El 24 de marzo, las fuerzas aéreas de la OTAN encabezadas por Estados
nidos comenzaron a golpear a la República Federal de Yugoslavia (RFY, Serbia
y Montenegro), incluyendo a Kosovo, territorio al que la alianza reconoce como
provincia de Serbia. El 3 de junio, la OTAN y Serbia lograron un Acuerdo de Paz.
Estados Unidos se declaró victorioso tras haber concluido su "lucha de
10 semanas para obligar al señor Milosevic a gritar 'me rindo'", según
reportó Blaine Harden en el diario The New York Times.
En vista de esto, sería innecesario emplear fuerzas terrestres para "limpiar
Serbia" como recomendó Harden en un reportaje titulado "Cómo limpiar
Serbia". La recomendación fue natural, a la luz de la historia de Estados
Unidos, en la que ha sido dominante el tema de la limpieza étnica desde
sus orígenes hasta estos días. Me refiero a logros celebrados en
los nombres que se dan a los helicópteros militares de ataque y otras armas
de destrucción.
Se requiere de un calificativo, sin embargo, el término "limpieza étnica"
no es, en realidad, el apropiado. Las operaciones de limpieza de Estados Unidos
han sido ecuménicas; el caso de Indochina y América Central son
dos ejemplos recientes.
Desde su primer planteamiento, el bombardeo fue concebido como un asunto de
significado cósmico, una prueba del Nuevo Humanismo, en el que los "Estados
iluminados" (o la oficina de Asuntos Exteriores), comienzan una nueva era en la
historia de la humanidad guiados por "un nuevo internacionalismo en el que la
represión brutal de grupos étnicos enteros no volverá a ser
tolerada" (según Tony Blair).
Los "Estados iluminados" son Estados Unidos, sus socios británicos, y quizás
algunos otros que se enlistaron en la cruzada por la justicia de estos países.
Aparentemente, la categoría de "Estados iluminados" es otorgada por definición,
pues uno no encuentra el menor intento por aportar evidencias que respalden el
argumento; y desde luego las evidencias no provienen de la historia. Este aspecto
es considerado, en cualquier caso, irrelevante en virtud de la doctrina
conocida del "cambio de curso", que es invocada regularmente por las instituciones
ideológicas para despachar el pasado en los más profundos resquicios
de la laguna en el recuerdo, evitando así el peligro de que alguien pudiera
formular las preguntas más obvias: si las estructuras institucionales y
la
distribución del poder se mantienen esencialmente inamovibles ¿porqué
debía uno esperar cambios políticos radicales, además de
los ajustes tácticos?
Pero preguntas como la anterior no figuran en el programa. "Desde un principio
el problema de Kosovo ha sido sobre cómo debemos reaccionar a cosas malas
que ocurren en lugares sin importancia", explicó el analista global Thomas
Friedman en el diario The New York Times cuando se anunció el acuerdo de
paz. Después, el autor procede a ensalzar a los "Estados iluminados" por
reforzar su máxima moral se ún la cual, "una vez que comenzaron
las deportaciones, el ignorar a Kosovo estaba mal, y por lo tanto, el emprender
una inmensa ofensiva aérea para un objetivo limitado era lo único
que tenía sentido".
La preocupación por las "deportaciones" no podía ser el único
motivo para la "inmensa ofensiva aérea", pero esta fue una aflicción
menor. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), registró
a los primeros 4 mil refugiados provenientes de Kosovo el 27 de marzo, tres días
después de que comenzaron los bombardeos. El número fue aumentando
hasta el 4 de junio, cuando llegó a un total de 670 mil refugiados en las
vecinas Albania y Macedonia, y otros 70 mil en la república yugoslava de
Montenegro, y 75 más en otros países.
Estas cifras, que desafortunadamente son demasiado bien conocidas, no incluyen
al número de desplazados dentro de Kosovo, que serían entre 200
mil y 300 mil, sólo durante el año, antes de los bombardeos de la
OTAN, y muchos más después.
