Harry Potter y el príncipe mestizo.

 

1) El Otro Ministro.

 

Era cerca de la medianoche y el Primer Ministro estaba sentado solo en su oficina, leyendo un largo memo que se deslizaba por su cerebro sin dejar el mínimo rastro de significado detrás. Esperaba una llamada de un presidente de una tierra lejana, preguntándose cuando llamaría el desgraciado hombre e intentando olvidar recuerdos desagradables, de como ha tenido una larga, exhaustiva y difícil semana, no había mucho espacio en su cabeza para algo más. En lo que más procuró enfocar era en la impresión de la página antes de él, lo que mas claramente pudo ver el Primer Ministro fue la cara presumida de uno de sus oponentes. Éste, en particular había aparecido en las noticias de cada día, no solo para enumerar todas las cosas terribles que habían ocurrido la semana pasada (como si cualquiera necesitara recordarlo), pero incluso para explicar porqué todos y cada uno de ellos era la falla del gobierno.

 

Su pulso aceleró cuando dio cuenta de estas acusaciones, porque no eran ni justas ni verdaderas. ¿Como en toda la tierra su gobierno era supuestamente el que detuviera aquel colapso del puente?. Era indignante para cualquiera sugerir que ellos no estaban gastando lo suficiente en puentes. Era menos de diez años de viejo, y los mejores expertos apenas pudieron explicar porqué se había partido en dos mitades, enviando una docena de coches a las profundidades del río. Y, ¿Como alguien puede sugerir que fue la carencia de policías lo que dio lugar a esos repugnantes asesinatos, muy bien publicados?. ¿O que el gobierno debió haber previsto, de alguna manera, el extraño huracán al oeste del país que había causado tanto daño a la gente y a sus propiedades?. ¿Y era su culpa que uno de sus ministros, Herberto Chorley, había elegido esta semana para actuar tan peculiarmente, ya que ahora iba a pasar mucho más tiempo con su familia?

 

"El país está de muy mal humor," el opositor había concluido, apenas encubriendo su propia mueca.

 

Y desafortunadamente, esto era perfectamente cierto. El Primer Ministro lo sintió; la gente parecía mas infortunada que antes. Incluso el tiempo era triste; toda esta niebla fría en medio de julio... Eso no estaba bien, no era normal...

 

Deslizó la segunda página del memo, vio cuanto llevaba leído y lo dio como un mal trabajo. Estrechando sus brazos debajo de su cabeza miró alrededor de su oficina pesadamente. Era un cuarto hermoso con una chimenea de mármol haciendo frente a las largas y torneadas ventanas, cerradas firmemente con frialdad. Con un leve temblor se levantó y fue hacia la ventana, miró la tenue niebla que presionaba contra el cristal. Fue mientras daba su espalda al cuarto cuando oyó una tos detrás suyo. El ministro se congeló, nariz con nariz con su propio reflejo en el oscuro cristal. Conocía aquella tos, la había escuchado antes. Giró muy despacio, y solo encontró el cuarto vacío.

 

"¿Hola?", dijo el ministro, intentando oír el mas ínfimo sonido.

 

Por un momento permitió la mínima esperanza de que nadie le respondería. De todos modos, una voz le respondió, una voz quebradiza, decisiva que sonaba como si estuviera leyendo una declaración elaborada. Estaba llegando -- como el Primer Ministro supo en la primer tos -- del pequeño hombre, parecido a una rana, luciendo una larga y plateada peluca, pintado en una pequeña y sucia mancha de aceite, en una lejana esquina de la pared.

 

"Al Primer Ministro de los muggles. Nos reunimos urgentemente. Responde inmediatamente. Atentamente, Fudge."

 

El hombre de la pintura miró minuciosamente al Primer Ministro.

 

"Er," dijo el ministro, "escucha... No es un buen momento para mí... Estoy esperando una llamada, verás, del presidente de--"

 

"Eso puede esperar," dijo el retrato. El corazón de Ministro saltó. Estaba muy asustado.

