La gran mentira de EE.UU sobre Yugoslavia

James Petras

John Stuart Mills, famoso pensador del siglo XIX e ideólogo de la democracia y del liberalismo, estaría indignado por el tipo de democracia representativa que fomentan Washington y la Unión Europea.

Por ejemplo, ¿qué pensaría Mills del proceso electoral de Yugoslavia, donde Washington y la UE han bombardeado y destruido los medios informativos públicos, y financiado con millones de dólares y de euros a los medios de comunicación privados de sus clientes políticos? ¿Llamaría Mills a esto una democracia representativa o una democracia colonizada? ¿Consideraría democrática la campaña política de Yugoslavia cuando los clientes de Estados Unidos reciben millones de dólares para su propaganda electoral y el Estado yugoslavo se ve amenazado por una posible invasión de la OTAN en caso de que Milosevic gane las elecciones? ¿Hasta qué punto el electorado yugoslavo se siente con libertad para elegir a su presidente cuando Estados Unidos lleva a cabo maniobras militares en Rumanía, Croacia y el Adriático precisamente durante la campaña electoral? John Stuart Mills no podría llamar libres a unas elecciones en las que grandes potencias europeas intentan influir en los resultados recurriendo al boicot económico o a la promesa del levantamiento de las sanciones. De acuerdo con la teoría clásica de la democracia, la intervención imperial y la violencia no son compatibles con un sistema representativo por la simple razón de que la intimidación física y el chantaje económico son incompatibles con la libertad para elegir de forma racional a los candidatos y a sus programas políticos.

La intervención de Washington y de la UE en el proceso electoral de Yugoslavia no es más que la extensión de su política de agresión bélica. De acuerdo con la teoría modificada de la democracia que han difundido las potencias de la OTAN, el sistema democrático consiste en la libre elección de candidatos por los ciudadanos... según los parámetros económicos y políticos de los poderes imperiales. Esta es una declaración de principios que causaría rubor a los cínicos de la antigüedad.

Los resultados electorales en Yugoslavia demuestran la hipocresía y las mentiras que se esconden tras la demonización de Milosevic que han ido construyendo Washington y la UE. ¿Cómo es posible que un dictador permita que la oposición gane unas elecciones? ¿Cómo es posible que ese dictador admita que ha sacado un 10% menos de votos y se someta a una segunda vuelta electoral? ¿Cómo es posible que ese dictador tolere manifestaciones y actos de protesta a lo largo de todo el país, incluyendo la ocupación de oficinas oficiales? A pesar de todo, Washington y Bruselas continúan demonizando a Milosevic e intentando que se retire del poder antes de la segunda vuelta del domingo. La mayoría del pueblo yugoslavo no está de acuerdo con esta política, a pesar de la protesta de 15.000 personas, la mayoría estudiantes, que salieron a la calle el pasado 29 de septiembre.

La táctica de la gran mentira adoptada por Washington no ha podido ser refutada de manera consistente porque la Administración americana tiene una capacidad infinita de inventar nuevos embustes. Primero, EEUU y la UE argumentaron que el dictador Milosevic no iba a celebrar elecciones. Cuando convocó las elecciones, dijeron que estaban amañadas para que ganara el presidente serbio. Cuando se hicieron públicos los resultados y el Gobierno de Milosevic declaró a la oposición vencedora, Washington se opuso a la celebración de la segunda vuelta. Sistemáticamente, ha quedado en evidencia que todas las hipótesis de Washington sobre Milosevic eran falsas. La verdad es la contraria. Washington y sus aliados europeos han demostrado ser los autoritarios al intentar imponer el triunfo de su peón Kostunica y negarse a aceptar las más elementales normas democráticas. ¿Cómo es posible que la oposición democrática haya recibido millones de dólares de poderes extranjeros? Las leyes federales de EEUU prohíben recibir fondos de grupos foráneos, un delito que se castiga con cinco años de cárcel. Si las leyes estadounidenses se aplicaran en el caso de Yugoslavia, el líder de la Oposición debería ser juzgado y condenado.

