Donde
la noche y los sueños se confunden
(Por Victor Sequeira) |
|
|||
Aproximación a la poesía de la mujer escandinava No
existe nada más que la perfecta instancia de su cuerpo. Ella
emerge del silencio que precede a cada una de las palabras. La
noche tiene la forma de los sueños, y estos el color de una delicada
mujer que hace temblar los atentados próximos. Ella
es el rebote de la luz fotografiando un sonámbulo en caída libre. Mi
poesía sólo es una suave forma de intentar sus ojos. La
mujer escandinava es el sitio
preciso en donde la noche y los sueños se confunden. Cuando
ella despierta Suecia se completa. Ella,
que duerme a mi lado, conoce mejor que nadie la arquitectura de mis sueños
posibles.
Victor
Sequeira (otoño
2002)
Álgebra de un sueño lateral Cualquier sueño puede girar alrededor de su centro, es por eso que a las 2:15 de la mañana ocurrieron ciertas cosas. En lo sucesivo trataré de transcribir fielmente ese delicado sueño que abarcó tres noches: Las palomas regresaron arrastrando la noche. Tramitar el sueño no me costó mucho, pues había pasado el día tratando de resolver la ecuación de los horizontes visibles, creo que había leído hasta bien entrada la noche. Ya inmerso en el sueño pensé en la altura como en una mujer sentada en los brazos de un fotógrafo enfermo. Sentí frutillas en mi paladar, vi los pensamientos que se gestaban en una sala de espera y una estación de trenes fusionados en la más hermosa complejidad poligonal. Sentí que se alejaba un tren con sus asientos vacíos como las cajitas musicales. Sentí caer infinitamente Sentí el volumen de la noche Repentinamente me hallé en una boletería en donde cambiaban pasas de uvas por largas cabelleras de mujeres rubias que fueron sin lugar a dudas excelentes trapecistas. La televisión por cable había llegado a las casas de los martilleros públicos mostrando sus vestidos alcalinos tan elocuentes como las pesadillas de los guardabarreras. Alguien gritó al pasar que los saunas se habían poblado de exquisitos pasteles de limón con chocolate. Las noches, según pude ver, tenían mucho de guirnaldas flameando en los ojos de los autobuses, un poco de alquitrán en los sombreros de las cosechas y mucho pero mucho de los sueños de los boxeadores. Sentí inesperadamente que yo era parte de los sueños de los boxeadores, que yo moldeaba sus sueños conforme a los límites de los montes que corren siempre hacia el alba. Las tardes sólo ocurrían si una mujer se dejaba besar a eso de las 9 de la noche, entonces la suave sombra invadía pacientemente las casas hasta que los crucigramas señalaban su reinado a la hora en que los diplomáticos bailaban felices por las avenidas de dos manos anticipando el curso de los naufragios antárticos. Recuerdo haber gritado dos o tres veces Recuerdo haber dibujado sus ojos Sus ojos de triciclo luminoso proyectándose en sonido stereo Los guardavidas tenían en mi sueño el color de los recuerdos lejanos y cierto aroma a cálculo matemático, se los podía ver en los conciertos de música clásica vendiendo calcomanías azules que decían: “Hay un lugar que tiene la sombra de Dios comiendo”, la gente al verlos los aplaudía como aplauden hoy a las embarazadas en los congresos de psicólogos. De los altoparlantes que adornaban las montañas finales se desprendía una melodía que se parecía al olor de las frutas en las ferias. Las embarazadas formaban una larga fila en las terrazas y se turnaban para hacer equilibrio en un alambre tendido entre dos fabricas de plastilina amarilla; inmensa cantidad de hombres solían reunirse para ver el hermoso espectáculo (más hermoso que una recepcionista segundos antes de levantar el teléfono), los individuos reunidos intercambiaban autopartes y dibujaban en sus cuadernos las variaciones del sexo de las equilibristas que se precipitaban hacia sus pañuelos de mano. Creo que durante la primer noche que duró el sueño pude entrar a un cine en donde los acomodadores portaban grandes linternas de colores y siempre daban la hora exacta a quienes sufrían de insomnio izquierdo, éstos individuos eran de sueños desparejos y su ánimo variaba según la ocupación de la sala. Si había muchos lugares libres al fondo de la sala ellos eran intermitentes y luminosos, si había más mujeres que hombres eran sarcásticos y excesivamente celestes, pero si había un extranjero en la sala