 

"Pero solo esperaba hablar un poco con el--"

 

"Arreglaremos para que el presidente se olvide de esa llamada. Llamará mañana en la noche y no ahora," dijo el pequeño hombre. "Debes responder al señor Fudge."

 

"Yo... oh... muy bien," dijo el Primer Ministro débilmente. "De acuerdo, veré a Fudge."

 

El ministro fue rápidamente al escritorio, mientras enderezaba su corbata, en cuanto tomó asiento y relajó la cara en lo que esperaba fuera una relajada y tranquila expresión, una llamarada verde intenso explotó en vida en el hueco de la chimenea de mármol. Él observó intentando no pestañar por la sorpresa o alarma, de como un hombre apareció entre las llamas, girando como una tapa. Segundos después el hombre había saltado hacia fuera con una fina manta antigua, cepillando las cenizas de las mangas de su larga capa y un sombrero verde-lima en su mano.

 

"Ah... Primer Ministro," dijo Cornelius Fudge, corriendo a trancos para estrecharle la mano. "Que gusto verlo de nuevo."

El Primer Ministro no pudo devolver su cumplido honestamente, por lo que no dijo nada. No estaba precisamente contento al ver a Fudge, ya que casi siempre, las noticias que traía, eran alarmantes. Una vez mas Fudge tenía una mirada distinta y preocupada. Estaba mas delgado, mas calvo y gris que lo normal, su rostro estaba muy demacrado. El primer ministro ya había visto ese tipo de mirada en políticos, y no significaba nada bueno.

 

"¿En que le puedo ayudar?" dijo, estrechando la mano de Fudge muy brevemente e indicando que tome asiento.

 

"Difícil saber por donde comenzar," musitó Fudge, mientras corría la silla para sentarse, y apoyando su sombrero de hongo en las rodillas. "Que semana, que semana...""

 

"¿Tuvo una mala semana usted también?, ¿No?" preguntó el primer ministro tiesamente, esperando llevar por esa pregunta el hecho de que tuvo demasiado trabajo, de nuevo sin ninguna ayuda extra de Fudge.

 

"Sí, por supuesto", dijo Fudge, frotando sus ojos preocupadamente, mirando hoscamente al primer ministro. El puente Brockdale... y  los horribles asesinatos, sin mencionar la conmoción al oeste del país..."

 

"Usted--er--su-- es decir, algunos de su gente estaban--estaban involucrados en esos--esos incidentes, ¿No es así?"

 

Fudge devolvió una mirada severa al primer ministro. "Por supuesto que lo estaban," dijo, "¿Seguro que usted se había dado cuenta de lo que estaba pasando?"

 

"Yo..." dudó el Primer Ministro.

 

Esa era precisamente la clase de comportamiento la que hacía disgustarle tanto de las visitas de Fudge. Era, después de todo, el Primer Ministro, y no le gustaba que lo trataran como a un ignorante niñito. Pero por supuesto, ésta ha sido como la primer visita, en sus comienzos como Primer Ministro. Lo recordaría aunque fuera ayer, y supo que sucedería hasta sus últimos días como ministro.

 

Estaba sentado solo en esa misma oficina, saboreando el triunfo luego de muchos años de soñar y planear, cuando oyó una tos detrás suyo, igual que esta noche, y giró para encontrar ese feo y pequeño retrato hablándole, anunciando que el Ministro de Magia estaba por llegar para presentarse.

 

Naturalmente, el había pensado que aquello fue producto de su tensión por la larga campaña electoral. Se horrorizó al encontrar un retrato que le hablara, aunque eso no fue nada comparado con el mago que salió de una llamarada verde para estrecharle la mano. No podía pronunciar una sola palabra al escuchar a Fudge dando tan tranquila explicación de que habían magos y brujas viviendo en secreto por todo el mundo, y para su consuelo no debía molestarse por ellos, pues el Ministro de Magia se responsabilizaría por toda la comunidad mágica y prevendría que la gente no-mágica los descubriera. Ese trabajo era, dijo Fudge difícil de cumplir, ya que incluía desde regularizar los vuelos de escoba hasta tener la población de dragones bajo control (el Primer Ministro recordó mientras se sostenía del escritorio, en este punto). Entonces Fudge le dio unas palmaditas en el hombro, en un modo paternal.

