“El escribía como improvisando jazz”
“No estaba sujeto a una disciplina. Corregía poco, todo le
salí casi naturalmente. Para él, era como un juego fácil
y divertido”. Así recuerda a su amigo el hombre a quien, por testamento,
Cortázar le dio poder sobre toda su obra inédita.
Un día cualquiera, un día de invierno que ni siquiera
recuerda, cansado de transitar números para hacer un sueldo, Saúl
Yurkievich decidió junto al poeta Cacho Calveira viajar hacia París,
el sueño de los intelectuales latinoamericanos de los años
60. Catedrático de la Universidad de París, contratado luego
por varias universidades de Europa y de América (fue profesor en
Connecticut, Maryland y Pittsburgh) Yurkievich es hoy una eminencia en
la enseñanza de la literatura. Pero, además, tiene una producción
importante, que gira en torno al ensayo y a la poesía: Berenjenal
y merodeo, Riobomba, Celebración del modernismo, Trampantojos, Julio
Cortázar, al calor de tu sombra son algunos de su títulos.
Nacido en La Plata en el año 1931, de hogar humilde, decidió
de joven el camino que según su padre no le daría dinero
pero sí riqueza espiritual. Apenas llegado a París hizo amistad
con quien sería uno de los grandes escritores del siglo, Julio Cortázar.
La amistad fue haciéndose de a poco, en días y noches en
que hablaron de la literatura y compartieron cuitas mucho más mundanales.
Saúl acabó siendo el amigo necesario. Al morir Cortázar
en 1984, tras un viaje a la Argentina en que en vano intentó ser
recibido por el flamante presidente Raúl Alfonsín, lo nombró
albacea sobre su obra inédita. En esta entrevista, Yurkievich cuenta
la historia de su relación con el mítico escritor, y cómo
era su intimidad.
–¿En qué circunstancias se conocieron?
–Lo conocí a la semana de llegar a París. Teníamos
un amigo en común. Era el año ‘62, época en que había
comenzado con los primeros apuntes de Rayuela. El había obtenido
un premio muy importante compartido con Mujica Lainez, con ese dinero él
creyó poder comprar una casa sobre la playa en el sur de Francia.
Allí se dio cuenta que el dinero no le alcanzaba ni por asomo, así
que empezó a retroceder y retrocedió 100 kilómetros.
Al este de Avignon, encontró una casa pequeña con una terraza
formidable que daba a un valle sobrecogedor. Allí pasaba el verano,
pero era un verano alargado. Encontraba tranquilidad en ese marco campesino,
pero naturalmente necesitaba también de la ciudad. De forma tal
que la otra parte del año volvía a París.
–¿Cómo jugaba con el azar, en la vida cotidiana de
Cortázar?
–El tenía una gran frescura, una pureza de niño, una
gran capacidad de asombro. Era capaz de abrir un mapa y señalar
a ciegas un punto con el índice y elegir de esa manera el sitio
donde caminar, también era su forma de salir de los recorridos habituales,
o bien utilizaba el I Ching, o alguien elegía por él, porque
creía mucho en las fuerzas extrañas, llámese magnetismo,
tropismo. Era muy lúdico, tenía una libertad extraordinaria.
Caminábamos mucho París, veíamos exposiciones, teatros.
El era algo así como un explorador urbano, un montañista
del cemento.
–¿Qué cosas coleccionaba de la realidad?
–Siempre que iba de viaje traía juguetitos a cuerda, los mostraba
y nos divertíamos juntos. Ositos que andaban en bicicleta o cosas
por el estilo. Esas cosas le atraían enormemente. Armaba móviles
y hacía como esculturas, tenía su propia fauna. Uno de los
objetos más importantes era el obispo del rey, que era una raíz,
un sarmiento muy retorcido que lo había vestido y le daba de comer,
también le daba de comer a animales muertos. Era un especie de juego
y de ritual, como una ceremonia. Fabulaba en torno a eso. También
armaba móviles con distintos tipos de peines femeninos. Eran sus
pequeñas esculturas con las que se divertía enormemente.
Tenía un cuarto muy modesto como taller. Allí hacía
todas las manipulaciones con los objetos y también allí mismo
escribía.
–¿Albacea es lo mismo que apoderado?
–No, no, Aurora, su ex mujer, es la apoderada de los textos de Cortázar.
En el testamento nos nombró a Gladys, mi mujer, y a mí para
que decidamos juntos acerca de los inéditos. Como albaceas literarios
tenemos, por su voluntad, el derecho de conservar, editar o destruir lo
quequeramos. Así lo dice en el testamento. Pero nada destruimos.
Habría que ser Dios para hacer una cosa así.
–¿Y qué editaron?
–Editamos las dos novelas: El examen y El divertimento. Escritas entre
el ‘50 y el ‘53. Una de estas novelas las mandó a un premio literario.
