Emergiendo desde la
Atlántida al Santuario del Espíritu
Carta Nº 18
NUESTRA SABIDURIA
Lo que es indispensable que se comprenda es que el ser que
posee por derecho desde su nacimiento la cualidad de
“hombre verdadero”
Víctor
Manuel Guzmán Villena
Confucio
enseña que hay dos clases de sabios, siéndolo unos de nacimiento, mientras que
los otros lo hacen mediante su esfuerzo. Debe recordarse aquí que el sabio tal
como él lo entendía, representa el grado más elevado de la jerarquía
confucionista y constituye al mismo tiempo el primer escalafón de la jerarquía
taoísta, situándose así en cierto modo en el punto límite donde se reúnen los
dominios exotérico y esotérico. En estas condiciones, uno puede preguntarse si,
al hablar del sabio de nacimiento, Confucio había querido designar con ello
solamente al humano que por naturaleza posee todas las cualificaciones
requeridas para acceder efectivamente y sin ninguna otra preparación a la
jerarquía de conocimiento, y que, en consecuencia, no tenía ninguna necesidad
de esforzarse en escalar poco a poco, mediante estudios más o menos largos y
penosos, los grados de jerarquía exterior. Ello es efecto muy posible e incluso
constituye la interpretación más verosímil; tal sentido es, por cierto, tanto
más legítimo cuanto que implica al menos el reconocimiento de que hay seres que
están destinados, por sus propias posibilidades, a pasar inmediatamente más
allá de ese dominio exotérico.
Todo
conocimiento efectivo constituye una adquisición permanente, obtenida por el
ser de una vez por todas, y nada podría jamás hacerla perder. Por consiguiente,
si un ser que ha alcanzado un determinado grado de realización en un estado de
existencia, pasa a otro estado, deberá necesariamente llevar en él lo que ha
adquirido, que aparecerá entonces como “innato” en ese nuevo estado; esta
claro, por otra parte, que no puede tratarse en ello más que de una realización
que permanece incompleta, sin lo cual el paso a otro estado no tendría ningún
sentido concebible, y, en el caso del ser que pasa al estado humano, pues es
éste el que nos interesa particularmente aquí, ésta realización no ha llegado
todavía a la superación de las condiciones de la existencia individual; ésta
puede extenderse desde los grados más elementales hasta el punto más cercano a
aquel que, en el estado humano, corresponde a la perfección. Decimos solamente
el punto más cercano, porque, si la perfección de un estado individual hubiera
sido efectivamente alcanzada, el ser no tendría ya que pasar por otro estado
individual.
También se puede hablar de un ser que habiendo
ya alcanzado un grado determinado de realización antes de nacer al estado
humano, poseerá de nacimiento el grado correspondiente a esta realización en el
mundo humano, grado que puede ir desde el de sabio hasta el del “hombre verdadero”. Sin embargo no
debería creerse que en las condiciones actuales del mundo terrestre, esta sabiduría innata pueda manifestarse espontáneamente,
como ocurría en la época primordial, pues evidentemente es preciso tener en
cuenta los obstáculos que opone el medio.
El
ser de que se trata deberá entonces recurrir a los medios que de hecho existen
para superar estos obstáculos, lo que significa que no está en absoluto
eximido, como se podría suponer erróneamente, de la vinculación a una “cadena
iniciática”, a falta de la cual, en tanto esté en el estado humano,
permanecería simplemente igual a como estaba al entrar, y como inmerso en una especie de “sueño” espiritual que no le
permite ir más lejos en la vía de su realización. Podría aún concebirse, con
rigor, que manifieste exteriormente, sin tener necesidad de desarrollarlo de
una forma gradual, el estado del sabio, porque éste no está aún sino en el
límite superior del dominio exotérico; pero, para todo lo que está más allá, la
iniciación propiamente dicha constituye siempre, por el momento, una condición
indispensable, y, por lo demás, suficiente; en el único caso en que esta condición
no existe es aquel en que se trata de la realización descendente, ya que ésta
presupone que la realización ascendente ha sido cumplida hasta su último
término; este caso es entonces evidentemente distinto al que ahora
consideramos.