 

"No es para alarmarse," dijo, "Es una ventaja que nunca me verás de nuevo. Solo lo molestaré si hay algo realmente serio que tengamos que arreglar, algo que afecte a los Muggles, es decir, la gente no mágica. Por otro lado, es vivir y dejar vivir. Y debo decir, estas tomando todo mucho mejor que tu predecesor. Recuerdo que él intentaba arrojarme por la ventana, pensaba que yo lo estaba engañando."

 

A todo esto, el Primer Ministro finalmente recuperó la voz. "Entonces, ¿Usted--usted no va a engañarme?"

 

Ha sido lo último, esperanza desesperada.

 

"No," dijo Fudge gentilmente. "No, me temo que no. Mire."

 

Y transformó la taza de té en un pequeño roedor.

 

"Pero," dijo el primer ministro con respiración acelerada, observando como su taza de té roía en un rincón de la oficina, "Pero ¿porque--porque nadie me dijo--?"

 

"EL Ministro de Magia solo se revela al Primer Ministro de Magia muggle," dijo Fudge, llevándose  su mano detrás de su chaqueta. "Encontramos la  mejor forma para mantenerlo en secreto."

 

"Pero entonces," bramó el Primer Ministro, "¿Porqué el ministro anterior no me avisó--?"

 

A esto, Fudge rió.

 

"Mi querido Primer Ministro, ¿va a contar algo de esto a alguien?"

 

Aún riendo, Fudge tiró algunos polvos en la chimenea, haciendo aparecer llamaradas color esmeralda y desapareciendo con un sonido silbante. El Primer Ministro se detuvo por un momento, inmóvil, y se dio cuenta de que nunca se atrevería mencionar ese encuentro a ningún alma viviente, ¿Quien podría creerle?.

 

El shock que le produjo duró poco. Por un tiempo había intentado convencerse de que Fudge había sido producto de su imaginación, debido a la falta de sueño durante su campaña electoral. En un intento inútil de librarse de ese incómodo encuentro, le había regalado el pequeño roedor a su sobrina favorita y ordenó a su secretaria voltear el retrato del hombrecito feo que avisó la llegada de Fudge. Para su desagrado, el retrato resultó imposible de sacar. Cuando varios carpinteros, un albañil o dos, un historiador de arte, y el Canciller de Exchequer intentaron sacarlo de la pared, el Primer Ministro se dio por vencido y simplemente resolvió esperar que el retrato permaneciera inmóvil y en silencio hasta el fin de su cargo como Primer Ministro. Ocasionalmente pudo jurar haber visto al encargado de raspar la pintura, u otro raspando su nariz; una, incluso dos veces, el pequeño hombre simplemente salía dejando solo el fondo del retrato detrás. Sin embargo intentó no mirarlo muy seguido, y siempre para decir firmemente que sus ojos le estaban haciendo un truco cuando algo como eso sucedía.

 

Entonces, tres años atrás, en una noche muy parecida a la actual, el Primer Ministro estaba solo en su oficina cuando el retrato anunció una vez mas la inminente llegada de Fudge, que salió de la chimenea en una llamarada, muy exaltado y en un considerable estado de pánico. Antes de que el primer ministro pudiera preguntar el porqué de su estado, Fudge empezó a divagar de una prisión que jamás antes había escuchado hablar, un hombre llamado "Serio" Black, algo que sonaba como "Hogwarts," y un chico llamado Harry Potter , nada que tuviera el menor sentido para el Primer Ministro.

 

"...Acabo de llegar de Azkaban," jadeó Fudge, secando una gran cantidad de agua de su sombrero de hongo. "En medio del mar del norte, usted sabe, horrible vuelo... los dementores están alborotados"--tembló--"Nunca antes habían desobedecido. De todos modos, tuve que acudir a usted.

