El
lingüista y ensayista norteamericano reflexiona sobre el papel que
sus colegas cumplen cuando, en lugar de ejercer la crítica social
y política, pasan a formar parte del gobierno de un país. Cita como
ejemplo experiencias que se desarrollaron en distintas épocas en
los Estados Unidos, entre ellas la administración de John Fitzgerald
Kennedy, quien reunió a su alrededor a brillantes figuras del mundo
cultural y artístico. En general, los resultados fueron negativos.
Temerosos de equivocarse, cautivos de su prestigio, los cerebros
más destacados de una nación, convertidos en funcionarios, demostraron
una nociva rigidez.
Bertrand Russell y Noam Chomsky conformaron, desde los años 60,
un triunvirato de abanderados de la ética que, como una conciencia
de la sociedad global, se pronunciaba y actuaba en defensa de la
causa de los pobres y de los excluidos del sistema mundial. Al morir
sus "compañeros de armas", Chomsky mantuvo su postura crítica frente
a las injusticias y abusos contra los indefensos y continuó luchando
por una verdadera democracia con participación de las mayorías.
Desde su experiencia de toda una vida al servicio de los movimientos
sociales, el prestigioso pensador estadounidense aclara el papel
que deben ocupar los intelectuales en la vida de la sociedad.
-¿Cómo defines a un intelectual?
-Desde cierta perspectiva, un intelectual es simplemente toda persona
que usa su cerebro. Todo el mundo usa su cerebro, por supuesto,
pero, más allá de ese uso necesario para la supervivencia, hay actividades
que se refieren a la opinión pública, a asuntos de interés general.
Yo no llamaría intelectual a alguien que traduce un manuscrito griego,
porque hace un trabajo básicamente mecánico. Hay quizás pocos profesores
que puedan llamarse verdaderamente intelectuales. Por otra parte,
un trabajador del acero que es organizador sindical y se preocupa
por los asuntos internacionales puede muy bien ser un intelectual.
Es decir, la condición de intelectual no es el correlato de una
profesión determinada. Hay alguna relación entre gozar de ciertos
privilegios y tener posibilidades de actuar como un intelectual.
No es una relación muy fuerte, porque mucha gente privilegiada no
hace nada que pueda considerarse de mérito intelectual y, por otra
parte, mucha gente sin privilegios es muy creativa, reflexiva y
de amplios conocimientos.
-¿Qué entiendes por "variante leninista" de los intelectuales?
-En los años 60 escribí un libro sobre los intelectuales, titulado
American Power and the New Mandarins. La expresión "los nuevos mandarines"
no fue un invento mío. Yo la tomé de Ithiel de Sola Pool, jefe del
Departamento de Ciencias Políticas del Massachussets Institute of
Technology (MIT), quien escribió un artículo en el cual se caracterizó
a sí mismo y caracterizó a sus cohortes, con orgullo, como los nuevos
mandarines. Esto fue justo al inicio del gobierno de John F. Kennedy.
Cuando Kennedy asumió la presidencia, se suponía que se inauguraba
una nueva era de las luces. Toda clase de intelectuales de Cambridge
fue para allá; algunos para convertirse en miembros del gobierno,
otros para ser asesores y otros para almorzar con Jackie Kennedy.
Efectivamente, lograron un grado de poder de decisión que es inusual.
Si comparas, por ejemplo, la camarilla gubernamental de Eisenhower
con la camarilla de Kennedy, en la segunda había más personas que
serían consideradas como intelectuales públicos o científicos políticos.
