Los crueles y
los especuladores
Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn
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Fue una alegría inmensa. Pero cargada de tristeza y de rabia justa. La
noticia de la demolición de la cárcel de Caseros, construida en los años
de la vergüenza y del crimen. ¡Cuánto luchamos porque esa ignominia de
la realidad argentina desapareciera de la vista de nuestros hijos y de
nuestros alumnos! Pero esa demolición, que tendría que haber sucedido
el día siguiente de la asunción del gobierno de Alfonsín, sólo ocurriría
diecisiete años después. La cárcel de Caseros fue el símbolo de la incapacidad
democrática de los argentinos. Allí, apenas a diez minutos de la Plaza
de Mayo, con su cabildo, su catedral, su mausoleo de San Martín, está
ese monumento a la crueldad más desnuda erigido por orden del dictador
Videla. Esa burla a la condición humana.
Alguna vez escribí que el dictador se había hecho a sí mismo, con esa
cárcel, el monumento que lo describía en detalle. Con esa placa que lo
inmortalizó en su concepto bestial del ser humano: “Esta cárcel la construyó
el teniente general Videla”, que todavía debe estar allí, en el salón
por donde entraban las humilladas mujeres e hijos de los presos. Era entrar
al infierno para ver cómo la sociedad argentina tenía a quienes consideraba
los marginados de la sociedad. Pero si fue vil esa obra idea de Videla,
el feroz, el inquisidor, más indignante fue la posición del “no veo, no
oigo, no siento”, de los gobiernos de Alfonsín y de Menem y de sus ministros
y de sus legisladores. Cuántas esperas habrán hecho los organismos de
Derechos Humanos en el salón de los Pasos Perdidos –de los tiempos perdidos–
ante legisladores radicales y peronistas para que tomaran en sus manos
el tema de la cárcel de Caseros de Videla. Cuántas veces los invitamos
a ir sólo a mirar aunque fuera desde el exterior, esa perversión: en su
desesperación, los presos –que jamás veían el sol– rompían las paredes
hacia afuera y se veían grandes agujeros en el muro exterior. Desde allí,
los detenidos mantenían a gritos diálogos con sus allegados afuera. Era
un espectáculo a la Fujimori. Pero todos se callaban, defender a presos
es “piantavotos” de acuerdo con una vieja consigna comiteril radical.
Pero parece que esto es una consigna general de nuestros factores de poder
porque la Iglesia Católica se calló la boca a pesar de las bellas enseñanzas
de Jesús sobre los presos y desamparados.
Se cometió latrocinio contra la dignidad humana, a diez minutos de la
Plaza de Mayo, a diez minutos del Congreso Nacional. Aquí sí que tendría
que calcularse el dos por uno para todos aquellos que pasaron sus años
de cárcel en esos tugurios, en esos túneles infamantes, con el constante
miedo que si se prendía fuego abajo morían todos, porque las escaleras
estaban cerradas con rejas y de los ascensores apenas marchaban dos. Ya
el olor al entrar, de cloacas rotas, ponía al visitante en el lugar de
la humillación constante de esos presos. Esto en un país católico, donde
somos capaces de llamarnos hermanos en alguna procesión a la virgencita
de Luján o en un desfile militar al estilo de los generales Pertiné y
Márquez de la conservadora Década Infame, repetidos ahora.
Pero no, acerca del continuo suplicio de esos presos, cuando se habló
del dos por uno a quienes, como a los presos de La Tablada, no se les
dio la segunda instancia judicial, legisladores oficialistas como el señor
Pascual o el señor Stubrin pusieron el grito en el cielo, se indignaron
hasta la médula de sus cerebelos, sin tener en cuenta los años de Caseros.