 

Black es un conocido asesino de muggles, ¡Y tal vez planee aliarse con Usted-Sabe-Quien!... Pero por supuesto, ¡usted no sabe aun quien es Usted-Sabe-Quien! Miró fijamente al Primer Ministro por un momento, entonces dijo, "Bueno, tome asiento, le serviré un.. Tome un wisky..."

 

El Primer Ministro resintió un poco al ser invitado a sentarse en su propia oficina, y servirle su propio wisky, pero se sentó de todas formas. Fudge sacó su varita, conjuró dos largos vasos que se llenaron de líquido ambarino salido del aire, dándole uno al Primer Ministro, y acomodándose en su silla.

 

Fudge habló por mas de una hora. En un punto, se rehusó a decir un nombre en concreto, en cambio lo escribió en un pedazo de pergamino, el cual arrimó hacia la mano libre del Primer Ministro. Cuando al fin Fudge se paró para irse, el Primer Ministro también lo hizo.

 

"Entonces usted piensa que..." dijo mirando de reojo al pedazo de pergamino. "Lord Vol--"

 

"¡El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado!" gruñó Fudge.

 

"Disculpe... Entonces usted piensa que El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado aun está vivo?"

 

"Bueno, Dumbledore dice que si," dijo Fudge mientras se ataba la capa a cuadritos bajo su barbilla, "pero nunca lo hemos encontrado. Si me pregunta, él no es peligroso sin ayuda, entonces es Black del que tenemos que tener cuidado. ¿Tendrás cuidado? Excelente. Bueno, espero no tener que volver a ver a ninguno de los dos. Buenas noches."

 

Pero los volvieron a ver. Menos de un año atrás, un Fudge con comportamiento prepotente apareció en la sala de gabinete para informar al Primer Ministro que hubo un disturbio en la Copa Mundial de Kwidditch (o al menos así sonaba) que varios muggles se vieron "involucrados", y que el Primer Ministro debió evitar, el hecho de que la marca de "Usted-Sabe-Quien" había sido vista de nuevo como si nada; Fudge estaba seguro de que era un incidente planeado, y la Oficina de Relaciones Muggle estaba ocupándose de todas las modificaciones de memoria como dijeron.

 

"Ah, y casi me olvido," agregó Fudge. "Estamos importando tres dragones del extranjero y una esfinge para el Torneo de los Tres Magos, gran rutina, pero el Departamento de Control y Regulación de Criaturas Mágicas me dice que está en el libro de reglas que debo notificarlo a usted si estamos trayendo criaturas extremadamente peligrosas al país."

 

"yo--que--¿dragones?" balbuceó el Primer Ministro.

 

"Sí, tres," dijo Fudge. "Y una esfinge. Bueno, que tenga un buen día."

 

El Primer Ministro esperó mas allá de la esperanza de que los dragones y esfinges eran lo peor, pero no. Menos de dos años atrás, Fudge salió eructado por el fuego una vez mas, ahora con la noticia de que había un amotinamiento en Azkaban.

 

"¿Un amotinamiento?" repitió el Primer Ministro roncamente.

 

"¡No hay que preocuparse, no hay que preocuparse!" gritó Fudge, otra vez con un pié en las llamas. "Los rodearemos a tiempo--¡solo pienso que debe saberlo!"

 

Y antes de que el Primer Ministro pudiera gritar, "¡Espere un momento!" Fudge desapareció en una lluvia de chispas verdes.

 

No importaba lo que la prensa y la oposición pudieran decir, el Primer Ministro no era un tonto. No había salido a la luz la noticia que, a pesar de todos los avisos de Fudge, que ahora mas bien estaban viendo un montón de cada uno, ni que Fudge se pusiera mas aturdido en cada visita. Aunque le gustara pensar un poquito en el Ministro de Magia (o, El Otro Ministro, como siempre lo llamaba Fudge en su mente), el Primer Ministro no pudo ayudar, pero aun temía que la próxima vez Fudge apareciera con noticias mas graves. El sitio, por lo tanto, de la llegada de Fudge volvió a eructarlo una vez mas, mirando despeinado, irritado y severamente sorprendido de que el Primer Ministro no supiera exactamente porqué había llegado él ahí, era lo peor que había pasado en el curso de esa lúgubre semana.