Sin duda, la "inmensa ofensiva aérea" precipitó una aguda escalada
en la limpieza étnica y otras atrocidades. Esto ha sido consistentemente
reportado por corresponsales en el lugar y análisis retrospectivos de los
medios.
La misma estampa ha sido reproducida en los dos principales documentos que tratan
de mostrar los bombardeos como una reacción a la crisis humanitaria en
Kosovo. El más extenso de ellos fue publicado en mayo pasado por el Departamento
de Estado y se titula, apropiadamente, Borrando la Historia: Limpieza Etnica en
Kosovo. El segundo es el encausamiento de Milosevic y sus colaboradores por el
Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra en la ex Yugoslavia, después
de que Estados Unidos y Gran Bretaña "abrieron el camino para concretar
un encausamiento notablemente rápido al dar a (la fiscal Louise Arbour)
acceso a información de los servicios de inteligencia que durante mucho
tiempo le negaron otros gobiernos occidentales", según reportó The
New York Times.
Ambos documentos sostienen que las atrocidades comenzaron "el 1o. de enero, o
alrededor de esa fecha", en ellos, sin embargo, se incluye una cronología
detallada que revela que las atrocidades continuaron en un nivel que escaló
agudamente como respuesta a los bombardeos. Esto, desde luego, no fue una sorpresa.
El comandante de la OTAN, Wesley Clark, dijo en alguna ocasión que esta
consecuencia era "del todo previsible" lo que fue, por supuesto, una exageración.
Nada en los asuntos humanos es previsible, a pesar de la amplia evidencia con
la que ahora se cuenta y que revela que se anticiparon las consecuencias, por
razones que fueron comprendidas desde un principio, y sin necesidad de recurrir
a informes de los servicios secretos.
Un pequeño índice de los efectos de la "inmensa ofensiva aérea"
fue ofrecido por Robert Hayden, director del Centro de Estudios para Rusia y Europa
del Este de la Universidad de Pittsburgh: "El número de víctimas
civiles serbias en las tres primeras semanas de guerra fue mayor al total de víctimas
serbias y de origen albanés en Kosovo en los tres meses que precedieron
al conflicto bélico. Aún así, se supone que en esos tres
meses ocurrió la catástrofe humanitaria" que motivó la operación.
Ciertamente estas consecuencias particulares no son tomadas en cuenta en el contexto
de la histeria patriotera que se lanzó para satanizar a los serbios, lo
que llegó al extremo intrigante de bombardear abiertamente a la sociedad
civil, y al mismo tiempo, esperar un apoyo más ferviente a las acciones.
Casualmente, al menos el viso de una respuesta más creíble a la
pregunta retórica de Friedman fue proporcionada por el Times, ese mismo
día, en un despacho desde Ankara firmado por Stephen Kinzer, quien escribió
que "el más conocido activista de derechos humanos en Turquía fue
encarcelado" para purgar una condena por "instar al Estado a alcanzar un acuerdo
de paz con los rebeldes kurdos".
Unos días antes Kinzer dio a entender veladamente que esa no era toda la
historia: "Algunos (kurdos) insisten en que son reprimidos por el régimen
turco, pero el gobierno insiste en que gozan de los mismos derechos que los demás
ciudadanos".
Uno se pregunta si esto realmente hace justicia a las operaciones más extremas
de limpieza étnica de mediados de los años 90, en las que decenas
de miles de personas han sido asesinadas, 3 mil 500 poblados han sido destruidos
(un número siete veces mayor al de localidades que fueron arrasadas en
Kosovo, según el anuncio de victoria de Clinton).
Se habla también de entre dos millones y medio y tres millones de refugiados,
además de horrendas atrocidades, fácilmente comparables a las perpetradas
por los enemigos escogidos que aparecen diariamente en primeras planas, y que
son detalladas por las principales organizaciones de derechos humanos, pero que
son ignoradas.
Los logros en la guerra fueron posibles gracias al masivo apoyo militar estadunidense,
cuya intensificación fue ordenada por Clinton a medida de que aumentaban
las atrocidades. Así se fueron enviando aviones y helicópteros de
ataque, equipo para la contrainsurgencia y otros medios de terror y destrucción,
así como entrenamiento e información proveniente de los servicios
de inteligencia, que se destinó para algunos de los peores asesinos.