actuaban como aviadores y sus manos se iluminaban abarcando una infinita gama de colores luminosos que al mirarlos traían infinitos recuerdos. Los abogados iluminaban las oscuras calles con sus ojos abiertos, mientras que por la mañana abrían sus manos en señal de oportuna inocencia. Ellos pasaban los días jueves soñando con liebres color violeta y se sentaban dormidos en los techos de las casas para ver como sucedía la tarde. Solían vagar por los trenes ejecutando acrobacias ante los ojos blandos de los enamorados. Sus hijos lloraban sin poder tramitar el sueño. Blancos desiertos para cocer panes bajo la mirada de las vírgenes eléctricas que se parecen demasiado a la nubosidad variable. En estos momento recuerdo haber tenido la sensación de despertar, ahora creo que sólo fue parte del sueño. Hablé con una mujer que esperaba el ladrido azul de los perros para amueblar su casa, me dijo que pasaba las noches regando plantas y construyendo autopistas para que su novio se parezca un poco a los baños públicos. Ella corría a sus amantes siempre hacia el porvenir del árbol más cercano y deliraba en alta fiebre como hoy deliran las empleadas domésticas a eso de las 5 de la tarde. Su fiebre le otorgaba gran habilidad para resolver ejercicios de álgebra en estado de hipnosis. Sentí que en mi mente caminaban vendedores ambulantes proyectando películas en sus ojos los días martes después de que los mudos cantaban en las catedrales tan plateadas y alegres como los aviones que vienen cayendo. Estos hombres eran altos como los suspiros de los presos amotinados y se agrupaban en las veredas de mis neuronas formando relojes de agua giratoria. Fomentaban ellos la construcción de altas montañas color acuario en silencio sobre las promesas tristes y silenciosas como una procesión de mimos el día en que se apagó el mundo visible. Todo el sueño tenía un fondo débilmente claro que se asemejaba al color violeta de los trenes eléctricos que nunca duermen. Soñé que los sueños de los maquinistas formaban una gran ola que se parecía mucho a los restaurantes los días en que la orientación de los ojos de los turistas, tan entusiastas y evidentes como los atletas, hacen que los ciegos se confundan con la noche. Hacia el final de la segunda noche de mi sueño los ciegos tenían una mirada que se parecía mucho a los días feriados, a las horas extras y a la luz de los patios. Ellos bostezaban anunciando la aurora y ella les confería un matiz intensamente desolado para que los anuncios de los periódicos fueran delicadamente fabulosos. Era de absoluta necesidad encender las motocicletas a las 3:35 de la madrugada para iluminar las rutas de los hombres que se suicidaban caminando ante la mirada de los farmacéuticos que tanto se parecen a los gritos de los hospitales. Oí que las motos se apagaron después del primer terremoto que entró a las oficinas a través de la mirada de los carteros que de chicos soñaron ser plegables y un tanto sísmicos. Aquí comienza el tramo de mi sueño en el que fui lúcido de mil maneras diferentes, pensé en la sangre gris de los nacidos el primero de agosto y sentí la perdida de ese mundo tan igual al nuestro, el mundo de los sueños. Luego me vi hablando en un fluido dialecto con infinidad de mujeres escandinavas que acariciaban mis cabellos y accedían a que les besara sus ojos tan azules como los lagos de Escocia. Alguien me dijo al oído que los almuerzos ocurrían de tanto en tanto, que sólo era permitido comer bajo la lluvia mientras los cubos de hielo aclaraban el día, me dijo que los almuerzos eran necesariamente tristes y requerían la presencia en cada mesa de un payaso suicida para que narre los increíbles recuerdo de su infancia. A la hora de la sobremesa escuché que las campanadas de las avionetas anunciaban el momento exacto en que los hemisferios podían verse desde las terrazas, quise correr hacia una de las terrazas y en ese momento desperté dulcemente. Devuelta ya mi vigilia y mi alma me senté en la cama y pensé en esas tres noches, pensé en la posibilidad de todavía estar soñando, también en la posibilidad de jamás despertar. Subí a la terraza, pude ver los contornos luminosos de ambos hemisferios evaporarse lentamente ante mis ojos. Los sueños que duran tres
noches tienen la geometría de la mujer escandinava. Sólo sé que las yemas de sus dedos me recuerdan a Dios.