 

"¿Como debería enterarme de lo que ocurre en la--er--comunidad mágica?" chasqueó el Primer Ministro. “Tengo un país que conducir y tengo demasiadas preocupaciones como para--"

 

"Tenemos las mismas preocupaciones," interrumpió Fudge. El puente Brock-dale no se había desgastado. No fue realmente un huracán. Aquellos asesinatos no fueron obra de muggles. Y la familia de Herbert Chorley estaría mas segura sin él. Actualmente estamos haciendo arreglos para enviarlo al Hospital San Mungo para Enfermedades y Heridas Mágicas. Debemos llevarlo esta noche."

 

"¿Que vas a... Me temo que yo... Que?" bramó el Primer Ministro.

 

Fudge tomó un gran y profundo respiro y dijo, "Primer Ministro, lamento decirle que él ha regresado.

 

"Usted-Sabe-Quien" ha regresado."

 

"¿Regresó? ¿Cuando usted dice "regresó"... se refiere a que está vivo? Es decir--"

 

El Primer Ministro buscó minuciosamente en su memoria detalles de aquella horrible conversación donde tres años atrás Fudge le había contado acerca del mago que aterrorizaba a los demás, el mago que cometió cientos de crímenes horribles antes de su misteriosa desaparición quince años atrás.

 

"Si, está vivo," dijo Fudge. "Eso es--no se--¿Un hombre vivo que no puede se puede matar? Realmente no lo entiendo, y Dumbledore no puede explicarlo apropiadamente--pero de todas formas, es cierto que tiene un cuerpo y está caminando y matando, entonces supongo, por lo que dije, que él está vivo."

 

El Primer Ministro no sabía que decir en cuanto a esto, solo deseaba estar bien informado acerca de cualquier sujeto que tuviese que ver en cuanto a lo que escuchó en la conversación anterior.

 

"¿Está Serio Black con--er--El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado?"

 

"¿Black? ¿Black?" dijo Fudge distraídamente, volteando su sombrero rápidamente entre sus dedos. "¿Se refiere a Sirius Black?" Por las barbas de Merlín, no. Black está muerto. Nosotros estábamos--hem--equivocados en cuanto a Black. Era inocente después de todo. Y tampoco estaba del lado de El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado. Es decir," agregó defensivamente, girando su sombrero tan rápido como le permitiesen sus dedos, "toda la evidencia  apuntaba a--tuvimos mas de cincuenta testigos visuales--pero de todas formas, como dije, está muerto. De hecho, asesinado. Va a haber una investigación en el Ministerio de Magia, que fue donde ocurrió, actualmente..."

 

Para su gran sorpresa, el Primer Ministro sintió un fugaz sentimiento de pena por Fudge en ese punto.

 

Fue, sin embargo casi eclipsado inmediatamente, por un poco de presunción, al pensar que, podría estar en el area, de las materializaciones por chimeneas, nunca antes hubo un asesinato en ningún departamento de gobierno bajo su cargo... No aún, de todas formas...

 

Mientras el Primer Ministro frotaba la madera de su escritorio inconscientemente, Fudge continuó, "El caso es que Black no tiene nada que ver. El punto es, que estamos en guerra, Primer Ministro, y debemos tomar cartas en el asunto."

 

"¿En guerra?" repitió el Primer Ministro nerviosamente, "Está seguro que no está usted exagerando?"

 

"El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado se ha unido con todos sus seguidores quienes escaparon de Azkaban en enero," dijo Fudge, hablando mas y mas rápido, dando varias vueltas a su sombrero verde-lima. "Desde que escaparon, han estado haciendo estragos. El puente de Brockdale--el lo hizo, Primer Ministro, él amenazó con matar muggles si yo no me alejaba de él y--"

 

"¡Que pena, entonces fue una falla suya que esa gente fuera asesinada y encima debo responder las preguntas acerca de un herrumbre en la plataforma y un oxidación en el conjunto de expansión y no se que más!" dijo el Primer Ministro furiosamente.

