovación de las generaciones: la audacia de un
mensaje, su abreviación, pueden disgustar a un hombre cultivado, si es
mayor, y satisfacer a un público inculto, si es joven. Por lo demás,
no es imposible imaginar tests destinados a precisar los umbrales de intelección
del signo, en función de su forma y del grupo sociológico que
lo recibe.
Estructuralmente, un signo está constituido por la unión de un
significante (o forma) y un significado (o concepto, en el lenguaje de Saussure).
Se trata, naturalmente, de realidades analíticas, operatorias. Hay que
ver a continuación en qué se convierten estos dos elementos en
el signo fílmico, dando por supuesto que, en ese caso, dejaremos de lado
el estudio del signo oral, es decir, del relato hablado o del diálogo.
I. El significante. Los soportes generales del significante son el decorado,
el vestuario, el paisaje, la música y, en cierta medida, los gestos.
Su momento de aparición debería ser objeto de un estudio particular;
los signos se reparten por el filme con una densidad diversa; evidentemente,
el principio del filme tiene la mayor densidad significativa; no sólo
porque, como ya hemos señalado, los fenómenos de inauguración
son siempre estéticamente más importantes que los otros, sino
también porque el principio del filme tiene una función intensa
de explicación: se trata de explicitar lo más rápido posible
una situación desconocida para el espectador, de significar el estatuto
anterior de los personajes, sus relaciones; paradójicamente, en el filme
mudo, esta explicación se confiaba a la leyenda escrita; en el filme
sonoro, al contrario, la visualidad es la que recibe cada vez más esta
carga descriptiva: los signos se agrupan en las imágenes iniciales, durante
los títulos, y a veces incluso antes. Las imágenes de cierre también
pueden contener un recrudecimiento de los signos, en la medida en que han de
hacer presentir lo que sucederá cuando el filme haya terminado; la última
imagen, en particular, puede tener un verdadero valor de conocimiento y de premonición.
El significante espectatorial tiene unas características específicas
que es preciso indicar.
1º El significante es heterogéneo, recurre a dos sentidos diferentes
(vista y oído). Hay que subrayar aquí que la música de
un filme tiene un papel mucho más intelectivo de lo que se cree; muy
a menudo, la música constituye un verdadero signo, suscita un conocimiento;
una voz microfónica dotada de una resonancia artificial funcionará
como el signo mismo de la planetaridad, en los filmes de anticipación,
mediante una especie de función deformadora que no deja de recordar el
papel de la máscara antigua, destinada a deshumanizar al actor; una línea
musical, formada por notas atonales, aisladas y vibrantes, significará
expresamente que el episodio que acompaña es un episodio soñado,
cuando estas mismas imágenes son perfectamente reales (evocación
del atraco del Casino de Deauville en Bob le Flambeur). De una manera general,
la heterogeneidad de los significantes fílmicos sólo accede al
valor estético si se la domina bien: la riqueza no es aquí un
valor fatal. Las normas estéticas del filme son más bien de sobriedad,
de ahorro de los significantes, contrariamente a ciertas artes fundadas en la
mayor acumulación posible de significantes heterogéneos (la ópera,
por ejemplo, conjuga por definición los significantes visuales y auditivos
de un modo continuo).
2° El significante es polivalente. Y su polivalencia es doble: un significante
puede expresar varios significados (es lo que, en lingüística, se
llama polisemia); y se puede expresar un significado a través de varios
significantes (es la llamada sinonimia).
Los casos de polisemia son escasos en el espectáculo occidental, contrariamente
al teatro oriental, donde un significante (por ejemplo, la iluminación
"decorado de linterna") puede entrañar dos significados ( "puente
de luz" o "lago de nenúfar" ); la polisemia oriental es
posible en la medida en que el signo forma parte de un verdadero código
de símbolos, extremadamente rígido, en el que, por consiguiente,
el contexto limita inmediatamente la ambigüedad de la significación.
Pero en nuestro arte, fundado esencialmente en una pretensión de referencia
significativa a la naturaleza, la polisemia es fuente de desorden; se vuelve
pronto intolerable para un arte que es constitutivamente anal6gico. La polisemia
solamente existe entre nosotros en estado de rastros (por ejemplo, el toque
de una trompeta señalará indistintamente el concepto de paraíso
o el de victoria militar) y en el interior de una retórica confirmada,
que es el substituto occidental del código ritualizado del teatro chino.