Debe recordarse que esos crímenes se han cometido a lo largo de la década
de los 90 dentro de la misma OTAN, y bajo la jurisdicción del Consejo Europeo
y la Corte Europea de Derechos Humanos, los cuales continúan emitiendo
dictámenes contra Turquía por las atrocidades que cometió
con el apoyo de Washington (muchas de ellas ocurridas en 1998). Se requirió
de verdadera disciplina por parte de participantes y comentaristas para "no notar"
nada de esto durante la celebración, en abril, del 50 aniversario de la
OTAN.
Esta disciplina fue particularmente impresionante a la luz del hecho de que la
celebración estuvo teñida por la sombría preocupación
ante la limpieza étnica perpetrada por los enemigos oficialmente designados
y no por los "Estados iluminados" con la función de dedicarse a su misión
tradicional de llevar justicia y libertad a los pueblos del mundo que sufren,
defender los derechos humanos empleando la fuerza, de ser necesario, bajo los
principios del Nuevo Humanismo.
Estos crímenes, de seguro, son la única ilustración a la
respuesta dada por los "Estados iluminados" a la profunda interrogante de "¿cómo
debemos reaccionar cuando ocurren cosas malas en lugares sin importancia?". Debemos
intervenir para rebasar las atrocidades y no "mirar hacia otro lado" bajo una
"doble moral", que es como comúnmente se evita responder cuando alguien,
descortésmente, aduce a insignificancias.
Así fue la misión que se llevó a cabo en Kosovo, como lo
revela claramente el curso de los hechos, que no la versión refractada
a través del prisma de la ideología y la doctrina, que no tolera
con agrado la observación de que una consecuencia de la "inmensa ofensiva
aérea" fue un aumento en el nivel de atrocidades que llevó a un
saldo de víctimas comparable al que dejó la situación (apoyada
por Estados Unidos) en Colombia durante los 90, y a un nivel cercano a las atrocidades
que se han cometido en los países europeos y de la OTAN en la misma década,
de haberse prolongado los bombardeos.
Las instrucciones de Washington, sin embargo, son las ya conocidas: Apunten un
reflector láser hacia los crímenes del enemigo oficial de hoy. No
se permitan distracción alguna por crímenes comparables o peores
que, no obstante, podrán ser fácilmente mitigados o suspendidos
gracias al papel crucial de los "Estados iluminados" que terminan siempre por
perpetuarlos, o incluso intensificarlos, cuando los intereses del poder así
lo requieren. Primero obedezcamos estas órdenes, después, ocupémonos
de Kosovo.
Un análisis mínimamente serio del acuerdo para Kosovo requiere revisar
las opciones diplomáticas que existían el 23 de marzo, un día
antes de que se lanzara la "inmensa ofensiva aérea", y compararlas con
el convenio finalmente logrado por la OTAN y Serbia el 3 de junio. Aquí
debemos distinguir dos versiones: 1) Los hechos. 2) El giro, es decir, la versión
de Estados Unidos y la OTAN que se limita a lo dicho en reportajes y comentarios
difundidos en los "Estados iluminados".
Aun el más descuidado de los vistazos al tema revela que los hechos y el
giro tienen agudas diferencias. Por ello el New York Times publicó el texto
del acuerdo con un inserto titulado Dos planes de paz: en qué difieren.
Los dos planes eran el borrador del acuerdo de Rambouillet que se presentó
a Serbia en términos de un ultimátum "tómenlo o déjenlo
y bombardeamos" el 23 de marzo. Por otro lado, estaba el acuerdo de paz del 3
de junio.
Pero en el mundo real existen tres planes de paz, dos de los cuales estaban en
la mesa de negociaciones el 23 de marzo: el acuerdo de Rambouillet y la respuesta
al mismo, en forma de las Resoluciones de la Asamblea Nacional Serbia.