 

"¡Mi falla!" dijo Fudge sonrojándose. "¿Está diciendo  que el derrumbe sería obra de un chantaje como ese?"

 

"Tal vez no," aseveró el primer ministro, parándose y dando zancadas por la habitación, "pero pondría todos mis esfuerzos en encontrar al culpable antes de que cometa otra atrocidad!"

 

"¿Realmente piensa que yo ya no estaba haciendo cada esfuerzo? demandó Fudge molesto. "Cada Auror en el ministerio estaba--y aun lo está--buscando a él y a sus seguidores, ¡pero es la casualidad que estamos hablando de uno de los magos mas poderosos de todos los tiempos, un mago que no pudo ser capturado por mas de tres décadas!"

 

"¿Entonces supongo que usted dirá que el huracán del oeste lo causó él?"  dijo el Primer Ministro, con el humor subiendo a cada paso que daba. Era enloquecedor encontrar la razón para todos esos terribles desastres y no poder decirle al público que después de todo no sería peor una falla del gobierno.

 

"No fue un huracán," dijo Fudge miserablemente.

 

"¡Disculpe!" ladró el Primer Ministro. "Árboles arrancados de raíz, azoteas rasgadas, faroles doblados, horribles daños--"

 

"Fueron los Mortífagos," dijo Fudge. "Los seguidores de Usted-sabe-Quien. Y... sospechamos que los gigantes también están involucrados."

 

El Primer Ministro se detuvo repentinamente como si hubiera chocado con una pared invisible."¿Quienes?"

 

Fudge hizo un gesto. "Él usó gigantes la última vez, cuando quiso ir por el gran efecto," dijo. "La oficina de la información errónea ha estado trabajando arduamente, hemos tenido escuadrones que apliquen el hechizo Obliviatus intentando modificar la memoria de todos los muggles que vieron lo que sucedió realmente, hemos tenido gente del Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas buscando en Somerset, pero no pudimos encontrar al gigante--ha sido un desastre."

 

"¡No me digas!" dijo el Primer Ministro furiosamente.

 

"No negaré que la moral está bastante baja en el Ministerio," dijo Fudge. "Con todo eso, y encima con la pérdida de Amelia Bones."

 

"¿Perder a quien?"

 

"Amelia Bones. La ministra de el Departamento de leyes Mágicas. Pensamos que Usted-ya-sabe-Quien la asesinó en persona, porque era una bruja muy dotada y-- y toda la evidencia muestra que lo retó a un duelo real."

 

Fudge se aclaró la garganta y, con un esfuerzo, dejó de dar vueltas el sombrero de hongo.

 

"Pero aquel asesinato apareció en los periódicos," dijo el Primer Ministro, dejando momentáneamente su cólera. "Nuestros diarios. Amelia Bones... solo se dijo que era una mujer de mediana edad que vivía sola. ¿Fue un--un asesinato horrible, no? De hecho hubo mucha publicidad. La policía está muy desconcertada."

 

Fudge suspiró. "Bueno, por supuesto que lo están," dijo. "Asesinada en un cuarto cerrado del lado de adentro, ¿No fue así? Nosotros, por otra parte, sabemos exactamente quien lo hizo, pero eso no nos ayudará a atraparlo. Y entonces sucedió lo de Emmeline Vance, tal vez no haya escuchado de ella--"

 

"¡Oh, si escuché!" dijo el Primer Ministro. "De hecho sucedió cerca de aquí. Las noticias le dedicaron un día entero, "falla de la ley y el orden en las narices del Primer Ministro--"

 

"Y si todo eso no fuera suficiente," dijo Fudge, apenas escuchando al Primer Ministro, "tenemos dementores merodeando por todo el lugar, atacando personas como si nada..."

 

Había una vez una época feliz en donde esa frase hubiese sido incomprensible para el Primer Ministro, pero ahora desearía seguir sin entenderla.