La modificación fundamental de los principios democráticos, el vaciado de su contenido, también es evidente en las relaciones con otros países. Una potencia imperial (EEUU) firma un acuerdo internacional en 1994 con Cuba para fomentar la emigración ordenada de civiles conforme a los procedimientos legales y para garantizar el respeto bilateral de las leyes internacionales contra la piratería aérea. Ambos países se comprometieron a detener y repatriar a los infractores. Cuba ha seguido escrupulosamente el espíritu y la letra de este acuerdo internacional. Washington, en cambio, ha optado por aplicar la ley de forma selectiva, otorgando su ciudadanía a los secuestradores de aviones, como ha hecho este mes, mientras exige a Cuba el cumplimiento del acuerdo. Al recompensar a los piratas aéreos concediéndoles automáticamente la ciudadanía estadounidense, Washington pretende reescribir las normas que rigen las relaciones internacionales: las potencias imperiales podrán, a partir de ahora, tomarse la libertad de violar con impunidad los acuerdos internacionales, mientras le exigen al resto del mundo que los acate.

¿Qué hay detrás de estas burdas modificaciones de los principios democráticos establecidos y de la terrible subversión de las leyes internacionales? En el caso de la agresión de la OTAN a Yugoslavia, según el general alemán retirado Heinz Lockwell, «la Alianza quería nadar y guardar la ropa; eligió una nación pequeña e insignificante para demostrar su credibilidad y allanar el camino hacia una nueva estrategia global». Es decir, La OTAN estaba empeñada en reafirmar su poder imperial, en advertirles a los líderes disidentes de todo el mundo de que pueden ser aplastados si se atreven a desafiar a Estados Unidos o a la UE. La democracia como imposición externa mediante amenazas militares y chantajes económicos es sólo un pretexto para reafirmar la supremacía imperial de Occidente.

En el caso de la violación unilateral por parte de Washington de su acuerdo con Cuba, intervienen factores más vulgares: la Administración Clinton considera más importante captar el voto de unos cuantos miles de exiliados cubanos de Florida que cumplir las normas internacionales. He aquí la combinación del desprecio que siente el imperio por las leyes con las tácticas rastreras y escandalosas de un demagogo. La decisión de Washington de aprobar el secuestro de aviones cubanos, a fin de obtener votos para el Partido Demócrata, ha provocado un conflicto con importantes sectores de la clase empresarial estadounidense: las organizaciones empresariales más poderosas -la American Farm Bureau y la National Association of Manufacturers- se han declarado públicamente partidarias de normalizar de las relaciones con Cuba, pues se trata de un nuevo mercado que permitiría aumentar las exportaciones norteamericanas.

Si los países de la OTAN están violando efectivamente las normas básicas de la democracia y las leyes internacionales, habrá que responder a dos preguntas: ¿qué principios están poniendo en vigor y cuáles son las consecuencias?

Como se ha sugerido antes, el principio fundamental que determina la política de la OTAN es la construcción del imperio: la transformación de los ciudadanos en súbditos fieles que subordinen sus intereses y sus políticas al servicio de las potencias occidentales. Si de las elecciones libres surgen líderes serviles, tanto mejor. Pero si los pueblos cometen la imprudencia de elegir libremente a un líder independiente, serán castigados por la OTAN hasta que se arrepientan. Lo mismo ocurre en el ámbito de las relaciones internacionales: la violación unilateral de los acuerdos y los actos terroristas al servicio de los soberanos imperiales son compatibles con los principios operativos de la Alianza. Los métodos que la OTAN considera buenos para ella son reprobables si los usan países satélite.

El problema de este planteamiento es que algunos adversarios de la OTAN no responderán a la retórica del imperio, sino a sus prácticas. Si el imperio es partidario del terrorismo, ¿por que no habrían de serlo también sus oponentes? Estas modificaciones de la teoría de la democracia efectuadas por el imperio y la subversión de las leyes internacionales alentarán a los imitadores y generalizarán las prácticas autoritarias. Con un poco de suerte, sin embargo, los pueblos no se verán obligados a elegir entre los gobernantes del imperio y sus adversarios pretorianos; resistirán la tentación de imitarlos y elegirán el camino de la independencia política y el sistema representativo. Para seguir los principios liberales de John Stuart Mills, quizá convendría leer con detenimiento los textos de Karl Marx.

Tomado de La Insignia. Publicado en el diario español
El Mundo, 5 de octubre de 2000.


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