Por contra, la sinonimia es frecuente, pues, con ella, la claridad de la intelección
ya no se encuentra amenazada. Pero en la lengua, los sinónimos de una
misma palabra sólo pueden constituir una reserva de virtualidad: no se
los utiliza al mismo tiempo (salvo en el estilo de Péguy, una experiencia
que no se ha repetido). En el filme, la expresión, digamos simultánea,
de un solo significado a través de varios significantes es algo constante,
y el espesor sinonímico es incluso lo que define el estilo de un director.
Cuando la sinonimia es muy rica, funda cierta vulgaridad: el director acumula
los significantes como si no confiara en la inteligencia del espectador. De
hecho, la sinonimia sólo es estéticamente válida si, por
así decirlo, la alteramos: el significado se da a través de una
serie de correcciones y de precisiones sucesivas, donde ninguna de ellas repite
realmente a otra. Algunos directores practican incluso una verdadera lítote
del significante: la discreción del signo constituye un guiño
al espectador iniciado.
3° El significante es combinatorio. En este punto, el arte sólo se
puede definir como una elegancia al fundir, o al unificar, los significantes,
es decir, al enumerarlos poco a poco, sin repetirlos pero sin perder de vista
el significado a expresar. En una palabra, hay una verdadera sintaxis de los
significantes. Esta sintaxis puede seguir un ritmo complejo: para un mismo significado,
unos significantes se impondrán de un modo estable, continuo (decorado),
y otros de un modo casi instantáneo (un gesto). La relación inversamente
proporcional entre los significantes de fondo y los significantes gestuales
es muy relativa: en la tragedia clásica, el decorado es fijo de cabo
a rabo de la pieza, mientras que en el teatro chino este mismo decorado es de
una movilidad extrema; en la tragedia antigua, la mímica del actor está
petrificada en los rasgos por así decirlo eternos de la máscara,
mientras que en nuestro cine, aún más que en nuestro teatro, captamos
la más fina fugitividad de la expresión del rostro: la misma técnica
fílmica (primeros planos, travellings) permite la extrema movilidad de
los significantes.
Para terminar con estas observaciones sobre el significante, daré como
ejemplo un combinado de signos, tomado del filme El bello Sergio de Claude Chabrol.
Se trata de significar para el público el estatuto social de François,
el amigo de Serge. Muy rápida- mente, el léxico visual de ese
estatuto se establece de la siguiente manera:
Significados
|
Significantes
|
Joven burgués | Ropa, opuesta a la ropa de los campesinos del lugar. |
Emancipado | Dandismo en el detalle de la indumentaria (corte de pelo, tipo de cuello de camisa, chaleco; rasgos específicos de adaptación de la indumentaria ciudadana al campo (trenca, jersey). |
Joven | Rasgos de indumentaria adolescente (chal ondeante). |
Intelectual | Gruesos libros en la habitación. Gafas para leer. |
Antiguo enfermo | Etiqueta suiza en la maleta. |
"Cinéfilo" | Lee Cahiers du cinéma mientras desayuna |
En este caso, el arte del director no consiste solamente en la corrección de los significantes, en el estilo elegante con que se escapan de la retórica, sin dejar por ello de ser inteligibles; su conjunto deja entender asimismo que este joven burgués intelectual interpreta un poco su propio "papel", con ese ligero énfasis de los signos que Sartre analizaba en una página célebre de El ser y la nada a propósito del camarero de cafetería.
II. El significado. De un
modo general, el significado tiene un carácter conceptual, es una idea;
existe en la memoria del espectador; el significante no hace más que
actualizarlo, tiene sobre el significado un poder de llamada, no de definición;
precisamente por eso en semiología no es del todo exacto postular una
relación de equivalencia entre el significante y el significado: no se
trata de una igualdad de tipo matemático, sino más bien de un
proceso de tipo dinámico.
El problema más importante que plantea el significado fílmico
es el siguiente: ¿qué es lo que se significa en el filme? Dicho
de otro modo, ¿en qué medida exacta la semiología tiene
derechos sobre el análisis del filme? Es evidente que un filme no está
hecho sólo de significados; la función esencial del filme no es
de orden cognitivo; en el filme, los significados no son más que elementos
episódicos, discontinuos, a menudo marginales. Podríamos aventurar
esta definición del significado fílmico: se significa todo lo
que está fuera del filme y necesita actualizarse en él. Inversamente,
si una realidad está enteramente en el curso del filme, por así
decirlo inventada, creada por él, no puede ser objeto de una significación.
