En el mundo
de los medios de comunicación hay tres temas principales sobre Estados
Unidos: el milagro económico, las elecciones a la presidencia y los 1.300
millones de dólares de ayuda militar a Colombia. En todos ellos, el tratamiento
periodístico contiene gran cantidad de información incorrecta sobre la
economía y la política del país. Por ejemplo, la mayoría de los medios
explican la década de crecimiento económico de EEUU en función de la «revolución
informativa» y de la tecnología de la información. Sin embargo, Japón
lleva diez años estancado a pesar de haber robotizado su industria y de
haber aplicado la misma tecnología de la información, que en Europa sólo
ha significado un crecimiento igualmente lento.
El «oscuro secreto» del «milagro económico» de Estados Unidos no se encuentra
en la alta tecnología, sino en la intensificación de la explotación y
del control absoluto de los trabajadores en toda la red laboral. Alan
Greenspan, presidente del Banco Central de EEUU (la Reserva Federal) lo
dejó bien claro en julio, cuando declaró que la gran ventaja de Estados
Unidos sobre Europa y Japón consiste en que las empresas estadounidenses
tienen mayor libertad para contratar y despedir a los trabajadores. Las
empresas de EEUU no sólo despiden con más facilidad que las europeas,
sino que el despido es mucho más barato: pagan indemnizaciones mínimas
o ninguna en absoluto.
Según Greenspan, la «falta de rigidez laboral es el secreto del milagro
estadounidense». Pero la «rigidez laboral» en Europa significa que los
trabajadores disponen de 4 a 6 semanas de vacaciones, en lugar de una
o dos semanas como en EEUU; significa que existen impuestos más altos
que permiten financiar los sistemas de pensiones, la Seguridad Social
y una semana laboral más corta para todos los trabajadores. En otras palabras,
el «secreto» del milagro económico estadounidense es el poder del capital
para despedir a los trabajadores a su antojo, para obligar a los trabajadores
estadounidenses a trabajar un 30% más que los europeos y para condenarlos
a servicios sanitarios mínimos o inexistentes. Por tanto, las «nuevas
tecnologías» no aumentan directamente la productividad. Bien al contrario,
es el aumento de la explotación de los trabajadores estadounidenses el
que permite la introducción de las nuevas tecnologías, para beneficio
del capital.
Mientras los trabajadores europeos disfrutan de más tiempo libre en la
actualidad que hace 20 años, en EEUU sucede exactamente lo contrario:
se trabaja un 20% más y se dispone de menos pensiones y servicios médicos.
El milagro económico estadounidense sólo es un eufemismo para referirse
a un aumento de la explotación. Aunque los empresarios europeos sientan
envidia de sus homólogos de EEUU, es comprensible que los trabajadores
europeos observen con escepticismo las virtudes del «milagro estadounidense».
Si la experiencia económica de EEUU resulta poco recomendable, cabría
decir otro tanto del proceso de selección de presidentes. En las recientes
convenciones de los partidos Demócrata y Republicano destinadas a presentar
a sus respectivos candidatos a la presidencia, las grandes empresas financiaban
impresionantes fiestas donde corría el champán y grupos de acompañantes
altamente especializadas divertían a los influyentes delegados. Los periodistas
que intentaron entrar y hacer fotografías de los festejos, fueron expulsados
sin demasiados miramientos. A fin de cuentas, los congresistas no querían
que los fotografiaran divirtiéndose con ricos empresarios: podría empañar
su imagen de representantes del pueblo.
Diez de las multinacionales más importantes de EEUU donaron un millón
de dólares a cada uno de los dos candidatos más importantes, a sabiendas
de que Bush y Gore olvidarán las promesas que han hecho a los votantes
al día siguiente de las elecciones. Las elecciones a la presidencia de
Estados Unidos son las más hipócritas y burdamente mercantiles de todos
los sistemas electorales en los países capitalistas avanzados. Tanto los
Republicanos como los Demócratas proclaman su apoyo a la «reforma de la
financiación de las campañas» y tanto los unos como los otros solicitan
decenas de millones de dólares de las grandes empresas que los patrocinan.
