EL LOBO Y EL PERRO
En busca de alimento iba un Lobo muy flaco y muy hambriento. Encontró con un
Perro tan relleno, tan lucio, sano y bueno, que le dijo: Yo extraño que estés de
tan buen año como se deja ver por tu semblante, cuando a mí, más pujante, más
osado y sagaz, mi triste suerte me tiene hecho retrato de la muerte.
El Perro respondió: Sin duda alguna lograrás, si tú quieres, mi
fortuna. Deja el bosque y el prado; retírate al poblado; servirás de portero a
un rico caballero, sin otro afán ni más ocupaciones que defender la casa de
ladrones. Acepto desde luego tu partido, que para mucho más estoy curtido. Así me libraré de
la fatiga, a que el hambre me obliga de andar por montes sendereando peñas,
trepando riscos y rompiendo breñas sufriendo de los tiempos los rigores,
lluvias, nieves, escarchas y calores.
A paso diligente marchando juntos amigablemente, varios puntos
tratando en confianza, pertenecientes a llenar la panza. En esto el Lobo, por
algún recelo, que comenzó a turbarle su consuelo, mirando al Perro, dijo: He
reparado que tienes el pescuezo algo pelado. Dime: ¿Qué es eso? Nada. Dímelo,
por tu vida, camarada. No es más que la señal de la cadena; pero no me da pena,
pues aunque inquieto a ella estoy sujeto, me sueltan cuando comen mis señores,
recíbanme a sus pies con mil amores: ya me tiran el pan, ya la tajada, y todo
aquello que les desagrada; éste lo mal asado, aquel un hueso poco descarnado; y
aun un glotón, que todo se lo traga, a lo menos me halaga, pasándome la mano
por el lomo; yo meneo la cola, callo y como.
Todo eso es bueno, yo te lo confieso; pero por fin y postre tú
estás preso: jamás sales de casa, ni puedes ver lo que en el pueblo pasa. Es
así. Pues, amigo, la amada libertad que yo consigo no he de trocarla de manera
alguna por tu abundante y próspera fortuna.
Marcha, marcha a vivir encarcelado; no serás envidiado de quien pasea el campo
libremente, aunque tú comas tan glotonamente pan, tajadas, y huesos; porque al
cabo, no hay bocado en sazón para un esclavo.