Emergiendo desde la
Atlántida al Santuario del Espíritu
Carta Nº 25
EL DEBER
El deber
es la aplicación constante de la voluntad a los actos que creemos consagrados
al bien común, en virtud de un pacto que hacemos entre nuestra consciencia y
las demás consciencias en nuestra vida de relación.
Víctor
Manuel Guzmán Villena
Nada más hermoso que esta comunión de
hombres de buena voluntad, conscientes de sus deberes, fieles a sus juramentos,
dando tan brillante ejemplo a los que han menester de estímulos para sentir el
sacudimiento de energías dormidas por decepciones y fracasos. Parece que en
todos ellos habla muy alto esa virtud que libremente se imponen y que se llama
deber.
Se siente el poder sugestivo del ideal y
se dejan arrastrar hacia él atraídos por sus encantos misteriosos, por sus
senderos divinos, por sus raudales inagotables de bien, por su fecunda
sabiduría, por su eterna, por su infinita belleza.
Los obreros del bien en sus múltiples
aspectos acumulan molécula tras molécula para levantar esa gran edificación que
tiene sus cimientos en la tierra y su coronamiento en regiones que nos son
desconocidas porque ignoran la meta a la que van por perfecta que la imaginen;
porque el progreso es indefinido, pero laboran con la fe del conocimiento, con
la fe de la sabiduría, con la confianza que da la fuerza, con la emoción
que produce la belleza. La sabiduría que
les lleva de la mano siguiendo el sutil hilo del estudio en esas cámaras
misteriosas en que yacen las verdades antiguas como vírgenes que esperan la
caída del velo de Isis para ofrendar su concurso al laboratorio de la vida.
La Sabiduría que a manera de cinta de
video descubre a la mente, en progresión incesante los maravillosos secretos de
la naturaleza en sus dos aspectos: psíquico y físico, van revelándoles para
iniciarles en el gran misterio. La sabiduría, única luz capaz de iluminar el
sendero que a través de los ciclos de evolución sigue el arco ascendente hacia
aquello incognoscible, hacia lo absoluto, lo inmanifestado. La sabiduría,
piadosa hija del cielo que premia la
jornada con el beso divino que enciende el alma a la luz de la
inmortalidad. Está sustentada en tres pilares que son:
La Fuerza:
Que da la fe en el poder de la unión de
voluntades, de aspiración hacia el mismo ideal, que fortalece los principios
que vitaliza las convicciones que alimenta el amor, que consagra el sacrificio,
imagen del uno en el mundo de las apariencias, de los contrastes, de la
separatividad.
La Belleza: Creada para los espíritus
delicados traída por el genio helénico
para iniciarles en la inefable emoción estética de las almas puras que
presienten la forma perfecta del arquetipo. La belleza moral que ennoblece la
vida dignifica el alma, purifica el cuerpo y aporta los más finos materiales
para la construcción de las sociedades fuertes y saludables.
El deber es la aplicación constante de la
voluntad a los actos que creemos consagrados al bien común, en virtud de un
pacto que hacemos entre nuestra consciencia y las demás consciencias en nuestra
vida de relación.
La sabiduría que dirige; la fuerza que
construye; la belleza que da forma; el deber que obliga a la obra. He aquí los
cuatro grandes poderes que dirigen la evolución humana. Todos se necesitan y
todos se complementan. La sabiduría necesita para manifestarse de la belleza y
de la fuerza. La fuerza necesita para manifestarse bellamente que la dirija la
sabiduría. La belleza necesita para emocionar que la dirija la sabiduría, que
la sustente la fuerza. El deber necesita de las tres para ser lógico.
Con estas tres luces vamos hacia la
consecución de nuestros propósitos verdaderos; porque toda obra humana que no
constituyan estos cuatro elementos de inmortalidad, es deleznable y perece.
Pero el bien no perece. Su paso por la tierra
deja la huella del paso que no borra los surcos del tiempo. El bien es sabio,
es fuerte, es bello porque es el deber mismo. Hacer el bien para ser sabios,
para ser fuertes, para ser bellos. Cumplir el deber de alimentar la luz que
arde en nuestro corazón, cumplir el deber porque es el único canal por donde
fluye esa chispa que nos hace vivir; porque es el suave murmullo que
incesantemente canta al oído invitando al deber; él es la palabra que trajo de
la India, que guarda el secreto del principio y del fin; como trajo de Roma la
palabra de la ley; Persia la de la fuerza;
Grecia la de la belleza; Egipto la de la religión, pero sobre todas ha
sobrevivido la India porque guarda el concepto único del deber,
que es la razón del bien. Pasaron Roma, el antiguo Egipto y la antigua Grecia;
pero la India antigua, dándonos las palabras del deber, la palabra del bien, en
la Teosofía, la sabiduría, hermana de la masonería, que como blanca paloma,
símbolo de Paz, remontó su vuelo y pasó los Himalayas para traer a Occidente la
palabra del deber, la palabra de pase por las Puerta de Oro. Los grandes
fundadores de religiones, que aunque con distintos aspectos presentan la verdad
una e indivisible, sintetizaron sus doctrinas en el deber.