Comencemos por los dos planes de paz del 23 de marzo, cuestionando en qué
se diferenciaban y en qué se comparan con el acuerdo de paz para Kosovo
del 3 de junio, para después analizar brevemente lo que podemos esperar
si rompemos las reglas y prestamos atención a los (amplios) antecedentes.
El acuerdo de Rambouillet exigía una completa ocupación militar
de Kosovo por parte de la OTAN, que tendría un considerable control político
sobre la provincia, y facultades para ejercer un grado de ocupación militar
en el resto de Yugoslavia.
La OTAN debía "constituir y encabezar una fuerza militar" (las KFOR) que
la alianza "establecerá y distribuirá" en Kosovo y sus alrededores,
y que "operará bajo autoridad y se someterá a la dirección
y control político del Consejo del Atlántico Norte a través
de la línea de comando de la OTAN. "El comando de las KFOR es la autoridad
última dentro de lo que concierne a la interpretación de este apartado
(el de la implementación del acuerdo militar), y sus interpretaciones son
obligatorias para todas las partes y personas (de rango no relevante)".
La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE)
tiene jurisdicción formal sobre los aspectos civiles del acuerdo, en coordinación
con las KFOR, un ejército de ocupación, que por lo tanto está
en posición de determinar lo que ocurre. Dentro de un plazo de tiempo breve,
todas las fuerzas yugoslavas militares y las policiales del Ministerio del Interior
de Belgrado deberán retirarse a "cuarteles aprobados" para después
replegarse hacia Serbia, con excepción de pequeñas unidades asignadas
que cumplirían funciones de protección de fronteras con armamento
muy reducido (que se especificó con todo detalle). Estas unidades se limitarían
a defender las fronteras de ataques y "cruces ilícitos", y no se les permitiría
trasladarse dentro de Kosovo o cumplir ninguna otra función.
"A tres años de la entrada en vigor del acuerdo, se convocará a
una reunión internacional para determinar los mecanismos para un acuerdo
final para Kosovo". Este párrafo ha sido interpretado regularmente como
un llamado a realizar un referéndum por la independencia, aunque esto no
se menciona específicamente.
En cuanto al resto de Yugoslavia, los términos de la ocupación se
presentan en el apéndice B titulado Estatuto sobre la Implementación
de la Fuerza Militar Multinacional. El párrafo crucial reza:
8. El personal de la OTAN, al igual que sus vehículos, contenedores, aviones
y equipos, deberán gozar de libertad irrestricta de movimiento y traslado
a través de la RFY (República Federal de Yugoslavia), incluido el
espacio aéreo y aguas territoriales. Esto debe incluir, aunque no se limita
sólo a eso, el derecho a vivaquear, maniobrar, acantonar y utilizar cualquier
área que se requiera para cualquier operación, entrenamiento o labor
de apoyo.
Este recordatorio especifica condiciones que permiten que las fuerzas de la OTAN,
y a quien sea que ellos elijan, actúen de la forma en que quieran a través
de la totalidad del territorio de la RFY sin obligación alguna y sin observar
ninguna de las leyes del país y sin respeto a la jurisdicción de
sus autoridades que deben, no obstante, cumplir todas las órdenes de la
OTAN "como prioridad y empleando todos los recursos que se requieran". Otro apartado
señala que "todo el personal de la OTAN debe respetar las leyes que se
aplican en la RFY", pero siempre concediéndole la autoridad para ponerse
por encima de ellas: "Evitando el prejuicio de privilegios e inmunidades citadas
en este apéndice, todo el personal de la OTAN..."
Se ha especulado que la redacción fue diseñada para garantizar el
rechazo serbio. Es posible. Es difícil imaginar que cualquier país
hubiera considerado dichos términos como algo que no fuera una rendición
incondicional.
En la cobertura masiva que se hizo de la guerra uno encontrará pocas referencias
al acuerdo que se acerquen algo a la precisión, y más notoriamente,
que se mencionara siquiera lo referente al apéndice B. Esto último
fue reportado, sin embargo, tan pronto como se volvió irrelevante a la
opción democrática.