Hacia el norte de los vértigos paralelos se pueden visualizar tonalidades grises (temperatura astral de los perfumes importados). Voces de las ordenes religiosas bajan del cielo como antorchas encendidas por un descuido púrpura. Registro sonoro de movimientos variables como el clima de tus sandalias sobre el lomo de un perro que se aleja con sus misterios intactos. La quietud solía despedirse de nosotros en las noches de agua tierna y volver como las novias ausentes el día de nuestro cumpleaños. Sé que ya es de noche y el silencio es digno de tu caligrafía viento. Debajo del primer sol de noviembre la mujer escandinava es receptora de los sueños encendidos que años atrás arrojé por las escaleras de pimienta azulada. Mis sueños adoran las fragatas de tus ojos lilas. Pude ver a la mujer escandinava sobre un relámpago volcánico que atravesó tu mente hace siglos y salió por la puerta sin decirte adiós. No es aún el tiempo de tender sobre la tierra los dolores sin derechos de autor, es hora de remontar una palabra que tenga un intento violeta o desmedido, como el parpadeo que se acostumbra al umbral de las miradas deambulantes. Tu nombre que cae con la lluvia en los sembrados de algodón sin purificación selecta. Se puede ver en la trastienda del alba la formación de tus ojos peninsulares. Una ventana desde donde salen encomiendas con sueños en extensión algebraica, eso es lo que tapiza las mañanas de vértigos ecuatoriales. Ella baila como un hacha en las manos del alba. Sí, son tus cabellos preguntando si mañana ha de llover ciruelos de cristal verde. Para recibir tus tropas tengo una manta de aluminio sin suspenso, rincones de la tarde en que te vi caer desde lo alto sin retorno posible. Plataformas de mis sueños hacen de abismos aparentes; delicadas magnitudes ocurren según la dirección que toma la noche. Una bicicleta que salió de tu cabeza hace 76 años cambia de color según el estado del tiempo. Un formidable terremoto anuncia la consumación de tu imagen en el límite de la noche, tu delicada formación de estrellas. Cuando ella se duerme los párpados del cielo caen sobre la tierra dibujando una elipse. La noche se forma según tu silencio. Cuando ella se duerme un pájaro vuela de noche y pasa por sobre nuestras cabezas anticipando la llegada del correo. Perfumes de agua mineral que silban de noche ante los ojos de los turistas alertas. Nosotros corriendo sin dirección precisa, atentos a la distancia de los horizontes laterales. Un monte en donde se acumulan los paraguas en desuso nos trajo un tapiz luminoso en donde se podía ver lo que arrastraba la noche. El mundo termina donde el eco de tus manos se detiene y trata de convertirse en flor. Ella está prevista para después de las pascuas, se están tramitando sus sueños detrás del alba. Yo conozco su corazón frecuentando lunas improbables. Ella abriéndole la tranquera a la mañana, lateralizando las estrellas que desde anoche vienen bajando las montañas. El silencio vegetal y las monturas de la noche (hay un bosque que tiene la forma de tus labios diciendo adiós). Un coche que pasaba nos arrojó sus recuerdos y caímos en un profundo sueño o delirio (ya era tarde y creo que no habíamos transitado la siesta). Soñé con una mujer que iba en un tren sin saber a donde, vi el centro de una esfera azul en donde se alineaban varios horizontes imposibles. Mis ropas cuelgan hacia el sol aproximando sus latidos a los precipicios ausentes. Acomodadora de estrellas, dialogo de la aurora, a veces los sueños y sus fantasmas suelen intentar tu imagen. Tengo el mar entre las manos para beber tus ojos; tu postura dislocada por la distancia paralela de los árboles. Ya es de noche, es hora de explorar los sueños. Pastando
en el claro del bosque (o Ella se despertó llorando) El movimiento del reloj a medianoche ejerce una transparencia azulada que nos aleja lentamente del sol cuando los zapatos luminosos de un poeta bailan cordialmente sobre un patio de tierra sacando agua del pozo para darle de beber a los caballos diferentes que cada seis semanas se posan sobre el meridiano que atraviesa todos los billetes serie A luego de que los aeroplanos arrojan muebles de oficina sobre los ojos únicos de las tumbas incalculables que tienen el olor de las avionetas realizando piruetas con sus miradas cerradas frente a los radares noruegos que anuncian la llegada del petróleo y la cotización del verano mientras los matafuegos cuelgan de los vértices del cielo recordándonos los incendios posibles
