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LA INTELIGENCIA EN LLAMAS
–Boletos–dijo el guarda.
Un episodio excepcional... arde la cultura delmundo...
¡Vea a FANTOMAS en apuros, entrevistándose con los más
grandes escritores contemporáneos!
"¿Quiénes serán?", pensó el
narrador, ya captado como sardina en red de nailon pero decidido a aceptar
la ley del juego y leer figurita por figurita sin apurarse como manda la
experiencia de placer que todo zorro viejo conoce y acata, un poco a la
fuerza es cosa de decirlo. En fin, la cuestión era que...
Cosa de entrar en conversación, hubiera sido tan
agradable poder mostrarle una de las primeras figuras a la nena platinada
y decirle: "¿A usted le parece que este señor tiene aire
de ser el director de la biblioteca de Londres?", para que ella renunciara
por fin a sus Vedettes Intimes con tanto Alain Delon y Romy Schneider,
porque en realidad ese señor parecía sobre todo un general
retirado de Guadalajara, pero la sofisticada pasajera seguía línea
a línea las incidencias matrimoniales de Sylvie Vartan, de manera
que hubo tiempo de sobra para que el director de la biblioteca descubriera
la ausencia de doscientos incunables, razón por la cual llamó
horrorizado al patio escocés, más conocido por Scotland Yard,
y el inspector Gerard, en fin, cualquiera podía asistir a la escena
puesto que
–¿No le molesta que fume?
–Al contrario, casualmente iba a pedirle fuego –dijo la nena platinada
extrayéndose con algún esfuerzo del divorcio de Claudia Cardinale.
–Se me ocurre que usted es italiana –dijo el narrador–, algo en el
acento o en el pelo.
–Soy romana –dijo la nena, con gran éxito por parte del cura
que le sonrió ecuménicamente.
–Justamente en Roma están pasando cosas terribles –dijo el narrador–,
fijese aquí.
–Non e possibile! –se contorsionó la nena después de
mirar fijamente al diariero que anunciaba las nefandas nuevas–. ¿Se
da cuenta que además han destrozado la biblioteca?
El narrador prefirió pasar por alto la ligera laguna cultural,
máxime cuando lo que sucedía en la revista rebosaba de cultura,
las bibliotecas europeas descubrían la desaparición de las
obras de Víctor Hugo, Gautier, Proust, Dante, Petrarca y Petronio,
sin hablar de manuscritos de Chaucer, Chesterton y H.G. Wells, y en ese
mismo momento una pareja joven y esbelta salía de un teatro donde
se representaba La ópera de tres centavos y la chica en cuestión
parecía ávida de saber como podía comprobarse fácilmente
seis figuritas más adelante |
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