A los dos y al bloque que cuando le preguntan sobre el tema de la OEA
y de La Tablada se hacen los que no oyen, los invitaría a darse una vuelta
por Caseros. Sean humanos, vayan y vean, si esa cárcel estaba de acuerdo
con la dignidad que exigen las leyes y la Constitución. En vez deindignarse
ante la pregunta del dos por uno, avergüéncense por lo que la sociedad
argentina les dio hasta ahora a sus presos. Claro que a lo mejor pierden
algún voto porque la mentalidad fascista de algún correligionario hace
amar al carapintada que quiere la pena de muerte o al subcomisario, ese
que dice que a los detenidos para que declaren “les doy una patada en
el culo”, y ya llegó a intendente. (Yo les recomendaría a los diputados
Stubrin, Pascual y al bloque peronista que lean “Relatos en los muros”
de los presos Carlos Motto y Sergio Paz, escritos en Caseros. Se darán
cuenta que no son fieras de zoológico sino jóvenes de una sensibilidad
que conmueve.)
Pero lo más patético y al mismo tiempo irónicamente desopilante son las
declaraciones del ex ministro de Justicia de Menem Raúl Granillo Ocampo
en las que defiende al mayor Olivera, un vulgar matasiete torturador de
mujeres, violador y asesino, a quien acaban de meter preso en Roma. Granillo
Ocampo, que cuando era ministro de Justicia no consideró necesario ni
siquiera acusar recibo a la recomendación de la CIDH sobre el juzgamiento
de los presos de La Tablada, pero en menos que canta un gallo produjo
un artículo defendiendo al violador Olivera. Sí. Y de la misma forma reaccionó
su mandamás Carlos Menem, quien en su acostumbrada jerga llorosa dijo
a la prensa: “Nos detienen a un mayor y el gobierno calla”. Fíjese el
lector, por qué clase de mayor llora el ex presidente de los argentinos.
(Aunque después se negó como abogado a defenderlo.) Tanto Menem como su
obediente Granillo Ocampo señalan que esto de la detención de Olivera
en Francia hiere nuestra soberanía. Ellos hablan justo de soberanía nacional,
lo que ellos vendieron al mejor postor (o al que más les convenía). Y
si no preguntémonos sobre el significado de soberanía a Cavallo.
Y en esto la historia, con su sabía ironía, nos da clases magistrales:
el teniente coronel Nani, en un gesto más para el ambiente televisivo,
dijo que devolvería la condecoración que le dio Menem por reprimir en
La Tablada. Lo haría en protesta por si los presos salen en libertad.
Es decir, el militar Nani no se siente tocado por el informe de la OEA
donde se habla de incursores del MTP fusilados, desaparecidos, torturados,
ni tampoco que los sobrevivientes no fueron juzgados de acuerdo con las
leyes defensoras de derechos humanos. No, la racionalidad del teniente
coronel Nani le alcanza sólo para decir: si salen, devuelvo la chapa.
Un gesto carapintada, claro, que tuvo su éxito en aquella Semana Santa.
No importan las razones de las leyes sino el impacto de su actitud. Tenga
un gesto sanmartiniano, oficial Nani, déles sus medallas a sus nietos
para que jueguen, y si no los tiene, déselas a los pibes del barrio, que
ellos saben bien qué hacer con esos colgajos. Fíjese, teniente coronel
Nani, el significado que le ha dado la historia a su hecho “heroico” de
la reconquista del cuartel de La Tablada: allí se instalará un hipermercado
y vaya a saber adónde irán a parar las ganancias. Y usted dice que “luchó
por la Patria”.
El presidente de la Cámara baja, el radical Pascual, anuncia que en la
semana próxima se tratará el documento de la CIDH sobre La Tablada. En
el mismo recinto y con la misma bancada que votó obediencia debida para
los asesinos uniformados. Ojalá que sea un debate para la democracia:
que se debata también el porqué de la desigualdad ante la ley, el porqué
a los asesinos uniformados se les dio la más absoluta de las libertades,
en cambio a los civiles –y más si son izquierdistas–, a ésos nada, ni
siquiera los convenios firmados en el exterior.
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