Tenían varios nombres para describirse. Uno que usaban con orgullo
era los "nuevos mandarines". A partir de ese momento, inteligencia
y conocimiento iban a servir y ejercer el poder, cosa que se haría
de manera apropiada. También se describieron como "intelectuales
de acción" (action intellectuals), porque no eran simplemente académicos
de la torre de marfil. Se consideraban intelectuales brillantes
que iban a comprometerse en los asuntos reales del mundo. Se trataba,
esencialmente, de intelectuales liberales, es decir, en términos
europeos, una especie de socialdemócratas. Y bueno, esto no era
tan nuevo como ellos pensaban. Durante la Primera Guerra Mundial
había sucedido algo semejante. El presidente estadounidense Woodrow
Wilson fue electo en 1916 con una plataforma electoral que, bajo
el lema "Paz sin victoria", prometía mantener a los Estados Unidos
fuera de la guerra y negociar la paz entre las potencias en conflicto.
Sin embargo, muy rápidamente se puso a trabajar para que los Estados
Unidos participara en la conflagración, y como la población estadounidense
no quería entrar en la guerra, fue necesario generar una histeria
chauvinista entre la población y crear un odio contra todo lo que
fuera alemán. Eso se hizo con un éxito notable, en parte mediante
una agencia de propaganda del Estado creada por Woodrow Wilson,
que contaba con respetados intelectuales como Walter Lippman, que
durante mucho tiempo había sido un analista serio en los medios.
Los responsables e intelectuales serios, particularmente los del
círculo de John Dewey, se describían, y lo hacían con mucho orgullo,
en términos semejantes a los que años más tarde usarían los "nuevos
mandarines". Decían que era la primera vez en la historia que se
había colocado la inteligencia al servicio del ejercicio del poder
y que un país había entrado en una guerra, no bajo la influencia
perniciosa de líderes militares, traficantes de armas y hombres
de negocios interesados en recursos, sino bajo la influencia de
los hombres inteligentes de la comunidad, que entendían profundamente
la necesidad de ir a la guerra y que habían logrado convencer de
esa necesidad a la población, mediante el uso de la inteligencia
y de la manipulación. En los años siguientes, gente como Walter
Lippman, que había formado parte del Comité de Propaganda, escribió
ensayos sobre la democracia que fueron considerados progresistas.
Basándose en su experiencia, enfatizó la necesidad de que la gente
responsable fuera protegida de la población general, que él describía
como una "manada sin orientación". Todo esto tiene una especie de
sabor a leninismo. Los "responsables", que se autodefinen como intelectuales
tecnocrática y políticamente orientados, son muy semejantes a un
partido de vanguardia. Y las doctrinas son muy similares. El partido
leninista de vanguardia va a empujar las estúpidas masas hacia adelante,
hacia cosas maravillosas. En el libro American Power..., yo comparé
un discurso de Robert McNamara con un discurso inspirado por la
doctrina leninista a secas. Son muy semejantes. La única diferencia
es que McNamara habla de vez en cuando de Dios, pero la idea básica
es esencialmente la misma.
-¿Deben participar los intelectuales en el poder?
-Eso depende de la integridad del intelectual. Si quieres mantener
tu integridad, generalmente serás crítico, porque muchas de las
cosas que suceden merecen críticas. Pero es muy difícil ser crítico,
si uno forma parte de los círculos de poder. Por lo general, la
mejor posición para un intelectual es estar comprometido con las
fuerzas populares que tratan de mejorar las cosas. Pero ése es el
tipo de intelectuales que, como el socialista estadounidense Eugene
Debbs, terminan en la cárcel.
-¿Qué opinas de la idea griega de que los filósofos, por sabios,
deben gobernar?
-Es una idea tremendamente peligrosa, tanto en su variante leninista
como en la variante occidental del intelectual tecnocrático, orientado
hacia el ejercicio del poder, o en cualquier otra variante que hemos
visto en la historia, como el ejemplo reciente de las castas sacerdotales
en el poder.
-¿Los
intelectuales en el poder son peligrosos?