Las campañas electorales incluyen fiestas a 100.000 dólares el cubierto
para financiar campañas publicitarias en televisión donde políticos sonrientes
repiten consignas vacías. Y los candidatos más importantes están profundamente
comprometidos con intereses de grandes empresas: Bush, con Texas Oil;
Gore, con Wall Street; Cheney, con un complejo militar industrial del
que es presidente; y Lieberman, finalmente, con las grandes empresas de
seguros. Las apelaciones a los votantes y la retórica pública de los candidatos
están financiadas por grandes empresas, de intereses absolutamente contrarios
a los de la ciudadanía. Expresiones como «mercado libre» y «flexibilidad
laboral» sólo significan más horas de trabajo y más inseguridad laboral,
lo que implica una reducción del tiempo libre y el debilitamiento de los
valores familiares.
El hecho más evidente de las elecciones es el grado de control que tienen
las grandes empresas sobre todo el proceso político, desde la selección
de candidatos hasta la campaña electoral y los programas. En EEUU, la
democracia se vende al mejor postor.
Pero el dominio que ostentan las grandes empresas sobre el mercado laboral
y el proceso electoral en Estados Unidos tiene un propósito: la expansión
por los países extranjeros y el control de los mercados y de las oportunidades
de inversión. Por ejemplo, la expansión financiera de EEUU en América
Latina causa graves conflictos porque las concesiones políticas que exigen
las multinacionales estadounidenses sabotean con frecuencia el nivel de
vida y provocan la resistencia popular.
Colombia es un caso clásico de dominación económica de Estados Unidos
y de resistencia popular. Durante más de 30 años, las empresas plataneras,
los bancos y las petroleras estadounidenses han explotado los recursos
nacionales de Colombia y su fuerza laboral con la protecciçón de los militares
colombianos. En la actualidad hay dos grandes grupos guerrilleros, con
más de 20.000 combatientes y un creciente apoyo popular. Pues bien, en
respuesta, Estados Unidos ha aumentado su ayuda militar desde los 60 millones
de dólares de 1997 a los 300 del 2000, y el presupuesto crecerá a 1.500
millones en el 2001.
Expertos de Washington en política internacional calculan que la estrategia
contrainsurgente provocará 50.000 muertos (la mayoría, civiles) y más
de un millón de campesinos desplazados cuando se encuentre en pleno funcionamiento.
De hecho, la visita del presidente Clinton a Cartagena, prevista para
finales de agosto, se preparó para apoyar al régimen del presidente Pastrana
(cuya popularidad es inferior al 20%) y para decirle al mundo que Colombia
sigue siendo una democracia que merece apoyo. Pero dos semanas antes de
la visita de Clinton, el Ejército colombiano ha asesinado a seis niños
y ha complicado bastante el «trabajo» de Clinton, consistente en vender
el supuesto avance de Colombia en materia de derechos humanos.
En realidad, Colombia es una democracia de escuadrones de la muerte, y
la ayuda militar de Estados Unidos no tiene más objetivo que destruir
la resistencia popular para aumentar y extender los intereses de EEUU
en Colombia, proyecto que cuenta con el apoyo de los dos candidatos.
Tras el canto de los grandes medios de comunicación a las elecciones presidenciales
de Estados Unidos, a su milagro económico y a la democracia en América
Latina, se esconde otra realidad: el despotismo económico en el mercado
laboral, la corrupción empresarial del proceso electoral y el apoyo a
democracias de escuadrones de la muerte en todo el planeta. Ciertamente,
no es un modelo a seguir muy atractivo para los europeos.
Tomado de La
Insignia 31/8/00
y publicado en el diario El Mundo, de España. Traducción
para El Mundo: J.G.
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