El 5 de junio, después del acuerdo del 3 de junio, la prensa refirió
que bajo el anexo al acuerdo de Rambouillet se hablaba de "una fuerza exclusivamente
constituida por la OTAN que tenía permiso irrestricto de trasladarse como
quisiera dentro de Yugoslavia, inmune a cualquier proceso legal", citando la redacción
(lo hizo el New York Times al igual que otros medios).
Evidentemente, sin una explicación clara y reiterada de los términos
básicos del acuerdo de Rambouillet --considerado el "proceso de paz oficial"--
ha sido imposible para el público obtener una comprensión seria
de lo que estaba ocurriendo, o evaluar las precisiones de la versión del
acuerdo de Kosovo por la que finalmente se optó.
El segundo plan de paz fue presentado en forma de resoluciones de la Asamblea
Nacional serbia el 23 de marzo. La Asamblea rechazó la exigencia de la
ocupación militar de la OTAN y solicitó a la OSCE y a la ONU facilitar
un convenio diplomático pacífico. También condenó
la retirada de la misión de verificación de la OSCE para Kosovo
del 19 de marzo que se hizo como medida previa a los bombardeos del 24 de marzo.
Las resoluciones llamaban a negociaciones con miras a "alcanzar un acuerdo político
en el que estuviera prevista una amplia autonomía para Kosovo y Metohija
(el nombre oficial de la provincia), que garantizara total igualdad a todos los
ciudadanos y comunidades étnicas dentro de un respeto a la soberanía
e integridad territorial de la República Serbia y la República Federal
de Yugoslavia". Las resoluciones de la Asamblea agregaban, no obstante, que "el
Parlamento serbio no acepta la presencia de fuerzas militares extranjeras en Kosovo
y Metohija".
El Parlamento serbio está dispuesto a negociar el tamaño y características
de la presencia internacional en Kosmet (Kosovo/Metohija) para la implementación
del acuerdo logrado, inmediatamente de la firma de un acuerdo político
sobre el autogobierno pactado y aceptado por representantes de todas las comunidades
nacionales que habitan en Kosovo y Metohija.
Los puntos esenciales sobre estas decisiones se transmitieron a través
de las principales agencias, y por lo tanto, fueron seguramente conocidas en cada
redacción del mundo. Pero varias investigaciones de monitoreo de las informaciones
que se difundieron han encontrado escasas menciones a las resoluciones, y ninguna
mención en los principales medios impresos nacionales.
Así, los dos planes de paz del 23 de marzo siguen siendo desconocidos por
el público en general, se ignora incluso el hecho de que había dos
propuestas y no sólo una. La conciencia generalizada es que "Milosevic
rechazó, e incluso se negó a discutir, un plan internacional de
paz (es decir el acuerdo de Rambouillet) y fue por eso que la OTAN comenzó
los bombardeos el 24 de marzo". (La cita proviene de un artículo del New
York Times de Craig Whitney, uno de los muchos artículos que deploraba
la propaganda serbia de manera, sin duda, minuciosa, pero con algunas omisiones).
Sobre el significado de las resoluciones de la Asamblea Nacional serbia, las respuestas
son de sobra conocidas por los fanáticos --se trata de diferentes respuestas,
dependiendo de la categoría de fanáticos a los que nos refiramos.
Para otros, hubiera habido formas de encontrar respuestas: explorando las posibilidades.
Pero los estados iluminados prefirieron no elegir esta opción y, en cambio,
bombardear con las consecuencias que se conocían de antemano.
Los pasos posteriores en el proceso diplomático y su interpretación
dentro de las instituciones doctrinarias son un asunto que merece atención,
pero lo obviaré para dedicarme al acuerdo de paz para Kosovo del 3 de junio
que, como era de esperar, es un compromiso intermedio entre los dos planes de
paz del 23 de marzo.
En el papel, al menos, Estados Unidos/OTAN abandonaron sus principales exigencias,
ya arriba citadas, que llevaron a que Serbia rechazara el ultimátum. Serbia,
a su vez, aceptó a "una presencia de seguridad internacional con participación
sustancial de la OTAN que debe ser desplegada bajo el comando unificado y control...
bajo los auspicios de la ONU".