Pero no sólo no la eligieron sino que además la censuraron.
A mí me parecen extraordinarias, ambas. Estaban en sus cajones casi
listas para ser publicadas. Tal vez él las consideró como
obra menor. Sucede que años después aparece con Rayuela y
él entró en una dinámica de avance con un movimiento
editorial descomunal. Ese momento le impedía ir para atrás,
razón por la cual las novelas quedaron sin publicar. Eso no quiere
decir que no las hubiese publicado alguna vez. Antes de escribir novela,
Cortázar teoriza, escribe la teoría del túnel. Allí
está la poética de Rayuela. También se publicó
Imagen de Yonqui que es lo más singular, en la Argentina y en España.
–¿Recuerda cómo fueron los preparativos del histórico
viaje por la autopista?
–Era un viejo proyecto sumamente representativo de su concepción
del juego y su actitud de vida. Para él era como la expedición
de Livingston. Algo así como descubrir las fuentes del Nilo. El
juego estaba reglado como todos los juegos. Ellos podían hacer cuatro
paradas por día, las paradas debían ser hechas en estaciones
de servicio. Claro que no todas las estaciones de servicio son iguales,
algunas tienen mercaditos, otras áreas de recreo y están
aquellas que no tienen nada. Caer en una que tenía un hotel era
un paraíso, de lo contrario usaban la combi y se metía en
zona de bosque o en una playa contigua a Saint Tropez allí podía
estacionar sobre la playa y escribía. Al principio tenían
problemas de aprovisionamiento. La permanencia era ilegal, razón
por la cual él manda una carta pidiendo autorización. La
respuesta tarda mucho en llegar, llega después de la edición
del libro. La carta era maravillosa, plena de humor, escrita por un funcionario
inteligente. Cuando termina el viaje, su mujer Carol Dunlop enferma de
una mielitis, que es una enfermedad de la médula espinal, justamente
el opuesto a la enfermedad de Cortázar, la leucemia. Ella pudo haber
sido salvada, se necesitaba una médula. Había familiares
que estaban dispuestos, pero no encontraron la médula compatible.
Posteriormente Cortázar traduce los textos de Carol al castellano.
–¿Después de Rayuela usted cree que hay alguna obra
comparable en la producción de Cortázar?
–No, Rayuela es la consumación de toda la obra novelística
de Julio. Hay obras preparatorias en un sistema de representación,
como 62, modelo para armar, que es el desarrollo de un capítulo
de Rayuela. Cuando decidió adoptar la escritura de Rayuela adoptó
un registro que dominaba. Era un estilo completamente asimilado. Y luego,
siempre habló de otra novela. No hay textos, manuscritos o preparación
de esa novela. En nuestras conversaciones expresaba el deseo de escribir
una novela reuniendo a todas las mujeres que habían intervenido
en su vida.
–¿Qué dijo Cortázar cuando volvió de
su último viaje a Buenos Aires?
–El fue a Buenos Aires con sus últimas energías. Su salud
se deterioraba rápidamente pero no tenía intención
ninguna de morirse. Había una esperanza. No se resignaba, luchaba
con todas sus fuerzas. Volvió triste.
–Buenos Aires es una ciudad difícil hasta con los grandes:
su visita pasó bastante inadvertida.
–Es que acontecía un cambio político muy grande. Cortázar
ha sido leído siempre con la misma adhesión y civilidad en
la Argentina, aun durante las dictaduras. Lo prueban las ventas totalmente
estables. Claro que, independientemente de los lectores, que con ellos
era su pacto, también fue ignorado, devaluado y hasta marginado
por cierta crítica.
–Hay escritores que escriben en una cama como Paul Bowles u Onetti.
Otros se someten a una férrea disciplina. ¿Qué tipo
de escritor era Cortázar?
–Cortázar era partidario de escribir como si improvisara jazz,
de la inspiración. Creía en, por así decirlo, la visita
de los dioses. No estaba sujeto a una disciplina. Corregía poco,
todo le salía casi naturalmente. Para él, escribir era como
un juego fácil y divertido.
–¿Qué es lo inmediato por publicar?
–Mi mujer y yo estamos trabajando sobre la correspondencia de Cortázar.
Escribía cartas a cientos de personas, era como un máquina
de escribir. Se carteó con ignotos lectores durante años,
con personas que tenían lecturas profundas de su obra. Hay muchas
cartas y están muy dispersas, recopilar todas las cartas es un trabajo
enorme, a fin de año saldrá en la Argentina el volumen de
la correspondencia de Cortázar que es casi como su biografía,
en realidad, reemplaza a la biografía. Es sumamente divertida, como
lo fue él, un hombre con la mirada de un niño imaginando
nuevos mundos, mundos imposibles de olvidar. |