-Cuando los intelectuales públicos y académicos se congregaron en
Washington con Kennedy, extremadamente entusiastas y orgullosos
de sí mismos, mi visión fue que eso iba a ser un desastre total,
porque la lección histórica respectiva es muy clara. Ese tipo de
gente es muy arrogante. Creen saberlo todo y son muy peligrosos
cuando se acercan al poder. Las razones son obvias. Si cometen un
error, tienen un serio problema, porque sólo se les ha dado un puesto
en el poder por su supuesta inteligencia y su competencia. Entonces,
¿cómo pueden cometer un error? Por eso, tienden a perseverar en
sus errores, en insistir en que ellos tenían razón. El panorama
cambia con gente, digamos, como Averell Harriman, que durante toda
su vida tuvo cargos en el gobierno. Su poder derivaba del hecho
de que su padre y su abuelo habían construido ferrocarriles. Eran
ricos, formaban parte de la aristocracia. Bien, él no necesitaba
justificar su lugar en el poder. El tenía poder. Si cometía un error,
podía cambiar de opinión sin mayor problema. Pero en los intelectuales
hay una tendencia casi natural a ser muy rígidos; no sólo son arrogantes
sino también doctrinaristas.
-¿Los estándares morales de un intelectual deben ser más altos
que los de una persona común, porque tiene más acceso al poder?
-Cuanto mayores sean tus privilegios y autoridad, mayor será tu
responsabilidad moral, porque las consecuencias predecibles de tus
actos serán también mayores. En la medida en que la gente que se
dice intelectual, séalo o no, sea capaz de influir y decidir sobre
condiciones que determinan los acontecimientos reales, en esa medida,
su responsabilidad crecerá.
-¿Cuál es el estado actual de los intelectuales?
-Muy semejante al de siempre. Los intelectuales son quienes escriben
la historia, los que presentan las imágenes del presente y del pasado.
Para ser más preciso, me refiero a los intelectuales que se llaman
"intelectuales responsables". Los disidentes no escriben la historia.
Por ejemplo, Walter Lippman se describía orgullosamente como uno
de los "hombres responsables". Eugene Debbs, el personaje principal
del movimiento obrero estadounidense, candidato a la presidencia
por el Partido Socialista y un crítico de la Primera Guerra Mundial,
estaba en la cárcel. Y a Walter Lippman nunca se le ocurrió preguntarse
¿por qué soy yo una persona responsable y Eugene Debbs está en la
cárcel? ¿Soy yo más intelectual que él? Y la respuesta es no, están
simplemente de diferentes lados de la barrera. Si estás del lado
del poder y de la autoridad, puedes entrar en el círculo de los
intelectuales responsables. Si eres un crítico y un disidente, la
tendencia es que te traten duramente. No quiero decir que la historia
sólo ha sido escrita por apologistas. No sería exacto decirlo así.
Pero hay una tendencia en esa dirección. Incluso la imagen de cómo
actúan los intelectuales tiende a ser halagadora y narcisista. Por
lo tanto, creo que hay una ilusión acerca de cómo han actuado en
el pasado los intelectuales. Ha habido tiempos en que el grado de
influencia sobre el público general de los intelectuales -intelectuales
en el verdadero sentido de la palabra- fue extraordinario, esos
momentos de fermento, períodos revolucionarios, como el de los levellers
en la revolución inglesa o los años sesenta del siglo XX. Pero la
mayor parte del tiempo, los intelectuales son aduladores del poder.
La situación usual es la de la Primera Guerra Mundial, cuando los
intelectuales, en ambos lados, estaban alineados y al servicio del
poder. Eran entusiastas apologistas de su Estado: los alemanes por
Alemania, los ingleses por Inglaterra y los franceses por Francia.
Hubo algunas excepciones, pero muy pocas y terminaron en la cárcel.
Bertrand Russell, por ejemplo, en Inglaterra; Karl Liebknecht y
Rosa Luxemburgo en Alemania y Eugene Debbs en Estados Unidos. Sin
embargo, la mayoría de los intelectuales son servidores del poder.
México, 2001 El Universal y LA NACION