En un agregado al texto se menciona que "la posición de Rusia es que el
contingente ruso no estará bajo el mando de la OTAN, y que su relación
con la presencia internacional será dictada mediante acuerdos adicionales
relevantes".
En el acuerdo del 3 de junio ya no hay términos que permitan acceso al
resto de la RFY a la OTAN o a la "presencia de seguridad internacional" en general.
El control político de Kosovo ya no se pone en manos de la OTAN, Serbia
o la OSCE, sino en el Consejo de Seguridad de la ONU que establecerá una
"administración interina para Kosovo". La retirada de las fuerzas yugoslavas
ya no se especifica con el detalle que tenía en el acuerdo de Rambouillet
y, aunque sigue siendo similar a la que se planteó entonces, se le acelera.
El resto del contenido del documento ya estaba plasmado y coincidía en
los dos planes del 23 de marzo.
El resultado final sugiere que pudieron haberse explorado las iniciativas diplomáticas
que se plantearon el 23 de marzo, lo que hubiera evitado una terrible tragedia
humana de consecuencias que resonarán en Yugoslavia y otras partes del
mundo, las cuales resultan ominosas en mu- chos otros aspectos.
De seguro la actual situación no es la misma que la del 23 de marzo. Un
encabezado del Times del día de la firma del acuerdo de paz para Kosovo
lo expresó con precisión: ``Los problemas de Kosovo apenas empiezan''.
Entre los ``problemas tambaleantes'' que quedan por resolver, Serge Schmemann
observó la repatriación de los refugiados a ``la tierra de cenizas
y tumbas que fue su hogar'', y el ``reto enormemente costoso de reconstruir las
devastadas economías en Kosovo, en el resto de Serbia y en territorios
vecinos''.
El autor cita a la historiadora Susan Woodward, de la Brookings Institution, y
agrega que ``toda la gente que queremos que nos ayude a construir un Kosovo estable
ha sido destruida por los efectos de los bombardeos'', que han dejado el control
en manos del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK).
Estados Unidos calificó al ELK como ``un grupo sin lugar a dudas terrorista''
cuando éste comenzó a llevar a cabo ataques organizados en febrero
de 1998. Dichas acciones fueron condenadas ``muy duramente'' por Washington y
tachadas de ``actividades terroristas'', lo que probablemente dio luz verde a
Slobodan Milosevic para emprender la severa represión que llevó
a la violencia de estilo colombiano que precedió a la aguda escalada que
los bombardeos precipitaron.
Estos ``problemas tambaleantes'' son nuevos. Son los ``efectos de los bombardeos''
y de la horrible reacción serbia a los mismos, pese a que los problemas
que precedieron al recurso de la violencia por parte de los estados iluminados
fueran ya lo suficientemente intimidadores.
Pasando de los hechos al giro, los titulares proclamaron una grandiosa victoria
de los estados iluminados y sus líderes, quienes forzaron a Milosevic a
``capitular'' y a gritar ``me rindo'', al aceptar ``una fuerza encabezada por
la OTAN'', y rendirse ``en términos tan cercanos a la incondicionalidad
como nadie lo hubiera esperado'', sometiéndose además a ``un trato
peor que el acuerdo de Rambouillet que él rechazó''.
Esta no es exactamente la historia real, pero ciertamente es una historia que
resulta mucho más útil que los hechos. De esto sólo surgió
un tema serio de debate al cuestionarse si tan sólo el poderío aéreo
puede servir a altos propósitos morales, cosa que algunos críticos
pusieron en duda.
Analizando un significante más amplio, el ``eminente historiador militar''
británico John Keegan consideró que la guerra fue ``una victoria
no sólo para el poderío aéreo sino para el nuevo orden mundial
proclamado por el presidente George Bush tras la Guerra del Golfo''. Keegan escribió
que ``si Milosevic es verdaderamente un hombre derrotado, todos los Milosevics
potenciales del mundo tendrán que reconsiderar sus planes''.
