Emergiendo desde la
Atlántida al Santuario del Espíritu
Carta Nº 1
EL ANFORA DE
LA VIDA
Vamos arriba por nuestro propio esfuerzo, nadie puede hacerlo
por nosotros.
VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
El mundo está
dispuesta como una gran ánfora, dentro de la cual los que lo habitamos nos
agitamos sin cesar. Cada colectividad; cada escuela, taller, oficina, fabrica;
cada hogar, pueblo, ciudad, nación está en constante y eterno movimiento y
transformación. Este movimiento es símil como cuando agitamos una vasija que
contenga objetos de una misma especie pero de diverso tamaño, veremos como
Esta Ley de
Gravitación Moral eleva y mantiene a unos seres arriba y a otros los precipita
y conserva en lo bajo. Ella nos lleva a cada uno al puesto que toca a nuestro
respectivo tamaño. Los objetos inertes una vez en el sitio que les cupo con el
movimiento, allí se quedan. En cambio nosotros podemos mudar de tamaño y por
consiguiente de lugar; de aquí poco importa el puesto que nos haya tocado al
venir al mundo: si nos empequeñecemos, la ley de Gravitación os llevará abajo;
si nos agrandamos, nos podrá arriba.
Es natural
que el hombre tenga la tendencia a ascender. Todos quisieran subir, pero no
todos están dispuestos a pagar el precio que ello cuesta; no todos quieren
someterse al requisito previo de adquirir tamaño, desenvolviendo las facultades
morales, intelectuales y físicas; capacitándose para merecer. Algunos, gracias
a la fuerza ciega de un trastorno o también al favor logran encumbrarse a la
mayor altura de la que les corresponde a su verdadero tamaño. Empero, el haber
subido no impide el caer, y así tarde o temprano, vuelven abajo, con frecuencia
en forma lastimosa. Nadie puede burlar al Anfora de
Adonde quiera que volvamos
la mirada veremos el Anfora de
Pero
cualquiera que sea el puesto que ocupemos, si queremos mantenernos en él,
tenemos que mantener nuestro tamaño. Si nos volvemos insuficientes para
ocuparla, iremos abajo inexorablemente. ¿Hay algún ser viviente que pueda
subsistir y desarrollar sin nutrirse? No para crecer, pero tan sólo para
conservar la vida, tenemos que compensar las perdidas por desgaste. El desgaste
es natural en los hombres como en las cosas. La vida rutinaria tenemos que
abandonar para continuar adelante, haciendo cada día cosas diferentes, ya que
si nos acomodamos a nuestro estado actual degeneramos. Si proseguimos
alimentándonos con los mismos pensamientos, haciendo las cosas en forma
idéntica, el jugo de nuestra vida se evapora. La verdadera rutina de la vida
debe reverdecer con nueva savia cada día. El secreto del perpetuo atraso de muchos individuos es su conformidad con su
estado. Todos estamos obligados a mejorar, porque todos podemos mejorar. El
maestro, el obrero, el empleado público, el ejecutivo, el gobernante, el
soldado, el sacerdote, todos tenemos que aprender nuevas cosas y buscar nuevas
posibilidades de adelanto, ya que de otra manera nos fosilizamos.
Adelantar en
la vida significa algo más que obtener mayor renta o mejor posición, algo más
que adquirir tierras y riquezas. Adquirir riquezas es sólo un signo de nuestro
progreso?. El verdadero progreso no es traducible en cifras. Con conocimiento,
habilidad, experiencia podemos adquirir riquezas materiales, pero con billetes
de banco no podemos comprar la perfección moral. Un acontecimiento inesperado
puede traernos repentinamente una fortuna, pero la riqueza moral jamás podemos
adquirirla súbitamente; la obra de nuestro adelanto moral, es trabajo paciente
de todos los días.
Mas, podemos hacernos
grandes, aún sin salir de los trabajos que por humildes que sean son dignos,
porque nos volvemos grandes en lo interior no en lo externo. Esa grandeza no se
mide en pulgadas, dólares, votos o aplausos ni en género alguno de medida.
