La
guerra de las falacias
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I. Preguntitas del primer día La guerra, ¿para qué? ¿Para probar que el derecho de invasión es un privilegio de las grandes potencias, y que Hussein no puede hacer a Kuwait lo que Bush hace a Panamá? ¿Para que el ejército soviético pueda apalear impunemente a lituanos y letones? ¿Para que Israel pueda seguir haciendo a los palestinos algo que podría llegar a parecerse a lo que Hitler hizo a los judíos? ¿Para que los árabes financien la carnicería de los árabes? ¿Para que quede claro que el petróleo no se toca? ¿O para que siga siendo imprescindible que el mundo desperdicie en armamentos dos millones de dólares por minuto, ahora que se acabó la guerra fría? ¿Y si un día de éstos, de tanto jugar a la guerra, estalla el mundo? ¿El mundo convertido en arsenal y cuartel? ¿Quién ha vendido el destino de la humanidad a un puñado de locos, codiciosos y matones?
¿Quién quedará vivo, para decir que ese crimen
de ellos ha sido un suicidio nuestro? II. Imágenes del tercer día La imagen más vendedora: la guerra como espectáculo. La operación Tormenta del Desierto tiene por estrellas al índice Dow Jones y a la Cotización del Petróleo, acompañados por un amplio elenco de Comadrejas Salvajes, Avispas, Vampiros, misiles, misiles anti-misiles, misiles anti-anti-misiles y muchos extras aterrorizados bajo sus máscaras de marcianos. La imagen más cambiada: Saddam Hussein. Es el villano. Antes, era el héroe. Desde la caída del muro de Berlin, Occidente se quedó sin enemigos. La economía de guerra en tiempos de paz, que está en la base de la prosperidad de los prósperos, exige enemigos. Si nadie amenaza, ¿para qué tiene el mundo un soldado cada cuarenta habitantes, mientras tiene nada más que un médico cada mil? Hussein había servido al Mundo Libre contra el Hitler de Teherán. No había mejor cliente para la industria de armamentos. Ahora, él es el Hitler de Bagdad. La televisión muestra sus ojos de loco fanático. El peligro del fundamentalismo iraquí ha sustituido al peligro del fundamentalismo iraní. Hussein reza. Bush reza. El Papa reza. Todos rezan. Todos creen en Dios. Y Dios, ¿en quién cree? La imagen más pétrea: El presidente Bush explica la guerra. Evocando la pasada gesta mundial contra Hitler, Bush habla en nombre de los aliados. Los aliados van a liberar a un pequeño país avasallado por un vecino prepotente y ambicioso. ¿Panamá? No; el pequeño país se llama Kuwait. Pero ocurre que la invasión de Kuwait no ha sido solamente un acto de indudable irresponsabilidad y matonismo. También ha sido un acto de estupidez: al invadir, Hussein ha servido, en bandeja, la coartada que Bush necesitaba. Y ahora, todos contra uno: veintiocho naciones acompañan esta gloriosa operación destinada a salvar la hegemonía norteamericana en el planeta. Guerra mediante, los Estados Unidos consolidan su poder amenazado. Amenazado desde adentro, por la recesión que asoma en el país que tiene la deuda externa más alta del mundo. Y amenazado desde afuera, por la imparable competencia del Japón y de la Alemania unida. Índice de alarma: una productividad tres veces menor que la del Japón y dos veces menor que la de Europa. La imagen más reveladora: la reticencia de Helmut Kohl, tan decidora como el casi silencio de los japoneses. Los rivales de los Estados Unidos dependen del petróleo del Golfo Pérsico, que a los Estados Unidos pertenece. A los Estados Unidos y a Inglaterra, la colonia fiel a su antigua colonia. La imagen más lastimosa: soldados rusos envían, desde Moscú, un mensaje a Washington. Son veteranos de la invasión de Afganistán. Se ofrecen para invadir Irak. El Este ya no es el contrapeso del Oeste. Una nueva era: los Estados Unidos pueden ejercer impunemente su función de policías del mundo. Y ya se sabe que este país, que nunca fue invadido por nadie, tiene la vieja costumbre de invadir a los demás. En un par de siglos de vida independiente, más de doscientas agresiones armadas contra otros paises independientes. La imagen más elocuente: Pérez de Cuéllar, en sombras, con la cara entre las manos. Nacidas para la paz, las Naciones Unidas son ahora un instrumento de guerra. El Consejo de Seguridad ha dado luz verde. A la Unión Soviética le pareció bien. China no se opuso. Cuba y Yemen votaron en contra. Irak está siendo castigado, porque se negó a cumplir una resolución de la ONU. Antes, los Estados Unidos se habían negado a cumplir varias resoluciones de la ONU sobre Nicaragua. También Israel se había negado a cumplir varias resoluciones de la ONU sobre los territorios que usurpa. Y el mundo no les declaró la guerra por eso. La imagen más siniestra: el rey Fahd y el emir de Kuwait, los hombres más ricos del mundo, y los demás gangsters del desierto, monarcas de ópera bufa que administran los países que el Imperio Británico, en sus buenos tiempos, había comprado o inventado. Las petrocracias encarnan a la Democracia en esta telenovela sangrienta. Y en la ceremonia del sacrificio, corren con los gastos. El petróleo da para todo. La imagen más eufórica: júbilo en Wall Street. La Bolsa de Valores de Nueva York registra una de las mayores alzas de la historia. Mientras tanto, cae el precio del petróleo. O sea: se restablece la normalidad del mercado. En la zona de guerra yace más de la mitad de las reservas petroleras del mundo; pero parece garantizado el derecho al despilfarro de las potencias consumidoras. Se puede seguir quemando la energía del planeta. Honda preocupación había causado una falsa alarma: no, Europa no tendrá que reducir su consumo en un 7 por ciento. Los automóviles suspiran con alivio. Los televisores, también. Esta guerra ha batido todos los récords de rating. La imagen más helada: los tecnócratas de la muerte. Arte de la guerra, el canibalismo como gastronomía: los generales explican la buena marcha del plan de aniquilación. Se ven mapas sin habitantes, o pantallas de videogame donde las crucecitas blancas señalan el destino de las bombas que caen como lluvia. La imagen más estimulante: las manifestaciones pacifistas. Rosas o velas encendidas en las manos. La televisión las ningunea; pero en algunas ciudades son multitudes las que caminan y crecen. Creen que la guerra no es nuestro destino. La imagen más trágica: la no transmitida. La imagen ausente, censurada en estos primeros días: los muertos, los heridos, los mutilados. Las vidas humanas. Ese detalle. La imagen más angustiosa: los días que pasan. 1991, único año capicúa del siglo veinte, había nacido prometiendo buena suerte. A poco andar, ya lo enchastran la sangre y la mugre de la guerra. Ojalá este año chiquilín pueda cambiar de signo. Ojalá lo dejen. Él no quiere ser un jodido.
Eduardo Galeano, Ser como ellos y otros artículos, Siglo Veintiuno Editores, 1992. |
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