Sed buenos que lo demás os será añadido,
manifestó Jesús.
El odio no cesa con el odio, sino con el
amor, dice Buda.
Pensamientos puros, palabras puras y
obras puras, pronuncia Zoroastro.
La tinta del sabio vale más que la sangre
del mártir, afirma Mahoma.
Piensa en mí, confía en mí, conságrate a
mí y suavemente llegarás a mí está
escrito en el Bhagavad-Gita.
Al progreso de la humanidad, dedicamos
nuestros esfuerzos y esto es trabajar a la gloria del Gran Arquitecto del
Universo puntualiza la Masonería.
Cumplido el deber, conocido que el deber
es el bien y que la sabiduría, la fuerza y la belleza son la inmortalidad ¿Qué
puede detenernos en nuestro camino? ¿Qué filosofía, qué religión, qué escuela,
qué concepción de la vida podrá derribar la única concepción que admite un plan divino?.
Hay mucho bueno que hacer en el mundo que
nos rodea y para nosotros preferentemente en la sociedad a que pertenecemos.
Luchar por la formación de un gobierno justo y entregado a las grandes mayorías
y no a los grupos diminutos de privilegio. Debemos obligar a que su gestión
pública sea eficiente. Luchar por la eliminación de la corrupción en todos sus ámbitos de acción, desde la
política donde se han convertido en mercantilistas que a pretexto de velar por
los intereses de la patria, trabajan en beneficio propio y deshonran la toga
que les puso el pueblo.
Sabemos que una gran desgracia moral
corroe los cimientos de nuestros pueblos y amenaza destruir las conquistas de
la verdadera democracia, porque detrás de la decadencia están por necesidad la
mano del demagogo y el freno religioso que encadena el pensamiento.
Pero de todos modos, la voz del deber se
impone y está llamándonos aún en los momentos en que damos reposo al continuo
bregar de la mente perturbada por los horrores del mundo.
Es necesario activar el pensamiento como
agente cultural. Todos reconocemos la capacidad del ser humano para asimilar
conocimientos. Tenemos que llenarnos de posibilidades para obligar a que se nos
de oportunidades. Pero estas oportunidades
no debemos esperarlas de los gobiernos ni de los políticos, ni de las
instituciones cuya acción no trasciende sino a través de nosotros mismos,
hombres y mujeres entregados a las causas de la humanidad.
Cuando vemos a todo un pueblo gimiendo
alrededor de un grupo de favorecidos por la diosa Audacia pregunto: ¿Dónde está
la justicia? ¿Dónde está la igualdad, las reformas, las grandes iniciativas,
las sabias soluciones, los nobles empeños, dónde el sacrificio, dónde, en fin
el deber cumplido?
Penetremos con nuestro pensamiento en el
despacho del político, del burgués, en la celda de la alta autoridad
eclesiástica, en los laberintos de las instituciones públicas, y después de
este viaje penoso y desolador nos preguntaremos ¿Dónde está el deber? La
contestación es en los pocos iluminados por la luz del sendero. La sociedad
como raza necesita sus iluminados. A ellos les toca recoger las iniciativas
de pobres insolventes de la sociedad
injusta para cumplirlos en la tarea del deber para con nuestros semejantes.
¿Es
la obra del deber?
El deber es persuasivo porque es útil, es
noble porque tiene la delicada esencia de lo sublime, es sabiduría porque
disciplinada el alma; es fuerte porque convence; es bello porque dignifica;
heroico porque se sacrifica y por todo ello es amable.
Pero esas son aspiraciones de almas
grandes, y no hay muchas almas grandes en la masa social cuya indisciplina e
ignorancia tanto deploramos.
Hay que laborar ahí; en el pueblo, en los
cimientos, en la base que soporta la riqueza, el lujo, la vagancia, la injusticia,
en virtud de su inconsciencia, como la raíz del árbol ignora los esplendores de
la copa.
Llevemos al pueblo la noción del deber,
corramos en su auxilio, es generoso, célebre por su hospitalidad, famoso por su
amor al bien, pero cuya tolerancia excesiva y su indiferencia que le hacen
demasiado grande o demasiado pequeño no sabemos si es virtud que practica
adelantándose al día de la fraternidad universal o defecto de su raza como
diría el psicólogo.
A la obra, pues iluminados, para ella no
necesitamos de los políticos, ni de los religiosos, necesitamos de la fuerza
que tiene la sabiduría, fuerza, belleza y deber. A nosotros no nos aguarda el
fracaso, porque nuestra labor es espiritual y lo espiritual lleva en sí el
éxito que resplandecerá cuando la ley de el golpe de mallete y diga a los
hombres de buena voluntad “De pie y al orden”.