Este ser podrá entonces pasar en apariencia
por los mismos grados que el iniciado que simplemente ha partido del estado del
hombre ordinario, pero la realidad será no obstante muy diferente; en efecto,
no solamente la iniciación, en lugar de no ser en principio sino virtual como
lo es habitualmente, será para él inmediatamente efectiva, sino que también
“reconocerá” estos grados, de una forma
que pueda ser comparada a la “reminiscencia platónica” y que incluso es sin
duda, en el fondo, uno de los significados de ésta. Este caso es comparable
también a lo que sería, en el orden del conocimiento teórico, el de alguien que
posee ya interiormente la conciencia de ciertas verdades doctrinales, pero que
es incapaz de expresarlas porque no tiene a su disposición los términos apropiados,
y que, desde el momento en que está resuelto a anunciarlas, las reconoce en su sentido sin experimentar ninguna
dificultad para asimilárselas. Puede incluso ocurrir que, cuando se encuentre
en presencia de los ritos y símbolos iniciáticos, éstos se le aparezcan como si
siempre los hubiera conocido, de una manera en cierto modo “intemporal”, porque
posee efectivamente en él todo lo que, más allá e independientemente de las
formas particulares, constituye su esencia misma. Otra consecuencia de lo que acabamos
de decir es que, para recorrer la vía iniciática, un ser tal como éste que
hablamos no tiene ninguna necesidad de ayuda de un Gurú exterior y humano,
puesto que en realidad la acción del verdadero Gurú interior opera en él desde
el principio, haciendo evidentemente inútil la intervención de todo “sustituto”
provisional.
Lo
que es indispensable que se comprenda es que el ser que posee por derecho desde
su nacimiento la cualidad de “hombre verdadero”, o la que le corresponde en un menor
grado de realización, no puede ya desarrollarla de hecho de una forma
completamente espontánea independiente de toda circunstancia contingente. Por
supuesto, el papel de las contingencias
no deja de estar reducido para él al mínimo, ya que no se trata en suma sino de
una vinculación iniciática pura y simple, que evidentemente siempre le es posible
obtener, tanto más cuanto que será como inevitablemente conducido a ella por
las afinidades que son un efecto de su propia naturaleza. Pero lo que ante todo
debe ser evitado, pues algunos puedan imaginar que tal caso es el suyo, sea
porque se sienten llevados a buscar la
iniciación, lo que indica solamente que están prestos a entrar en esta vía y no
que ya la hayan recorrido en parte en otro estado, sea porque, antes de toda
iniciación, han visto algunos “resplandores” mas o menos vagos, de orden
probablemente más bien psíquicos que
espiritual, que en suma no tienen nada de extraordinario y no prueban
más que cualquier “premonición” que pueda ocasionalmente tener todo hombre
cuyas facultades estén un poco menos estrechamente limitadas de lo que
comúnmente lo están las de la humanidad actual, y que, por ello, se encuentra
menos encerrado en la modalidad corporal de su individualidad, lo que por otra
parte, de manera general, ni siquiera implica necesariamente que esté
verdaderamente cualificado para la iniciación. Todo esto no representa con
seguridad más que razones totalmente insuficientes para pretender poder
prescindir de un Maestro espiritual y llegar sin embargo a la iniciación
efectiva, no menos que para eximirse de todo esfuerzo personal en vistas a este
resultado; la verdad obliga a decir que ésta es una posibilidad que existe,
pero también que no puede pertenecer sino a una ínfima minoría, si bien, en
suma, ni siquiera hay que tenerla prácticamente en cuenta. Quienes poseen realmente esta posibilidad tomarán siempre
conciencia de ella en el momento oportuno, de una manera cierta e indudable, y
esto es, en el fondo, lo único que importa; en cuanto a los demás, si se dejan
arrastrar por sus vanas imaginaciones y les dan crédito, comportándose en
consecuencia, serán llevados a las más molestas decepciones.