Vamos arriba de la ignorancia al saber; de la torcidas inclinaciones a los
buenos hábitos; del desorden y la disipación a la disciplina; de la necedad a
la discreción; del apocamiento y cobardía a la entereza y el valor; de la
negligencia a la laboriosidad; de la insuficiencia a la capacidad; de la
inconstancia a la contracción; de la frivolidad a la cordura; de la
intolerancia a la comprensión; del egoísmo a la generosidad; de la servidumbre
moral al dominio de las pasiones; del vicio a la virtud; de la pequeñez a la
grandeza. Vamos arriba por nuestro propio esfuerzo, nadie puede hacerlo por
nosotros.
Cada época de
nuestra vida es preparación. Toda aprendizaje es una serie de principios no de
conclusiones, y así cada cima que alcanzamos es el comienzo de una próxima
ascensión. En la ruta ascendente, el límite es el infinito. No hay otra meta.
No hay plenitud de perfección, de grandeza ni de sabiduría en momento alguno de
la vida humana. Isaac Newton después de dar al mundo al nueva ciencia de la
gravitación universal exclamó: “Paréceme ser un niño que juega con unos pocos
guijarros a la orilla del mar, en tanto que el gran océano de la verdad reposa
todo inexplorado ante mí.” Así suele expresarse la sabiduría y la evolución
interna.
¿Todos
podemos ir para arriba?
Algunos de nosotros hemos
comenzado la vida en la altura, a flor del ánfora; en la comodidad, el
privilegio, el abrigo de la riqueza, de un nombre o de una posición. Otros en
cambio hemos empezado muy abajo, desde el fondo, donde se amontonan los
desconocidos de la miseria y de la nada. Inmensas son las rocas que sostienen
una montaña, pero en la pequeñez de una hormiga hay más grandeza porque hay una
facultad de movimiento y cambio. Cualquiera que sea el sitio en que nos
hallemos tenemos una prerrogativa: crecer, desarrollar, moverse, es decir
elevarse. Y cuando el incesante movimiento de la ánfora, el mundo lo ve
ascender. La gran escala que conduce a la ilimitada altura de perfección y progreso,
parte directamente desde el lugar donde ahora descansa nuestros pies. Con el
próximo paso podemos subir un escalón. Es preciso dar el primero, ¡ahora!
Pero cada
cual quiere subir prontamente: la mayoría quisiera subir de un solo golpe diez
o cincuenta escalones. Temeridad que ocasiona los fracasos definitivos. Muchos
que tiene audacia para dar saltos temerarios, son incapaces de subir
pacientemente uno a uno, escasos escalones. No se resuelven a subir de esta
manera y cuando dan el gran salto, caen malamente. Mientras mayor la altura,
más grave la caída. Por cierto no se va a inferir de aquí que un hombre no haya
de experimentar fracasos en sus tentativas de ascenso. Ciertas caídas son
beneficiosas, más aún, son necesarias.
Regresamos a
dar nuestro primer paso, subir el primer escalón, hacer el primer esfuerzo,
resolver la dificultad más próxima, la que primero nos sale al encuentro, que
bien puede ser nuestra propio no aceptación a someternos a una disciplina.
Tenemos que ir a la meta pulgada a pulgada, escalón por escalón, y conforme
vamos avanzando, iremos descubriendo el próximo peldaño, y el próximo y
afirmando mejor nuestros pies y nuestro equilibrio.
Como
examinemos y resolvamos las dificultades que se presenten, nuestra carga irá
más liviana, más soportable y proseguiremos animosos, teniendo a nuestro favor
un vencimiento más que estimula el avance en pos del ideal que ilumina nuestra
vida. Como desenvolvemos aptitudes y nos volvemos más capaces, los obstáculos
se achican, disminuyen, porque los vemos desde arriba, con más amplia y certera
visión. Y cada día se vuelve más digno de vivirse, porque nuestros horizontes
se ensanchan a medida que vamos ascendiendo.