Variaciones Ciervos de colores aproximados bajan la colina soñando con los ojos blancos de los ciegos. La colina blanca de los ciegos cierra los ojos aproximándose al color de los sueños de los ciervos. Ciegos blancos atraviesan la colina soñando con los ojos de los ciervos de colores aproximados. Ciervos ciegos duermen en la colina soñando ojos de colores aproximados al blanco. Blancos colores sueñan que recorren la colina aproximándose a los ojos ciegos de los ciervos. Aproximados ciervos de colores sueñan blancas colinas perdiéndose en los ojos de los ciegos. Aproximados ojos blancos sueñan ciervos vagando en la colina del color de los ciegos. Ciegos blancos sueñan ciervos de colores aproximados buscando los ojos de la colina. Ciervos sueñan que intercambian el color de la colina aproximándose a los ojos de los ciegos blancos. Sueños de colores aproximados tejen los ojos de los ciegos en la colina blanca de los ciervos. La colina de los ojos ciegos muere aproximándose al color de los sueños blancos de los ciervos. Ciervos de colores blancos pastan en la colina soñando
con los ojos de los ciegos aproximados. La colina de los ciervos blancos intenta soñando el color aproximado de los ojos ciegos. La colina de los sueños blancos desaparece aproximándose al color de los ojos de los ciervos ciegos. Renacen ciervos blancos del color de la colina aproximándose
ciegos a los ojos de los sueños. Ciegos sueñan que suben la colina en ciervos blancos aproximándose al color de los ojos. La colina de los ojos blancos se aproxima a los ciervos de color ciego en los sueños deslizados. Ojos soñados del color de los ciervos blancos rondan la colina aproximándose a los ciegos. Descansan en la colina ciega ciervos soñando aproximarse al color de los ojos blancos. Trepan la colina ciega ciervos blancos aproximándose al color de los ojos soñados. I
(Suecia)
Hacia el margen izquierdo de esta hoja hay un teléfono que suena desde lejos En él se escucha la voz de un hombre Cerca del hombre hay una estufa (la estufa se parece a un deshielo) Dentro de la estufa hay un contingente de turistas Dentro del contingente de turistas hay una puesta de sol Dentro de la puesta de sol hay una mujer (es rubia y ve alejarse los témpanos con delicada tristeza) Dentro de la mujer hay una situación de rehén Dentro de la situación de rehén hay un ambiente iluminado Dentro del ambiente iluminado hay un portafolio (a un lado del portafolio hay una nota) Dentro del portafolio hay cosas Dentro del dedal hay un auto durmiendo Dentro del auto durmiendo hay una peña tucumana Dentro de la peña tucumana hay una esfera de día Dentro de la esfera de día está la noche Dentro de la noche hay un teléfono que suena desde lejos II
(Poema para pensar en el Mar del Norte) Hay un difuso pabellón que se abre sobre una pequeña calle La pequeña calle desemboca en un locutorio peruano En el locutorio peruano hay una puerta que conduce a una playa En la playa hay un boing 747 El boing 747 se dirige hacia una junta vecinal De la junta vecinal una escalera asciende al paraíso En el paraíso hay una salida de emergencia que lleva a la mente de los ascensoristas En la mente de los ascensoristas hay una ventana que da a un puerto En el puerto hay un iceberg Dentro del iceberg 196 indocumentados usan marcapasos III
(Tres versos tres) Los cronómetros dan la hora de las avenidas admirables Las avenidas admirables se parecen a los pensamientos de los albañiles Los pensamientos de los albañiles se ramifican indefinidamente Los
márgenes ocultos Temblabas
ojos de velódromo Hermosa
güera de colección hidráulica Pornografía celestial
En
los viajes siempre duermes monitoreo telefónico Promotoras
conectadas a 220v~ El
invierno cambia el nombre de las calles Las
palomas huyen arrastrando la noche Hay
una mina en el alto Perú en donde duermen 276 ángeles Los
ángeles sueñan telegramas
Tus
senos me recuerdan a las persianas semiabiertas Los
aeropuertos arrojan bengalas Los
aeropuertos se encienden para recibir la noche Gualicho
danés Alguien
sueña una línea de subte Dentro
de la línea de subte hay un museo Dentro
del museo hay un asalto a un banco Dentro
del asalto al banco hay una mujer que piensa en los monaguillos Dentro
de la mujer hay un desfile militar Dentro
del desfile militar hay un gol Dentro del gol hay un hombre que duerme infinitamente
La
noche incalculable (o Ella sueña aterrizajes) En el rincón turístico de mi cama hay una rubia natural que sigue de cerca mis sueños. Un bosque cierra las estrellas. El día se incomoda. se duerme y luego cierra sus ojos presagiando la noche.
|