Por ejemplo, si el filme relata, en acto, el encuentro amoroso de dos personajes,
este encuentro se vive ante el espectador, no tiene que ser notificado, aquí
estamos en el orden de la expresión, y no en el de la señalización;
pero si el encuentro ha tenido lugar fuera del filme, ya antes, ya entre dos
secuencias, solamente se puede transmitir al espectador a través de un
proceso preciso de significación, el encuentro define expresamente la
parte semiológica del continuo fílmico. Dicho de otro modo, la
significación nunca es inmanente al filme, le es trascendente. Por eso
la significación nunca es central en una secuencia, sino sólo
marginal; el objeto de la secuencia es de orden épico, es su periferia
la que es significante; podemos imaginar secuencias puramente épicas,
a-significativas; no podemos imaginar secuencias puramente significantes.
De ello se sigue que, las más de las veces, el significado es un estado
del personaje o de los personajes entre sí: será, por ejemplo,
una profesión, un estado civil, un carácter, una nacionalidad,
un estatuto matrimonial. Sin duda, puede suceder que se signifique también
actos, y ya no sólo estados. Pero, bien mirado, lo que se significa del
acto no es su elemento transitivo, sino solamente su modo de ser, la manera
en que precisamente se ata a una tradición, a un uso: morir, por ejemplo,
no se puede significar: es el ethos del acto lo que es objeto de un mensaje:
se significará que el personaje muere de un modo "clásico",
"a lo gangster", etc., refiriéndose cada uno de estos modos
a un léxico particular, más o menos retórico.
Daré aquí una idea de lo que podría ser un léxico
de los significados fílmicos, dando por supuesto que se trata del estado
más tradicional de ese léxico, de una verdadera vulgata de signos,
elaborada en el transcurso de miles de filmes mediocres:
Significados
|
Significantes
|
Neón, portero con gorra, vendedora de cigarrillos en tonelete, refajos, etc. | "Pigallidad" |
Pequeña plaza con farolas y tabernas con terraza. | "Parisinidad" |
Personaje de cabello corto, lacio, con raya en medio, un tajo en la mejilla, taconeo | "Germanidad" |
etc. | etc. |
Para terminar, es preciso
indicar las características específicas e históricas del
signo fílmico. En primer lugar, la relación entre significado
y significante es esencialmente analógica, no arbitraria, motivada. Nuestro
arte, y singularmente nuestro arte cinematográfico, dispone una distancia
muy débil entre el significante y el significado; se trata de una semiología
estrechamente analógica, no simbólica: si hemos de significar
un general, representaremos un uniforme de general con todos sus detalles. Nuestra
semiología fílmica no se apoya en ningún código;
considera a priori al espectador como inculto y trata de darle una imitación
completa del significado (mientras que nuestro teatro ha podido conocer fases
simbolistas). El cineasta está condenado a restituir una pseudo-physis;
es libre de multiplicar los significantes, y no de enrarecerlos o de abstraerlos;
no tiene derecho al símbolo ni al signo (al sentido inmotivado del término),
solamente al analogon.
Luego -y éste es el límite adverso de sus posibilidades-, el cineasta
sólo puede recurrir a la retórica si acepta hacer una obra mediocre.
En nuestro arte moderno, la retórica está desacreditada, contrariamente
a otras artes, donde se honra la convención. He citado varias veces el
teatro chino: es sabido que en él la expresión de los sentimientos
está severamente ritualizada; existe, por ejemplo, una verdadera gramática
del dolor que se ha de observar con una corrección extrema: para significar
que se llora, se aprieta la extremidad del puño de la manga, levantándolo
hacia los ojos e inclinando la cabeza; entre nosotros, para significar que lloramos,
hemos de llorar. Nuestro arte semiológico, bajo una apariencia de libertad
y de naturalidad, constituye para el creador una verdadera sujeción tautológica
en cuyo interior la invención es a la vez obligatoria y limitada: el
repudio de la convención conlleva un respeto no menos draconiano de la
naturaleza. Tal es la paradoja de nuestra semiología espectatorial: obligar
a un neologismo incesante sin permitir por ello la abstracción.