 

"Pensé que los dementores custodiaban Azkaban," dijo cuidadosamente.

 

"Lo hacían", dijo Fudge pesadamente. "Pero ya dejaron de hacerlo. Desertaron la prisión y se unieron a Usted-sabe-quien. No pretendía que esto lo golpeara."

 

"Pero", dijo el Primer Ministro, horrorizado, "¿usted no me había dicho que esas criaturas suspiraban la esperanza y la felicidad de las personas?"

 

"Así es. Y se están desarrollando. Esa es la causa de esta niebla."

 

El Primer Ministro se inclinó, tímidamente, en la silla mas cercana. La idea de criaturas invisibles rondando por las ciudades repartiendo horror y desesperación en sus votantes, lo hacía sentir bastante nervioso.

 

"¡Ahora mire Fudge, debe hacer algo al respecto! Es su responsabilidad como Ministro de Magia!"

 

"Mi querido Primer Ministro, ¿usted cree que sigo en el Ministerio de Magia luego de esto? ¡Me despidieron hace tres días! Toda la comunidad mágica ha estado pidiendo mi despido por quince días. dijo Fudge, intentando sonreír.

 

El Primer Ministro estaba momentáneamente escaso de palabras. A pesar de su indignación por la posición en que ha estado, aun sentía pena por la mirada triste del hombre sentado frente a él.

 

"Lo siento mucho," dijo finalmente. "¿Hay algo que pueda hacer por usted?"

 

"Es muy amable de su parte, Primer Ministro, pero no puede hacer nada. Solo vine esta noche para notificarle los nuevos eventos y para presentarle a mi sucesor. Pienso que podría llegar en estos momentos, pero por supuesto, el está muy ocupado, tiene mucho que hacer."

 

Fudge miró el retrato del hombrecito feo luciendo una larga peluca plateada, quien se estaba rascando el oído con una pluma. Percatándose de que Fudge lo observaba, el retrato dijo, "Estará aquí en unos momentos, está terminando una carta para Dumbledore."

 

"Le deseo suerte," dijo Fudge sonando amargo por primera vez. "Estuve esperando a Dumbledore dos veces al día por una quincena, pero no apareció. Si él solo supiera disuadir al muchacho. Yo aún sería... Bueno, tal vez Scrimgeour tenga mas éxito."

 

Fudge se hundió en un agresivo silencio, pero fue interrumpido inmediatamente por el retrato, que de repente habló con su fresca y oficial voz.

 

"Al Primer Ministro de los muggles. Solicitando una reunión. Urgentemente. Responde cortésmente. Rufus Scrimgeour, Ministro de Magia."

 

"Bien, bien, de acuerdo," dijo el Primer Ministro distraídamente, y tan pronto terminó de hablar las llamas de la chimenea revelaron a un segundo mago, eructándolo momentos después en la alfombra antigua.

 

Luego de vacilar por un momento, Fudge se levantó de su silla, y el Primer Ministro hizo lo mismo, observando al nuevo extraño, que estaba cubierto de polvo, mirando alrededor.

 

"La primer impresión que el Primer Ministro tuvo de Rufus Scrimgeour fue que lucía como un viejo león.

 

Había mechones grises en su cabello pardo y en sus cejas tupidas; tenía unos agudos ojos amarillentos detrás de sus anteojos finos y una ciertamente fina y agraciada forma de caminar. Hubo una impresión de susto y obstinación; el Primer Ministro entendió porqué la comunidad mágica quería a Scrimgeour en vez de Fudge como dirigente en esos tiempos peligrosos.

 

"¿Como esta usted?" dijo el Primer Ministro educadamente, acercándole la mano en un ademán para estrechársela.

 

Scrimgeour le estrechó la mano brevemente, sus ojos rastreaban la habitación, entonces sacó una varita de su túnica.

 

"¿Fudge le contó todo?" preguntó, corriendo hacia la puerta para cerrar con llave. El Primer Ministro pudo escuchar el "clic" de la cerradura.

