Emergiendo
desde la Atlántida al Santuario del Espíritu
Carta Nº 6
SOMOS SERES
COSMICOS
SOCIMSOC
SERES SOMOS
la
sucesión de los reinos mineral, vegetal y animal en el mundo físico se
convierte en un símbolo del movimiento constante de involución y evolución de
un ser que se ha dividido en las cualidades complementarias del espíritu y la
materia
VICTOR MANUEL GUZMAN VILLENA
La idea del hombre cósmico es recogida por la ciencia contemporánea en
el concepto del heliograma que demuestra que cada fragmento de un todo contiene
los componentes de la estructura global del todo. En la ciencia antigua, la
aplicación metafórica de la noción de antropocosmos era la base de la filosofía
astrológica y que se puede encontrar también en la alquimia como búsqueda de la
piedra filosofal: esa parte que se puede encontrar el “todo”.
El
principio primero de esta teoría es que el hombre no es un simple componente
del universo, sino que es más bien a la vez el producto final recapitulado de
la evolución y la potencial semilla original a partir del cual germinó el
universo. Podemos utilizar la analogía de la semilla y el árbol: el árbol del
universo es la realización del potencial de la semilla que es el hombre cósmico.
Utilizo aquí la palabra hombre (man en inglés) en relación a su raíz sánscrita manas, que significa “mente”, o la
conciencia que puede reflexionar sobre sí misma.
La misma imagen de la identidad entre la semilla y el árbol o entre
el hombre cósmico y el hombre transitorio en el árbol de la evolución aparece
en el libro de Génesis. En el capítulo 1º, Adán es situado en el jardín con
todos los animales y plantas ya creados. Adán es la recapitulación o etapa
final del proceso evolutivo. Esto coincide con el paradigma del hombre como
contenedor y recapitulador de todo el despliegue evolutivo que le ha precedido.
En el capítulo 2º, Adán es lo primero que nace. En este capítulo,
que al parecer contradice al primero, Yahvé-Dios
crea los animales y se los enseña a Adán, y Adán es sometido a la prueba de
tener que nombrarlos a todos uno por uno. En esta prueba, Adán reconoce cada
especie como un ramal de su propia trayectoria central. Puede nombrarlos porque
sabe que forman parte de él. Adán es el tronco central del árbol evolutivo. Las
especies animales son las ramas laterales relativamente fijas y especializadas
del agitado centro.
Adán al nombrar las diferentes especies, reconoce, o diremos,
recuerda su propio pasado embrionario. Pero también se reconoce a sí mismo como
a la semilla ardiente, el modelo primero de todo el proceso orgánico de la vida
universal. Adán, en ese momento de la creación puede declarar: “No veo nada que
no sea yo; no veo nada que sea del todo como yo”. Así pues, Adán pasa la
prueba. Va más allá de su identificación con las sucesivas fases -mineral,
vegetal y animal- de la evolución, y al mismo tiempo se identifica con el más
alto poder en la organización de la energía cósmica. Mediante su identificación
con su original naturaleza universal Adán está listo para encarnarse en Adán
Cadmón, la encarnación del hombre cósmico o divino.
La tradición védica transmite la misma visión
antropocósmica desde un punto de vista más metafísico. Nos dice que Dios creó el
universo movido por el deseo de verse y adorarse a sí mismo. El ser de este
dios inconcebible puede considerarse como una expansión omniconsciente,
todopoderosa, homogénea e infinita del espíritu puro y sin forma. Su deseo de
verse a sí mismo creó una idea de sí mismo, llamada en el pensamiento hindú la
“real idea”. Esta divina percepción mental de sí mismo, la “palabra creadora”
del pensamiento judeocristiano, ese acontecimiento en sí mismo es el hombre
cósmico. Y este hombre cósmico es lo que el hombre actual llama el universo.
La filosofía antropocósmica representa la evolución como un
intercambio, una inversión continúa entre el eterno hombre cósmico y la
humanidad en evolución. El ser universal involuciona hasta la densa
forma-semilla de sí mismo. En principio esto está representado por el reino
mineral, la forma extrema de la densificación inconsciente y fija. Esta semilla
en involución provoca luego un movimiento opuesto de evolución. Le sigue
entonces el reino vegetal que se eleva hacia arriba y hacia afuera; anima,
libera y encarna las cualidades divinas que estaban encerradas o envueltas en
lo mineral.
Estas cualidades divinas se manifiestan y clarifican como principios
funcionales y etapas de crecimiento en el reino vegetal -es decir, raíz, tallo,
hoja, flor, fruto, semilla- que podemos interpretar como símbolos-analogías de
todo el proceso universal del devenir.
El reino animal aparece entonces como una inversión del proceso
vegetal y podemos detectar aquí un ritmo de alternancia entre la involución y
la evolución que da lugar a la sucesión de los reinos. El animal vuelve a
“involucionar”. Los principios, actividades y funciones vitales que la planta
había “evolucionado” o abierto, clarificado y sustentado. El animal consigue a
través de su involución la facultad de movilidad individual que necesariamente
precede a la voluntad individual. La involución puede ser considerada como la
materialización del espíritu, y la evolución como la espiritualización de la
materia.
Rudolf Steiner propone una imagen efectiva de este proceso
observando que el hombre en su cuerpo animal no es en realidad otra cosa que
una planta vuelta del revés. La función respiratoria de la planta es la hoja.
Esta función se realiza abierta al sol, al extremo externo del principio de
ramificación. En el hombre, la función respiratoria es el pulmón: sus
ramificaciones están en el interior.
Prosiguiendo
la analogía observamos que la flor, que es el órgano sexual de la planta, crece
hacia arriba y empuja la energía de la planta hacia arriba, hacia la luz,
mientras que en el hombre y en los animales los órganos sexuales están
dirigidos hacia abajo y empujan las energías del cuerpo hacia abajo. La planta
se enraíza en la tierra; en el hombre, la función característica de la raíz se
encuentra en las circunvoluciones del cerebro, que se enraíza en el cielo del
pensamiento y de las energías mentales. El proceso mental es un proceso de
digestión, asimilación y transmutación que funciona en una frecuencia más alta
que la del proceso intestinal y digestivo, aunque los intestinos también forman
circunvoluciones. De esta manera, la sucesión de los reinos mineral, vegetal y
animal en el mundo físico se convierte en un símbolo del movimiento constante
de involución y evolución de un ser que se ha dividido en las cualidades
complementarias del espíritu y la materia.
Dentro de la lógica de esta visión de la evolución, el propósito del
hombre físico es transformar esa encarnación involucionada y animal en un
cuerpo de luz, al igual que lo hizo la evolución de la planta respecto al
involucionado reino mineral. A través de la visión del hombre como cosmos, el
antropocosmos, la geometría se vuelve un cosmograma que describe el drama de
este nacimiento divino. Y en el transcurso de todas las épocas de edificación
de templos, la arquitectura basada en la geometría ha sido un libro abierto que
revelaba ese eterno drama.
En la India sigue viva la Vastupurushamandala,
la tradición del diseño de los templos basado en el hombre cósmico. También existe
en el modelo arquitectónico de las grandes catedrales góticas era el Cristo-Hombre universal en la cruz de
la creación. En Egipto hay un gran templo cuyo modelo es la figura humana. Es
el templo de Luxor que reproduce al hombre cósmico en su arquitectura, así como
en el diseño de sus bajorrelieves rituales, en el proceso de nacimiento. El
sutra arquitectónico hindú dice: “El universo está presente en el templo por
medio de la proporción”.