Esta afirmación es realista, aunque no en los términos que Keegan
debió tener en mente. Más bien, a la luz de los objetivos actuales
y el significado del nuevo orden mundial, como es revelado en una importante memoria
documental de los 90 que permanece sin difusión, pero que es una fuente
inagotable de evidencias y hechos que ayuda a entender lo que se quiere decir
con la frase ``Milosevics alrededor del mundo''.
Limitándonos sólo a la región de los Balcanes, las críticas
no hablan de enormes operaciones de limpieza étnica y atrocidades terribles
que ocurren en el rincón sureste del territorio de la OTAN, y que se ejecutan
con apoyo decisivo y creciente de Estados Unidos, sin que sean una respuesta a
un ataque por parte del mayor poder militar del mundo ni a la amenaza inminente
de invasión.
Estos crímenes son legítimos dentro de las normas del nuevo orden
mundial, y quizá son aún más meritorios que las atrocidades
que ocurren en otras partes y que se conforman a los intereses particulares de
los líderes de los estados iluminados, y que son regularmente implementadas
por ellos cada vez que es necesario.
Estos hechos, que no son particularmente ocultos, revelan que dentro del ``nuevo
internacionalismo... la brutal represión de grupos étnicos completos''
no sólo será ``tolerada'' sino promovida activamente, tal como lo
hizo el ``viejo internacionalismo'' de la concertación de Europa, de Estados
Unidos y de otros muchos predecesores distinguidos.
En un ejemplo anterior, Estados Unidos se vio obligado a firmar un nuevo acuerdo,
tras el fracaso de los bombardeos de Navidad de 1972, para inducir a Hanoi a abandonar
el acuerdo entre Washington y Vietnam de octubre anterior. Kissinger y la Casa
Blanca anunciaron muy lúcidamente en su momento que violarían cualquier
elemento significativo del tratado que estaban firmando, al presentar una versión
diferente a la que mostraba en reportajes y comentarios. De esta forma cuando
el enemigo Vietnam finalmente respondió a las serias violaciones estadunidenses
a los acuerdos, se convirtió en el agresor incorregible que debía
ser castigado nuevamente y que, en efecto, fue.
Esta misma tragedia/farsa ocurrió cuando los presidentes de América
Central alcanzaron el acuerdo de Esquipulas (también conocido como Plan
Arias), pese a la fuerte oposición de Estados Unidos. Washington de inmediato
provocó una escalada en sus guerras con la violación del único
``elemento indispensable'' del acuerdo, para después proceder a desmantelar
sus otras previsiones por la fuerza. Esto tuvo éxito tras unos cuantos
meses en los que se continuó socavando cualquier esfuerzo diplomático
hasta que se logró la victoria final.
La versión de Washington del acuerdo, que difiere enormemente de sus aspectos
cruciales originales, se convirtió en la versión aceptada final.
El resultado, entonces, pudo proclamarse en los titulares como ``la victoria del
juego justo estadunidense'', ``unidos en la dicha'' habiendo rebasado la devastación
y baños de sangre, y sobrecogidos por el éxtasis ``en una era romántica''.
(Así lo escribió Anthony Lewis en el New York Times, al igual que
otros que reflejaron la euforia general ante la misión cumplida.)
Es superfluo revisitar las repercusiones de los numerosos casos similares a éste.
Hay muy pocas razones para esperar que una historia diferente se desarrolle en
el caso presente. Con la salvedad crucial y típica, claro está,
de que permitiéramos que ocurra un final diferente.
Posdata. Es irritante ver comprobadas nuestras más cínicas expectativas,
pero horas después de que lo anterior fue publicado, en la red se desarrolló
la historia esperada: Washington difundió su interpretación del
acuerdo de paz para Kosovo (y la subsecuente resolución del Consejo de
Seguridad de la Organización de Naciones Unidas), que es radicalmente diferente
al texto y muy similar a las condiciones del documento de Rambouillet a las que
Estados Unidos había renunciado formalmente. Medios y comentaristas ya
han adoptado la versión de Washington como los hechos. Los demás
eventos han procedido su curso y seguirán haciéndolo, a menos que
se dé la salvedad ya antes mencionada.
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