 

"Eh--si," dijo el Primer Ministro. "Y si no le importa, me gustaría que abra esa puerta de nuevo".

 

"Preferiría no ser interrumpido," dijo Scrimgeour brevemente, "u observado," agregó, señalando la ventana con su varita, cerrando las cortinas. "Bien, soy un hombre ocupado, así que daré por escrito mis negocios. Primero que nada, necesitamos discutir su seguridad."

 

El Primer Ministro se puso a su altura y replicó, "Estoy perfectamente satisfecho con la seguridad que tenía, muchas grac--"

 

"Bueno, yo no lo creo," interrumpió Scrimgeour. "Solo hay una débil cerradura para muggles si el Primer Ministro peligrara de caer bajo el Imperio Cruciato. El nuevo secretario en la oficina exterior--"

 

"¡No me estoy librando de Kingsley Shacklebolt, si es lo que está sugiriendo!" dijo el Primer Ministro furiosamente. "Él es muy eficiente, hace su trabajo dos veces mas rápido que los demás--"

 

"He dicho eso porque él es un mago," dijo Scrimgeour, sin sonreír. "Un Auror muy bien entrenado, al quien se le ha dado ese trabajo para protegerlo a usted, Primer Ministro."

 

"¡Ahora, espere un momento!" declaró el Primer Ministro. "Usted no puede poner su gente en mi oficina, YO decido quien trabaja para mí--"

 

"¿No había dicho usted que estaba feliz con Shacklebolt?" dijo Scrimgeour fríamente.

 

"Lo estoy--me refiero, yo--"

 

"Entonces no hay ningún problema, ¿O no?" dijo Scrimgeour.

 

"Yo... Bueno, mientras Shacklebolt trabaje eficientemente," dijo el Primer Ministro arrastradamente, pero Scrimgeour apenas parecía oírlo.

 

"Ahora, acerca de Herbert Chorley, su Ministro principiante," continuó "El que ha estado entreteniendo al público personificando a un pato”

 

"¿Que hay con él?" preguntó el Primer Ministro.

 

"Es muy obvio que está bajo efecto del Imperio Cruciato," dijo Scrimgeour. "Le ha alterado el cerebro, pero podría ser aún peligroso."

 

"¡Solamente está imitando a un pato!" dijo el Primer Ministro débilmente. "Seguramente un poco... Tal vez fácilmente entre a la bebida..."

 

"Un equipo de curanderos del Hospital San Mungo para Enfermedades y Heridas Mágicas están examinándolo. Ha intentado estrangular a tres de ellos," dijo Scrimgeour. "Mientras tanto será mejor que lo apartemos de la sociedad Muggle por  un tiempo."

 

"Yo... bueno.. ¿Estará bien, no?" dijo el Primer Ministro ansiosamente.

 

Scrimgeour simplemente fue hacia la chimenea, preparándose para irse.

 

"Bueno, eso es todo lo que tenía que decirle. Lo mantendré informado de sus progresos, Primer Ministro--o, tal vez esté demasiado ocupado como para venir personalmente, en tal caso enviaré a Fudge. El tiene la tarea de tenerlo informado."

 

Fudge procuraba sonreír, pero no fue muy convincente; simplemente actuaba como si tuviera un dolor de muelas.

Scrimgeour ya buscaba en sus bolsillos un misterioso polvo que hacía colorear de verde las llamas de la chimenea. El Primer Ministro miró desesperado a los magos por un instante, entonces las palabras que él había luchado para callar toda la tarde, estallarían al fin.

 

"¡Santo cielo--ustedes son magos! ¡Pueden hacer magia! ¡Seguramente pueden resolver--bueno--cualquier cosa!"

 

Scrimgeour volteó lentamente e intercambió una mirada incrédula a Fudge, que ahora realmente sonreía amablemente, "El problema es, que los problemas en cuestión también puede hacer magia, Primer Ministro."

 

Y uno después del otro, los dos magos desaparecieron entre las llamas verdes de la chimenea.

 

(Fin del capítulo)

 

Traducido por me-and-I